En el último informe de Latinobarómetro –titulado “La recesión democrática en América Latina”– se señala que esta situación “se expresa en el bajo apoyo que tiene la democracia, el aumento de la indiferencia al tipo de régimen, la preferencia y actitudes a favor del autoritarismo, el desplome del desempeño de los gobiernos y de la imagen de los partidos políticos. La democracia en varios países se encuentra en estado crítico, mientras otros ya no tienen democracia”.
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La “polarización amable” en Uruguay
Hay una vieja frase –que proviene de la época de José Artigas y las montoneras contra el ocupante español– que guía algunas reflexiones sociológicas sobre el ser nacional: “Aquí naides es más que naides”.
Se interpreta como el signo de un lugar geográfico en donde cada quien respeta al otro, por más oro que posea un alguien.
En ese marco aparecen algunos números que muestran las peculiaridades del Uruguay. En un reciente estudio de Latinobarómetro, a diferencia de otros países de América Latina, en Uruguay tan solo el 9 % de los ciudadanos apoya una opción autoritaria.
El Salvador es el país latinoamericano donde se registra mayor satisfacción con la democracia, un 64 %, más que duplicando el promedio regional del 28 %. Le siguen Uruguay (59 %) y Costa Rica (43 %). Al final de la lista hay seis países cuya satisfacción con la democracia es inferior a 20 puntos porcentuales (Colombia, Ecuador, Panamá, Paraguay y Venezuela). El sexto es el Perú, con un 8 %, único país que tiene solo un dígito. Obsérvese este otro dato de Latinobarómetro: los insatisfechos son más del 80 % de la población en cinco países: Perú (91 %), Ecuador (87 %), Venezuela (84 %), Panamá (83 %) y Colombia (80 %). Otros cinco países tienen el 70 % o más de insatisfacción, cuatro países superan el 60 %, sigue Costa Rica (56 %) y solo dos países logran menos del 40 %: Uruguay (39 %) y El Salvador (32 %). Leído de otra manera, en Uruguay un 61 % está satisfecho con el sistema democrático.
¿Qué explican esos guarismos democráticos en Uruguay? Algunos datos objetivos: 1) sus partidos fundacionales –vigentes hoy– tienen 150 años de antigüedad; 2) el Parlamento muestra 5 partidos, 2 de los cuales son claramente minoritarios; 3) la izquierda agrupada en el Frente Amplio (tiene 50 años de historia) gobierna la capital (Montevideo) desde 1990; 4) durante 15 años consecutivos (desde 2005 a 2020) la izquierda gobernó el país sin crisis institucionales y con el período de mayor crecimiento prolongado de la economía, combinando crecimiento con desarrollo e inclusión. La derecha y los liberales conservadores asistieron a las elecciones en forma separada y no pudieron vencer a la izquierda, pero en el 2019 conformaron una coalición que alcanzó para desplazar a los gobiernos de izquierda.
Esa coalición neoconservadora –como queda dicho en líneas arriba, los liberales optaron por sumarse a las expresiones conservadoras– está conformada por distintas expresiones que se pueden sintetizar en: ley y orden (“se acabó el recreo” exclamaron, repitiendo expresiones del político conservador italiano Matteo Salvini), populismo de protesta, posicionamientos polémicos orientados a la conquista del espacio mediático, punitivismo extremo en materia criminal, no a la agenda de derechos LGBT, feminismo acotado, anticomunismo, etc.
La coalición creada, entonces, responde a “nichos del mercado electoral”, a sensibilidades emergentes de la nueva cotidianidad.
La tolerancia, la convivencia
Resulta interesante observar el trabajo realizado por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (2018) –un organismo del Poder Ejecutivo– sobre valores y creencias de los uruguayos. Allí se anota que uno de los rasgos del Uruguay es su “tolerancia”. El dato aparece cuando se pregunta a los adultos respecto de cualidades que alientan en los niños dentro del hogar. “Dicha pregunta refiere a la importancia que tiene fomentar la ‘tolerancia y el respeto hacia otras personas’”. Más allá de la bondad del término “tolerancia”, que es muy discutido como categoría analítico–teórica, esta pregunta se puede interpretar como una aproximación, en un sentido amplio, a la capacidad de aceptar y tolerar al resto. El Uruguay es uno de los países mejor situados a nivel mundial en este aspecto y se equipara con los países con mayor desarrollo humano, a considerable distancia de nuestros vecinos Argentina y Brasil.
Este dato no es menor a la hora de observar la “cartografía de las emociones y sensibilidades”. Véase que en el año 1996 la “tolerancia” era respondida por el 70 % de los encuestados y casi 20 años después esa cifra trepa al 82 %.
