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Cultura y espectáculos escenarios | Madrid |

Un último vals para la memoria colectiva

Joaquín Sabina y la noche del adiós

Joaquín Sabina deja los escenarios, sí. Pero deja también un repertorio que seguirá funcionando como refugio, espejo y cicatriz para millones.

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Diez minutos pasaban de la hora anunciada cuando Joaquín Sabina apareció en el escenario del Movistar Arena y, sin necesidad de preámbulos, dejó caer la frase que resonaría como un disparo de nostalgia: “Este concierto en Madrid es el último de mi vida y por tanto el más importante.” Así, con 12.000 testigos que sabían que estaban ante un momento irrepetible, comenzó el cierre de “Hola y adiós”, una gira que ya nació como despedida y que en la capital española se transformó en ceremonia, en rito cultural compartido, en punto final.

Sabina —76 años, nacido en Úbeda, ícono de la canción iberoamericana— entregó “un adiós enormemente agradecido” a fans de todas las generaciones, que llenaron el recinto para devolverle lágrimas, ovaciones y memoria. No fue solo un concierto: fue un repaso por cuatro décadas en las que la poesía urbana encontró guitarra, y la noche encontró voz.

Una audiencia que también era historia

Entre los asistentes se mezclaban generaciones y ámbitos. Políticos como Alberto Núñez Feijóo o Borja Sémper, figuras de la música como Víctor Manuel y Ana Belén, Dani Martín, Vanesa Martín, y artistas de otras disciplinas como Ara Malikian, Fernando León de Aranoa, David Trueba o Clara Lago, formaron parte del público silencioso y estremecido.

La cita tuvo dimensión de acontecimiento cultural: el cierre de una gira que llevó 71 conciertos y más de 700.000 entradas vendidas alrededor del mundo. “Esta noche ya se llama solo ‘adiós’”, dijo Sabina con la voz quebrada, antes de comenzar con El último vals, un gesto tan evidente como inevitable.

Más de dos horas después, con lágrimas en los ojos —las suyas, las de los músicos, las del público— concluyó la ceremonia quitándose el sombrero. La ovación, interminable, fue una forma de sostenerlo para que no se retirara… aunque todos sabían que lo haría.

Un recorrido por la vida hecha canción

El repertorio fue un viaje emocional y cronológico: entre Yo me bajo en Atocha y Princesa, Sabina abrió el baúl de canciones que, según él mismo, estaban “oxidadas y semiolvidadas”. Se escucharon 23 temas, cuatro de ellos interpretados por integrantes de su banda.

Uno de los puntos más altos llegó con Calle Melancolía, la segunda canción que escribió en su vida —hace cuarenta años—, coreada como un himno de generaciones. Hubo también una atención especial para el disco 19 días y 500 noches (1999), cuyo productor Alejo Stivel se encontraba entre los presentes. De ese álbum resonaron Ahora que…, De purísima y oro, Una canción para la Magdalena y Noches de boda, piezas que ya no pertenecen solo al cantautor, sino al repertorio emocional del mundo hispanohablante.

¿El final de una era o el comienzo de otra?

Aunque Sabina declaró que este fue “el último concierto de su vida”, su entorno dejó claro que la retirada solo aplica a los escenarios. Seguirá componiendo, grabando y escribiendo —pero sin giras, sin la exigencia física que en los últimos años se volvió insostenible.

En julio de 2024 ya había anunciado su intención de despedirse de los grandes escenarios. En apenas 24 horas, se vendieron más de 200.000 entradas solo en España. La decisión no sorprendió del todo: a sus 75 años había acumulado más episodios de salud que rock. En 2001 sufrió un infarto cerebral que lo obligó a replantear la vida que lo inspiraba; en 2020 se precipitó al foso del escenario durante un concierto en Madrid y terminó en terapia intensiva tras múltiples traumatismos.

Un adiós que es legado

Lo que ocurrió en Madrid no fue un simple cierre de gira. Fue el final de uno de los capítulos más largos y fértiles de la cultura iberoamericana contemporánea: el de un poeta de voz rota que convirtió la calle en literatura, el desamor en identidad generacional y la bohemia en un territorio habitable.

Joaquín Sabina deja los escenarios, sí.

Pero deja también un repertorio que seguirá funcionando como refugio, espejo y cicatriz para millones.

Y mientras el público abandonaba el Movistar Arena todavía tarareando Noches de boda, lo que realmente se intuía es que esta despedida no pertenece al presente —pertenece a la memoria cultural. Allí, Sabina seguirá cantando.

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