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Cultura y espectáculos

ENTRE EL ARTE Y LA COVID

La cultura en tiempos de pandemia

A resguardo en nuestros hogares y con la sensación de ser protagonistas del ocaso de nuestra especie, el arte se convirtió en una balsa para salvarse del naufragio provocado por la pandemia. A veces era alguien dando ánimos mientras cantaba desde su balcón, vecinos en improvisado un coro, juglares espontáneos en las calles, cientos de videos de músicos uruguayos interpretando canciones en versiones mas acústicas e íntimas.

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Si estar encerrados es un buen momento para la instropeccion, también debería ser un buen momento para abrevar en una de nuestras más caras fuentes de identidad cultural: la música.

Mientras los nubarrones oscurecen el horizonte, Caras y Caretas decidió consultar a varios referentes de la cultura uruguaya sobre el estado de este campo cultural en el tramo más complejo de la crisis sanitaria provocada por la covid-19. En este caso recabamos las opiniones del investigador, productor artístico y periodista Guilherme de Alencar Pinto (GAP), el cantautor Diego Kurotpawa (DK) y el cantautor, docente y uno de los responsables del sello Ayuí, Rubén Olivera (RO).

 

***

Esta nueva pandemia (no es la primera en la historia de nuestra especie) enfrentó a la humanidad a su fragilidad. ¿Cómo creen que ha impactado este fenómeno en la cultura?

DK: Esta pandemia nos ha tomado de sorpresa y ha puesto sobre la mesa las debilidades y contradicciones de nuestra especie. Creo que este virus llegó en algún punto para hacernos reflexionar sobre el rumbo que llevamos como humanidad. Son momentos críticos, en los que se ven a flor de piel las desigualdades sociales, donde el contacto social está limitado, donde se priorizan por parte de los gobiernos de turno determinadas acciones en detrimento de otras, donde parecería que frente al miedo a lo desconocido, nos encontramos inevitablemente frágiles e indefensos. En este lodo nos encontramos todos, de ese lodo saldremos, pero no creo que nuestra especie cambie o modifique las cosas que venía haciendo mal. Creo que la utopía o el deber es seguir peleando por una sociedad más justa, más solidaria; ojalá me equivoque y las cosas se modifiquen para bien. La cultura ha sido en este momento tan particular la más perjudicada por las políticas de estado siendo en contrapartida una de las actividades más fundamentales y necesarias. Mientras se promueve un tipo de consumo de índole material, el consumo de cultura parece estar mal visto. El rol de la cultura es de resistencia con o sin pandemia.

GAP: En mi subjetividad no pegó especialmente el tema de la fragilidad. Vi mucha gente morir de cosas más fulminantes y que representan un peligro menos evitable que la covid-19. Lo que me pegó en la pandemia fue la sensación de lo impredecible de la historia. Es decir, nadie la veía venir y, de pronto, ¡pum!, ese evento que cambia radicalmente el mundo entero durante un año y medio (ojalá que no pase de eso) con consecuencias que se extenderán por mucho tiempo.

RO: Sí, parece que esta pandemia también tiene su lado “globalizado” y forma junto al calentamiento global, etc., del paquete que amenaza a las especies que poblamos el planeta. Claro que esto no es fruto de la “desidia del ser humano”, sino que es producto de esta forma histórica de organización de la humanidad conocida como capitalismo, resumida a veces en palabras como el “sistema”, el “capital”, el “poder”. En todo momento de crisis -incluidos los de pandemia sanitaria o política- se generan incertidumbres y oportunidades, tanto desde el lado del “poder” como en el de la resistencia a ese “poder”. Por lo general las disputas desde el lado del “poder” transcurren orgánicamente, sin cuestionar la estructura, son peleas entre los sectores que se disputan la presa, las ganancias (aun acercándose peligrosamente al margen de las reglas establecidas como ocurre ahora con Trump). Los partidos de izquierda de base socialdemócrata se han sumado a la alternancia estructural del “poder” como variante asistencialista. Por su parte, las formas de “resistencia”, ya sea que se presenten como movilizaciones promovidas por las “agendas de derechos”, levantamientos espontáneos o acciones ejemplarizantes de pequeños grupos, encuentran dificultades para salir de un funcionamiento fragmentado. Desde la permanente movilidad de la subjetividad humana siempre se están abriendo alternativas. La subjetividad puede mutar hacia la desesperanza, el miedo al otro, hacia el tapaboca literal que muestra un medio rostro amenazante, impersonal, o puede valorizar el redescubrimiento de la importancia del encuentro, de la cercanía, tanto la de los cuerpos como la de aquellos que se oponen al  sufrimiento que conlleva el capitalismo. Paradójicamente les enseñamos a nuestros hijos a ser pacíficos en un mundo violento, a ser solidarios en un mundo competitivo, a ser honestos en un  mundo corrupto, a cuidar la naturaleza en un mundo depredador. La subjetividad es un espacio también en disputa.

