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Entrevistas mundo. |

MARÍA EUGENIA ESTOUP | AEBU

Rebeliones y revelaciones de una presidenta

La primera presidenta de AEBU, María Eugenia Estoup, dice que las mujeres deben que demostrar «10 veces más» que son capaces de dirigir en un mundo masculino.

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Montevideana inquieta, se crió en una casa donde las charlas políticas se matizaban con historias de vidas políticas y con recetas hogareñas —de herencia familiar— con todos los ingredientes necesarios para cambiar el mundo. Fue alumna sote de una escuela pública «de otra época» y creció jugando en equipo, compartiendo tardes y noches libres con amigos de la cooperativa en la que aprendió a ser feliz. «Éramos como treinta gurises que andábamos 'sueltos', todo el día juntos, generando comunidad, y creo que así aprendimos a compartir, a escuchar y a ceder en función de lo que pensaba otro». Hija de trabajadores del CASMU —Juan Carlos Estoup y Ethel Mazzei— y sobrina de Ernesto de los Campos y Alex Mazzei, dos referentes de ideas y principios socialistas de la reconstrucción democrática posdictadura, de estrecha confianza y cercanía con Tabaré Vázquez, María Eugenia tiene ADN político y sindical y eso lo transmite cuando explica cada momento de su vida, especialmente a la hora de pensar el futuro del sindicato que ahora preside. Antes de ser electa como la primera presidenta de AEBU fue presidenta de la Cruz Roja en su escuela, fue adolescente de sonrisa compartida, rodeada de amigas y amigos, se enamoró del carnaval y no faltó una noche al tablado de la cancha abierta del Club Malvín. Desde joven valoró que los procesos son colectivos, que vivir en una cooperativa enseña a compartirlo todo —risas y ausencias, abrazos y partidas— y que la historia se construye con pequeños —ínfimos— pasos cotidianos. Tocó guitarra —no de fogón ni rasguñando las piedras sino con partituras clásicas con solfeo y atril, en clases que tomó con Horus, el hermano de Osiris Rodríguez Castillos—, hizo deportes, nadó mucho, y casi sin darse cuenta, se hizo espectadora frecuente del teatro nacional, de todo tipo de música, incluso la clásica, gracias a una amiga cantante lírica a la que cada vez que puede la va a ver en sus conciertos y galas. Cursó estudios de contabilidad y es casi arquitecta. Es mamá de tres hijos: Juan Diego, Valentina y Carmela, elige descansar en balnearios tranquilos —Piriápolis, Santa Teresa, La Coronilla— sin importar si es casa, hotel o camping. Lectora voraz, especialmente de historias noveladas, busca los espacios en la semana para leer a Julia Navarro, Almudena Grandes, Ildefonso Falcones, García Márquez, Gioconda Belli y José Saramago, entre otros. No pasa desapercibida en nada de lo que hace y eso augura que dejará huella y marcará su impronta al frente del sindicato bancario.

¿Cuáles fueron las principales dificultades que encontró al asumir su cargo como presidenta del sindicato?

AEBU es un sindicato que, además de la parte política, también tiene una dimensión administrativa y gerencial, casi como si fuera una empresa. Tenemos servicios, funcionarios, un edificio que sostener, y todo eso requiere llevar adelante la parte de contabilidad y gestión. Apenas asumí encontré muchas expectativas de resolver de inmediato cosas que habían quedado pendientes. Pero yendo al punto central de la pregunta, la principal dificultad que enfrenté tiene que ver con que vengo de la banca oficial. Entonces, adentrarme en el mundo de la banca privada significó un desafío importante. Es un terreno diferente, en el que tengo mucho que aprender, porque las lógicas de las empresas que lo componen son muy distintas, y también lo son las formas de militancia que allí se desarrollan, comparadas con las de la banca oficial. Más que una dificultad, lo veo como un desafío, aprender y comprender las dinámicas de la banca privada o del sector financiero privado, porque no se trata solo de bancos, sino de unas 75 empresas en total. Se trata de incorporar esas lógicas y, desde ahí, poder aportar.

¿Tuvo que enfrentar muchos prejuicios por ser mujer?

