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Mundo Argentina |

Macri ya fue

La plaza del pueblo saludó al presidente argentino

«Oíd el ruido de rotas cadenas» -fragmento del himno nacional argentino-, cantaba un grupo de manifestantes cuando, por decisión de Alberto Fernández, se retiraron las rejas que cortaban la Plaza de Mayo por la mitad, en las vísperas del 10 de diciembre.

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Por Martín Adorno

La vigilia para esperar en las calles la asunción de la fórmula presidencial electa en octubre deba cuenta de tanta ansiedad popular, que apenas el reloj marcó la hora cero, se multiplicaban los brindis, bailes, cánticos y fuegos artificiales. Había llegado el gran día.

En la mañana, hubo un previamente discutido e inefable encuentro con Macri en el Congreso. Cuando el expresidente de derecha entró, el recinto entero le cantó la marcha peronista en su cara y se lo vio fingiendo tranquilidad. Allí juraron Alberto y Cristina y se hicieron cargo formalmente de las diversas carteras del Estado. Tras ello, el presidente entregó un vehemente discurso de presentación, en el que dejó bien claro que el hambre será el primer objetivo a atacar, y que intervendrá la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), no admitirá operaciones mediáticas y judiciales y reorientará recursos de diversos organismos a enfrentar el flagelo de la pobreza.

Todo era alegría. La salida y el recorrido de 2 kilómetros entre el congreso de la nación y la casa de gobierno estuvo escoltado por una multitud a ambos lados de las vallas. Una vez en Casa Rosada, recibió y saludó a las autoridades y delegaciones de los diversos países que estaban presentes, almorzaron y, por la tarde, los actos protocolares se completaron con la jura de ministros en el Museo del Bicentenario, detrás de la Casa Rosada.

 

Imágenes de una tarde mágica para las grandes mayorías

A aquella plaza de la Casa Rosada y la catedral, que hoy se halla frente al cabildo donde el 25 de mayo de 1810 se gritó libertad por primera vez; la misma que fue bombardeada por la aviación para derrocar a Perón el 16 de junio de 1955, matando con la democracia a cientos de personas; la de las madres y las abuelas; la de las grandes represiones del 19 y 20 de diciembre de 2001; la de los recitales y discursos por el día de los derechos humanos o el bicentenario; la del enrejamiento de Macri, volvía a ser. Como un reloj detenido, por cuyas agujas dos veces por día, pasa el tiempo.

Desde las 14.00, tocó una quincena de bandas de diversos géneros que iban del floklore al rock, en un continuado de recitales que no se veía desde hacía 1.461 días.

“La última vez que estuvo así fue el 9 de diciembre de 2015”, le dijo el pizzero de Balcarce y pasaje San Lorenzo del barrio de San Telmo, a pocas cuadras de la plaza, a Sebastián Miquel, reconocido fotógrafo argentino. 1.461 días habían pasado entre el 9 de diciembre de 2015 y el 10 de diciembre de 2019. En ambas plazas, estuvo Cristina Fernández.

La imagen de multitudes se repetía en cada esquina que rodeaba la mítica Plaza de Mayo. La gente sonreía, y la grieta desvanecía su presencia en la postergación, como producto de una intuición social que separaba lo urgente y lo importante de lo accesorio. Lo urgente e importante era ganar y comenzar de inmediato a horadar el hambre; lo accesorio, la grieta.

La cumbia, el rock, la murga, el tango, la chacarera, siguieron llegando desde el escenario frente a la desenrejada plaza, y todas las adaptaciones de clásicos de cualquier género que pudieran hacer alusión a esa alegría, y cada tanto a Macri, lo llenaban e imbuían todo. Una inmensa miscelánea de familias, científicos, curanderos, taxistas, periodistas, vendedores ambulantes, maestras, jubilados, abogados, estudiantes, albañiles, médicos, estatuas vivientes, ingenieros, barrenderos, artistas y policías no hacía más que sonreír o tomar fotos con quienes se encontraban.

