No hay armas más traicioneras que las del lenguaje. Es preciso elegir las palabras con escrúpulo, cargarlas con cuidado para que no se vuelvan en contra, para que no vayan a dispararse, solas, contra quien las pronuncia.
Lina Meruane
Una tarde, hace años, estaba en librería Escaramuza. Perdía la cabeza y el sentido hojeando libros, hasta el delirio. No podía sin embargo, comprar ninguno. Aún no tenía el dinero para comprar los textos que anhelaba leer. El acceso a la cultura sigue siendo un privilegio.
Hubo una contratapa que me atrapó, decía: “La hermana mayor trabaja en una empresa frutícola, la menor padece una enfermedad grave que ha decidido no cuidar. Pero la mayor no se resigna y lucha para que cumpla con las indicaciones prescriptas por los médicos, con quienes ha hecho un trato para que Zoila pueda recibir un trasplante de dudoso éxito. Frente a la rebeldía de la menor, empeñada en dejarse morir, la mayor no podrá sino preguntarse por qué negarle ese final que incluso ella ha deseado para sí”.
Tiempo después, cuando conté con dinero y comencé a comprar las novelas que quería leer, busqué durante meses en internet aquél argumento “mujer trata de impedir que su hermana muera”, “algo podrido”, y un sin fin de fórmulas por el estilo.
No recordaba el título, ni el autor, ni la editorial. En la medida que crecía mi obsesión decrecía la esperanza de dar con él.
Me preguntaba cuál sería la combinación correcta de términos que me condujera a la obra. Deseaba leerlo. Me atraía la idea de alguien que deseaba morir y alguien que luchaba por impedírselo.
Un día lo encontré en un viaje a un encuentro feminista en Argentina. Era Fruta Podrida de la chilena Lina Meruane. Un libro que condensaba tantas problemáticas y contradicciones del sistema que lo sentí imponente. Lo abordaba todo. La maquinaria de veneno y guerra del capitalismo que asesina sin piedad y la exigencia de nuevos bebés. La obligación de mantenernos vivos y parir mientras nos matan y asesinan a nuestros hijos.
“Ahora los gobiernos están preocupados por la baja natalidad… Chile es el país con la natalidad más baja de América Latina. Quieren que las mujeres tengan bebés pero luego de que nacen el estado se lava las manos, nadie se hace cargo”, me dirá en nuestro encuentro, en el marco del Festival Internacional del Libro de Buenos Aires, en el patio de Librería Escaramuza. Como he dicho, la librería donde años antes sin querer, la conocí.
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Nos sentamos en una mesa apartada en el patio. Ella pide un té verde con jazmín y mi marido y yo un café. La niña, mi hija, recorre la librería y cada tanto dice que tiene hambre y está aburrida.
Lina explica que su formación literaria es ecléctica, comenzó temprano a escribir, precisamente, por su amor a la lectura “yo quería escribir como los autores que me gustaban, pero tuve que educarme en la literatura, copiaba los textos, como los pintores que imitan a los maestros”.
Estudió comunicación, dice que aprendió mucho en su labor como periodista cultural durante diez años y que a veces, las entrevistas “en profundidad” se le iban de las manos y terminaban siendo de cinco horas.
Conocer a una autora admirada es una experiencia hermosa, pero también, cabe la posibilidad que se descubra desagradable personalmente y nos decepcione. Con ella es todo lo contrario.
La noche anterior en una reunión informal entre autores y periodistas la saludé, luego ella vino a conversar conmigo. La autora ha sido traducida a una decena de idiomas, ha ganado becas y premios, fue alabada a fines de los 90 por Roberto Bolaño como una de las promesas de su generación; pero mantiene una modestia intacta, tal vez fruto de la “superstición musulmana”, de su herencia palestina.
Tenía amigos en esa reunión, con los que he compartido vacaciones que me ignoran cuando se hallan en un espacio con autores, editores y periodistas, eligen convenientemente con quién hablar, hacen lobby cultural disfrazado de intercambio intelectual.
Lina se acerca, me acaricia y dice que le encanta mi pelo enrulado, que formamos parte del mismo clan ruloso, que tal vez yo también soy palestina. Está mi marido y nos reímos: siempre me dicen que tengo rasgos muy árabes.
Nos contó que hace un tiempo volvió a Chile, luego de vivir muchos años en Estados Unidos, en Nueva York (NY). Aunque obtuvo su doctorado y conoció allí a su marido, concuerdan en que NY ya no es la ciudad a la que se mudaron en su juventud, ahora, Lina vuelve cada seis meses durante un semestre a dar clases. Sin embargo, como están las cosas, teme que la deporten o la hagan pasar un mal momento en migraciones. “Si buscas en internet puedes saber en tres segundos todo lo que he dicho sobre Palestina”.
