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Columnas de opinión | dictadura | golpe | historia

A medio siglo de historia del golpe

No fue una dictadura

No fue una dictadura como siempre la calificamos. No le demos una legitimidad nomenclatora de la que carece. Fue una tiranía.

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Hace ya 10 lustros, nuestro país escribía la página más abominable de su historia desde su nacimiento como república independiente el 4 de octubre de 1928, cuando se separa formalmente de la Confederación Argentina.

Nada puede compararse, ni la Guerra Grande de 1839, ni la masacre de Quinteros de 1858, ni el suplicio de la heroica Paysandú en 1865, ni el período militarista de 11 años de 1875 a 1886 ni el golpe de Estado policial de Terra de 1933 con la perfidia de los centuriones y sus dirigentes civiles que asaltaron las instituciones el 27 de junio de 1973 y secuestraron durante 12 años la felicidad del pueblo uruguayo.

En el siglo XIX se fusilaba, se degollaba, se torturaba, en una cultura de barbarie matrizada por guerras fratricidas, pero no se desaparecían prisioneros ocultando sus cadáveres para negarles hasta las honras fúnebres a sus familiares, no se secuestraban mujeres embarazadas para robarles el fruto de sus vientres para después asesinarlas, no se llevaban a cabo tropelías que pulverizaban la cultura de esa época, con códigos civilizatorios muy distintos a los de 1830.

Fue, insistimos, la página más pérfida de la historia nacional.

Pero no fue una dictadura como siempre la calificamos. No le demos una legitimidad nomenclatora de la que carece. Fue una tiranía. La peor tiranía que conoció el terruño oriental.

Dictadura, técnicamente hablando, es un vocablo que viene del latín, dictatura, era una magistratura romana que el Senado le otorgaba a un solo individuo por un lapso limitado, dándole autoridad absoluta mientras ese período estuviera vigente. Julio César fue uno de los tantos dirigentes romanos a los que se les otorgó la magistratura de dictador. Se la dieron por 5 años y los senadores le renovaron el plazo, pero cuando quiso prorrogar su mandato por su sola voluntad, fue condenado a muerte y ejecutado por 60 senadores que lo apuñalaron por haber violado el plazo otorgado. Tiranía es un vocablo griego, tyrannis, que se adjudicaba a un ciudadano que se apoderaba en forma ilegítima de un poder, sin ser elegido por nadie. Es lo que hoy llamamos el acceso al poder mediante un golpe de Estado.

No me opongo a seguir llamando dictadura al siniestro régimen que durante una docena de años asfixió a la sociedad civil con sus latrocinios, pero respetando el origen de las palabras, le cae mucho mejor y es más contundente el vocablo tiranía y además es lo que técnicamente fue ese régimen, aunque nos sea más fácil hablar de dictadura, un vocablo ya integrado al lenguaje popular y admitido por todos.

Como en la antigua china de Confucio, los señores de la guerra ocuparon los territorios desolados por la violencia institucional en nombre de la disciplina social

Fue una tiranía demencial que destinó más del 50% del presupuesto nacional a perseguir a ciudadanos desarmados, mientras en los foros internacionales se dedicaba a defender al racismo sudafricano y la necesidad de una profiláctica tercera guerra mundial que terminara con las demandas sociales de la humanidad. Una tiranía que, como bien la definió el alcalde de Nueva York Edward Koch, se convirtió en la cámara de torturas de América Latina. Una tiranía que detentó el mayor número relativo de presos políticos en el mundo: uno de cada 400 habitantes fue confinado en sus cárceles. Cifra impresionante si se tiene en cuenta que la tiranía brasileña se animó a privar de su libertad a uno cada 55.000 habitantes, la boliviana uno en 12.500, la chilena uno en 2.000, la argentina uno en 1.200 y la paraguaya uno en 600 habitantes. Tiranía que convirtió a Uruguay en una nación fantasmal y despoblada sufriendo el éxodo político más grande que se recuerde en América Latina, donde la quinta parte de su población activa eligió el camino del exilio político o económico para no vivir de rodillas. Tiranía que se lanzó como mastines a la yugular de la oposición, cazando a sus dirigentes incluso en los países que le brindaron asilo, como fueron los magnicidios de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz. Fue la docena trágica de los años del suplicio donde todo adversario merecía la aniquilación. Fue el intento más dramático de convertir a los ciudadanos en súbditos, poniéndoles a las demandas sociales una argolla de acero en sus cuellos y en sus conciencias. Crearon un clima moral de temor y pavor que envolvió con una túnica de Neso a nuestra sociedad. El bill de impunidad que decretaron fue de tal envergadura que su actividad excremental les permitió entrar a saco en los bienes de los prisioneros y también de muchos ciudadanos que no lo eran, pero cuyos bienes codiciaron algunos personeros de la tiranía rapiñera, confiscándolos para engrosar sus patrimonios personales. Como los señores de la guerra en la antigua China de Confucio, ocuparon los territorios desolados por la violencia institucional en nombre de la disciplina social. Y no hubo piedad para los que se rindieron desarmados, ni tampoco para sus familias.

