Existe un ejemplo conocido que incorpora algunas de las mejores prácticas y esta es la decodificación de la piedra de Rosetta descubierta por una expedición militar francesa en Egipto en julio de 1799 que ayudó a allanar el camino para el desciframiento de los jeroglíficos egipcios.
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La piedra contiene un decreto de Ptolomeo V que estaba inscrito en tres sistemas de escritura: jeroglíficos egipcios, escritura demótica (utilizada por los egipcios entre el siglo VII a. C. y el siglo V d. C.) y griego antiguo. Escrito en 196 a. C., el decreto declaraba que los sacerdotes egipcios acordaron coronar al faraón Ptolomeo V a cambio de exenciones fiscales.
En el momento en que se descubrió esta piedra aún no se habían descifrado ninguno de estos idiomas a excepción del griego antiguo. El hecho de que el mismo decreto se conservara en tres idiomas significaba que los eruditos podían leer la parte griega del texto y compararla con las partes jeroglífica y demótica para determinar cuáles eran las partes equivalentes.
Los eruditos básicamente creían que todos los jeroglíficos eran solo simbólicos. Hasta que Jean-Francois Champollion comenzó a estudiar jeroglíficos y reconoció que ellos también podían representar sonidos. Según recoge Live Science, otros eruditos le aconsejaron a Champollion aprender el copto egipcio, ya que sin este conocimiento los jeroglíficos egipcios no podrían haber sido descifrados.
Los jeroglíficos egipcios fueron descifrados en el siglo XIX, pero aún hay varios idiomas antiguos que no están del todo descifrados ya que este proceso conlleva tres problemas:
1.Conocer el idioma, pero no la escritura.
2.Poder leer las palabras, pero no saber su significado.
3.Cuando no se conoce ni la escritura ni el idioma.
Varios especialistas alrededor del mundo continúan trabajando para descifrar lenguas antiguas como el meroítico y otras que no han sido descifradas del todo. Para hacerlo, relacionan la familia lingüística, aunque el proceso no es nada fácil ni corto.