Niños y niñas sonreían y refrescaban sus manitos en las bateas de hielo de los vendedores de bebidas que, como parte de la multitud, también coreaban el «presidente, Alberto presidente, Alberto presidente».

Abrazos transpirados e interminables, como en la última escena de una película con final feliz, o los pies en la fuente, como aquel 17 octubre de 1945, cuando la movilización reclamaba la libertad de Perón; paraguas, pañuelos, gorritos, banderas para protegerse del sol, que brilló muy fuerte en lo alto de un día inolvidable para la historia de la nación, coronaban el marco imponente.

 

Cuatro años eternos

El psicoanalista Jorge Alemán sugiere: “Tarde o temprano, los colectivos volverán a batallar por recuperar aquellos espacios en los que se han tocado sus fibras más íntimas, y con los que fueron felices”. Y así fue.

Después que Macri le ganara a Scioli por menos de dos puntos, y gracias a la manipulación y el engaño, destruyendo todo con la absoluta y explícita complicidad de los medios hegemónicos, había vuelto el proyecto nacional, popular, inclusivo, latinoamericanista. Aquel que no admite teorías de derrame, sino que puja por una justa distribución de las riquezas, en un país hecho básicamente de recursos naturales, bienes comunes y alimentos. Un país cuya capacidad productiva es demandada en un 75% dentro de su propio territorio, y en la misma proporción depende del empleo generado por las pymes, 40.000 de las cuales han cerrado, macrismo mediante. Un país de commodities que podría no haberlo sido si no hubiera habido tantos macris en el camino.

Tal pujanza en la lucha de intereses, ha derivado colateralmente en inflación y corridas bancarias en reiteradas oportunidades, casi de modo inevitable, como un quiste soslayado entre hábitos socioculturales. Pero los pueblos responden.

Y Argentina, este 10 de diciembre, revivió un lugar intersticial entre haber ganado una semifinal del mundo (fútbol) y haber recuperado la democracia. Una semifinal porque tras tanto esfuerzo y cuatro años de infamia política y económica, se ha logrado tener la chance de jugar una nueva final; una final contra los fondos buitres, contra el FMI, contra la deuda más grande y más rápida de la historia, contra el hambre, contra la precarización laboral, contra el desvencijamiento atroz de los derechos de los más vulnerables, contra la grieta, contra los poderes corporativos mediáticos y judiciales, contra las grandes embajadas, contra la manipulación de datos y subjetividades de las redes, contra el contramano de las derechas y sus embestidas regionales, contra la soledad que ello implica.

La jugada estratégica de CFK, que siendo quien ostentaba un intacto 40% del electorado tras años de persecución judicial y linchamiento mediático, dejó a Macri y sus adalides con la boca abierta por cuatro meses. Poner a Alberto Fernández en nación y a Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires para que engrosen el caudal político que traía, a fin de reunir las fuerzas del peronismo y otros espacios de corte progresista, fue algo que nadie había previsto. Cambiemos no pudo reaccionar y, poniendo todo, absolutamente todo lo que la derecha puede poner con los poderes citados anteriormente, perdió por 10 puntos.

De repente, todo fue silencio, cuando se escucharon las primeras palabras desde el escenario principal. Hablaba Cristina Fernández de Kirchner. La dos veces presidenta de Argentina que llega otra vez a Casa Rosada, le decía a Alberto: “Presidente, tiene una tarea muy dura, le dejaron un país devastado. Tierra arrasada”.

Y continuó: “Sé que estos cuatro años han sido muy duros. Trabajo, salario, pobreza, el hambre que tanto preocupa a nuestro presidente y que debería desvelar a todos los argentinos bien nacidos”, dijo la ex jefa de Estado, y agregó: “Fueron cuatro años duros para quienes fuimos objeto de persecución; a quienes se nos buscó hacernos desaparecer, literalmente, a través de la humillación y de la persecución. Sin embargo, y pese a todo, estamos aquí”.

