Yanina Vidal, docente e investigadora, notó en la marcha del 8M de 2015 varias intervenciones que utilizaban el arte como canal expresivo. Se dispuso, entonces, a estudiar estas teatralidades sociales o performances artivistas feministas en las que el espacio urbano funciona como espacio liminal (híbrido, ambiguo, intermedio) en el que los grupos conservan elementos del teatro, pero transgreden sus códigos convencionales para hacer activismo político.
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En el artivismo hay una reconfiguración de la actuación, del escenario, una separación del textocentrismo propio del teatro que permite resemantizar el territorio y los cuerpos que llevan adelante las performances. El objetivo no es entretener, sino estimular el pensamiento crítico, establecer un diálogo con el público que, de forma circunstancial, recibe esa información.
A través del análisis de las intervenciones de la colectiva Decidoras Desobedientes y las performances feministas La caída de las campanas y Diez de cada diez, Vidal estudió cómo las mujeres se organizan para denunciar la violencia de género utilizando el arte como herramienta activista en el espacio público. El resultado de su investigación quedó plasmado en Tiemblen: las brujas hemos vuelto, un ensayo que ganó el Premio Nacional de Literatura en 2019 y luego fue editado y publicado por Estuario editora (Casa Editorial HUM).
La escritora dialogó con Caras y Caretas sobre el artivismo, el espacio público, el rol de los medios de comunicación en la construcción de discursos y su trabajo como investigadora.
¿Por qué te interesó estudiar el artivismo como espacio de exploración?
Viviendo la experiencia del 8 de marzo me daba cuenta de que había mucha teatralidad, veía una ruptura con otros eventos de connotación política, un gran compromiso desde el cuerpo. A su vez, me interesó que detrás hubiera agrupaciones de mujeres y colectivas generando diversidad dentro del género. Me vengo haciendo feminista hace mucho, es un proceso que no termina; [cuando empecé la investigación] estaba pasando por un proceso de deconstrucción y veía en las teatralidades callejeras violencias que yo había atravesado, me sentía protagonista aunque no estuviera involucrada directamente en el hecho artístico. Todas las mujeres nos hemos sentido violentadas y esas violencias tienen una gran conexión con lo físico y lo presencial.
¿A qué le llamas teatralidad?
Empecé a notar en las marchas que escenas de la vida cotidiana o escenas donde podemos estar en conexión con la violencia, plausibles de ser denunciadas, eran representadas en la calle. Por ejemplo, cómo el Estado controla el cuerpo. Cuando trabajaba en Secundaria y UTU me exigían el PAP cada dos años, y entiendo que para trabajar con gente tenés que estar sana, pero me parece que hay un sentido de control de la economía y el trabajo a través del cuerpo allí, porque a mí me exigen el PAP y a los hombres no les exigen algo de esa índole. En las performances veía una cuestión mimética, una captura de la realidad y cómo era llevada a una puesta en escena con elementos rudimentarios, hecha con rapidez en la calle. Eso fue lo que a mí me motivó. Algo que parece tan abstracto del arte callejero tiene una razón de ser y un gran trabajo previo, tiene que ver con lo real.
¿Cuáles son los componentes esenciales de una performance artivista?
Tiene que haber una gran organización, una gran escucha desde la colectiva que vaya a intervenir, un gran compromiso. Si todas decimos que vamos de negro no podés caer con un pantalón rojo. Allí se empieza a motivar la autogestión y lo colectivo. A veces estas cosas pueden ser pensadas para personas con cierto grado de intelectualidad, pero son verdaderamente políticas si se piensan para que todo el público pueda acceder. Claro que no todo el mundo las va a querer entender, pero hay que apostar a una construcción mucho más cercana con la gente, más si estamos ante un tema como el género, en el que sabemos que hay mujeres que muchas veces no tienen idea qué es el 8M. ¿Cómo integro esas voces? Capaz es muy difícil y capaz no se logra, pero hay que buscar un equilibrio.
¿Cuál es el rol del territorio en las performances? Las que estudiaste se realizaron principalmente en el centro de Montevideo. Pienso que el espacio funciona como posibilitador, pero también como un lógico limitante físico.
Yo quería trabajar con la noción de escenario, transpolar algunas cosas del teatro a la urbanidad. El tema de las plazas me parece importante, devolverles cuestión del ágora, del espacio público, de las reuniones populares. Es sumamente seductor volver a eso más genuino de nosotros como animales políticos. En el centro de Montevideo están las facultades, los comercios, pasan ómnibus, hay oficinas públicas; es el lugar donde podés concentrar diversidad. Cada colectivo y cada causa tiene su escenario posible. Si estás haciendo arte político lo importante es la interacción del momento, de lo real, eso es lo genuino, por eso importa la visibilidad.
