Como sociólogo y exjerarca del Ministerio del Interior, el libro sobre el sicariato en Uruguay no es solamente una recopilación de testimonios. El objetivo de Leal, según el lo expresa, es generar un insumo que permita definir políticas públicas tomando en cuenta entre otras cosas el contexto social por el cual una persona decide contratar a alguien para terminar con la vida de otro y la persona contratada hace del sicariato su oficio. Concluye Leal que la motivación principal como en la enorme mayoría de los delitos es el surgimiento de una oferta y demanda basada en una transacción comercial. Considera que finalmente llegó a Uruguay el “mercado de la muerte”.
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El libro lo escribes desde tu mirada como sociólogo, pero has tenido la oportunidad de ser jerarca del Ministerio del Interior. ¿Cómo influye esa experiencia en este trabajo y en tu visión general del mundo del delito?
Es una experiencia importante porque este libro nace de la práctica y de la reflexión, de la reflexión y de la práctica que se retroalimenta. La práctica permite el conocimiento de realidades muy diversas veces pocos conocidas, oscuras para el común de las personas, de códigos, de valores, que a veces se piensan no existen en el país. El conocer y reconocer esos micromundos culturales ayuda mucho a generar una visión mas aplomada de comprensión del mundo del delito.
El estar en el Ministerio del Interior fue una oportunidad de conocer otros aspectos, no los barrios porque yo ya trabajaba en muchos de ellos desde el 90, pero permite la acción, la reflexión y el pensamiento.
Un trabajo de Darío Klein sobre el abordaje de los medios de comunicación de la crónica policial desde el 1955 hasta fines de los 90 demostraba, con base en estadísticas, que la sociedad uruguaya ya vivía una sensación de inseguridad en esos años y que alguna prensa (El Diario, El País, La Mañana y los medios televisivos) daban una cobertura de hechos policiales que condicionaban el proceso de información de la población.
Incide, pero no determina. Hace poco Miguel Nogueira (periodista) decía en una entrevista preguntado si los informativos pueden durar tres horas y él decía que no hay ningún informativo de ninguna cadena en el mundo que pueda durar tres horas y yo agrego que no hay ningún informativo que pueda abrir el mismo durante 30 minutos con noticias policiales.
Nogueira dice: “Cuando eso pasa, un accidente se termina transformando en una noticia policial”.
Entonces esa forma de tratamiento incide en cuales son los temas prioritarios en la agenda de la sociedad. No soy de los que piensa que hay un manejo maniqueo y que a la gente se la puede dominar como corderitos a través de los medios, la evidencia dice lo contrario, pero sí que determinados climas de opinión se ambientan cuando hay decisiones editoriales y eso cualquier periodista lo sabe.
En general quien tiene su sección policial es la prensa considerada como de derecha; claramente publicaciones consideradas progresistas o de izquierda no abordan el tema.
Es verdad. En primer lugar a la información del mundo del delito le falta el contexto social para entenderlo. Yo con una beca de la Unesco en mi maestría hice como trabajo final la cobertura que hacia la televisión sobre la crónica policial. Acompañé durante un mes a los tres canales abiertos, acompañé a Sampayo, a Almendras, y ahí aprendí de primera mano cómo es que ellos cubrían, cómo seleccionaban y a qué decidían darle pantalla. En ese momento ellos tenían una radio que interfería la banda policial, la escuchaban y, sabiendo la clave, llegaban antes al lugar de los hechos. Ahí te das cuenta que la falta de contexto social era muy evidente.
Yo creo que la izquierda siempre ha tenido un problema serio para abordar el mundo del delito, en parte porque se instaló un relato con la idea de que el delito es una consecuencia del capitalismo, por lo tanto lo que había que hacer era atacar las causas y no las expresiones en los bordes de ese fenómeno, y eso es una barbaridad conceptual, teórica, histórica.
Por algo dos de los mandamientos son no matarás, no robarás, preguntale a los incas qué hacían con los que robaban, o en la edad medida cuando no había capitalismo, o en los países que aplicaron el modelo denominado socialista, qué pasaba en la Unión Soviética. Una mirada medio nostálgica que las personas vinculadas al delito no eran otra cosa que un Robin Hood.
O un Chueco Maciel en su versión uruguaya.