“Los pueblos no son tontos. Conciben la lealtad con los dirigentes que sienten que los representan y los defienden. Esa voluntad, esa humildad y ese coraje tienen que tener un objetivo: el amor. El que siempre nos ha movido. Por lo menos a nosotros, en esta plaza. Mucho amor”.

 

La plaza de las jornadas previas

Cristina entiende que es importante identificar la «naturaleza» de las plazas, para comprender a quién hablarle, cómo y qué decir, ya que unos días antes, la reunión para “despedir” a Macri también se llevó adelante en esa plaza. Solo que allí no había efusividad alegre, ni orgullo ni pasión próxima al amor.

El veneno que destila la sociedad conservadora de derecha es de talante fascista y profundamente antidemocrático y antisolidario; el desprecio de estos sectores por la figura de CFK se materializa en carteles de muerte, en expresiones y gritos peyorativos, desvalorizadores y en la falta de unión fraterna y de alegría.
El odio no convoca a la unidad franca, sino al rejunte circunstancial y espurio. Y, tras una extensa e intensa actividad militante, que la llevó a ser primera dama, diputada, dos veces senadora, dos veces presidenta; habiendo perdido en el camino a su marido -expresidente-, a un nieto, a su madre; teniendo su hija internada en Cuba, más la persecución, política, judicial y mediática… Cristina lo sabe, como nadie.

La otra plaza, la de los enunciados como: «CFK mató a Nisman; pobreza cero; no vamos a devaluar; no va a haber tarifazos; no vamos a perseguir a nadie; no voy a tirar un gendarme por la ventana; Santiago Maldonado estaba congelado como Walt Disney; lluvia de inversiones; el mar es inmenso y el submarino pequeño», por citar algunas de las más lúgubres y estridentes expresiones del macrismo; no solo son títulos vacuos que proponen nombres para programas de radio; no. Son síntesis de la verdad más auténtica y llenadora que podía encontrar el macrismo para estibar bajo sus paladares y expelerlas inagotablemente.

Rozarían lo patológico y hasta se codearían con la inimputabilidad si no fuera porque los Macri -por caso- ingresaron a la dictadura con siete empresas, y al cabo de siete años, salieron de ella con 47 y sus deudas estatizadas. Y esto, sin contar el contrabando de autopartes con Sevel, la estafa millonaria con las Cloacas de Morón, el desfalco con el Correo Argentino que Gerardo Morales investigaba por 2003, ni las escuchas ilegales por las cuales Nisman procesó a Mauricio ni las 59 cuevas offshore con millones de dólares sucios, ilegales, delictivos.

 

Alberto

Volviendo a la plaza de ahora, Cristina le dio el micrófono al presidente, y tras las lágrimas y los aplausos, se lo escuchó atentamente: “A la meritocracia del individualismo, a la política del ‘salvate vos’ y que el otro se arregle, vamos a imponer la solidaridad. Somos un movimiento político que nació para ser solidario con el prójimo. Los que hoy la están pasando mal, no teman, ellos serán los únicos privilegiados en la Argentina que hoy se inicia. Hacia ellos dirigimos todas nuestras políticas”, dijo Alberto Fernández.

“Vamos a trabajar todos juntos, hacer la mejor epopeya que podemos hacer como sociedad, unir nuestro esfuerzo para que nunca más falte un plato de comida en la casa de cada argentino. Vamos a poner fin al hambre, es algo que debe avergonzarnos, y para no avergonzarnos más, hagamos lo que corresponde”, profundizó.

En esa línea, dijo: «Hoy vamos a dar vuelta una página más de la historia, a partir de hoy empezaremos a construir un tiempo en el que lo más importante va a ser el que produce y trabaja y vamos a desterrar a los que especulan con la timba financiera”, cerró.

La noche y el empedrado se desdecían. Fuegos artificiales, bocinas, remeras, banderas, camiones con agua para hidratar y mucha esperanza decían que se estaba volviendo a empezar.

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