Sí, pero no son prejuicios diferentes a los que sentimos todas las mujeres cuando nos movemos en ámbitos que están fuertemente masculinizados. Lo que sí se percibe es que tenemos que demostrar diez veces más, demostrar que hacemos buenos análisis, que podemos negociar con la misma solvencia con la que lo hace un hombre. Eso es real, tenés que demostrarlo constantemente. Y además, a las mujeres nos pasa mucho que cuando hablamos en reuniones, por ejemplo, suele haber murmullos o directamente no se toma en cuenta lo que decimos. Y si se toma, muchas veces esa idea se le atribuye a un varón. Ese ninguneo existe y lo sentimos todas. Creo, además, que en mi caso al asumir la militancia hubo una cuota de casualidad. Fue un momento en que en AEBU había un “desierto de gente”. Muchos compañeros habían pasado a ocupar cargos en el gobierno y al mismo tiempo, en nuestro sindicato se estaba produciendo un cambio generacional. Hay una brecha muy grande entre quienes hoy tienen sesenta y pico de años y los que rondamos los cuarenta y pico. Yo soy una excepción, tengo 54, estoy justo en el medio, porque durante esos años no ingresó gente a la administración pública, y recién ahora hubo un gran recambio. En aquel momento, más que un recambio, lo que había era un vacío. Y fue allí que se visualizó que yo podía acompañar algunas negociaciones. A partir de eso, empezaron a verme. Si no, quizás en un contexto más poblado, con más militancia y con mayor presencia masculina, no hubiera tenido la oportunidad. Fue también una etapa en que la militancia estaba muy debilitada, y eso me abrió un espacio. Recién cuando me vieron en la cancha, como se dice, empezó a valorarse que yo podía asumir un liderazgo sindical.

¿Y qué tan distinto es este AEBU respecto al de hace 20 o 30 años?

Cambió en varios aspectos porque el trabajo bancario cambió. Eso tiene que ver con la evolución de las cosas. Con el tiempo, el trabajo en los bancos se transformó en un trabajo de servicios y también cambió la composición de quienes ingresan al sistema financiero. Hoy hay muchas más mujeres, cuando antes no era un ámbito donde ellas se desarrollaran.

Además, ha habido un corrimiento de varones hacia la tecnología o hacia otros tipos de trabajos productivos. Eso hace que hoy, tanto en el sistema financiero público como en el privado, estén ingresando proporcionalmente más mujeres. Es cierto que en los primeros años se da cierta volatilidad, porque los jóvenes tienden a moverse más, pero después de los 35 años empieza a aparecer la búsqueda de mayor estabilidad. De todos modos, un trabajo bien remunerado siempre resulta atractivo. Creo que los movimientos se explican también porque, en la banca oficial, muchos jóvenes que ingresan lo hacen con expectativas concretas, quieren desempeñarse en aquello que estudiaron o para lo que se sienten mejor preparados. El viejo concepto del “derecho de piso” ya no corre. Ya no aceptan tanto la idea de entrar y hacer cualquier tarea, reclaman directamente trabajar en lo que saben o lo que eligieron. Eso genera tensiones, no tanto la idea de irse, sino de exigir ese reconocimiento dentro del mismo trabajo.

En el sector privado, la realidad es distinta. El ingreso no se da mediante concurso, sino muchas veces por contactos o por oportunidades que aparecen. Entonces, al no ser necesariamente una elección vocacional, puede ocurrir que alguien consiga un trabajo en una empresa financiera pero luego, si aparece otra opción que le guste más, se vaya.

También hay un cambio cultural. Hoy nadie piensa en permanecer toda la vida en el mismo lugar, menos aún con un sistema jubilatorio que posterga tanto la edad de retiro. Eso influye en la visión de los jóvenes. De todas maneras, la renovación generacional fue clave para el sindicato. Y también aparecen nuevas demandas, como la extensión de los horarios o las condiciones laborales. Los jóvenes plantean reclamos diferentes, que interpelan al sindicato y nos obligan a adaptarnos.

¿Cómo ve la participación femenina en la negociación colectiva?

La impronta de las mujeres es muy importante porque aportamos otra mirada y valoramos aspectos que los hombres muchas veces no consideran. Por ejemplo, en un convenio, cuando se discuten temas vinculados a cuidados, las mujeres lo valoramos de manera distinta. Antes, nuestras reivindicaciones llegaban a las mesas de negociación a través de compañeros varones. Ahora somos nosotras mismas quienes defendemos esos derechos. Eso cambió mucho las cosas. Se incorporaron discusiones sobre el trabajo no remunerado, la corresponsabilidad, el reconocimiento en seguridad social.

Los jóvenes varones también traen incorporadas algunas de estas demandas, pero la participación directa de las mujeres le da otro color a la negociación. Negociamos distinto, no mejor ni peor, pero sí desde otra sensibilidad y con otra valoración de los temas.

¿Cómo se para AEBU bajo un gobierno progresista? ¿Cuál es el rol que cumple?

