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Ida Vitale

Por Marcia Collazo.

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Tiene la mirada inteligente y penetrante. A sus 95 años, posee el milagro de una absoluta lucidez y un poder de seducción que no es raro en los artistas, pero que en ella se derrocha sin concesiones y sin máscaras, sin vanidad y sin humildades falsarias.

Hace muy poco ha regresado a Uruguay, tras unos 40 años de exilio. Retornó llena de premios, como un árbol cargado de ofrendas que diversos caminantes han ido depositando a sus pies. Pero el árbol posee además dones, libros, lenguaje y frutos, en ese orden. Los frutos son sus versos, que han merecido, entre otros galardones, el premio Alfonso Reyes en 2014, el Reina Sofía en 2015, el García Lorca en 2016 y el Max Jacob en Francia. Ahora, con una diferencia de pocos días, Ida Vitale acaba de recibir el premio FIL de literatura en lenguas romances, otorgado en Guadalajara, México, y el premio Cervantes en España, considerado el Nobel de la literatura en nuestra lengua.

Ella se ríe de todo eso. No es que esté de repente más allá del bien y del mal. Yo creo que lo estuvo siempre, por obra y gracia de su poesía y del caudal secreto que la alimenta. Es la quinta mujer en recibir el Cervantes, lo cual no se sabe bien si es motivo de orgullo o de preocupación, habida cuenta de la escasez vergonzante que el número delata. Por lo que refiere a su país, dijo que “Uruguay siempre ha sabido reconocer el talento femenino. No he tenido nunca la sensación de que las mujeres aquí hayan estado en segundo plano. Quizá tenga que ver con el laicismo”. Antes de ser una poeta célebre, estudió leyes, carrera que no culminó, pero su paso por la facultad no fue vano. Las leyes le dejaron una preocupación por el lenguaje que ya no la abandonaría y que está presente en toda su obra.

Cuando se le otorgó el Cervantes, el jurado fundamentó su fallo en su lenguaje, “que es al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y hondo”. Comenzó a escribir poesía desde muy joven. Su primer libro fue La luz de esta memoria (1949). Le siguieron, entre otros, Palabra dada (1953), Oidor andante: (1972), Fieles (1976), Elegías en otoño (1982), Jardines imaginarios (1996), hasta llegar a Poesía Reunida (2017). Algunos críticos afirman que pertenece a la generación del 45, lo que me suena a producción en serie, año de edición o sello de fábrica, y de lo que, por tanto, he dudado siempre.

Ida Vitale se exilió en 1974 y desde 1984 vivió en Estados Unidos junto a su marido Enrique Fierro, hasta que comenzó su retorno a la patria en 2016. Pero fue recién al recibir el Cervantes cuando su tierra se sintió más o menos tocada por tanta desmesura y, recién ahí, esbozó una reacción que en mi opinión sigue siendo avara, por no decir miserable. Recuerdo que hace dos viernes, con motivo del fútbol, se vino abajo el barrio en el que vivo. Los fuegos artificiales atronaron el aire; mi gata, espantada, se refugió bajo la cama. Por el Cervantes de Ida Vitale, quienes tanto alboroto hicieron no habrán pensado ni en encender un fósforo. Su patria ha sido indiferente con ella, por no decir ingrata.

La propia autora confesó que en Uruguay leyó una sola vez, en 1995. “No doy opiniones, sino hechos”, enfatizó. Y relató de qué manera recibió sus poemas la crítica uruguaya. “Con benevolencia, creo”, declaró. Pero desde un periódico partidario se le advirtió que uno de sus libros estaba “demasiado bien escrito” y se la amonestó por ello, porque el país no estaba para esos lujos. Las notas más serias sobre su obra fueron escritas por venezolanos, peruanos, mexicanos, italianos o franceses, en tanto que la crítica nacional no ha pasado de “mera gacetilla”.

En Uruguay, pese a su abundancia en poetas notables, el arte de hacer versos es mirado con cierto recelo. Ignoro las causas remotas del fenómeno -¿cosa inútil, propia de locos y de excéntricos, de raros y de vagos?-, pero existe. Los medios de comunicación no suelen ocuparse de la poesía, salvo que esté emparentada al éxito por alguna feliz casualidad. Si el poeta “triunfa” –siempre en el exterior, jamás en nuestro suelo-, entonces tal vez merezca su día de atención nacional. Esto ocurrió con Mario Benedetti y acaba de ocurrir, tímidamente, con Ida Vitale.

¿Y qué pasa en las redes sociales? Como ya es costumbre, los usuarios exhibieron una pléyade de reacciones. Unos ensalzaron a Ida, se congratularon y citaron alguno de sus poemas. Otros declararon con olímpica calma que no la conocían y que, dado el bombo producido con el galardón del Cervantes, ahora tendrían que leer algo de ella, no sea cosa que los tachen de ignorantes. No faltó quien preguntó, con similar tranquilidad, quién era la señora de la foto. Alguien más exclamó que no entendía un poema suyo. No es mi intención darle con un hacha al prójimo. Sé muy bien que lo más importante es estimular, adoptar una actitud abierta, comprensiva y, más que nada, paciente. Pero la propia Ida Vitale se ha pronunciado ya respecto a la supuesta claridad u oscuridad de su poesía (y de toda poesía), de modo que me remitiré a ella.

En una entrevista que le hizo Miguel Ángel Zapata, expresó que la concisión de un verso “puede conspirar contra esa claridad que la mayoría de los lectores busca, al no dejar registro de las etapas intermedias que existen en potencia, aunque la poesía, al nacer, se las saltee”. Pero esa concisión forma parte de un proceso interior que no se le hace explícito al propio autor.

La segunda reflexión la formuló hace poco, al recordar que cuando su maestra de escuela leyó un poema de Gabriela Mistral, ella no entendió nada. Era una niña, por supuesto. Pero “a ese entender nada le debo mi interés por la poesía”, concluyó. Porque la poesía es “esa capacidad de misterio concentrada en cinco líneas…” y por lo tanto, “los que le explican todo a los niños fallan”. Yo me permito agregar que en materia de espíritu y de ciencias humanas, de artes y de poesía, los que pretenden explicar alguna cosa, a cualquier persona de cualquier edad y condición, están irremediablemente condenados al fracaso, porque la explicación -que no la comprensión- no pertenece a este reino, sino en todo caso al de las ciencias exactas. Entiendo cómo funciona la máquina de café, la aspiradora o la ley de la gravedad, pero al poema, a la escultura, a la pintura y a la música no las entiendo, sino que las comprendo, de una manera eternamente cambiante, al atribuirles uno o varios significados.

Por suerte aquí está, entre nosotros, Ida Vitale. Y acá se quedan sus palabras, como para averiguarlas de a poco, al ritmo de los días y de los años, de lo sabido y de lo ignorado, de lo dicho y de lo callado, de lo esperado y de lo inesperado.

 

Reunión

Érase un bosque de palabras,

una emboscada lluvia de palabras,

una vociferante o tácita

convención de palabras,

un musgo delicioso susurrante,

un estrépito tenue,

un oral arco iris

de posibles oh leves leves disidencias leves,

érase el pro y el contra,

el sí y el no,

multiplicados árboles

con voz en cada una de sus hojas.

Ya nunca más, diríase,

el silencio.

 

(Del libro Oidor andante:)

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