La tiranía creyó que los crímenes se entierran. Están equivocados: les sobreviven

Son 192 los formalmente prisioneros detenidos y luego asesinados en la tortura para ser enterrados clandestinamente en fosas secretas, o ser lanzados vivos y narcotizados al Río de la Plata, negándose después de tantas décadas a revelar su paradero. Una de las características de nuestra civilización son las honras fúnebres. Ni siquiera ese consuelo permiten a esposas, hijos, nietos y padres de los ejecutados. Existen los vivos y los muertos, en el medio están los desaparecidos, esa nueva categoría creada por una tiranía que se propuso eliminar a decenas de jóvenes innegociables. Estos asesinos afirman que todos los desaparecidos son culpables de algo y en eso tienen razón. Entre los desaparecidos no hay inocentes. Todos fueron culpables de querer un mundo mejor. Siempre discrepé con Sófocles cuando afirmaba que “mucho es lo monstruoso, pero nada es más monstruoso que el ser humano”. En este caso concreto de la tiranía uruguaya, Sófocles me convenció. Ni los animales actúan con esos códigos. Las voces de los insepultos las seguiremos oyendo, hasta que se rompa el pacto de la omertá mafiosa que impide el consuelo. El grito de los desaparecidos es la conciencia desgarrada de nuestro terruño. Este último 20 de mayo probó que no hay dolor inútil. Que el pueblo uruguayo no olvida y no cae en la trivialización del horror y en la cotidianeidad de lo atroz.

La tiranía creyó que los crímenes se entierran. Están equivocados: les sobreviven.

Todos los 27 de junio escribo algo para que nunca se olvide. Este año me pidieron, como a tantos protagonistas de ese momento trágico, que contara mi experiencia en esos meses.

Me pareció que había que dejar espacio a tantas voces de aquellos tiempos, ya que vamos quedando pocos, aunque después reflexioné y me pareció oportuno hincarle el pensamiento a tres tesis históricas equivocadas: a) el golpe fue en febrero; b) el golpe fue militar; c) el golpe fue causado por los tupamaros, uno de los dos demonios. A esos tres temas me referiré.

En cuanto a mi vida en esos terribles momentos, mi recorrida nocturna en cuarteles militares en los meses previos al golpe, mi secuestro, las horas desde la noche hasta el amanecer con Amodio Pérez en un despacho del cuartel Florida, mis enlaces con los oficiales constitucionalistas el general César Martínez y el coronel Caballero con mensajes para el general Seregni, las pruebas que presenté que culminaron con la detención de 9 oficiales golpistas aunque por muy poco tiempo, mi rol en la sesión secreta del Parlamento donde se debatió mi rol en la conjura, mi condena a muerte difundida por el semanario Azul y Blanco, la invasión a mi casa el día del golpe, mi huida a Buenos Aires, la retención durante meses de mis 5 hijos hasta que no me entregara a los golpistas, la prisión injusta por 6 años de mi hermano Carlos y tantas anécdotas más son solo anécdotas y se unen a miles de incidentes surgidos en esos días. Eso no es lo importante y además saldrán publicadas en un libro que están redactando 4 periodistas, para los que ya he revelado todos esos pormenores.