AEBU siempre se caracterizó por su compromiso con la sociedad y eso no cambió. Seguimos preocupados por todos los temas que atañen a la vida social del país, desde la solidaridad hasta la generación de propuestas concretas. Trabajamos en la Ley de Inclusión Financiera, participamos en negociaciones colectivas y más recientemente en discusiones parlamentarias sobre la Ley de Deudores. También estuvimos presentes cuando se trató el tema de los deudores en UR con el Banco Hipotecario.

Antes de las últimas elecciones recibimos a todos los presidenciables en nuestra casa y les presentamos un documento con análisis y propuestas sobre temas que AEBU considera centrales. Lo mismo en materia de seguridad social, más allá de que tenemos nuestra propia caja de jubilaciones, hay colectivos que aportan al BPS, y por eso también participamos en esa discusión. Y lo vamos a seguir haciendo porque AEBU es un sindicato que propone, que no se limita a defender los derechos laborales de nuestros afiliados, sino que entiende que debe estar presente en todos los asuntos que preocupan al conjunto de la sociedad. Hoy, por ejemplo, estamos discutiendo las tasas de interés y el problema de los deudores, porque consideramos que tenemos mucho para aportar en esa materia. En la crisis de 2002 fuimos protagonistas de la salida y de las soluciones que se alcanzaron, y esa impronta sigue viva en AEBU, es parte de nuestros valores históricos.

La solidaridad también es un sello que permanece. Durante la pandemia participamos en las ollas populares y en muchas instancias de apoyo comunitario. Esa forma de estar junto al pueblo no se pierde. Quizá ahora se exprese con una impronta distinta, vinculada al desarrollo tecnológico, al crecimiento y al aporte que podemos hacer desde el sistema financiero al desarrollo del país. Pero la idea de compromiso y de propuesta sigue y seguirá presente.

¿Cómo observa al país hoy, después de cinco años de lo que el movimiento sindical definió como un “modelo de la desigualdad”?

Ese modelo de la desigualdad del gobierno anterior puso al movimiento sindical en una situación de resistencia constante. Durante todo ese período tuvimos que enfrentar la Ley de Urgente Consideración (LUC), la reforma de la seguridad social y también el famoso discurso del “derrame”, es decir favorecer a las empresas para que, supuestamente, algo llegara después a los trabajadores. Y todos sabemos que eso nunca funciona. Hubo un claro favorecimiento al sector empresarial y a los bancos privados, y eso obligó al movimiento sindical a estar permanentemente a la defensiva.

Con este nuevo gobierno se abre la expectativa de poder participar del diálogo social y de las negociaciones de una forma más genuina. Ese es un gran cambio. Como movimiento sindical, “somos independientes pero no indiferentes”. Y es así, mantenemos nuestra independencia de clase, pero también sabemos que no es lo mismo un gobierno que otro para la clase trabajadora. Además, está claro que las derechas en el mundo están organizadas y trabajando en conjunto. El movimiento sindical tiene la responsabilidad de enfrentar eso, porque somos la primera línea de defensa de nuestras sociedades. Lo que pasa en la región es muy grave, y la gente debe tomar conciencia del mundo en el que vivimos hoy, de cómo lo estamos transitando y de cómo debemos enfrentarlo. Esto exige organización y unidad, pero también comprensión del contexto global. Ya no se trata solo de lo que pasa en un país, existe una organización regional y mundial, y ahí debemos situarnos al diseñar estrategias. Por eso lo que ocurre con estas empresas acá no es un hecho aislado. Ellas ya se mueven en lógica global, se posicionan donde les conviene, y si no les sirve se van, contratan trabajadores más baratos en otro lado. Funcionan a nivel mundial, y los sindicatos debemos mirarlas también con esa perspectiva.

¿Le sorprendió que el ministro de Economía y Finanzas, Gabriel Oddone y el presidente de la República, Yamandú Orsi, fueran tan explícitos en rechazar el 1 % al 1 % más rico?

Creo que es un tema complejo. Suena sencillo decir “que pague el 1 % más rico”, pero ¿a qué nos referimos exactamente? Estamos de acuerdo en que debe haber una reforma tributaria más justa, porque esa es la mejor forma de distribuir la riqueza. Pero no es fácil.

¿A quién llamamos “más rico”? ¿A una empresa? ¿A una familia? ¿A un individuo? ¿Cómo se mide ese patrimonio? Yo creo que hay que discutirlo más en profundidad. Está en el programa del Frente Amplio, y me parece bien que se plantee una reforma tributaria, pero no basta con el título, hay que mirar cómo se aplica.

