De nuevo tengo que decirlo: la vida es una novela. No hay vuelta. En el territorio de la imaginación humana y del lenguaje, todos los acontecimientos y todos los temores del mundo se resumen, cobran vida y salen a manifestarse. A veces nos ayudan a reconocernos y a pensar, como si nos miráramos en un espejo en el que se han reflejado ya miles de existencias.
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George Orwell refiere, en su libro 1984, del omnipresente y vigilante Gran Hermano o Hermano Mayor, de la habitación 101, perteneciente a la Policía del Pensamiento y de la neolengua, que transforma el léxico humano con fines represivos, a partir de la premisa de que, lo que no está en la lengua, no puede ser ni siquiera pensado. En el libro, escrito en medio de la segunda guerra mundial y publicado en 1949, la sociedad está organizada en tres grupos: los miembros del Partido Único, los miembros del Consejo Dirigente y una masa de marginados o plebeyos dominados por los dos primeros. Los del primer grupo, o “externos”, son una especie de burocracia sometida a un control absoluto, que debe demostrar una adhesión total al sistema y lo hace mediante actitudes de fanatismo y de crueldad.
El dictador que está a la cabeza de todos es el Gran Hermano, que todo lo ve, todo lo sabe, todo lo controla. No se le escapa ni la menor intimidad de las personas. Como todos viven en el miedo, y como el Gran Hermano vigila cada gesto y toma feroces represalias, es común que los hijos pequeños denuncien a sus propios padres. Los lemas del partido son: paz es guerra, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza.
Dicen que un libro es más inteligente que su autor. Orwell escribió la obra sumergido en el ambiente de hambre, violencia y destrucción de los años de guerra. Su Gran Hermano venía a ser el dictador Stalin, y hasta la V del emblema mayor era una burla al símbolo de la victoria enarbolado por los aliados, pero esos símbolos han ido mutando con el tiempo y llenándose de nuevos contenidos, al pasar de las circunstancias históricas.
Una idea central se mantiene intacta, la que el propio autor expresa: “Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. […] En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas ‘líneas de partido’.
La autoaniquilación del yo y la incapacidad de reconocer la realidad son los dos grandes mensajes que hoy por hoy nos deja la novela de Orwell. Curiosamente las ventas del libro, que anduvo de capa caída durante cierto tiempo, se están multiplicando actualmente de una manera inverosímil, sobre todo en Estados Unidos, a partir de la asunción de Donald Trump, aunque sigue estando prohibido en muchos países.
Me parece que una de los grandes lecciones de la obra es la idea de que el conocimiento sigue siendo la mayor fortaleza humana. Una educación integral, sin censuras, abierta al análisis y a la interpelación, sigue siendo la principal herramienta de liberación. El enriquecimiento del vocabulario, que brinda la educación, favorece ese análisis y permite distinguir lo falso de lo verdadero y lo contradictorio de lo coherente.
De ahí que uno de los principales riesgos de la sociedad contemporánea sea el analfabetismo funcional y la ausencia de conocimiento que campea en enormes sectores de la población. De la idea de una persona oprimida, aislada en un mundo saturado de redes de comunicación, pasiva y conformista, controladora y conservadora, la educación puede apostar a personas creativas y en aprendizaje permanente, que no estarán dispuestas a dejarse avasallar por consignas, prejuicios e ideologías, sean cuales sean. De una realidad estática, cuadriculada y establecida de antemano, la educación permite pasar a otra realidad, construida con base en el pensamiento y en continuo proceso de transformación. De la cultura de la aceptación pasiva y de la ingenuidad, la educación permite pasar al develamiento del mundo y da lugar a un ser humano que observa e investiga, constructor de sus propias experiencias y capaz de asumir compromisos sociales basados en la búsqueda de la verdad.
Como dice el español Fernando Savater, si bien nacemos humanos, no adquirimos una humanidad plena sin el aprendizaje, que hace posible el diálogo y la perpetuación de la memoria, para mejorarnos los unos a los otros, para no caer en la brutalidad y para no repetir viejos y dolorosos errores.
Para dar un ejemplo que ya habrá pasado por la mente de los lectores, el programa televisivo Gran Hermano o Big Brother, que ha dado la vuelta al mundo desde hace dos décadas, ha sido y es mirado por millones de personas que desconocen por completo la idea original en la que se inspira su título, así como la carga ideológica que conlleva. Y esto es lo verdaderamente peligroso. Esto es lo que sucede cuando no está de por medio el fenómeno salvador de la educación.
Yo ignoro cuáles fueron las intenciones recónditas de los creadores del programa de televisión, más allá de su ansia de lucro; al fin y al cabo, no por casualidad le pusieron ese nombre. Pero lo realmente inquietante es el desconocimiento de la gente, el interés hueco, vacío y sin sentido por un programa en el que los participantes están inmersos en un sistema carcelario en el que pueden ser contemplados sin barreras. Vuelvo a lo dicho: la educación es el único y real mecanismo de poder que poseemos, nosotros, los vulnerables, los desvalidos, los expuestos, tan capaces sin embargo de convertirnos en victimarios.
Si el programa de televisión Gran Hermano provoca en sus protagonistas -como ya ha sido comprobado- ansiedad claustrofóbica, brotes psicóticos y exposición de dolor y malestar, mucho peor es que existan televidentes que disfrutan con ese proceso. El paso del dolor privado al público convierte o convirtió al programa en el festejo de una tragedia o en su mutación en espectáculo. Sólo la educación, que aviva el pensamiento crítico, puede operar al menos una reflexión en tal sentido. Celebro, en lo personal, que la obra de Orwell esté cobrando nueva importancia en la actualidad. Es una novela sobre la vida y sus dobleces, sobre la condición humana y los peligros de la alienación, y sigue tan vigente como en los tristes tiempos de su publicación.