Eso le hizo muchísimo mal a la reflexión en las ideas de izquierda; lo del Chueco es una expresión de eso, yo lo estudié. El Chueco antes de caer le había puesto una pistola en la cabeza y disparado a un chofer de ómnibus, hoy por eso para el transporte, y el Chueco repartía plata en el cantegril para comprar silencio, de ahí a convertirlo en un revolucionario es un error conceptual profundo que te lleva a pensar que el que roba está dañando al sistema capitalista, un revolucionario poco encuadrado. El fenómeno del delito es intrínseco a la condición humana y eso requiere un abordaje integral sin contrabandear la idea de que el delinque es un oprimido que no tuvo otra opción antes. Es necesaria una visión global; es cierto que hay gente que carnea una oveja para comer, pero eso no explica el abigeato; el abigeato no es por hambre; existe porque existe una lógica de redes económicas de gente que roba, carnea y vende a carnicerías, a productores rurales o en un mercado negro o no formal.
En función de esta argumentación, ¿para qué sirve conocer el contexto social?
Da una explicación más atenuada y situada sobre las motivaciones y razones. Por ejemplo, el año pasado a una persona que estaba en situación de calle la prendieron fuego en Ciudad Vieja y la reacción de mucha gente desde las redes que es la antítesis del pensamiento critico, 280 caracteres que quitan la posibilidad de reflexionar antes de escribir, que estimulan a opinar de todo y nos hemos convertido en profesionales del no saber. En ese caso de Ciudad Vieja se instaló con fuerza la idea de que había gente que odiaba a los pobres y que ese fenómeno se iba a instalar tomando el antecedente de que a una persona antes la habían corrido con un bate de béisbol, pero la historia era otra, ahí hubo un conflicto en torno al consumo donde la persona que resultó quemada tenía una deuda con una boca. En Brasil sí los grupos que salen a matar pobres han tenido presencia, pero acá estamos muy lejos y siempre conviene analizar los fenómenos con cautela. Hay que tratar de comprender antes de reafirmar prejuicios y regodearse en ellos. Eso no quiere decir que no existan causas profundas que expliquen estos fenómenos.
Tu pasaje por el ministerio te dio un lugar privilegiado de información al que no todo el mundo accede y, de hecho, la crónica policial se basa en fuentes que no se sabe si son oficiales o no y te dan breves pantallazos. Por ejemplo, lo prendieron fuego, pero después no se sabe cómo sigue la historia.
El manejo de la información por parte de los medios es muy de videoclip, y construimos nuestra percepción del fenómeno a partir de ese picoteo de la realidad.
¿Cómo debería ser la forma en que las autoridades policiales deberían dar la información?
A mí me parece que hay que favorecer formas de información que expliquen situaciones de contexto, de trazabilidad, de continuamiento de la información y del fenómeno.
Hay que dar a los periodistas la información que les permita hacer un abordaje distinto. Es cierto que en la información policial hay poca apertura porque es información reservada y hay pocas fuentes para chequear y muchas veces son anónimas. Es árido y oscuro porque el cuidado de la fuente hace compleja la calidad de la información y esta a veces es reservada por la Policía, por la Fiscalía.
¿Por qué te enfocaste en el tema sicariato?
Yo creo que el norte de una política prioritaria de seguridad es defender la vida, es ahí donde se mide la capacidad de poder convivir en una sociedad; por algo los patrulleros antes decían “Por la vida y la convivencia”. El fenómeno del sicariato para el que no lo conoce cree que es algo encapsulado en el mundo del microtráfico, al narcotráfico y por lo tanto los ciudadanos que no tenemos vínculos con ese ambiente estamos a salvo, pero esa caricatura no es verdad.
El sicariato tiene su origen en Roma en el siglo VIII cuando se contrataba gente para eliminar enemigos políticos y estos actuaban con una pequeña daga llamada sica, que luego arrojaban sobre el cadáver.
En Uruguay el presidente Idiarte Borda es el antecedente de uno de los crímenes políticos por encargo.
El libro lo que demuestra es que esta práctica de pagar por quitar la vida ha desbordado la cápsula del narcotráfico y se ha extendido como una forma de dirimir conflictos en muchos planos de la sociedad, reflejando seis historias reales en Uruguay donde la motivación del sicariato en un caso es un evento deportivo, no aceptar el festejo del equipo contrario aguando la fiesta matando un hincha; en otro caso en un matrimonio de una familia del barrio Pocitos, donde el marido decide contratar a alguien para matar a su mujer; en otro una profesora de Rivera, nuera de un jefe de Policía departamental, decide matar a sus cuñados por una herencia, enrolando a su jardinero sin antecedentes como sicario; la historia de un “soldado” del Primer Comando Capital, un cartel del narcotráfico en Brasil. Entonces en círculos sociales que no tienen ningún vínculo con el delito empieza a ser verosímil, plausible esta forma de resolver un problema, y el tema central es que la demanda se encuentra con la oferta, en un mercado de la muerte, hay gente que paga y otro que vende su fuerza de trabajo, ejecutando el homicidio, ganando dinero drogas o incluso cierto prestigio.