Ahora bien, ¿cómo se refleja esa “tolerancia”? El mismo informe responde la pregunta: “Más allá de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario como el gran hito que es, la ciudadanía uruguaya parece haber hecho un proceso de cambio hacia la aceptación primero y hacia la incorporación o naturalización de la diversidad sexual, luego, como parte de la historia de vida de cualquier persona. Así, por ejemplo, según datos de 1996, el 45 % de la población uruguaya sostenía que la homosexualidad nunca se justificaba, pero ese porcentaje cayó al 18 % en 2006 y se mantuvo en la misma cifra en 2011. (En Holanda, Nueva Zelanda, Suecia, Argentina y Brasil los porcentajes de quienes nunca justifican la homosexualidad son 12 %, 20 %, 8 %, 17 % y 34 %, respectivamente). Otro aspecto interesante al respecto es el aumento de participantes y de cobertura en los medios de comunicación que ha tenido la Marcha de la Diversidad en el país. Se suma a ello la progresiva aceptación de la ley que despenalizó el consumo de la marihuana.
Ese enorme paraguas de sensibilidades –sobre todo en la población urbana, aunque hay indicios claros de penetración de esos valores en el resto de los ciudadanos– es leído por los actores políticos y por lo tanto se transforman en intérpretes fieles de los mismos con los matices y énfasis correspondientes. Si ese es el marco general, no hay casi espacio para el discurso disruptivo o altisonante. Las diferencias ideológicas –que están claramente expresadas por los protagonistas políticos y sociales– parecen no tolerar el discurso “incorrecto”. Es cierto que existen actitudes crispadas pero son residuales y con expresiones únicamente en redes. Esos actores de elocuencia disruptiva parecen estar cayendo en las simpatías dentro incluso de sus mismos seguidores.
Hay otro elemento importante: el papel de los medios masivos. Cumplen un rol “amortiguador” aunque el nuevo modelo de negocios –necesitan clicks en sus portales para poder jerarquizar la publicidad en el medio, fenómeno denominado “clickbait”– lleva a amplificar algunas “incorrecciones” en el debate político.
La autoidentificación ideológica
En el pasado mes de agosto, la consultora Equipos difundió una encuesta sobre autoidentificación ideológica en el Uruguay. Una conclusión de ese informe es que “la estructura ideológica de los uruguayos muestra una distribución en tercios aproximados, con algo más de énfasis en el centro”.
Otra lectura es que el “aroma” del centro suma 73 % del electorado, un elocuente dato de esa sociedad que Carlos Real de Azúa llamó “amortiguadora”: una clase media extendida que oficia de algodón entre dos cristales. (Desde la historia ese comportamiento parece ser hijo del rol geopolítico del Uruguay: un país pequeño amortiguador entre dos enormes países).
En febrero de 2023, el periódico The Economist destacó nuevamente a Uruguay en el índice democrático. Posicionó a Uruguay en primer lugar en la clasificación de democracia plena, otorgándole el mejor puntaje del continente americano.
El país de la bisectriz
La dictadura uruguaya (1973-1985) –inscripta en una región sacudida por regímenes cívico-militares– provocó una serie de movimientos que concluyeron con la recuperación del talante liberal humanista. Nadie quiere jugar con los militares; nadie quiere coquetear con opciones autoritarias. Los integrantes de la guerrilla de los años 60 y principios de los 70 –cuyos principales líderes estuvieron en cuarteles durante 12 años– se reconvirtieron a la salida de la dictadura y poco a poco se legitimaron como un fuerte movimiento político integrándose al poderoso Frente Amplio.
Uno de sus líderes más relevantes, José Mujica, hasta llegó a ser presidente de la República. Mujica es un símbolo del discurso de la convivencia y la tolerancia, sin evitar que existen diferencias ideológicas entre los bloques progresistas y conservadores.
La derecha uruguaya no tiene una expresión nítida; se diluye en expresiones liberal-conservadoras. El empresariado –que apoyó el golpe de Estado en 1973– asume las reglas democráticas y no puso obstáculos a la llegada de la izquierda al poder. El Frente Amplio gobernó 15 años en forma consecutiva.
Unos y otros no tuvieron enfrentamientos ríspidos.
La izquierda gobernó durante 15 años y está gobernando la alcaldía de Montevideo desde 1990. En ningún caso extrema sus planteos y su transcurrir opera en la banda izquierda de la bisectriz liberal.
El contador Danilo Astori fue jefe del equipo económico del Frente Amplio durante los 15 años de gobierno. Dijo: “Hay discursos radicales que no llegan ni a cambios moderados, y hay discursos moderados que producen cambios radicales”. Así gobernó.
Los neoconservadores hoy en el gobierno –más allá de algunos reclamos de sectores de la coalición gobernante– transitan en la banda derecha de la bisectriz, sin alejarse de la misma.
En el libro “Laboratorio Uruguay” (2023), Silvia Naishtat y María Eugenia Estenssoro –en donde se destaca la calidad democrática del país–, se consultó al actual ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, un filósofo, articulador y asesor del pensamiento del presidente Lacalle. A da Silveira le gusta hablar del “país como tarea” y más adelante señala: “La fragilidad, la vulnerabilidad con que nació el país nos obligó a ser cuidadosos de las normas y las reglas de juego, a no llevar los conflictos demasiado lejos para no fracasar”.
Este ejercicio geométrico permite concluir que izquierda y derecha en Uruguay funcionan en una suerte de espacio cuyo eje central es la bisectriz del liberalismo. Nadie se aleja del eje y eso, se concluye, permite habitar vastos consensos en torno a la democracia y las instituciones. Eso otorga estabilidad y credibilidad, valores distintivos de este país.
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