Lo importante es otra cosa. Es explicar a las nuevas generaciones que no vivieron confinados en la gran cárcel en que se transformó el país entero, cuando los golpistas ocuparon el Estado. A aquellos que no vivieron el pánico de esa docena trágica. Y que ni siquiera se la imaginan. La historia debe ser contada con la verdad, una y otra vez, para que no haya olvido y para que el perdón se construya solo si hay un verdadero acto de contrición de la institución militar como cuerpo y de la oligarquía que sustentó la tiranía, y además que los desalmados sepultureros revelen el paradero de los mártires escondidos bajo tierra o en las profundidades del mar.

Teniente general Hugo Medina: “Si el Frente Amplio ganaba las elecciones en 1971 no le entregábamos el gobierno, las FFAA ya estaban preparadas para el golpe de Estado”

Para culminar abordaremos los tres temas señalados.

La primera tesis errónea es decir que el golpe fue en febrero de 1973 y parte de la izquierda lo apoyó. Eso no fue así. El golpe lo inició Pacheco Areco en 1968 al violar la Constitución, al desconocer por la fuerza las resoluciones del Parlamento, al desacatar de palabra y obra las resoluciones del Poder Judicial y de ambas cámaras legislativas. El error parlamentario de convocar a las Fuerzas Armadas a tareas fuera de su jurisdicción les dio la oportunidad de organizar la ocupación del Estado por la fuerza.

Y se confirmó en 1971 al revelarlo públicamente en una entrevista el propio teniente general Hugo Medina ante la pregunta de qué hubiera sucedido en 1971 si ganaba el FA. La respuesta fue clara: “No le hubiéramos entregado el gobierno, el ejército ya estaba preparado para tomar el poder”. Aquellos lodos autoritarios de la dictadura constitucional de Pacheco Areco ya habían preparado un golpe preventivo en 1971. Según me reveló Amodio en octubre de 1972 cuando él ya estaba trabajando con sus captores, el golpe estaba preparado para diciembre de 1972 y era imparable. Su postergación obedeció a varios factores cuya explicación exceden este artículo.

Falso también es que la izquierda apoyó el golpe de febrero. Los golpistas armaron una fantástica pantomina (desarrollar una acción fingiendo que se trata de otra cosa) en la que son expertos por su formación militar, con los comunicados 4 y 7, en la que engañaron a mucha gente incauta o que no quería aceptar la pesadilla que se anunciaba. La izquierda, el Frente Amplio, fue la que ofrendó todos los mártires, con excepción de Gutiérrez Ruiz, la que llenó las cárceles de la tiranía, la que fue torturada con saña demencial, la que junto con la dignidad de Ferreira Aldunate organizó la resistencia en el exilio y en el interior de un país prisionero. La mayoría del Partido Colorado que ganó las elecciones apoyó el golpe y la minoría del Partido Nacional también. Wilson Ferreira Aldunate salvó no solo su vida, sino el honor de la mayoría del Partido Nacional en su incesante lucha desde el exilio contra el despotismo. Pero el grueso de los partidos tradicionales deshonró sus orígenes. Afirmar que la izquierda apoyó el golpe de febrero es una desmesura. La histórica huelga general de los trabajadores de la CNT que se enfrentó a tanques y bayonetas durante 15 días tiene pocos ejemplos en la historia universal. Y fue organizada, dirigida y sostenida con formidable coraje, solo por la izquierda uruguaya y sus aliados.

El golpe no fue únicamente un acto de piratería castrense, los militares solos no eran capaces de apoderarse del Estado y hacerlo funcionar

La segunda tesis afirmando que el golpe solo fue militar es también errónea. El golpe fue cívico militar. Sin el soporte de los civiles que primero golpearon en las puertas de los cuarteles pidiendo el golpe y después se constituyeron en el intelectual orgánico de la tiranía, aportando su expertizaje gubernamental, sus medios de comunicación, sus apellidos pseudo legitimantes, no hubieran podido durar los 12 años de terrorismo de Estado.