¿Hay forma de medir el éxito de una intervención, saber si generó lo que se esperaba?
Las reacciones en estas cosas se miden con la molestia. Si vos estás incomodando a la gente, te está yendo bien. A veces cae la Policía y vos estás en una plaza y te dicen “los vecinos denunciaron”, “la secretaria del ministerio llamó”. Estás tocando la llaga, estás llegando a donde querés llegar. Vos querés hacer ruido en el ministerio y eso se palpa siempre desde la incomodidad.
¿Cuál es la fuerza de realizar una performance alejada de lo verbal?
Las performances que yo estudio tienen un gran desprendimiento de la palabra porque por los ritmos de la ciudad (sobre todo en la marcha del 8M) nadie tiene tiempo de pararse a escucharte 15 minutos. Cuando se da en días que no son de la marcha, la gente esta apurada y en otra, entonces ese desprendimiento tiene que ver con que no es lo verbal lo que hay que llevarse, no hay un mensaje literario, no puede ser algo que si lo agarrás a la mitad, no lo entendés. La carencia de lo verbal significa que vos pasás y capaz captás una sola palabra, pero entendiste. Si una mujer dice “iglesia” y las ves a todas vestidas de negro, tiradas en el piso, una está encerrada en una bolsa de nailon vos te vas de acá a facultad pensando “¿qué une esos cuerpos con ese cuerpo en la bolsa, qué significará la iglesia en todo eso?”. Atás cabos, eso es lo bueno, hay un trabajo del espectador en construir su propio relato.
¿Cómo afecta la performance el diálogo con el público, que en el libro mencionás como un elemento clave?
Determina la duración en algunos casos. Sobre todo en Diez de cada diez interactúan con el público. Algunos contestan, otros se quedan parados, otros sacan fotos. Ellas juegan con eso y le están hablando a alguien, eso es importante. He visto también en alertas feministas que ese tipo de acciones generaban una motivación grupal. Las mujeres se unían poco a poco y después iban todas juntas a un abrazo grupal. Se puede pensar si no es un poco engañoso porque la idea es actuar para el que no tiene idea de lo que está pasando y en realidad se está actuando ante personas que quieren acompañar la causa: allí hay un desajuste que hay que pensar. Pero en la medida en que se visibilice me parece interesante porque genera que otras mujeres se animen a participar y eso es lo realmente rico de la teatralidad urbana.
Hay una reapropiación del cuerpo-territorio y también del espacio público en estas performances.
No es casual que muchas mujeres el 8M se animen a marchar con el torso desnudo. Te sentís segura porque estás con tus compañeras y no va a venir un tipo a decirte cualquier divague. Es el momento en que nos apropiamos del cuerpo en el espacio público. Podemos cantar, gritar, hablar a toda voz. Es el día, el momento y el espacio para eso. Ese ida y vuelta marca una conquista del espacio a partir del cuerpo y viceversa. Me ha pasado de ver colegas que son más estructuradas, que ese día te cantan todas las canciones. Hay un encuadre muy liberador, muy afectivo. Este año se hicieron varias rondas de abrazos y fue sumamente conmovedor.
¿Sirve que los medios cubramos estos sucesos? ¿Qué rol jugamos en la construcción discursiva del artivismo?
Depende del canal, del programa, qué hay detrás de eso. En la marcha de hace dos años cuando pintaron la iglesia del Cordón eso fue lo que quedó, aunque la marcha fue de las más tranquilas que vi. Eso me hace ruido. Los medios hegemónicos no ayudan porque van a contar su propio relato. Los medios contrahegemónicos e internet posibilitan hacer una lectura distinta y no decir “son unas locas sueltas que andan en tetas”. Se usa ese mensaje para instalar un discurso machista, misógino, odiante. Lo que capto de la tele es que está todo sumamente dirigido a determinado receptor que va a prejuzgar y juzgar en virtud de lo que hace el medio de comunicación. Un canal te muestra una mujer con un cartel que dice “muerte al macho” sacado de contexto y pensás que los quiere matar a todos y en realidad no es así, pero no hay un marco detrás que explique la acción.
¿A las performances en sí les sirve la difusión? Porque no es lo mismo ver la intervención que leer una crónica de lo que ocurrió.
