Las ollas y merenderos populares comenzaron a emerger hace un año atrás, cuando recién se anunciaba la emergencia sanitaria por coronavirus. Nacieron como una medida solidaria de vecinas y vecinos para paliar una situación de crisis «transitoria». Con el paso de los meses, la solidaridad brotaba y resistía en el tiempo y ante las diferentes vicisitudes, como la escasez de donaciones o de recursos humanos. Las ollas viven, luchan y emocionan, es verdad, pero la realidad es que no deberían existir porque eso habla de un Estado que no existe.
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Esta situación cumplió un año de vida y se tornó obligatoria, ante un gobierno ausente. Un gobierno al que se le pidió ayuda, al que se le hizo una olla popular en la puerta de Presidencia para ver si así conectaba con el hambre de la gente. Un gobierno que tuvo muchas oportunidades de responder y no lo hizo. Está comprobado: si las ollas no están, hay personas que no comen.
¿En qué momento el hambre dejó de ser concebida como una injusticia social para ser parte de un paisaje totalmente normalizado? ¿Cómo es posible que la responsabilidad de calmar el hambre recaiga sobre ciudadanos de a pie y no sobre el Estado? Dudas que no se despejarán en este artículo, pero que pretenden ser un disparador para la reflexión.
Más pobres, menos recursos
El Instituto Nacional de Estadística (INE) confirmó recientemente que, de acuerdo a la última Encuesta Continua de Hogares, en el año 2020 se registraron 99.953 personas pobres más que en el año anterior, con lo cual la cifra total ascendió a 411.000 (11,6% de la población).
También se supo que la pobreza afecta en mayor medida a niños, niñas, adolescentes y mujeres y que, «de cada 1.000 hogares, tres no superan el ingreso necesario para cubrir las necesidades básicas alimentarias».
Además, la encuesta reveló un aumento del «valor de la brecha de pobreza», que en 2020 se ubicó en 1,9. Esta cifra implica que los hogares pobres necesitan un nivel mayor de ingresos que el año anterior para dejar de serlo.
Ante el crecimiento de la pobreza, las iniciativas solidarias también han ido aumentando. Según los últimos datos recabados por Solidaridaduy en Montevideo, hay 297 ollas y merenderos populares registrados a los que asisten 44.000 personas. En el primer relevamiento realizado, en el mes de abril de 2020, se contabilizaron 188 propuestas.
Desde Solidaridaduy, Facundo Ferro le confirmó a este medio que, si bien no hay relevamientos recientes, el aumento de la demanda de personas que asisten a las ollas se ratifica con la cantidad de porciones que se sirve en cada jornada. «Nosotros formamos parte de la Coordinadora de Ollas y actualizamos los datos con la información que nos envían desde la red. Sabemos que la tendencia va en aumento, tanto en cantidad de porciones que se sirven como en la cantidad de días que se sale».
Por otro lado, reconoció que hay muchas iniciativas solidarias que tuvieron que cerrar o reducir la cantidad de días que entregan comida debido a la carencia de insumos y donaciones. En tal sentido, hizo referencia al convenio con el Instituto Nacional de Alimentación (INDA) que cayó el 28 febrero y no fue renovado. «El argumento fue que van a cubrir el interior del país y que de Montevideo se encargaría el Mides, pero aún no hay novedades».
Ferro valoró el apoyo de la Intendencia de Montevideo (IM) y manifestó expectativas en que la situación de las ollas pueda mejorar, ya que «con la llegada del invierno más personas van a necesitar». «Actualmente la IM entró como un actor más fuerte en lo que tiene que ver con donaciones, mediante el plan ABC, y tenemos la esperanza de que con ese aporte se pueda mantener la cantidad de porciones necesarias».
La foto más cruda
Todas las estadísticas que aporta INE son confirmadas por las personas que sostienen las diferentes iniciativas populares, personas que no ven solo las cifras, sino que se enfrentan a seres de carne y hueso, que cada vez son más. «El viernes pasado hicimos 30 kilos de arroz, más una olla de estofado de lentejas de 90 litros y no nos alcanzó», contó angustiada una vecina del barrio El Tobogán.
Quienes acuden a las ollas solidarias ya no son solo las víctimas de una pobreza estructural o crónica. En la fila está el trabajador y la trabajadora que fueron enviados al seguro de paro, comerciantes que cerraron el negocio, emprendedores o artistas. Personas que están entrenando la condición de pobreza debido a los efectos de la crisis y la falta de respuestas del Estado.