El golpe cívico militar, el único del siglo XX en Uruguay, porque el de Terra fue cívico policial y solo con un destacamento de bomberos como fuerza disuasiva, no fue solo un acto de piratería, que también lo fue, fue una estrategia de sectores oligárquicos desbordados por el ascenso de la lucha de masas, las organizaciones sociales, el Congreso del Pueblo y la creación por primera vez de un frente político que unió a todas las izquierdas en un solo haz y succionó a los mejores hombres y mujeres de los partidos tradicionales, Zelmar Michelini, Alba Roballo, Enrique Erro, Rodríguez Camusso, Ariel Collazo, Durán Mattos, entre tantos otros. El golpe fue convocado por los representantes del poder económico, por las patronales agropecuarias, por los sectores de la derecha enquistadas mayoritariamente en el Partido Colorado y en buena parte del Partido Nacional. Contaron con el imprescindible aval de Nixon y Kissinger y la ambición de charreteras sin ninguna cintura política que aceptaron la encomienda por procuración civil. Los militares solos eran incapaces de apoderarse del Estado y hacerlo funcionar. Los hechos así lo probaron, más de un millar de civiles cuya mitad provino de “los blancos baratos” como los calificó Wilson y la otra mitad de los antibatllistas enquistados en el pachequismo colorado se ofrecieron para manejar el Estado, aceptando, eso sí, el derecho a veto de las Fuerzas Armadas golpistas y fueron designados en cargos de alta jerarquía y de absoluta confianza de la tiranía. Los militares se replegaron hacia el Ministerio del Interior que dominaron durante los 12 años y hacia la mayoría de los entes autónomos, también asesorados por numerosos civiles que laboraron espalda con espalda con los uniformados. Pero estos les dejaron a los civiles la presidencia de la República a 2 colorados, a un blanco y a un cívico en los días finales, ejerciéndola un militar solo en el último período. Todos los ministros fueron civiles a excepción del ministro del Interior, 6 ministros fueron colorados y 6 fueron blancos y el resto también civiles sin afiliación conocida. La mayoría de las intendencias del país fueron ocupadas por civiles. Fueron 15 los civiles intendentes en todo el país: 9 fueron blancos y 3 colorados. Solo las intendencias de Artigas, Treinta y Tres y Rocha fueron ocupadas también por civiles, pero que no se declaraban ni blancos ni colorados. El burdo parlamento golpista, bautizado como Consejo de Estado, fue ocupado en su casi totalidad por civiles blancos y colorados, liderados por 28 consejeros blancos y 25 consejeros colorados, el resto eran apellidos sin experiencia política que decoraron el escenario.

Los militares dejaron a los civiles colorados y blancos el dominio de todos los ministerios menos uno, el Poder Judicial, donde el gobierno de facto designó o ascendió a 180 jueces durante la docena trágica, la Universidad, los centros de enseñanza, las intendencias, el pseudo parlamento, la Corte mal llamada Electoral en un país con las elecciones proscriptas, el Tribunal de Cuentas, la banca estatal, el cuerpo diplomático y todo el resto de las áreas del Estado con excepción de los Entes autónomos y servicios descentralizados donde ellos creían poseer cuadros de dirección y ensayaron gestionarlos, aunque también tuvieron que recurrir al apoyo civil.

El diario El País se convirtió en el intelectual orgánico y difusor de las ideas de la tiranía

Contaron además con el apoyo eficiente de dos periodistas reconocidos, Danilo Arbilla y Barret Puig, quienes aportaron su expertizaje como director y subdirector respectivamente de la Oficina de Información y Difusión de la Presidencia de la República del gobierno de facto.

Y tampoco hubiera sido posible la extensa duración de la tiranía sin el apoyo ilimitado del diario El País, que se convirtió en el intelectual orgánico del régimen, donde su director, Daniel Rodríguez Larreta, integró el Parlamento golpista como Consejero de Estado y dos de sus principales plumas, Eduardo Narancio y Ricardo Reilly Salaberry, fueron protagonistas principales del apoyo civil a la tiranía. El primero como rector interventor golpista de la Universidad de la República y ministro de Cultura de la tiranía, y el segundo acompañando a su director, Rodríguez Larreta, como colegislador del gobierno de facto.

