Para una sociedad acusada de “falocéntrica”, poco se habla de la celebración cada 26 de abril del Día Mundial del Pene: la efeméride podría parecer una broma, pero no, se trata de una festividad nacida del sintoísmo, una de las principales religiones de Japón, y su propósito es crear conciencia.
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Sus orígenes están en la ciudad japonesa de Komaki, donde se realiza el “Kanamara Matsuri” (Festival del Falo de Acero). Ese día es tallado en madera de ciprés un monumental pene enhiesto, de dos metros y medio de altura, el cual es cargado exclusivamente por hombres de 42 años, la edad propicia para la fertilidad, según la tradición local.
Esta peculiar procesión efectúa un largo recorrido desde la “Tajta Jinja Shrine” (pagoda masculina) a la “Tamahime-no-mikyo Shrine” (pagoda femenina). Se acostumbra a beber sake y lanzarse bolas de arroz, celebrando la fertilidad, los partos saludables y los matrimonios.
En sus orígenes, la celebración tenía lugar en Kanayama-jinja, santuario consagrado a Kanayamahiko y Kanayamahime, las divinidades masculinas y femeninas del fuego y las artes metalúrgicas. La idea del rito era abogar por la fertilidad y la buena salud durante el embarazo.
En la actualidad, aparte de promover el sexo seguro, la fiesta recauda fondos para la investigación del VIH-SIDA, y para fortalecer la educación en temas de sexualidad responsable. A su vez, contribuye a romper un par de mitos sobre el pene, por ejemplo, los relacionados con su tamaño ideal…
¿Mayor es mejor?
Un estudio de 2015, realizado entre 15.500 hombres y publicado en la prestigiosa revista de urología BJU International, arrojó que el largo promedio de un pene en reposo es de 9,16 centímetros, y erecto ronda los 13,12 centímetros.
Dichas tallas están bien lejos de los presuntos records de envergadura: un tal Jonah Falcon aseguraba que su miembro en erección medía 34,5 centímetros, y más recientemente el mexicano Roberto Esquivel Cabrera se ha hecho famoso por un falo que ronda los 48 centímetros.
Ninguno está particularmente feliz por estar exageradamente “dotados” y cargan, literalmente, con una pesada cruz que les da más problemas que placer.
El pene, a su vez, comparte la función sexual con la micción: no tiene la exclusividad del clítoris y, encima, arrastra con milenios de prejuicios sociales que asocian la talla con la virilidad, de ahí los recurrentes complejos que genera en muchos el tamaño del pene.
A partir de este órgano “se ha construido las bases del patriarcado, la dominación, la territorialidad corpórea y la espacial, el trabajo y sus jerarquías, las guerras, el poder, el orden, la obstinación, la fuerza motora, los fanatismos; en síntesis: la penetración humana al mundo circundante”, dice el sexólogo Walter Ghedin.
Esa cuestión cultural agobia al pene, al que siempre se le exige cumplir en materia sexual. Para algunos sexólogos, se trata de un órgano “sobrestimado”, y que causa angustia cuando no responde cómo se espera de él.
Ojo, el pene sí se puede romper, así que es menester usarlo, pero con cuidado.