Las feministas jóvenes nos preguntamos por qué algunas cosas son como son. Por ejemplo, por qué ciertos núcleos feministas están tan unidos a la militancia partidaria de izquierda y a las instituciones. De repente nos vemos dando discusiones como “¿se puede ser feminista y de derecha?”, quizás sin saber bien por qué el tema surge y resurge en el debate público en Uruguay.
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Sabemos que tenemos un pasado, pero generalmente se ubica allá lejos y hace tiempo. Conocemos a las referentes más destacadas porque siguen siendo partícipes activas de la militancia y la vida pública. Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar, pero, ¿qué pasa con nuestras madres?
Todas estas interrogantes, inquietudes y vacíos históricos aborda Ana Laura de Giorgi en su libro Historia de un amor no correspondido. Feminismo e izquierda en los 80 (Sujetos editores, 2020). La publicación forma parte de la colección feminista Guyunusa, un proyecto que busca «habilitar y divulgar la palabra escrita de los afrofeminismos, transfeminismos, lesbofeminismos y los movimientos que lucha contra toda forma de dominación».
Esta investigación es una invitación a pispear por la ventana un pasado que nos hizo. Una historia que, en palabras de la autora, «arroja luz sobre las mujeres, que no es apenas diferente sino esencialmente desigual (Barrancos, 2008), porque las mujeres de forma recurrente son invisibilizadas en los grandes relatos […] No deberíamos limitarnos a estudiar las contribuciones de las mujeres al ‘mundo de los hombres’ (Harding, 1998), sino, por el contrario, deberíamos comprender sus condiciones de marginalidad».
Es, entonces, la posibilidad de un acercamiento, un punto de partida. Un texto necesario para la construcción teórica de un feminismo uruguayo, rioplatense.
En Historia de un amor no correspondido se puede descubrir la génesis del feminismo en Uruguay y su estrecha unión con la militancia de izquierda, la existencia de dobles militantes, la transformación semántica de la lucha feminista (de lucha de clases a democracia, de democracia a patriarcado).
Antes del golpe de Estado de 1973 se había empezado a gestar el pensamiento feminista, pero la dictadura interrumpió ese proceso. «No conocemos en qué medida aquellas militancias y revoluciones podrían haber sido fundamentales para la emancipación de las mujeres», explica De Giorgi.
Se dio un descubrirse mujer que para algunas sucedió en el exilio latinoamericano o europeo, para otras en el insilio o en la cárcel. La lucha por el retorno de la democracia puso en pausa las demandas feministas, pero, a la vez, sirvió como caldo de cultivo para las mujeres.
Los 80
«El feminismo en los ochenta nació al calor de las cacerolas, es decir, dentro de un movimiento de mujeres que se organizó para resistir y protestar contra la dictadura», dice De Giorgi. No todas se identificaban con el feminismo, pero entendían que en alguna medida su rol dentro de la revolución era inferior al de sus compañeros varones.
En 1984 nació el Plenario de Mujeres del Uruguay (Plemuu), conformado principalmente por mujeres de sectores populares que integraban una «amplia base» de la organización y mujeres profesionales «que se transformaron en las referentes». De allí surgieron nombres como Cristina Grela, Margarita Percovich, Carmen Tornaría, Nita Zamuniski y Ana Nocetti.
Otra organización de renombre fue Grecmu y también tenían gran presencia las periodistas vinculadas a Jaque. Además lucharon para ser parte de espacios mixtos y crearon sus propias publicaciones como La cacerola.
El feminismo uruguayo estaba muy ligado a la lucha sindical, a la izquierda y a las instituciones. Por eso, las primeras mujeres que participaron de instancias internacionales se sorprendieron por algunas actividades como rondas de baile de mujeres; esas formas de hacer política desde lo lúdico, desde la construcción del goce entre mujeres no habían permeado en el país.
Las mujeres que se animaban a decirse feministas, sobre todo las que eran dobles militantes, eran juzgadas. «La preocupación por parte de las propias feministas de expresar y asumirse como tales, ante el riesgo de ser consideradas como las responsables de desviar las energías de la causa principal, se hizo visible en más de una oportunidad», relata la autora. «Audacia, coraje, valentía y confianza se enunciaron como aptitudes necesarias para asumir dicho desafío».
Un amor resignado
Una de las mujeres entrevistadas por De Giorgi en el libro relata: «Era muy difícil llevar la agenda feminista a la izquierda, no solo a los partidos, sino a las radios, a todos lados. […] Exponer este tema en la izquierda daba trabajo y generaba una sensación estereotipada, y era difícil decir una cosa exacta, estabas a la defensiva. […] Te decían «vos estás exagerando; ay, las feministas».
Los «compañeros» se sentían interpelados por el feminismo, deslegitimaban los reclamos de las mujeres, las acusaban de sacar el foco de lo importante, aseguraban que lo importante era la lucha de clases y que con ese triunfo vendrían todos los demás. No solo las relegaban en los espacios políticos; muchas lo sufrieron en sus hogares y se convencieron de que lo personal era político.
Un ejemplo de lo que este trabajo ayuda a entender es el debate feminismo-derecha. La autora no se posiciona con respecto a ese tema, pero explica por qué ese debate está tan vigente en Uruguay. Aunque no las veamos, las raíces de nuestro feminismo están latentes; en un país en el que los feminismos nacieron desde los núcleos de izquierda, ¿cómo no debatir qué conecta y qué excluye entre política partidaria y militancia social feminista?
Este registro de experiencias no es solo un aporte teórico en sentido estricto, es, más bien, un poderoso insumo para conocer trayectorias vitales, entenderlas y entendernos.
Un apunte: leer feminismo no es «cosa de mujeres», categoría por demás peyorativa y arcaica. Los cambios sociales que se vienen suscitando gracias al empuje de los movimientos feministas forman parte de la historia de la humanidad. Elegir no saber o asegurar que no nos concierne por no ser mujeres es también una decisión política (Cristina Peri Rossi dice que para ella todo es político, incluso no serlo).
Hoy el feminismo y la izquierda siguen viviendo una historia de amor no correspondido. Muchas compañeras deciden integrar colectividades partidarias y dar la lucha desde dentro, y otras eligen la militancia social. Para las primeras todo es más difícil; transformar las instituciones desde adentro e intentar corromper las estructuras anquilosadas es tarea dura. Esperar que los «compañeros» voten para saber si «nos dejan» parar 24 horas un 8 de marzo es difícil.
El feminismo sigue, cada vez con más fuerza, permeando en todos los espacios. Y, como dijo una politóloga amiga, tiene una capacidad que otros movimientos sociales no han desarrollado: rebelarse frente a las instituciones.