Tras el proceso refundacional iniciado en 1985 al final de la larga y ominosa noche de la criminal dictadura, a comienzos del siglo XXI, el nuevo prócer frenteamplista fue Tabaré Vázquez, el brillante oncólogo y dos veces presidente de la República, quien asumió, en 2005, la titánica tarea de reconstruir un país arrasado por la crisis que eclosionó en 2002. “Festejen uruguayos, festejen”, proclamó en la noche del 31 de octubre de 2004 desde la terraza del Hotel Presidente ante una enfervorizada multitud. Por cierto, había sobrados motivos para festejar porque, por primera vez en la historia, la izquierda iba a gobernar a un país acostumbrado a la alternancia de colorados y blancos y al reparto de las parcelas de poder acorde con los intereses de clase de la más rancia oligarquía.
Esta bandera tricolor, que vuelve a ondear 5 años después en lo más alto del mástil de la victoria, es también la de Danilo Astori, otro imprescindible, que el 1º de marzo de 2005 asumió la ardua responsabilidad de conducir la política económica de un Uruguay sumido en el desastre, con un 40 % de pobreza, 7 puntos de indigencia, una desocupación de dos dígitos, centenares de empresas cerradas, bancos fundidos y arcas estatales saqueadas por las políticas erráticas e irresponsables de los partidos tradicionales, que siempre consideraron a Uruguay como una suerte de feudo propio.
El último prócer, que felizmente sigue aún entre nosotros con sus 89 años de edad, sus patologías a cuestas y su perenne fuego militante, no es otro que José Mujica, el guerrillero, el indomeñable combatiente clandestino, el preso político que derrotó al aislamiento y al tormento, y el presidente que encabezó el gobierno que otorgó más derechos.
A partir del 1º de marzo de 2025, comienza otra historia, con el entrañable docente de Historia canario y exintendente Yamandú Orsi al frente de la presidencia de la República, y con la vicepresidenta electa Carolina Cosse, quien, cuando lideraba Antel, posibilitó que el país ensayara un monumental salto cualitativo en materia de conectividad y desarrollo de fibra óptica que nos situó a la vanguardia en la región.
Empero, la tarea de remontar la escarpada pendiente luego de la dolorosa derrota de 2019, y sin las tres figuras referentes que condujeron al país en los 15 años del ciclo progresista, fue ardua y problemática, porque hubo que asumir muchos desafíos y enfrentar numerosas acechanzas.
El sueño se comenzó a fermentar el domingo 27 de octubre cuando, por sexta vez consecutiva, el Frente Amplio fue el partido político más votado y confirmó su hegemonía de los últimos 25 años. En efecto, los números no mienten: el FA aumentó su votación neta, en cinco años, de 949.376 votos a 1.071.706 votos, habiendo incrementado su caudal electoral en 122.330 votos. Asimismo, no es menor haber sido el lema más votado en 12 de los 19 departamentos del país y obtener mayoría absoluta en el Senado (16 bancas) y 48 bancas en la Cámara Baja. Ese día, el Frente Amplio superó al Partido Nacional por más de 400.000 votos y al Partido Colorado por casi 700.000 votos.
Por imperio de un sistema electoral absurdo y que debería ser reformado cuanto antes, el FA debió concurrir a un balotaje, luego de cosechar en octubre el 44 % de los votos totales y el 46 % de los sufragios válidos, superando por más de 17 puntos al Partido Nacional y por 27 puntos al Partido Colorado.
¿Qué debió afrontar el FA durante esta espuria guerra sucia emprendida por la derecha? Nada menos que la permanente intromisión del presidente Luis Lacalle Pou, quien violó impunemente la Constitución de la República, participando activamente en la campaña electoral.
Obviamente, el FA midió fuerzas con cinco partidos de derecha que invirtieron una millonada de financiamiento sospechoso y bregó contra el poder económico de las cámaras empresariales que operaron permanentemente para el oficialismo.
Por supuesto, el FA también debió desafiar al poder del oligopolio mediático, que recibió escandalosas dádivas del Gobierno durante estos 5 años, que salieron de los bolsillos de todos los uruguayos. Ahora, los canales privados ya no pagan canon por la explotación del espectro radioeléctrico, pese a que son empresas comerciales con fines de lucro. Obviamente, también fueron favorecidos con la financiación de programas de pasatiempo que facturan jugosas pautas publicitarias y por el inmoral regalo de la habilitación a los cableoperadores —cuya propiedad es naturalmente de los popes de la televisión del aire— de la explotación de la fibra óptica que les permite competir con Antel. Todo ello a cambio de un blindaje mediático que le permitió al presidente de la República conservar un alto nivel de aprobación.
Empero, el Frente Amplio también debió lidiar con la intolerancia de un adversario avieso y tramposo que jamás se cansó de agraviar y hasta de ridiculizar al futuro presidente Orsi y, naturalmente, de mentir inmoralmente.
Obviamente, en este quinquenio el FA padeció el ninguneo, el desprecio y la prepotencia de un Gobierno soberbio y con ínfulas monárquicas, que ignoró olímpicamente a la fuerza política con mayor nivel de adhesiones desde hace un cuarto de siglo.
Naturalmente, debió tolerar la convivencia con un Gobierno corroído por la corrupción que le otorgó un pasaporte a un narco peligroso; que permitió que en el cuarto piso de la Torre Ejecutiva funcionara una asociación para delinquir en las propias narices del presidente y del exsecretario de la Presidencia, Álvaro Delgado; que concretó la destrucción de pruebas que debían ser entregados a la Justicia; que armó, desde el Ministerio del Interior, una trama para amparar a un pedófilo; que pagó escandalosos sobreprecios por vacunas, aviones y drones y que exoneró a familiares de gobernantes, entre otras tantas barbaridades.
Quedó atrás el desaliento inicial del 27 de octubre y la irracional euforia triunfalista de una derecha ciega que celebró un espejismo. Ahora, despunta un nuevo horizonte pletórico de desafíos, con el propósito de restaurar la pública felicidad y la igualdad de oportunidades, para que ningún uruguayo quede rezagado y que “los más infelices sean los más privilegiados”, como lo proclamó Artigas.