La visibilidad siempre suma. El tema es qué va a pasar con esa lectura, pero a pesar de eso, la difusión genera visibilidad y da la posibilidad de debatir, de contestar. Quizás a alguien le llega y le despierta curiosidad, capaz a una adolescente, a una mujer joven que de repente no está en ninguna colectiva ve que se pueden cuestionar las cosas desde otro lugar. Saber que eso existe es motivador, saber que las intervenciones tienen una razón política fuerte y no son gratuitas para quienes las realizan.
Vuelvo a la idea del territorio. Que el tema esté en los medios, en las redes, en los discursos, ¿también escenifica?
Te activa la alerta de que lo que vayas a ver ahí va a relacionarse o a estar negociando en ideas con la fecha en sí. Por eso la territorialidad es importante, porque si vos hacés la intervención solita en una feria un día cualquiera y empezás a gritar, capaz llaman una ambulancia o te preguntan si estás bien. Ahí entra el trabajo colectivo y hacerlo en un espacio que se resignifica. Hacer una performance que denuncia la violencia de género frente al Poder Judicial tiene un peso que no tiene si lo hacés frente al Museo del Gaucho. Yo me dedico a la literatura, al trabajo académico y siento que estoy en desventaja frente a las masculinidades que se dedican a lo mismo que yo. Entonces, si yo hago algo frente a la Biblioteca Nacional, tiene un contexto que lo sostiene, resemantiza el espacio y lo que estoy diciendo.
La sorpresa, mencionás en el libro, es importante en las performances artivistas. Cuando una intervención se realiza varias veces y ya está, de cierta forma, estandarizada, ¿pierde efectividad?
Sí, pierde cuando se pone mainstream. Una de las colectivas que estudié no sube fotos a redes y hace las cosas como le salen. Eso me resulta verdaderamente político, no están cuidando un perfil de Facebook o una foto. Me pasó al ver el recorrido de algunas performances en estos años que comenzaron con determinada precariedad y la última vez que las vi estaba en la plaza y empezaron a llegar cámaras, fotógrafos en masa y yo dije “capaz hay un programa de televisión acá”, pero después vi que llegaban las chicas. Ahora trabajan con un grupo de fotógrafos, de camarógrafos, con tremenda edición, con tremendo vestuario. Está buenísimo que les vaya bien, pero yo miraba alrededor y eran todas personas que conocían, no le llegaba al público. Eso me desajustó un poco. ¿Para quién es esa intervención?
Lo importante es lo político, más que lo artístico, ¿no? Lo artístico vehiculiza, pero si no le llegas a otra persona, no sirve.
El arte tiene que estar en diálogo con su contexto. La gente se empieza a informar y sabe lo que es la intervención; eso está bueno en un período de tiempo porque activa, envía un mensaje, pero después de 4 o 5 años seguidos y de que te vas poniendo más pro, ya lo veo para la exposición Subte, no para un 8 de marzo. Pierde lo dialógico, por eso caduca. Si importa más la imagen, se pierde la noción de lo social, de lo político y de la lucha. Tengo una amiga que es escenógrafa de teatro y me preguntó, cuando yo recién empezaba a investigar, por qué estas cosas estaban hechas “así nomás”, a ella le parecía visualmente desprolijo. Mantuve esa interrogante en el libro porque lo desprolijo marca la emergencia, lo que es realmente político. Lo rico de todo esto es cómo podemos ser totalmente creativas en un lapso de tiempo muy corto con los emergentes.
En 2018 un grupo de estudiantes del IAVA realizó una intervención que simulaba un secuestro y fue muy criticada por las consecuencias que podría haber tenido incluso a nivel físico para quienes estaban allí. ¿Las performances tienen límites o deben tenerlos?
El límite lo va poniendo cada acción. Necesitás del espectador, lo necesitás tanto que lo tenés que cuidar. No está bueno por ejemplo que yo me levante la pollera frente a una monja porque ella tiene otra vida, yo no la puedo juzgar. Quizás lo que le haya querido decir se lo puedo decir de otra manera. Hay cosas que no es necesario mostrar, entonces hay que pensar cómo hacer llegar el mensaje de una forma un poco más amena, amigable. La idea no es que la gente salga llorando y sufriendo, sino que se cuestione. Así como nos tenemos que cuidar con la colectiva, cuidar también a quien está mirando porque es una persona, es sensible, no sabemos qué historia carga detrás o qué le despierta la imagen que le mostramos.