El libreto que llevó a Zelensky a la presidencia de Ucrania es una fórmula de cuño reciente, pero muy usada: una nación abrumada por un sistema que sumerge una amplia capa de la población, un sistema político desacreditado y vinculado hasta los cimientos con la corrupción y un candidato que aparece de la nada con soluciones “revolucionarias” o “radicales” salidas de lo más hondo del “sentido común” para los “problemas de la patria”.
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Ucrania vive un conflicto interno producto de uno externo con Rusia, que en 2015 se anexó la región de Crimea, al sur. Esta región en diversas oportunidades y por diferentes medios ha manifestado su intención de reunificarse con Rusia luego de su separación tras la caída de la Unión Soviética.
Esta situación ha generado que surjan movimientos prorrusos que se enfrentan por las armas al gobierno de Kiev, exigiendo la separación de la región de Crimea; esta situación se ha agudizado en la última etapa, al tiempo que los incidentes entre los dos países tuvieron su punto más alto hace varios meses durante un enfrentamiento en el estrecho de Kerch. Fue la primera vez que el conflicto se trasladó de tierra firme al paso entre el mar Negro y el mar De Azóv, y se dio de forma directa entre las dos armadas, pues antes de eso, las confrontaciones fueron con grupos irregulares.
Esta situación ha generado un fuerte debate interno que dejó la gestión del presidente Poroshenko sin respaldo, aunque no es la única que determina la agenda política de Ucrania: la corrupción también es un elemento problemático en lo que ha sido llamado por varios analistas locales como una “cleptocracia”.
Este panorama ha hecho que todo el sistema político pierda el respaldo a nivel general; los discursos de la derecha y la extrema derecha han calado cada vez más hondo en un proceso de desesperanza general que terminó con la victoria de Zelensky el pasado domingo.
Zelensky es principalmente un comediante e, igual que Donald Trump, empezó su campaña como una especie de broma-reto hacia el sistema político nacional; desde enero el candidato dio inicio a una campaña siempre ligada a su perfil de comediante y la misma derecha que había impulsado la candidatura de Poroshenko por ser empresario, luego impulsó a Zelensky como la mejor opción precisamente por no serlo.
El ahora presidente electo protagonizó una comedia en la que encarnaba a Vasiliy Goloborodko, un profesor de secundaria que por azares de la vida terminó siendo el presidente de Ucrania, y toda su campaña fue desarrollada principalmente por redes sociales y televisión, a manera de reality show. Durante semanas, un equipo de producción estuvo acompañando al candidato, mostrando todo su proceso de campaña “desde adentro” y exhibiéndolo en el canal propiedad de Igor Kolomoisky, quien vive fuera de Ucrania acusado de defraudar con millones de dólares al mayor banco de su país, acusación que este último rechaza.
El personaje que interpreta Zelensky en la comedia es un hombre sencillo que reúne los más altos valores humanos como la sencillez y la transparencia, al punto de contraponerse con fuerza contra los multimillonarios que quieren hacer daño a la población con tal de defender sus intereses. Y estos mismos valores han sido los que Zelensky le propuso al electorado ucraniano.
Sin embargo, más allá de dichos valores, no es posible identificar una propuesta de gobierno en Zelensky, no hay una apuesta clara en términos de política económica para un país que se debate entre la intención de los grandes sectores económicos, hoy representados en Poroshenko, por acercarse tanto como sea posible a la Unión Europea y la voluntad férrea de una parte no despreciable de una región (estratégica) del país, que desea regresar a la Federación Rusa.
En otras palabras, en Ucrania no fue votado Volodymyr Zelensky, fue votado Vasiliy Goloborodko, el personaje de la comedia. La realidad de la administración pública, que es mucho menos glamorosa, está lejos de los reflectores y no admite maquillaje, no ha sido discutida de fondo en un debate presidencial que inició con 38 candidatos. En conclusión, el esquema del empresario multimillonario que va a manejar el país como una gran empresa y que no va a robar porque ya es rico también fracasó en Ucrania.
Obviando el carácter innecesariamente ácido de la crítica per se a la propuesta venida de un comediante, lo que inherentemente la haría inválida, se presenta el debate de las propuestas venidas de los outsiders. Está claro que más allá de si son comediantes, empresarios, actores o exmilitares, tienen como eje común que se venden alrededor de conceptos en abstracto y críticas particulares basadas en cierto sentido común: la honestidad, la justicia, la patria, el bien, la seguridad, son conceptos que lo soportan todo en una campaña presidencial, se postulan como la única opción para “vivir mejor”, “derrotar la vieja clase política”, etc. Y aunque sea cierto que esa vieja clase política está llena de defectos, no es menos cierto que la inexperiencia puede terminar reemplazando unos problemas por otros.
El gran sacrificado global en este momento es el proceso de construcción social desde la base; esa es una de las razones que hace al Frente Amplio una experiencia inmensamente valiosa en Uruguay, pues es un proceso que se ha construido desde la unidad de diferentes miradas, se contrapone al tranvía del caudillo carismático, desconocido e inmaculado que tiene la solución bajo la manga y que de resultar ganador, como en el caso de Ucrania, va a tener que rodearse, quiera o no, de esa misma clase política cuyo combate lo llevó al puesto que ocupará desde junio, y no por el gusto de reciclar “los viejos políticos”, sino porque se va a encontrar con una cantidad de variables de la petit politique que no va a saber cómo sortear.