Bueno es recordar para que no se olviden los repugnantes editoriales del diario El País de aquella época.

Dijo en su editorial principal del 21 de julio de 1974: “El concepto de seguridad y de visión de lo ocurrido entre nosotros a lo largo de muchos años es lo que justifica, jurídica e históricamente, la participación que hoy tienen las Fuerzas Armadas en la vida nacional y sus nobles y elevados objetivos”. Y el 11 de junio de 1976 se burla del régimen constitucional y afirma en su editorial central: “No compartimos la tendencia a sobreestimar las virtudes de la estricta institucionalidad democrática republicana”. Días después, el 24 de junio de ese año, agrega en su página editorial: “¿Cómo explicar a nuestros jóvenes el proceso que vivimos, la suspensión de algunos principios constitucionales y la decisión de construir una democracia superior a la que fue abatida por la sedición? ¿Cómo convencerlos de que las Fuerzas Armadas no salieron a la calle para dar su cuartelazo sino como último recurso reclamado por la ciudadanía sana del país para salvar la esencia misma de nuestro sistema?”. Y el 21 de agosto de 1979 afirmaron editorialmente: “Abandonaron los cuarteles, no impulsados por bastardas ambiciones de poder, sino cediendo al imperativo de librar a la nación de la inminente amenaza del caos y de la ruina”. Y ante los intentos en la Argentina de Videla de interrumpir el genocidio y restituir las instituciones, el diario El País se opone editorialmente el 27 de agosto de 1976: “Se explica y justifica que el gobierno del general Videla no haya establecido fecha ni plazo para dar por terminada su misión. No se puede abandonar la tarea emprendida sin antes estar absolutamente seguro de que los profundos males que carcomen a la sociedad han sido radicalmente extirpados. De no actuar así se estaría ante un caso de irresponsabilidad histórica y de pusilanimidad personal. Y por cierto que en Argentina aún no se han dado, siquiera remotamente, las condiciones que permitan esperar un futuro de estabilidad, de orden y de paz. Mal puede entonces el general Videla abandonarse el timón de la nave y entregarla a quienes la pueden llevar a cualquier puerto. La hora del descanso no ha llegado todavía”. Y bajo el título “El boomerang de los derechos humanos”, este paladín del terrorismo de Estado, editorializa el 23 de junio de 1978: “En caso de que prospere en la asamblea de la OEA la tendencia a juzgar la pureza, desde el punto de los derechos humanos, de los regímenes que más contribuyeron a la proscripción del totalitarismo marxista en América, se habrá consumado una de las mayores sinrazones en la historia de la organización, como instrumento de unidad y de promoción de la democracia en el continente”. Y el 27 de junio de 1978, celebrando los años del golpe contra las instituciones, El País afirma: “De ahí han surgido las versiones de que en Uruguay soportamos una de las dictaduras más crueles y repugnantes de América Latina, burda especie a la que se procura dar patente de verdad en el exterior por medio de datos estadísticos ridículos sobre uruguayos asesinados, presos torturados o forzados a abandonar el territorio nacional”.

Este reducido grupito de perlas de la bellaquería humana no alcanza a revelar los cientos y cientos de páginas, comentarios, columnas y noticias al servicio de la tristemente célebre oficina de prensa y difusión de la Presidencia (Dinarp), llamando en sus comunicados a la delación de quienes luchaban en la clandestinidad por la recuperación democrática.

