El payador Héctor Tata Umpiérrez solía decir -para explicar su éxito en los boliches en donde actuaba- que el cantaba “mentiras creíbles”.
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De esa afirmación surgen varias cosas. Lo primero es que seguramente lo que cantaba -esa “mentira creíble”- tenía algún valor verosímil. No era una mentira grosera. Lo segundo es que quien creía esa “mentira” lo hacía teniendo en cuenta su propio volumen de información, calidad informativa, prejuicios y juicios. La “mentira” le calzaba perfecto según esos elementos. Lo tercero: la persona que lo escuchaba confiaba en el Tata Umpiérrez. Y la confianza es central a la hora de construir “verdades” y “mentiras”. Yo le creo, confío, doy fe. Conclusión: “es verdad”.
El arma cotidiana
Veamos. Desde la izquierda se sostiene que se entregan 30.000 porciones más por semana que en 2021. Desde la derecha se dice que esa cifra no es cierta, que bajaron los que asisten a las ollas. ¿Dónde está la verdad? ¿Quién miente?
A partir de esos datos contradictorios, se van construyendo relatos que satisfacen a las tribus en pugna. Hay gente que cree que efectivamente creció la asistencia de pobres a las ollas populares y otros ciudadanos que dirán: bajó la asistencia.
Eso pasa con las ollas, pero póngase cualquier otro elemento de debate (la reforma educativa, por ejemplo) y se verá que la “verdad” es escurridiza; unos dicen que habrá desocupación de docentes y otros, que no se afectarán los puestos de trabajo docente. Unos dicen que hay recortes presupuestales y otros dicen que no hay.
El asunto es moral. La mentira es considerada un antivalor moral y, por tanto, siempre tiene una connotación negativa. En las lides políticas, una forma de destruir la reputación del contrincante es efectivamente erosionar su credibilidad: fulano miente. Tiene un valor moral negativo. Esa dinámica está amplificada por las redes sociales en tanto los ayatolah de cada tribu -los más activos en ellas- son los que reproducen las “verdades” de unos y las “mentiras” del otro. La dinámica se vuelve enormemente perversa.
Digo que es perversa porque con el afán de “destruir” la reputación del otro, se intoxica el debate y la conversación y enancado en esa dinámica, el ciudadano queda a un paso de incursionar por el “discurso del odio”. Es una tentación muy grande. (Criticar este discurso -me apresuro a aclarar- no significa limitar la libertad de expresión. Si uno dice que el dirigente fulano es una “inmundicia”, no es lo mismo que decir que el dirigente fulano “está profundamente equivocado”).
Para ser más claro: apunto a fulano con tal tema, “mi verdad”, y utilizo todas las herramientas comunicacionales con ese fin. No hablo solo de dirigentes políticos -que los hay, muy encumbrados y con responsabilidades institucionales relevantes- sino de la “barra”, esa que necesita “creer”, confirmar sus juicios y prejuicios y, así, seguir con “vida”.
Desde el psicoanálisis, se sostiene que “la verdad no es la exactitud, como en las ciencias exactas; es la verdad de una subjetividad, de una singularidad, por eso no es medible ni calculable, sino algo que se construye”.
El psicoanalista Jacques Lacan escribió sobre la “verdad”: “No puede hacerse ninguna referencia a la verdad sin indicar que únicamente es accesible a un mediodecir, que no puede decirse por completo, porque más allá de esa mitad no hay nada que decir”. O sea: la verdad solo puede “mediodecirse”.
Por el lado de la “mentira”, hay consenso de que ella es una declaración realizada por alguien que sabe, cree o sospecha que es falsa en todo o en parte, esperando que los oyentes le crean, de forma que se oculte la realidad o la verdad en forma parcial o total. Interesante.
Pero ahora viene una definición acerca de los mentirosos patológicos: la mentira, en el caso de los mentirosos patológicos, es un acto inconsciente por adicción a mentir. “Mentir con frecuencia es un síntoma de varias enfermedades mentales. Por ejemplo, las personas que sufren de trastorno de personalidad antisocial, psicópatas narcisistas, utilizan las mentiras sencillamente porque necesitan afecto”. Me gusta esta definición porque le podría calzar a algún actor del debate público.
Agrego: la mentira del mentiroso compulsivo es una expresión de su “realidad psíquica”, y por lo tanto es en cierta forma una “verdad”, su “verdad”. Si hay alguien que confía en esa persona, esa “verdad” pasa a ser compartida por otros. Doy fe, confío en “mi verdad”.
Apuntes finales
Las “verdades” y las “mentiras” muchas veces entran en colisión con nuestras percepciones, nuestras convicciones, nuestros valores y nuestras creencias. Lo interesante, desde el punto de vista del ejercicio intelectual es zambullirse en la contradicción y en las tensiones que provocan esas situaciones. Jean Piaget, psicólogo, epistemólogo y biólogo suizo, ha escrito sobre el proceso educativo, de formación, de construcción del conocimiento. Y tiene una definición muy sabia: “La adquisición, organización e integración de los conocimientos del alumno pasa por estados transitorios de equilibrio y desequilibrio, en el cual los conocimientos anteriores se ponen en duda”. En la madurez, esas “dudas” y “contradicciones” funcionan en un delicado equilibrio. Muchas veces, tras ese proceso en donde habita la duda y la contradicción, las definiciones que se poseen se confirman se revisan o se modifican. O sea: vivir.