 

La utilización de las nuevas tecnologías ha definido un nuevo relacionamiento entre el artista y el público. ¿Este es un camino sin retorno?

No creo que sea un cambio sin retorno. En algunas actividades quizás sí lo sea en algún punto. Las actividades culturales no se pueden sostener por mucho tiempo en esta modalidad. El artista necesita el contacto presencial con su público y viceversa. La música (terreno que me involucra) es mucho más que hacer canciones o tocar un instrumento, es energía que fluye, que viaja y eso se da en una sala de espectáculos, en un bar, en una reunión. Lo virtual no creo que se lleve muy bien con la expresión artística, termina siendo, desde mi punto de vista, algo forzado, no natural.

GAP: Los nuevos vínculos entre artistas y público, habilitados por las nuevas tecnologías, ganaron mucho más arraigo gracias al confinamiento, y supongo que seguirán ahí después de la pandemia. No quiere decir que los espectáculos presenciales pierdan todo relieve (algo perderán, ya que disputarán con estas nuevas alternativas). Ojalá se sigan haciendo espectáculos presenciales y que sigan siendo una posibilidad viable, porque tienen algunas características irreemplazables.

RO: Sin dudas van a ocurrir nuevos aprendizajes y algo quedará coexistiendo con los formatos ya conocidos. He visto a colegas haciendo transmisiones muy creativas. Son nuevas experiencias en el armado de espectáculos. Se preparan las luces, la escenografía, etc., pero todo pensado para ser trasmitido en directo, con todos sus riesgos. Y esto se hace desde una sala convencional, como el ciclo que realizó solidariamente El Galpón, pero también desde la propia casa, de forma artesanal y con soluciones novedosas. Y además está el aprendizaje que se va dando en las colaboraciones entre músicos, cada uno desde su casa, ya sea para grabar o para interpretar en vivo. Pero también he visto a los músicos dubitativos e insatisfechos ante la falta del estímulo del aplauso final o ante la duda de si quien escucha estará concentrado en la música o jugando a la vez con la mascota. Y agrego la reconfortante sensación de ver la solidaridad y preocupación general de los músicos por los colegas que tienen menos trabajo y posibilidades.

 

¿Cuál debería ser el rol del arte en la construcción de la identidad cultural ante una pandemia que ha profundizado la globalización?

DK: El rol del arte es que lo dejen ser, es no quebrarlo, no ponerle palos en la rueda. El rol del arte, como lo expresé en otro punto, es de resistencia y es de proponer nuevos caminos, nuevas formas de expresión. El problema es que la palabra arte parecería que fuera una mala palabra para algunas personas. Hago referencia aquí al arte pensante, al que nos convierte en seres con alas, no el arte que fomenta la estupidez y nos transforma en un rebaño dócil y manejable. El arte debe ser revolucionario en el sentido de no estar nunca conforme con lo establecido, debe tomar lo nuevo, transformarlo y debe ser un escudo  contra la chatura y lo pueril.

GAP: El arte cumple (y siempre cumplió) un rol muy importante en la identidad cultural, tanto para un lado como para el otro. Es decir, contribuye a generar identidades y también a diluirlas. No hay motivos para creer que vaya a dejar de cumplir ese rol. De todos modos, la identidad regional es algo que tiende a declinar, sustituida por otro tipo de identidades referidas a sectores que cruzan fronteras. Esto puede haber venido bien para exponer contradicciones internas dentro de una misma sociedad, pero viene muy mal con respecto a las desigualdades entre regiones. Y además tiende a implicar una desventaja para países poco poderosos como Uruguay, porque esos modelos de identidad sectorial suelen venir de afuera y confinan a sus practicantes locales al rol de imitadores. Por otro lado, hasta ahora en la historia los grandes movimientos artísticos surgieron a través de la fermentación dentro de un grupo humano que compartía las minucias del quehacer artístico y además otros elementos periféricos inefables que terminaban impregnando también su arte (una forma de vida, de gesticular, de hablar, de vincularse con sus vecinos, de comer, de ver el mundo, de pasar el tiempo). Me temo que esos factores no se pueden sustituir fácilmente por tutoriales de YouTube o playlists de Spotify.

