—¿Cómo describiría el momento actual entre Colombia y Venezuela?
—Está en su mejor nivel. Las relaciones entre los dos países nunca habían estado tan bien, no solo en lo comercial y lo económico —que se han elevado a niveles superlativos— sino también en lo político y lo militar. Por primera vez en la historia se firmó un Acuerdo de Protección Conjunta de la Frontera, donde ambos ejércitos realizan operaciones coordinadas para enfrentar a los grupos paramilitares y narcotraficantes. Es un hecho inédito y muy positivo, sobre todo considerando que a ambos lados viven unos tres millones de ciudadanos en condiciones muy vulnerables.
—¿Cómo definiría hoy la relación entre Estados Unidos y Venezuela?
—La agresión de Estados Unidos contra Venezuela ya lleva 26 años. Han utilizado todos los métodos: golpes de Estado, sabotajes petroleros y eléctricos, intentos de invasión marítima, bloqueos financieros, sanciones, incluso un intento de asesinato contra el presidente Maduro. EE.UU. no soporta que Venezuela sea un ejemplo de autonomía, que controle sus recursos naturales y tome decisiones en beneficio del pueblo. Y, por supuesto, también quiere apropiarse de nuestras riquezas: petróleo, gas, oro, diamantes, coltán, agua y esa es la verdadera razón de su hostilidad.
—Hace poco se habló mucho del Premio Nobel de la Paz. ¿Qué opinión le merece?
—Me parece intrascendente. Es un premio otorgado por cinco personas en Noruega, un país de la OTAN que acompaña a Estados Unidos en todas sus aventuras militares. El jurado está compuesto por parlamentarios de extrema derecha, así que es normal que premien a quienes sirven a los intereses occidentales. Ya lo han hecho antes con Kissinger, Obama o Juan Manuel Santos. No me sorprende en absoluto.
—¿Qué balance hace de las recientes elecciones en Bolivia?
—En Bolivia se asistió a un suicidio de las fuerzas populares. No sé si por ambiciones personales o por errores políticos, pero ocurrió lo inevitable. El resultado fue la victoria de un dirigente de extrema derecha que se alineará con Estados Unidos y con los gobiernos reaccionarios de la región: Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile y Perú. Aplicará políticas neoliberales, pero enfrentará una fuerte resistencia del pueblo boliviano, que tiene una larga tradición de lucha.
—¿Y qué papel juega la fractura interna del MAS en ese resultado?
—El enemigo trabaja para dividirnos. Cuando las izquierdas buscan ampliar su base hacia la derecha, fracasan. La única alianza posible es con el pueblo, no con los empresarios ni con Estados Unidos.Los que sobrevivimos somos los que mantenemos esa alianza popular: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Los demás tienen un día de alegría —cuando ganan las elecciones— y cinco años de sufrimiento después.
—¿Cómo ve la situación política del Frente Amplio en Uruguay?
Desde Venezuela vemos al gobierno de Orsi como un gobierno más de derecha, sin voluntad de impulsar cambios de fondo Desde Venezuela vemos al gobierno de Orsi como un gobierno más de derecha, sin voluntad de impulsar cambios de fondo
—Veo una dicotomía entre el gobierno y el Frente Amplio. Pareciera que el Frente Amplio sigue siendo de izquierda, pero el gobierno no. Hay sectores con voluntad transformadora, pero cuando gobiernan lo hacen hacia la derecha. Desde Venezuela vemos al gobierno de Orsi como un gobierno más de derecha, sin voluntad de impulsar cambios de fondo. De todos modos, es el pueblo uruguayo quien decide, y eso se respeta.
—Usted ha trabajado durante años por la integración regional. ¿Qué diagnóstico hace hoy?
—La integración latinoamericana atraviesa su peor momento. América Latina y el Caribe son el continente más atrasado en esa materia, y la razón es estructural, las oligarquías locales son desintegradoras porque actúan a favor de los intereses de Estados Unidos. Desde la Doctrina Monroe en 1823, la política de Washington ha sido impedir cualquier unión entre los países del sur.Hemos tenido avances con la CELAC gracias a López Obrador o Petro, pero todo esto ocurre en medio de una intensificación de la agresión estadounidense. Mientras no se resuelva la disyuntiva entre bolivarismo y monroísmo, la integración seguirá estancada.
—¿Y qué rol juega China en este tablero?
—China ofrece una alternativa económica bajo el principio del “ganar-ganar”. Tiene grandes iniciativas globales —de desarrollo, de seguridad, de gobernanza— que proponen un modelo distinto al occidental. El problema no está en China, sino en los gobiernos latinoamericanos, que se mueven según los intereses empresariales y no los populares. China no interfiere en los asuntos internos; negocia con quien el pueblo elija. Si los pueblos votan por gobiernos que actúan contra ellos mismos, esa ya no es decisión de China.
—¿Ve una salida posible para la región?
—Sí, pero sólo si los pueblos recuperan el protagonismo. Las alianzas con el poder económico o con Estados Unidos siempre terminan en derrota. La soberanía no se decreta: se construye desde abajo, con conciencia y organización popular.Sergio Rodríguez Gelfenstein sostiene que la batalla central del siglo XXI en América Latina sigue siendo la misma que en tiempos de Bolívar: unidad o subordinación.Y, pese al retroceso actual, confía en que la historia volverá a girar hacia los pueblos.