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Cultura y espectáculos Robe Iniesta | Extremoduro | música

El adiós inevitable

Cuando el rock se vuelve silencioso — Adiós al poeta Robe Iniesta, líder de Extremoduro

Robe Iniesta, líder y alma de Extremoduro, dejó de estar físicamente, pero su eco sigue vibrando como un latido que no se resigna a apagarse.

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Hoy el mundo —o, al menos, ese rincón donde el rock aún respira como un animal salvaje— amaneció distinto. Se apagó una voz indómita, un poeta del borde, un alquimista que convirtió la crudeza en belleza. Robe Iniesta, líder y alma de Extremoduro, dejó de estar físicamente, pero su eco sigue vibrando como un latido que no se resigna a apagarse.

El adiós de un trovador del borde

Plasencia lo vio nacer en 1962, pero el mundo lo conoció como un artesano de la verdad, un caminante torcido que supo encontrar luz en los descarrilados. Con la fundación de Extremoduro en 1987, Robe rompió moldes, incendió certezas y abrió una grieta donde cabían todos: los heridos, los que amaban sin pudor, los que gritaban para no explotar.

Sus colegas lo llamaron “el último humanista del rock en español”.

Los seguidores, más simples y más exactos, lo llamaron maestro.

Poemas que sangran, canciones que curan

En sus letras convivían la derrota, la gloria, la noche, la resurrección, la ternura y la furia.

Canciones como “La vereda de la puerta de atrás”, “Jesucristo García”, “Standby” , “So payaso” o la que lamentablemente se ajusta a hoy: "Si te vas", acompañaron generaciones enteras.

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No eran canciones: eran confesiones abiertas, cicatrices compartidas, templos improvisados.

La madrugada que se volvió muda

A los 63 años, Robe se fue.

La noticia corrió como un temblor eléctrico: artistas, medios, amigos y miles de fans quedaron suspendidos en un silencio que dolía más que cualquier guitarra afinada en la sombra.

Su equipo habló de “la nota más triste de nuestras vidas”.

La música en español perdió una voz, pero ganó una ausencia que seguirá diciendo.

Cuando una voz cruza el océano

Y sin embargo, su obra nunca conoció límites.

Sus canciones viajaron más lejos que él, encontrando refugio en acentos inesperados, en guitarras nuevas, en orillas lejanas.

Entre todas las bandas que se atrevieron a interpretar su repertorio, hubo una que llamó especialmente su atención: Milongas Extremas, desde Montevideo.

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Para él, era la única formación cuyo homenaje sentía verdaderamente cercano, auténtico, respetuoso.

Ese puente artístico Uruguay–España no sólo es un gesto: es una revelación.

Es la prueba de que las canciones de Robe no pertenecen a un territorio, sino a una manera de sentir el mundo.

Las versiones de Milongas Extremas, con sus guitarras criollas y su latido rioplatense, no imitaban: reinterpretan.

Y en ese gesto, el legado de Robe cruzó el océano y se volvió también nuestro—suramericano, montevideano, íntimo.

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Porque lo que es de verdad no se va

Su voz queda.

En cada guitarra que se afina de madrugada, en cada corazón que necesitó sus letras para sostenerse, en cada persona que alguna vez cantó llorando una verdad que no sabía decir.

Y ahora, en este adiós que nunca quisimos escribir, dejamos que un fragmento luminoso de su propia poesía cierre el círculo.

No uno que hiera, no uno que empuje al abismo, sino uno que abriga:

“Si te vas… que todo te siente bien.”

Un deseo limpio, una bendición desde la penumbra, como si Robe —aún en su partida— siguiera deseando luz para los demás.