En ciertas culturas, el término “comemi**da” es asociado a gente despistada; en otras es una grave ofensa, pero a veces, en determinadas circunstancias, ingerir heces puede ser medicinal. Resulta, estimados lectores, que existe algo conocido como trasplantes fecales, y que han demostrado ser altamente efectivos para tratar un parásito potencialmente letal.
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Se trata de un tratamiento contra el Clostridium difficile, que provoca una diarrea tan aguda que puede llevar a la muerte. Varios estudios clínicos confirman que el temible C.diff es resistente a los antibióticos, pero sucumbe ante las bacterias de las heces fecales de una persona sana, las cuales, al ser implantadas en el colón y los intestinos de un enfermo, restablecen una flora funcional y acaban con la infección.
La estadística no miente: los índices de cura superan el 90 por ciento, pero el tratamiento aún enfrenta ciertos prejuicios en el ámbito de la medicina, así como los remilgos de aquellos a quienes le parece, con sus razones, otra vulgar forma de koprofagia (del griego “phagos”, devorar, y “kopros”, excreta. O sea, eso mismo).
Una vieja práctica
Pero esta práctica no es ni remotamente nueva. Existe bibliografía que indica que allá por el siglo IV esta cura era habitual en China. Se aplicaba por vía oral, mediante sorbos de lo que llamaban la “sopa amarilla”.
Por otro lado, algunas culturas tienen la tradición de hacerle tragar a los recién nacidos una minúscula porción de la hez materna, para agilizar la activación del sistema inmunológico del bebé.
Este método comenzó a implementarse en Estados Unidos, de manera esporádica, hace más de medio siglo, aunque la Administración de Alimentos y Medicinas (FDA, según sus siglas en inglés) solo autorizaba a realizar trasplantes fecales a determinados médicos a través de un permiso federal especial.
Ante la creciente presión de galenos y pacientes, la FDA flexibilizó sus regulaciones al respecto a inicios de la década pasada, pero tampoco abundan los enfermos sometidos a este tratamiento, ya sea por falta de donantes, o porque el procedimiento les parezca peligroso. También hay que entenderlos: con todo y sus fines curativos y términos científicos, al final se trata de… mierda.
Igual, para los más escrupulosos existen sucedáneos sintéticos tan o más eficaces, como la “Magic Bullet”, un concentrado de bacterias fecales encapsulado en una píldora de gelatina, o el “Repoopulate”, una solución salina bastante parecida a un batido de vainilla.
La caca salvadora
El éxito del tratamiento depende de la calidad de la muestra usada, la cual puede ser implantadas por diversas vías: nasal, oral o anal, a través de una endoscopia, una colonoscopia o un enema. Para garantizar un producto efectivo existen bancos como OpenBiome, que acopian, conservan y suministran los prototipos a doctores y hospitales.
Tampoco la donación es para cualquiera. Nadie que sufra algún trastorno gastrointestinal, haya consumido antibióticos recientemente o viajado a países cuyas aguas sean potenciales causantes de enfermedades puede aplicar. El potencial donante es analizado rigurosamente para descartar patologías que se transmitan mediante fluidos corporales, como el VIH o la sífilis, así como otros desórdenes asociados a las bacterias intestinales, desde síndromes metabólicos hasta enfermedades de índole autoinmune.
En el caso de OpenBiome, solo cuando existe plena certeza de que el posible donante es completamente sano, el banco acepta su eyección, la procesa y pone a disposición de la medicina.
No es la piedra filosofal
Los defensores del trasplante fecal insisten en que esta terapia no hace milagros. Solo porque elimine al C.diff no quiere decir que curará otros males similares. El desafío para los investigadores es encontrar las maneras de atacar con precisión a los microbios dañinos, sin afectar a los que ayudan a ese gran ecosistema bacteriano que es el cuerpo humano. Los antibióticos, por ejemplo, no discriminan.
A su vez, esta prometedora técnica es contraindicada para personas que padezcan enfermedades infecciosas o inflamatorias graves del tracto gastrointestinal, como colitis ulcerosa o enfermedad de Crohn; trastornos de la coagulación sanguínea; antecedentes de cáncer colorrectal o poliposis adenomatosa; insuficiencia hepática o renal; o si los pacientes tienen una edad avanzada o son frágiles.
Sin embargo, que la ancestral práctica de “comer de la que pica el pollo”, como dicen jocosamente en el Caribe, pueda llegar a ser beneficioso para la salud, es otra prueba fehaciente de que en el mundo para que sea mundo, tiene que haber (y hay) de todo, incluso caca.