Hoy ya no están los que dirigieron esas páginas enlodando a la estirpe que en 1918 fundó ese diario blanco principista al que convirtieron sin piedad en un sepulcro blanqueado. Pero los hijos de esa aberración periodística aún no han hecho el acto de contrición ante la sociedad atormentada por un periodismo que renegó de sus orígenes. Tuve esperanza de encontrar en el editorial de hoy, 27 de junio de 2023, cuando estoy escribiendo este artículo, el editorial central de esa edición sobre los 50 años del golpe. No encontré una sola palabra de arrepentimiento. Qué esperan. Ustedes herederos de ese periodismo infectado nada tuvieron que ver con los desatinos criminales de sus ancestros, de sus anteriores directores. ¿Acaso temen la pérdida del poder hegemónico noticioso que mantienen en prensa escrita? Si la propia iglesia católica, institución milenaria de mayor masa crítica cultural que el diario El País, pidió públicamente perdón por los crímenes de la inquisición y no se derrumbó su edificio intelectual ni su poder en el mundo, nuestro avergonzado decano periodístico nada tiene que temer al hincar su rodilla. Sus lejanos ancestros fundadores se lo agradecerán, su conciencia renacerá, se sentirán mucho mejor para ejercer esta difícil y noble profesión y vaya paradoja, también me lo agradecerán a mí, por el altruista consejo. Don’t panic. Hasta De Gaulle indultó a Petain, el más prestigioso colaboracionista de los nazis.

A los 50 años bueno es que se exhiban, uno por cada año, los 50 colaboracionistas más conocidos

El 28 de junio de 2000, siendo director de La República publiqué la lista del casi millar de civiles que apoyaron el régimen perverso asumiendo cargos de alta jerarquía y de absoluta confianza militar. Excede el espacio disponible su reproducción para que nadie se olvide.

Antes a los civiles que apoyaron la dictadura de Terra se les quitaba el saludo hasta que se arrepintieran públicamente. En la Francia liberada les cortaban el pelo. En el Uruguay de hoy no ha sido así. Actúan como si no hubieran tenido nada que ver y hasta quieren que en las escuelas se enseñe otra historia que los redima. Para que las nuevas generaciones conozcan la identidad de los principales cómplices civiles reproduciré una pequeña lista de los 50 más conocidos, no es la lista de los peores, aunque muchos lo sean, sino la lista de los más conocidos: los presidentes Juan María Bordaberry, Alberto Demicheli, Aparicio Méndez, Rafael Adiego Bruno; los intendentes Óscar Rachetti, Juan Carlos Payssé, Juan Chiruchi, Walter Belvisi; los ministros Juan Carlos Blanco, Alejandro Végh Villegas, Moisés Cohen, Walter Ravena, Fernando Bayardo Bengoa, Alejandro Rovira, Benito Medero, Justo M. Alonso, Estanislao Valdez Otero, José Enrique Echeverry Stirling, Francisco Mario Ubillos, Marcial Bugallo; los consejeros de Estado Martín Recaredo Echegoyen, Hamlet Reyes, Daniel Rodríguez Larreta, Eduardo Carrera Hughes, Emilio Siemens Amaro, Pedro W. Cersósimo, Wilson Cravioto, Pablo Millor, Hugo Manini Ríos y Federico García Capurro, que aceptó el cargo pero no llegó a ejercerlo porque vivía en el exterior; los miembros de la Corte de Justicia (le suprimieron el calificativo de Suprema) Rafael Adiego Bruno, Sara Fons de Genta, Juan José Silva Delgado, José Pedro Gatto, Carlos H. Dubra; los periodistas Danilo Arbilla, Barret Puig; los embajadores Jorge Pacheco Areco, Carlos Manini Ríos, Carlos Giambruno, Fernando Gómez Fyn; los decanos de la Udelar, Nilo Berchessi, Luis Sayagués Laso, Blass Rossi Masella, y otros conocidos funcionarios al servicio del golpe de Estado distribuidos en las restantes reparticiones estatales, como Alvaro Pacheco Seré, Juan Carlos Protassi, Nicolás Storace Arrosa, Cristina Maeso, Edmundo Narancio, Juan José Fraschini, Alberto Bensión, Jorge Ponce de León Previtali, Romeo Maeso Sueiro; así como centenares de civiles más que aceptaron esos indecorosos cargos jerárquicos enlodando su paso por esta vida.

En contrapartida que dignifica al Homo sapiens, centenares de civiles y militares renunciaban a sus fuentes de trabajo, quedando sin ingresos, para salvar su conciencia y su dignidad.

