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Una respuesta fascinante

¿Por qué nos gustan los alimentos crujientes?

Los alimentos no solo nos cautivan por su olor o sabor. El sonido también importa, todos los productos crujientes son como música para nuestros sentidos.

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Papas fritas. Rollitos de primavera. La cobertura de chocolate de un helado o una tarta. El pan recién hecho… ¿A quién no le gustan los alimentos crujientes? Es muy extraño encontrar a alguien que le incomode sentir el crujido de un alimento estallando en su boca. Y la razón de que sea así, está, una vez más, en el fascinante mundo de la neurociencia.

Este fenómeno recibe el nombre de “música de la masticación” y es una sensación auditiva muy importante para el ser humano. ¿La razón? Muy sencilla, porque nos ofrece información sobre el estado de ese alimento. Pensemos, por ejemplo, en la experiencia de morder una manzana que está tan blanda como el algodón. Lo más probable es que sintamos repulsión y la echemos a la basura.

Cuando un alimento está crujiente, el cerebro lo interpreta como apetitoso y saludable. La manzana que no hace ningún sonido cuando la mordemos es muy probable que esté demasiado madura e incluso podrida. El dato es muy interesante, pero aún hay más explicaciones que nos sorprenderán aún más.

Aunque el sonido no aporte ningún beneficio nutritivo, es un estímulo para incentivar la propia alimentación desde que llega a la boca.

Alimentos crujientes, una tentación que no siempre es tan saludable

Los grandes chefs saben que el sonido es importante en el mundo de la alimentación. Bien es cierto que un producto nos “entra” primero por la vista, después por el olor y, seguidamente, por el sabor. Sin embargo, el sonido y en concreto todo aquello que sea crujiente nos cautivan por completo.

Aún más, en el campo del marketing saben que el empaquetado de los alimentos es decisivo. Los amantes de las patatas fritas disfrutan abriendo la bolsa de este tipo de snacks. Es más, cuando compramos una barra de pan, lo primero que hacemos es apretarla con las manos para sentir su crujido. Es así como valoramos que su elaboración es reciente y que, por tanto, es bueno para consumir.

Charles Spence es un psicólogo experimental de la Universidad de Oxford que lleva años investigando la neurociencia de la alimentación. Estudios, como el que publicó en el 2015, nos señalan algo relevante sobre este tema. Todo producto crujiente y placentero es procesado por el cerebro como saludable. Bien es cierto que este criterio no siempre se cumple, pero es un instinto al que casi no podemos resistirnos…

“Cocinar es el arte más multisensual. Y yo intento estimular todos los sentidos”. -Ferrán Adrià-

Para el estrés, alimentos crujientes

La Universidad Estatal de Ball realizó una investigación reveladora. Cuando las personas lidiamos con el estrés, evidenciamos unas necesidades alimentarias muy concretas: buscamos productos crujientes. También los dulces y los salados. El origen está en que son reconfortantes para el cerebro, impulsan la producción de serotonina y tienen un efecto calmante.

Es decir, no solo nuestros mecanismos neurológicos nos convencen de que todo lo que cruje en nuestra boca es -en apariencia- más saludable. Además, esa experiencia de tener en la boca una patata frita o una galleta salada resulta catártico, nos relaja y nos aporta una sensación de bienestar lo bastante intensa como para reducir el estrés.

Muchos productos crujientes tienen grasa (y al cerebro le encanta)

Lo venimos señalando. De algún modo, el cerebro asume que todo lo crujiente es saludable, está en buen estado y vale la pena consumirlo. Es cierto que la fruta y la verdura (entendidos como productos saludables) cuando están en su punto óptimo, estallan en nuestra boca de manera crujiente.

Sin embargo, hay alimentos poco saludables y con alto contenido en grasas que también nos generan esa irresistible “música de la masticación”. Esto se explica por un hecho, y es que el cerebro siente especial predilección por los alimentos ricos en grasas, sal y azúcares. Le gusta tanto que hasta nos gratifica con dopamina, endorfinas, serotonina…

El sabor se queda más tiempo en la boca (y se disfruta más)

Hay otro aspecto no menos interesante que explica también por qué sentimos predilección por los alimentos crujientes. Este factor reside en que todo producto que cruje requiere de mayor masticación y, por tanto, está más tiempo en nuestra boca. El deleite, en consecuencia, es más intenso.

Por ejemplo, no es lo mismo tomarnos una sopa que una pizza bien crujiente de queso. Esta última requiere de más tiempo en su consumición y el disfrute se estira tanto como la propia mozzarella.

Asimismo, las grandes marcas de papas fritas usan los más sugerentes aderezos en sus productos para intensificar ese tiempo de masticación. Cada snack tiene sabores de lo más intensos (barbacoa, pimentón, queso, jamón, etc.). La experiencia de comer este tipo de productos se vuelve de lo más multisensorial.

No solo nos encanta abrir las bolsas y sentir su olor. Por lo general, nos deleitamos mucho más con su sabor mientras sentimos el estallido de cada crujido en nuestra boca. Toda esa sinfonía de sensaciones es altamente adictiva; tanto, que rara vez empezamos un paquete sin terminarlo.

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