Nosotros, los eurocéntricos, los que no somos mexicanos que nacieron de los indios ni brasileños que salieron de las selvas. Nosotros, los que vinimos de los barcos (de los barcos de pasajeros; no de las bodegas de nuestro barcos esclavistas), sabemos que no hay que reconocer que Putin nos ganó la guerra, que no hay que aceptar el acuerdo de paz de Trump, y para eso tenemos en la UE la dirigencia más estúpida de nuestros jovencísimos ochocientos años de historia.
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Nosotros, los que tenemos en Uruguay un canciller que lisonjea a la “democracia” italiana, un ministro de Economía que alaba la política de Milei y un presidente y un presidente perrito faldero de Felipe González, exigimos por lo menos la central de Zaporiyia para firmarle algo a Putin.
Y es que de los rusos no queremos ni los árboles. Y menos si son árboles con raíces de Iván Turguénev.
A un árbol que plantó Turguénev hace casi doscientos años lo censuramos cuando decidimos que había empezado la guerra (las guerras empiezan cuando y desde donde decidimos empezar a desinformar sobre ellas, y dejan de existir cuando nosotros, los oligopolios mediáticos de “Occidente”, las ninguneamos). Entonces las embajadas de la UE y de USA (por sus siglas en inglés y por su modus operandi, especialmente en Kiev) vieron complacientes prohibir fuentes de contrarrelato ruso, medios de comunicación rusófonos ucranianos y los partidos de centro e izquierda ucranianos, el Partido de las Regiones, que había sido el más votado (52 %) en las elecciones anteriores al golpe y el Partido Comunista de Ucrania. La Unión Europea sacó de sus espacios a RT y a Sputnik (entro otros medios rusos), y Putin respondió quitando del suyo a Rain, pero las medidas decisivas para controlar el relato fueron subestimadas por el presidente ruso.
Vladimir Putin calificó de “absurdas” nuestras retaliaciones contra los gatos rusos, los árboles rusos y los escritores rusos del siglo XIX. O Putin es muy ignorante y carece de visión estratégica o nos quiso embaucar.
La discriminación de los gatos rusos o ¡gatos europeos mascotas de rusos! (esto es fundamental) fue un gran acierto de nuestros servicios de inteligencia.
Uno de los misterios ruso-soviéticos más secretos (después de todo nadie se religa sin liturgias ni misterios y la actual Rusia capitalista supone un bloque histórico) es el de los registros fotográficos y testimoniales documentados de Lenin con su gato. ¿Cómo lograba Lenin que ese gato lo siguiera por tantos lugares donde anduvieron? Ni la Cheka de Dzerzhinsky ni la KGB de Andropov ni el FSB de Putin supieron informar. Porque Lenin hubo tiempos en que cambiaba de casa cada semana, sino cada tarde, y los gatos son de volver al lugar de origen. Además las fronteras estaban vigiladas, no podía pasarlas con su cara, Lenin se disfrazó prácticamente de todos los personajes verosímiles, ¡pero siempre pasaba con el gato! ¿Cómo hizo para que lo siguiera por toda Europa?
Cuando compartió un pequeño apartamento en París con Nadievna e Inessa, el gato estaba con ellos. También cuando vivió con su suegra o con su madre.
Todos sabemos que los humanos hemos domesticado a todos los otros animales. A todos, menos al gato. Hemos domesticado al lobo, por ejemplo, y es nuestro perro, pero el gato nos domesticó a nosotros.
¿Alguna vez un gato te miró fijo? Cuando un gato te mira fijo, te está domesticando. Es sencillo. El gato no seguía a Lenin. Lenin seguía al gato. A él lo perseguía la Policía, pero el gato iba escuchando la música de los tiempos.
Una vez viajaban en tren a Finlandia cuando, en uno de los innumerables trasbordos, en el andén de una estación, el gato lo miró fijo y se lo llevó a París, donde había un congreso más importante que el de Finlandia (el gato tomó esa decisión crucial para que hoy sea Rusia la primera potencia militar cualitativa). Además atravesaron Alemania en un tren sellado. Hicieron Iskra en Leipzig y en Munich. Atracaron en Viena. Cruzaron a Italia para tomar el sol en Capri. El 3 de abril de 1917 el gato lo llevó a Petrogrado. Cuando se separaron en San Petersburgo, el gato le dijo: “Ya sabés lo que tenés que hacer”.
¡¿Y Putin pretendía que todos esos lugares de Europa vuelvan a ser recorridos por un gato mascota de ruso?! Nuestra Fife (Federación Internacional de Felinos, por sus siglas en francés) fue tajante: “No podemos quedarnos de brazos cruzados. A partir de ahora «ningún gato criado en Rusia puede ser importado y registrado en los libros de pedigrí, y ningún gato europeo mascota de ruso puede participar de ferias”.
Pero si los gatos europeos mascotas de rusos son una amenaza letal para nosotros (no hablemos de los misiles supersónicos disuadiendo una invasión a Venezuela), mucho más rotunda amenaza es Dostoyevski.
No lo dijo Borges ni Vargas Llosa. Lo afirma alguien tan insospechable de anticomunismo y rusofobia que integró incluso la Asociación Española de Amigos de la Unión Soviética: Federico García Lorca. En su discurso escrito que leyó para inaugurar la biblioteca de Fuente Vaqueros en septiembre de 1931, titulado “Medio pan y un libro”, García Lorca dice: “Cuando el insigne escritor ruso, Fiódor Dostoyevski, padre de la Revolución rusa mucho más que Lenin...”.