Pero el proyecto fue rechazado por el Gobierno antes de que fuera elaborado…

Porque seguramente el Gobierno ya tiene un plan diseñado en materia tributaria, y esta propuesta implicaría modificarlo. Supongo que la negativa va por ese lado.

¿Confía en que de todas formas habrá un avance en ese sentido, es decir, que los que tienen más, aportarán más?

Sí, confío. Confío en que lo apliquen, porque ya lo comprometieron en su programa, pero como trabajadores deberemos reclamar de que se cumpla.

El programa del partido de gobierno también decía que se iba a priorizar la infancia y combatir la pobreza…

El nuevo gobierno es muy reciente todavía. Además, supongo que encontraron un país en peores condiciones de lo que se esperaba. Eso no puede ser una excusa, pero lo cierto es que se necesitan cambios estructurales, y esos cambios llevan tiempo. Y no solo tiempo, requieren recursos, planificación, equipos. El gobierno anterior dejó un país más endeudado y con serios problemas. Ahora hay que resolver eso, y los cambios profundos nunca se dan de un día para el otro.

Las derechas manejan muy bien la comunicación, se sienten cómodas y logran resultados sorprendentes. Hay embates contra los sindicatos y campañas que estigmatizan a los feminismos, a los migrantes, a las disidencias. ¿Por qué le cuesta tanto a los progresismos entender esa lógica y dar esa batalla?

Es una lucha muy desigual. Ellos tienen los recursos, los medios de comunicación, todo el aparato. Y además castigan primero a los sindicatos, porque somos la primera línea de defensa. Por otro lado, apuntan contra las disidencias justamente para dividirnos. El discurso es que el migrante te roba el trabajo, el feminismo busca privilegios, y así nos meten en discusiones internas que nos distraen de lo que ellos realmente hacen.

Ellos tienen los medios, pero nosotros tenemos la militancia. Por eso es fundamental trabajar directamente con las personas, no solo desde las redes, sino en la presencialidad, en el “cara a cara”. Eso se demostró con la reforma de la seguridad social, si bien no logramos frenarla, el trabajo en territorio cambió muchas conciencias. Y ese trabajo también influyó en el cambio de gobierno.

La tarea del movimiento sindical es convencer no solo a nuestros afiliados, sino también al resto de la sociedad, mostrar qué está pasando realmente y no dejarnos atrapar por las discusiones que nos quieren imponer para distraernos.

¿El discurso de odio es solo patrimonio de las derechas? Y en el mismo sentido, ¿no hay trabajadores machistas o violentos?

Por supuesto que el discurso de odio no es patrimonio exclusivo de las derechas y sí hay machistas y violentos entre los trabajadores. Es un fenómeno cultural que atraviesa a todos los ámbitos, partidos, sindicatos, cualquier lugar donde haya personas. Los discursos de odio existen y retrasan avances, pero los cambios culturales son lentos. De todas formas, hemos avanzado. Si miramos los últimos diez años, hoy se habla de cuidados, de trabajo no remunerado, de acoso laboral o sexual. Son temas que siempre existieron, pero que antes ni siquiera se ponían en palabras. Nombrarlos ya mueve estructuras y nos permite seguir avanzando.

Claro que hay poderes a los que no les sirve, y por eso el discurso de odio aparece y a veces cala en personas comunes. Lo vemos incluso en reuniones de amigos. Pero creo que, sin pararnos desde la radicalidad, podemos dialogar con esas personas, explicar por qué son necesarias las cuotas, las discusiones y las políticas que impulsamos. Lo mismo pasa con fenómenos nuevos como el teletrabajo que en apariencia puede ser positivo, pero si lo analizamos a fondo vemos que también requiere nuevas formas de protección de derechos. Ahí también hay que concientizar.

¿Se imaginaba este mundo donde asistimos a un genocidio televisado o transmitido por celulares o donde los fascismos lograron llegar al poder elegidos democráticamente?

No, sinceramente no lo imaginaba. Pensábamos que las sociedades iban evolucionando hacia mejores formas de vida. Pero la historia es cíclica. Cuando creemos estar en el “lado equivocado”, cambiamos de rumbo; luego nos damos cuenta de lo perdido y volvemos atrás. Lo que vemos hoy no es un retroceso puro y simple, sino la recuperación de conceptos retrógrados, aplicados de manera más atroz gracias a los avances tecnológicos y las redes sociales. Es un avance hacia algo negativo, con herramientas más sofisticadas. Tenemos que ser conscientes y enfrentarlo.

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