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Ha escrito sobre la ocupación, el apartheid y el genocidio del pueblo palestino; sus obras, desarrollan críticas y reflexiones, en relación al sistema capitalista y su maquinaria de explotación y de muerte.
Le pregunto de dónde ha adquirido esa conciencia social suya.
Me explica que vivió la dictadura chilena con el “privilegio de la ajenidad”, al contrario de mucha gente que pasó terriblemente mal.
“Tampoco tuve una gran formación política; haber sido una persona enferma me permitió tomar conciencia social, a partir de sentirme vulnerable, desde la vulnerabilidad del cuerpo, pude comprender el sufrimiento de los otros”. De esta forma, dice Lina, pudo establecer vínculos con las problemáticas de mujeres y disidencias, de la comunidad LGTBIQ+ desde una perspectiva interseccional, con los migrantes y los desplazados, en fin, con los oprimidos y sufrientes del mundo.
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Le pregunto qué aporta la literatura en un mundo convulsionado y un sistema cruel y corrupto. “Es una pregunta difícil de responder”, reflexiona “me lo pregunto a menudo”.
“Pero sabes qué, los tiranos aún temen la palabra, temen a quienes no pueden controlar, a quienes no decimos lo les conviene, por eso censuran, encarcelan y asesinan a artistas y periodistas”. “Han asesinado a todos los periodistas, sistemáticamente, en Gaza. Periodistas externos no pueden entrar por el bloqueo, entonces han asesinado a los periodistas profesionales palestinos y a los que han hecho el trabajo con lo que tenían a mano. No quieren que muestren lo que está ocurriendo”.
“Es interesante pensar el poder de la palabra, en un mundo mediado exclusivamente por imágenes. Hablo concretamente de una palabra, la palabra genocidio”, le digo; me responde que no dicen la palabra genocidio y la censuran en las redes sociales porque “no es una palabra sin implicancias políticas y jurídicas”.
“La Convención contra el genociodio fue el acuerdo de los países que hoy dotan de armamento a Israel para que realice una limpieza étnica. Si las máximas autoridades del mundo aceptan que lo que está ocurriendo es un genocidio deberían tomar acciones, que no toman, porque son cómplices.”, “Estados Unidos redujo el envío de ayuda humanitaria y aumentó el envío de bombas a Israel”, sentencia la chilena.
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Conversamos sobre contradicciones del sistema que aborda en algunas de sus obras. Especialmente como la maquinaria de muerte del capitalismo coexiste con la exigencia de la maternidad.
Le cuento, en otro capítulo de los misterios con respecto a mi vínculo con su literatura, que hace unos años había comprado su libro Contra los hijos, pero apenas comencé a leerlo desapareció de forma inexplicable. Lina mira a mi hija y dice “creo que ella lo tiró para que no se te metieran ideas”.
La escritora dice que está trabajando en un escrito, que tal vez se publique el año que viene, sobre el que no quiso dar demasiados detalles, donde retoma su preocupación sobre la natalidad y el mandato de la maternidad.
“En tu diatriba Contra los hijos, desarrollás una crítica contra el mandato de la maternidad, ahora, la cuestión de la natalidad parece de ciencia ficción: las mujeres pagan durante años para congelar sus óvulos y sus embriones porque retrasan cada vez más la maternidad, las ricas alquilan vientres para no atravesar las consecuencias físicas del embarazo y al mismo tiempo la maquinaria de guerra…”, le digo.
Ya no nos queda mucho tiempo, aunque estamos entretenidas en la charla, Lina tiene múltiples compromisos. Charlamos sobre la preocupación de los estados en relación a la baja natalidad como factor económico. Chile y Uruguay lideran la lista de países con tasas más bajas en América Latina, otra cosa que nos une. Lina cree que las mujeres cada vez tienen menos hijos o no tienen, no solo por la falta de apoyo del estado sino porque el cambio climático y los horrores que vemos cada día no más al encender la televisión no parecen tener fin.
No se puede dice, tampoco, pensar en la reproducción sin tener en cuenta como las condiciones de clase determinan la esperanza de vida, “¿cómo puede ser que una persona que nace en clase alta por su alimentación y condiciones de vida pueda vivir dos décadas más que alguien de la clase más baja?”, se pregunta.
“Elon Musk y las élites mundiales están obsesionados en reproducirse y en alargar su vida, Musk quiere enviar embriones a otro planeta y que los descongelen robots, suena a ciencia ficción pero están investigando en este sentido, pretenden alargar la vida para mantenerse en el poder”; Lina me cuenta que todos estos temas forman parte del trabajo que se tiene entre manos, pero no quiere dar más detalles.
Así se termina este encuentro, con la promesa de volvernos a ver. Ojalá, realmente, así sea.