RO: Con o sin pandemia, el rol del arte, en las infinitas formas en que se exprese, siempre va a ser el mismo: dar respuestas artísticas, ser producto y productor de la realidad, aportar formas de conocimiento específicas a través del lenguaje y forma expresiva de cada arte. La palabra globalización intenta sustituir a la de imperialismo brindando la ilusión de un mundo conectado en forma más democrática, pero globaliza quien puede no quien quiere, así que en el fondo la ecuación no cambia. Dentro de esto, con o sin pandemia, la identidad cultural, móvil y dinámica como todo lo que está vivo, es una de las coordenadas a tener en cuenta. El poder intenta homogeneizar culturas para homogeneizar mercados, por lo tanto seguir construyendo la diferencia es una necesidad ecológica también en lo musical. Esto no cuestiona el disfrutar y alimentarse de todo lo que nos llega, venga de donde venga. En el acierto de la dirección socio cultural que se le logre dar a la mezcla está el secreto.

 

¿Están en riesgo de desaparecer o de diluirse las prácticas grupales como la murga, las comparsas de candombe, los coros, orquestas, entre otras?

DK: Uno supone que no. La pandemia pasará pero esas formas o expresiones artísticas populares seguirán permaneciendo, de eso no tengo dudas.

GAP: Creo que hay riesgo, sí, de que muchas de esas manifestaciones colectivas dejen de existir.

RO: Las manifestaciones y experiencias culturales colectivas tanto artísticas como las que no lo son siempre van a ser una necesidad humana. Otra cosa es que las dejen ser.

 

¿Cuál debería ser la apuesta del arte para generar una actitud crítica ante la formación de sociedades de sesgo autoritario?

DK: El arte contribuye, fomenta la libertad colectiva e individual, el arte debe ser crítico consigo mismo y con el mundo que lo rodea, el arte debe acariciar y ser combativo al mismo tiempo. Los gobiernos caducan y mueren, el arte no.

GAP: Esto es más o menos como preguntarse por la actitud de cada ser humano en su vida cotidiana. Solo que la obra de arte, o la manifestación artística elaborada, suele consistir en un paquete especialmente denso, que condensa mucho esfuerzo. Supongo que, como siempre, habrá artistas que enfaticen el costado crítico y de problematización, mientras que habrá otros que harán algo más conformista. Dada la complejidad o ambigüedad del arte (y la complejidad del mundo con que el arte se vincula), va a pasar también que descubramos, dentro de algunas décadas, en algunas cosas que vemos como conformistas, elementos progresistas, y viceversa. Y luego está el otro lado: hay que ver si hay apertura en la sociedad para las realizaciones artísticas menos convencionales, lo que depende de la suma de voluntades individuales y también de una infraestructura. Pero, sin duda, cada artista que se planta críticamente frente a la sociedad y a su arte está poniendo su parte para mejorar el mundo.

RO: La pregunta sobre cuál es el arte que hay que hacer para estar a la altura de la época es buena, pero la respuesta solo aparece con el transcurso histórico. Incluso suena trascendente porque es una pregunta que se asocia precisamente a lo trascendente, a lo épico, y también al suspiro, al rito aprendido de la taquicardia que provoca lo supuestamente elevado, o sea todo lo contenido en el concepto burgués de las bellas artes. Sin embargo la humanidad llora, pero también ríe, sufre, pero también baila. El arte siempre ha cumplido una función que tiene que ver con la atención (la revelación, la originalidad), pero también otra que tiene que ver con la distensión. Cuando llegamos a nuestra casa y ponemos una música elegida para que llene el espacio es como si prendiéramos un incienso sonoro, con sonidos que nos representan, nos distienden, nos consuelan. Y vaya si vivimos en una realidad que precisa de consuelo. Por eso vamos a un recital a escuchar lo que ya sabemos que nos gusta, vamos a revivir las emociones conocidas. Así que las dos son funciones válidas. Y se pueden combinar felizmente, en una mezcla de novedad y redundancia. Hay muchos ángulos desde donde ver el tema. A veces ocurre en lo artístico, y yo diría que también en el terreno de lo específicamente político, que si lo que se entiende por “sentido crítico” y enfrentamiento al “poder” es solo el gesto de la protesta o el grito sin ideas nuevas, aunque loable por su valentía, el resultado obtenido no suma en la búsqueda de cambios. “Detesto lo obvio”, decía Eduardo Darnauchans, y esto se puede aplicar también a las ideas políticas. Incluso puede existir una relación directa entre la inexistencia de pensamientos renovadores en una sociedad con la falta de un público interesado en “lo nuevo”, dejando a los artistas estéticamente más valientes con las salas vacías.

 

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