Bueno es recordar también que los pretorianos uniformados encarcelaron y torturaron a 350 de sus propios compañeros militares que no quisieron violar su juramento de honrar la defensa de la Constitución de la República.

Lo del principio, sin los civiles que la apoyaron, la tiranía no hubiera durado tanto.

El difícil tránsito de los mitos a la historia propuesto por el MLN se convirtió en cartucho quemado mucho antes del golpe de Estado contra la vida

La tercera tesis: la causa del golpe fueron los tupamaros y existieron dos demonios. Otra falacia propagada por los golpistas civiles y militares y acompañada por los colaboracionistas, pero también por muchos indiferentes.

Los tupamaros fueron totalmente derrotados en 1972. A mediados de ese año, bastante antes del golpe, la organización guerrillera era un cartucho quemado. No podía enfrentar al inmenso poderío del implacable adversario.

En cuanto a la teoría de los dos demonios, no vale la pena perder pienso en la comparación. Comparar los ilícitos guerrilleros con las sevicias inenarrables de la tiranía cívico militar, con miles y miles de torturados, muchos muertos en el potro del tormento, dos centenares de desaparecidos y escondidos sus restos, madres asesinadas para robarles sus hijos, es una desmesura que no se la cree ningún ciudadano de buena fe. La guerrilla no mató a ningún prisionero, con la excepción de Dan Mitrione después de verificar que era a quien envió el imperio con la venia de Nixon y Kissinger para enseñar a la Policía uruguaya a torturar sin dejar huella. No torturó a ninguno de sus prisioneros a quienes interrogó sin siquiera un cachetazo, tal cual reconocieron estos cuando fueron liberados. No mató a ningún civil en su guerra contra la Policía y las Fuerzas Armadas. Rosencof en su último libro aclara con convicción que el civil muerto en la toma de Pando, perdió su vida por balas de la Policía. Fueron también pocas las municiones utilizadas por la guerrilla. Sus grandes operativos se llevaron a cabo sin apretar ningún gatillo, como la toma de Pando o el copamiento del cuartel de la Marina y muchas otras acciones de ese tipo. El único crimen realmente imperdonable que debe reconocer el MLN, y así lo ha hecho en varias oportunidades, es la muerte del peón rural Pascacio Báez, quien descubrió un estratégico escondite subterráneo de la guerrilla. El MLN debió perder ese refugio y dejar en libertad a un civil inocente. Era demasiado, pero era lo que correspondía hacer. Manchó de esta manera su impoluta ética de preservar la vida de inocentes. Fue la única mancha criminal, violatoria de los principios guerrilleros que adoptaron. Error por confusión, desesperación, sorpresa y falta de comunicaciones. Fue el único caso. No hay punto de comparación con las miserias de los miserables uniformados y civiles que asolaron nuestra patria. Y volvemos a reiterarlo, el golpe fue dado cuando ya no existía esa guerrilla.

Basta analizar el porqué del cómo de una guerrilla que asombró al mundo con sus increíbles hazañas para cerciorarse de que ese manantial de sueños que intentó levantar las marmitas donde se cocinaba el porvenir no lograría nunca sus objetivos.

Recitaban de memoria a Rosa Luxemburgo cuando afirmaba que “lucharemos por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”, pero la mártir alemana no había elegido la vía armada, sino la vía pacífica para persuadir a sus compatriotas que la redención humana pasaba por el socialismo.

Nacieron empujados por la escasez social y la escasez ética de un sistema patrimonialista, de un modelo impulsado por una cohorte de implacables dirigentes políticos y empresariales, sostenidos por una red de complicidades que protegía intereses creados desdibujando la frontera entre el uso del patrimonio público y privado, asentado en una democracia cada vez más débil y meramente formal apoyada en el clientelismo político y en la explotación de los más débiles.