Y no es que García Lorca tuviera a Lenin en menos. En otra frase del mismo texto, escribió: “… los avances sociales y las revoluciones se hacen con libros y los hombres que las dirigen mueren muchas veces como el gran Lenin de tanto estudiar, de tanto querer abarcar con su inteligencia”.
Si el Dosto fue padre de la revolución rusa mucho más que el mismísimo gato de Lenin, es absoluta la amenaza a Europa. Por eso nosotros, citando el correo electrónico de la universidad italiana que canceló el curso sobre el Dosto, “hoy en día, no solo está mal ser un ruso vivo en Italia, sino también ser un ruso muerto”.
Pero nosotros sabemos que la mayor amenaza es un roble de casi 200 años plantado en la hacienda Spásskoye-Lutovínovo. Mediante un comunicado publicado el 28 de febrero de 2022, a través de su página web, nuestros organizadores del concurso ‘El Árbol Europeo del Año’ decidieron sacarlo de su lista de participantes, al enterarse “que perteneció, según testimonios de la época, al escritor ruso Iván Turguénev, en la que fue su hacienda paterna en la provincia de Oriol”.
Turguénev escribió sobre los árboles: “Recibí carta de un antiguo compañero de universidad, un aristócrata, un acaudalado terrateniente. Me invitaba a su finca. Yo sabía que el hombre estaba muy enfermo, ciego y medio impedido, que apenas podía andar... Y fui a verlo.
Me lo encontré en una avenida de su enorme parque. Arrebujado en una pelliza, aunque estábamos en pleno verano, enclenque y corcovado, con unas lentes verdes protegiéndole los ojos, era llevado en una silla de ruedas por dos lacayos enfundados en ricas libreas…
—Le doy la bienvenida —profirió con voz sepulcral— a mi heredad, aquí, a la sombra de mis árboles centenarios.
Sobre su cabeza extendía su inmensa copa un poderoso roble milenario. Y pensé: ‘¿Oyes eso, gigante milenario? Ese gusano medio muerto, que se arrastra a tus pies, ¡te llama «mi árbol»!’.
En ese instante corrió una ligera brisa, haciendo susurrar el tupido follaje del gigante... Y me pareció que el viejo roble dejó escapar una risa queda y bondadosa, respondiendo tanto a mi pensamiento, como a la presunción del enfermo”.
Es bien sencillo. Adjudicar a propiedad privada de Turguénev, un roble que plantó Turguénev es una buena manera de atacar la cultura rusa, pero nosotros adoptamos, además, otras sanciones que, estas sí, resultan complejas de explicar.
Sacamos a Rusia del sistemas de transacciones internacionales SWIFT y del CHIPS, volcándola a los brazos del sistema similar chino CIPS, debilitando al dólar y al euro frente al yuan digital. Quitamos a Rusia de las redes occidentales, impeliéndola a recibir transferencia de tecnología china para tener su propia Internet y sus propias redes, a la manera china. Retiramos de Rusia las tarjetas Visa Master Card y ahora mismo los bancos rusos están operando en todo el espectro con tarjetas chinas UnionPay. No certificamos el Nord Stream 2 y dinamitamos, literal, parte del 1 todo el dos, garantizando los contratos firmados en Beijing para que China reciba todo el gas natural ruso que necesite, sin retrasarse un sólo día en su planificación de renovar su matriz energética hasta la emisión 0 de dióxido de carbono. ¡Y sanciones similares les pusimos a todas las potencias o potenciales potencias que nos adversaron para lanzarlas a los brazos de Rusochina; léase BRICS, OCS y siguen siglas!.
Rusia entonces planteó una “deslocalización real de la economía”. Medidas para endurecer la regulación cambiaria con el fin de detener la exportación de capital y expandir los préstamos dirigidos a empresas que necesitan inversiones financieras (en rublos). Tributación a la especulación cambiaria y a las transacciones en dólares y euros en el mercado interior. Importante inversión en I+D para acelerar el desarrollo en las áreas afectadas por las “sanciones”, en primer lugar, la industria de defensa, energía, transporte y comunicaciones. Y, por último, pero no menos importante: desdolarización de las reservas de divisas, reemplazando el dólar, el euro y la libra por oro. El Sur Global, con China, sigue también este camino.
Los imperios suelen seguir el curso de una tragedia griega, provocando precisamente el destino que buscan evitar. Este es el caso de nuestro imperio, ya que se está desmantelando a sí mismo en cámara no tan lenta. Pero faltaba armar Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca, llevar a la guerra el continente entero porque, ¿saben qué? ¿Recuerdan qué le hicieron los rusos a Napoleón? ¿Lo recuerdan? Nunca lo digerimos. Y menos digerimos que el Ejército Rojo haya liberado los campos de concentración nazis y derrotado a nuestro héroe-ídolo-líder supremo Stepán Bandera.
No alcanzó con Gilbert Bécaud cantando Nathalie. No alcanzó con Yves Montand en Los caminos del Sur. No alcanzó con De Gaulle obstinado en la geografía “que es destino” según Bismarck, “Europa va desde Lisboa a Vladivostok”. Estamos dispuestos a seguir perdiendo esta guerra de desgaste hasta que, en vez de suicidarse en su búnker, Volodimir Zelensky venga a radicarse definitivamente en las costas del Mediterráneo.