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Cultura y espectáculos

Los cuatro Oscar de Parásitos

La lucha de clases llega a Hollywood

Se veía venir, pero el éxito fue inédito, el film surcoreano Parásitos se alzó con los cuatro premios más importantes y fue el acontecimiento de la noche. Es significativo que un filme que muestra las tremendas diferencias de clases llegue a la meca artística de la industria del «sueño americano» y triunfe con tanta contundencia. Aunque diluida, la realidad se abre paso tarde o temprano.

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Por Martín Narbondo

En general hay consenso en que el espectáculo político más grande del mundo son las elecciones nacionales de Estados Unidos (que en esta instancia están marcadas por la terrorífica alta posibilidad de que sea reelecto Donald Trump, aunque acaba de aparecerle un contendiente a su medida, el megamillonario judío, tres veces alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, el primero que lo trata como lo que es); en tanto que la liturgia más popular en el mundo artístico es la entrega de los premios Oscar, que se realiza anualmente a comienzos de febrero en el teatro Dolby de Los Ángeles.

La posibilidad de ver reunidos, en un escenario de ensueño y envueltos en melodías inolvidables a personalidades como Meryl Streep, Charlize Theron, Nicole Kidman, Anthony Hopkins, Jonathan Pryce, Al Pacino, Robert de Niro, Matt Damon, Joaquin Phoenix, junto a directores como Clint Eastwood, Martin Scorsese y Steven Spielberg, y de paso confirmar la justificada ausencia de Woody Allen (que siempre dijo que no debía haber competencia en el cine), y que seguramente terminará su carrera en Europa.

Sabemos que esta celebración responde a los intereses de la industria cinematográfica (a la que se ha agregado, con dificultades y resistencias, el coloso Netflix); glorifica en general el «sueño americano» (pasando por alto la mayoría de las veces la realidad), y que grandísimos artistas nunca recibieron los premios que merecían, o bien sufrieron persecución, como Charles Chaplin, Orson Welles, Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Ridley Scott, Oliver Stone y Michael Moore.

Las celebraciones siempre logran emocionarnos con el recuerdo de los que «se fueron de gira» el año anterior, que este año concluyó con una imagen imborrable de Kirk Douglas (que murió la noche que el Senado declaró «no culpable» a Trump en el juicio político iniciado por los demócratas), que para siempre será el «Espartaco» de Kubrick.

Pero la noche del domingo 9 de febrero, fecha de la 92ª edición de los Premios Oscar, el gran triunfador fue el filme surcoreano (hablado en su idioma original) Parásitos, que obtuvo los galardones en los rubros Mejor Guion Original, Mejor Película Internacional, Mejor Director y Mejor Película, la primera no hablada en inglés que logra el premio mayor.

Tras haber ganado la Palma de Oro en Cannes, los Globos de Oro y los Bafta, el film del director Bong Joon-ho dejó atrás a favoritos como El Irlandés (el magnum opus de Martin Scorsese, con un elenco que ya no volverá a reunirse; 1917, de Sam Mendes, Érase una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino, e incluso a Guasón, de Todd Philips, que obtuvo el Oscar al Mejor Actor para Joaquin Phoenix, aunque fue considerada «socialmente peligrosa».

 

Los de arriba y los de abajo

El director surcoreano Bong Joon-ho (1969) es titular de una ya extensa carrera de nueve largometrajes, entre los que se destacan filmes como Memorias de crímenes, la terrorífica The Host, Mother, Snowpiercer y Okja, en la cual desarrolla sus preocupaciones sobre las situaciones económicas, sociales y ambientales.

De todo esto tenemos un resumen en Parásitos, que muestra la vida radicalmente distinta que llevan las familias de clase baja, separados por una grieta integral de las familias ricas, que hace que -en una secuencia memorable- lo que es una agradable lluvia para unos, se convierte literalmente en una tempestad de estiércol y basuras para los otros.

Los de abajo, los Kim, son pobres hasta la indigencia, viven en los subsuelos, apiñados, entre aguas servidas, se ganan unos pocas monedas armando cajas cuando pueden y se convirtieron, naturalmente, en unos pícaros que tratan en lo que pueden de aprovecharse de todos aquellos con los que tratan.

Los Park viven en una mansión decorada por diseñadores, ubicada en las colinas, entre jardines, son ricos, están siempre comunicándose por el último modelo de celular y son absolutamente frívolos.

Los Kim encuentran la forma de «colonizar» a los Park, entrando de a uno a servir en su mansión y volviéndose necesarios y dueños de secretos.

El argumento recuerda vagamente a una obra maestra, El sirviente (1963, dirigida por Joseph Losey, con guión del Premio Nobel Harold Pinter y magistral actuación de Dirk Bogarde), en la cual «los de abajo» comienzan un sutil juego de inserción, que se transforma en dominación, en la vida de los ricos, que finalmente se demuestran otra raza de parásitos, incapaces de vivir sin aprovechar el esfuerzo de los demás. Nada que ver con los buenos sirvientes de Dowton Abbey, ni con el inolvidable mayordomo de Lo que queda del día, capaces de dejar la vida por sus patrones.

Por el contrario, estos parásitos (en un filme que lentamente va pasando de comedia negra, con momentos de tragedia, grotesco, y pizcas de terror) van infectando lentamente a sus amos, que cada vez se revelan más dependientes.

El film de Bong Joon-ho juega con varios géneros y gira hacia un desenlace que conviene no revelar.

Hablar de exposición de lucha de clases sería excesivo porque lo que muestra el largo son dos conjuntos de sujetos que luchan por su supervivencia, parasitándose mutuamente.

En ese sentido, sus planteos, sin perjuicio de lo que muestra, son limitados. Como se ha dicho acertadamente, no es Bertolt Brecht, pero disemina las claves de un mundo dividido, que no tiene soluciones claras en su futuro.

 

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