La diferencia activa, inevitablemente, un conflicto. Lo que se percibe y se define como el otro -o los otros- pone en crisis la estabilidad imaginada de lo propio, del yo, instalando los signos del contraste, de la oposición y el choque. Y el conflicto se activa a través de una polifonía de narrativas, voces que cuentan “qué es lo mío” y “qué es o quiénes son los otros”. Son relatos sonoros, visuales, corporales, escritos, que distan mucho de la abstracción y del pintoresquismo, como pretenden presentarlos algunos discursos de la corrección multicultural. Son necesariamente densos y hasta violentos.
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Unos y otros se oponen, se desafían, negocian espacios en esa polifonía discursiva. En cada uno pulsa una intrincada red de variables sociales, políticas, familiares, históricas, económicas, de lenguaje y hasta estéticas, que puede engendrar la discriminación, la marginación, el exotismo. Un nudo de construcciones significantes que no necesariamente se focalizan en geografías muy distantes del territorio de lo propio. Los otros también están en las zonas vecinas, en la casa de al lado, caminan por las mismas calles que nosotros. Esa proximidad, para algunas instituciones del poder, de la represión, se erige como una amenaza a la “seguridad” y, por tanto, hay que invisibilizarla, marginarla, vigilarla, aunque en la superficie más banal de las palabras -la banalidad mediática- se manifieste lo contrario.
¿Se pueden imaginar y concretar otras formas de interactuar con la diferencia? ¿Cuánto se aprende y se crece desde una comunicación no represiva ni marginadora con lo diferente? ¿Cuánto pueden aportar las herramientas del arte a procesos de interacción saludable, responsable, crítica y a la vez solidaria?
Las respuestas únicas y definitivas a estas interrogantes no existen. Están sí -y por fortuna- los ensayos, las búsquedas, los proyectos. Formas quizás imperfectas que abren caminos y permiten la generación de otros conocimientos.
En esa línea se puede reconocer al más reciente y extenso proyecto del fotógrafo uruguayo Federico Estol, Héroes del brillo, del que han surgido un fotolibro con el mismo título, coeditado por El Ministerio Ediciones (Uruguay) y Hormigón Armado (Bolivia), y la muestra que está abierta al público hasta el 5 de diciembre en la planta baja del Centro de Fotografía de Montevideo (CdF), ubicado la avenida 18 de Julio 885 (entre Andes y Convención).
El objetivo de este proyecto de Estol, gestado a través varios años de trabajo con un colectivo de lustrabotas de Bolivia, trasciende la contemplación estética para impulsar un proceso de reflexión y descubrimiento de lo diferente, a la vez que ensaya una mirada crítica sobre la discriminación, la marginación y los lenguajes alternativos que permiten construir las narrativas de lo propio.
Pasamontañas del brillo
Tanto en la muestra como en el fotolibro Héroes del brillo, Federico Estol reúne una importante colección de fotografías e ilustraciones que a lo largo de varios años fueron producidas en conjunto con el colectivo de lustrabotas que salen a trabajar cubiertos con pasamontañas en La Paz y El Alto, en Bolivia. Estas piezas son resultado de numerosos encuentros y talleres, en los que estos trabajadores, tanto niños como adolescentes y adultos, fueron articulando sus historias de discriminación violenta, acoso, persecución. Así, ellos asumieron los roles definitorios de la narrativa visual: fueron los actores, fueron los directores.
El uso de los pasamontañas, explicó Estol en una videoconferencia organizada por el CdF, es el signo que distingue y define este colectivo y a la vez les permite trabajar sin ser reconocidos y pueden “competir” con los lustrabotas ya establecidos. “Las personas de su entorno no saben que se dedican a este trabajo, tampoco en el barrio ni en la escuela”, e incluso lo desconocen algunos miembros de sus familias. De no ser así, cada uno estaría sometido a la violenta discriminación.
Estol conoció la historia de estos lustrabotas bolivianos a través del relato de un viaje a La Paz que realizó su cuñado. Ahí se activó su curiosidad y decidió investigar y luego contactar a la ONG Hormigón Armado, que nuclea a unas 70 familias de lustrabotas, para conocer más a fondo la realidad de los trabajadores, sus formas de organización y el diario que publican. Movido por la intensidad de la historia, se la jugó y concibió este proyecto que plasmó a través de instancias participativas en las que experimentó con la construcción de un relato visual que conjuga las herramientas de la fotografía documental y la exploración de la ficción -con elementos del cómic, la literatura, el cine, las teleseries- como medio para contar las historias que marcan a este colectivo.
“La experiencia fue muy positiva, trabajé con ellos armando el periódico, ayudando en la panadería de Hormigón Armado y, luego de que ya había confianza, empecé con las fotografías. Estuve recorriendo las calles de El Alto y de La Paz con los lustrabotas, luego fuimos a sus barrios y me abrieron sus casas para tomar algunos retratos. Ellos son personas que la están luchando por sus familias como cualquier otro, vi un gran esfuerzo para superarse y eso me dio energía para empujar con ímpetu este proyecto”, contó Estol en una entrevista que realizó Gabriela Rufener para el sitio What, que está especializado en fotografía.
El desafío de la fotografía social
Con sus proyectos anteriores –Fiestas del Uruguay, Hello Montevideo o La isla del tesoro– Estol fue experimentando con formas alternativas de la fotografía para enlazar la ficción con el registro documental. Este lenguaje integrador, relató en la videoconferencia organizada por el CdF, es un camino para rescatar el espesor simbólico que sostiene a las experiencias de un colectivo en un territorio específico. Es posible así la convergencia de memorias, rituales, sensaciones, narrativas, que dan acaso un panorama más vital, que trasciende el registro fotográfico que luego se exhibe en una galería. Él lo dice sin ambages: “Sin caer en la típica fotografía de ONG o en la clásica fotografía documental”. A la vez, este enfoque desafía e interpela al artista, al fotógrafo, como vehículo para el intercambio y para luego hacer las devoluciones a la comunidad.
Para estos proyectos, y especialmente para Héroes del brillo, Estol procesó también las experiencias de otros artistas que han transformado la fotografía en una herramienta para la acción social con grupos marginados, como los provocativos proyectos y acciones sociales de João Ripper (Brasil), Vik Muniz (Brasil), JR (Francia), Robert Saltzaman (Estados Unidos).
La fotografía social se convierte así, como en este Héroes del brillo, en un nudo de narrativas construidas en un trabajo que no se constriñe a los cánones de lo documental. En esta muestra no hay fotos con “golpes bajos”, no hay rostros que puedan funcionar en un catálogo multicultural bienpensante. En ellas están las voces y las historias de los lustrabotas bolivianos, plasmadas con sus ideas, con sus colores intensos y contrastantes, los brillos, sus oscuridades, los movimientos que emulan acciones heroicas en una trama que transcurre en el borde de lo real y lo ficcionado.