Sin cliente no hay trata.
Es verdad, y sin autor intelectual no hay sicario.
Uno de los sicarios sostiene que el asesino es el que manda matar el que paga para eso, un poco la obediencia debida de algunos militares durante el terrorismo de Estado. ¿Es creíble pensar en la rehabilitación en un caso así?
Ellos se ven como empleados, asalariados para alguien que definió asesinar y tiene un punto de contacto con la obediencia debida en el tema de asumir responsabilidades. Los autores materiales, sicarios o sicarias, intentan evadir todo el tiempo esa responsabilidad y no sienten un conflicto moral porque no conocen a la víctima, e incluso hay quienes dicen tener una escala de valores que luego no cumplen, pero dicen por ejemplo ‘yo no mataría mujeres o niños menores de doce años’ y los argumentos de por qué no a veces son peores; no mata mujeres porque la mujer es inferior y la niñez puede estar considerada hasta las doce años, un gurí de 15 años ya no es un niño.
Los sicarios tienen un perfil psicopático muy particular, yo creo que no tienen arrepentimiento sobre lo que hicieron y lo volverían a hacer, el tema es que tengan la oportunidad; algunos van a salir con 72 años de edad, otros con 85, la biología capaz no se los va a permitir, pero sobre la rehabilitación hay que reflexionar si algunas conductas permitirán convivir en forma confiable con el resto de la sociedad, algo parecido a lo que pasa con los delitos sexuales o los asesinos seriales, yo creo por mi experiencia que no es posible en todos los casos.
El perfil de los contratantes es diverso. ¿Cuál es el perfil de los sicarios?
Hay un perfil en ambos, del que contrata y el sicario, con la incapacidad para manejar la frustración, y en el caso de los sicarios con un total desapego hacia la vida e impermeables ante la culpa. Uno me dijo: “Si matás de cerca, la sangre siempre salpica, pero lo importante es que no te deje manchas”, o sea salpica, pero me lavo y entonces no quedan marcas en la piel, en el alma, en el corazón.
¿Habrá que convivir con el delito en forma permanente?
Con luz larga, el delito es innato a la condición humana y parte de la historia de la humanidad; creer que va a haber una sociedad sin delitos no es real. Hay que construir una sociedad donde los niveles de confianza sean altos y los niveles de convivencia tengan una gran capacidad de integrar a la mayoría de la población, pero siempre habrá otra gente que ingresará en el delito, hijos de su tiempo, como por ejemplo el ciberdelito en la actualidad.
El objetivo de una política de seguridad es mejorar activamente los niveles de confianza y convivencia en una sociedad para evitar la mayor parte de las conductas violentas. Se puede aspirar a que no existan y eso no está mal, pero eso no es lo que pasa en la sociedad, y para operar en la realidad hay que tener una lectura correcta. Volviendo al tema del sicariato, para la gente que no está en el mundo del delito, esta es una alternativa que esta más al alcance de la mano de lo que la gente conoce.
Charla con un sicario preso
-Para mí lo mató por celos.
-No, el que lo mató fue usted
-No, lo mató él que puso la plata. Yo le disparé. Él lo mató. Él le dio la sentencia. Yo disparé nomás. Yo no soy el asesino. El asesino es él.
-No.
-Y yo soy el que dispara, pero si él pone el precio a tu cabeza, ¿Quién es el asesino? A él no le dan los huevos, pero él es más asesino que yo. El insistió y es un asesino igual que yo.
-Igual sí, pero más asesino que usted no.
-Igual o peor que yo. Porque yo a mi hermano no lo mataría. Agarro un fierro y le pego, pero no lo mataría. Yo no podría matar a una persona que vi criarse conmigo y todavía más chico que yo. Le limpié el culo y lo cuidaba ¿y luego lo mato? Este loco lo mandó matar al hermano por celos.
-¿Por celos?
-Sí, por celos, porque el padre dejó propiedades a nombre del hermano chico. Eso salió en la tele. Yo te digo por lo que vi en el informativo de la historia que hicieron de mi caso.
-Viste que en la tele dicen muchas cosas.
-Sí, por ejemplo que me dio 35.000 pesos.