La estética del maltrato, el latrocinio contra los trabajadores del norte del país, obligados a jornales de 14 horas diarias abonadas con cartones de canje fue la gota que desbordó la copa que contenía a duras penas la supremacía de la lucha de masas frente a la última ratio, la lucha armada. Analizaron la espesura de la realidad social e hicieron resurgir los dolores que se encontraban en ella. La marcha cañera y arrocera fue el principio. El paisaje cultural y social de esa época les era propicio. No se explica sin ese paisaje la cantidad de jóvenes, de universitarios, de intelectuales, de periodistas, de profesores, maestros, hombres de la cultura, que dejaron la comodidad de sus vidas para hacer más digna la vida de los uruguayos, sin ambición alguna, sin contraprestaciones, transitando el camino de la incomodidad, arriesgando su vida y su libertad en busca de una nueva epifanía. Se vivían en esas horas incendios sociales, sin bomberos eficientes para apagarlos.

La democracia formal y el consenso político en esa época era como si dos lobos y una oveja votaran sobre cuál sería el almuerzo del día.

Y entonces optaron por el atajo histórico, tomaron la decisión de abrir un proceso de acumulación democrática a los tiros.

Y esa vía es la más rápida pero también la más difícil de llegar a destino, pese a una democracia estresada y corrompida, donde solo subsistía a duras penas el edificio formal de las libertades y la justicia. Ese camino siempre fue la acumulación menos exitosa de la historia, con pocas excepciones.

La ironía de la historia lo puso todo patas arriba

Y erraron el camino. No pudieron captar en profundidad la esencia de los cromosomas de la historia uruguaya ni la urdimbre conceptual del país. Creyeron que sus energías complementaban los esfuerzos del movimiento de masas que descartaba la violencia revolucionaria y optaba por la lenta y dura tarea de caminar en la ruta de la vía pacífica.

Con Benedetto Crocce afirmaban que la historia era una hazaña de la inconformidad, pero también esa hazaña la estaban llevando a cabo los que con Gramsci sostenían que no se alcanza el poder popular sin la dirección moral e intelectual de la sociedad a la que hay primero que persuadir, que convencer, con ideas, razones, militancia, organización y movilización de masas.

No se dieron cuenta de que el debilitado músculo de las organizaciones sociales ya no era tan débil, había tomado mucha espinaca. Y arrinconaba al poder político tradicional y a sus mandantes del poder económico.

No la respuesta, sino la pregunta es el principio de la sabiduría. Si lo hubieran sabido, habrían descubierto que el mejor fuego no es el que arde rápidamente.

Tampoco se hicieron la pregunta de Sun Tsu en su Arte de la guerra, identificando primero al enemigo y la correlación de fuerzas para elegir el momento indicado para actuar. En ese caso tendrían que haber advertido que existían las necesarias condiciones subjetivas, pero no estaban dadas las imprescindibles condiciones objetivas. La contradicción principal la tenían clara, no así el modo de resolverla.

Y por eso, más allá de sus increíbles hazañas, su valentía, su dignidad y el generoso altruismo revolucionario que los guiaba, estallaron pronto como una bomba con poca mecha. El difícil tránsito de los mitos a la historia no se produjo. La prognosis tupamara no se cumplió.

Sí se cumplió la prognosis de Federico Engels: “La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba. Nosotros los revolucionarios, los elementos subversivos, prosperamos mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados mientras nosotros estamos con esa legalidad, y con músculos vigorosos, y parece nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud”.

Che, historia, qué ironía te mandaste con la vía pacífica que no pudo disfrutar el legendario Salvador Allende: el tupamaro José Mujica Cordano, presidente constitucional de todos los uruguayos, los tupamaros Eleuterio Fernández Huidobro y Luis Rosadilla, jefes de todas las Fuerzas Armadas de la nación, el tupamaro Eduardo Bonomi, jefe de la Policía uruguaya en todo el país, la tupamara Lucía Topolansky, presidenta constitucional de la Cámara de Senadores y primera mujer presidenta interina de la República.

Ante los 50 años hoy cumplidos de aquella ruindad trágica convocamos a no llorar, no reír, solo entender y aprender.

Y con la “Cantata de Iquique” en el corazón, constatemos que “tenemos razones puras, tenemos las manos duras, tenemos con qué ganar”.

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