La interminable y diversa fila de comensales, aguardando un plato de comida, jugados a la voluntad y solidaridad de otras, con frío, calor o bajo agua, es una foto que cualquiera puede ver en muchos barrios populares de Montevideo, y también en el interior. Pero existe otro fenómeno del cual no hay relevamiento alguno: el hambre que no se ve.
En diálogo con este medio, Breda Bogliaccini, integrante de la Red de Ollas y Merenderos del Cerro y de la Organización de Usuarios de Salud del Oeste, explicó que la cantidad de asistentes a las propuestas solidarias aumentó notoriamente en los últimos meses, pero que se deberían cuantificar otras tantas que no asisten a las ollas por vergüenza o por la incapacidad de reconocerse en situación de pobreza.
«Hay mucha gente que tiene hambre, pero no se anima a ir a hacer cola a una olla, aunque esté en una situación de pobreza aguda. El otro día nos contactaron por una familia compuesta por madre, padre, hija (que se quedó sin empleo) y nietos, que está en una situación muy complicada. El hombre está transitando una quimioterapia, sin poder trabajar, por lo cual el hogar se sostiene solo con el salario de su esposa, que es muy bajo. Desde la red, nos comunicamos para informarles a dónde podían ir a retirar la comida e insumos para cocinar, pero después constatamos que nunca fueron».
Bogliaccini explicó que algunas ollas son gestionadas por trabajadoras y trabajadores desocupados que se encargan de cocinar para otras personas y también comen ahí, pero aseguró que «si ellos no fueran quienes están protagonizando la acción de organizarla, no irían a hacer cola porque tienen vergüenza». Este tipo de personas, agregó, on las que cayeron en la pobreza «como producto de la pandemia y falta de respuesta total del gobierno».
Pero el hambre no es el único problema, advirtió, «también está afectando la salud». «Al integrar la Organización de Usuarios de la Salud del Oeste, tomamos contacto, mediante una policlínica de la IM, con el caso de un grupo de niños que fueron analizados por mareos, pero que, según el diagnóstico médico, padecían falta de alimentación. Los síntomas eran de hambre, no tenían ninguna otra patología», contó indignada.
El caso fue derivado por la profesional que los atendió a una olla popular y este es un mensaje que no debería pasar inadvertido. Se la derivó de un centro de salud a una olla popular. La integrante de la red contó que se le sugirió a la madre que se dirija a alguna olla y pida información de todas las iniciativas solidarias de la zona a las que podían acudir para cubrir las necesidades alimentarias de la semana, ya que no todas las iniciativas funcionan todos los días.
Para Bogliaccini, las situaciones que ven día a día en los barrios confirman «un fuerte mazazo de la realidad». «Hace un año, quienes empezamos en esto creíamos que luego del invierno pasado se terminaba, pero la necesidad lo impide. Las ollas y merenderos tienen que seguir existiendo porque la gente pasa hambre».
«Es como volver a vivir la crisis de 2002. Sentimos que si no hay respuestas del Estado, no vamos a poder responder a la demanda actual. Las ollas no van a poder seguir siendo el escudo del pobre por mucho tiempo más».
Pobreza hoy, enfermedades mañana
Otra problemática que subyace a los efectos económicos de la pandemia tiene que ver con los procesos reproductivos en contextos vulnerables. Sobre este asunto alertó el grupo de la Clínica Ginecotocológica A de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, integrada por el doctor y exsubsecretario de Salud Pública, Leonel Briozzo.
En un informe titulado El efecto de la pansindemia en el proceso reproductivo en Uruguay, se advierte «un incremento de la prematurez y la restricción de crecimiento de los bebés en los primeros seis meses de la emergencia sanitaria en comparación con 2019, el año inmediatamente anterior».
El escrito explica que «la prematurez y la restricción de crecimiento fetal se relacionan también estrechamente con la hipótesis de la transmisión transgeneracional de las enfermedades crónicas en los contextos de pobreza, lo cual le confiere una importancia mucho más allá del proceso del embarazo, nacimiento y primera infancia».
De acuerdo al informe, está comprobado que los «recién nacidos afectados tendrán más riesgo en su vida futura de padecer enfermedades crónicas», como la diabetes, obesidad, aterosclerosis, infartos, problemas mentales. Estas enfermedades, agrega el análisis, son mal denominadas como “no transmisibles”, cuando son transmisibles «por el riesgo incremental que existe en el proceso reproductivo en las condiciones de vulneración de derechos, pobreza, violencia e inequidad.»
La investigación hace énfasis en que las condiciones adversas socioeconómicas, ambientales y psicosociales que impactaron en las embarazadas vulneradas en sus derechos las ubican en un “entorno materno desfavorable” para el proceso reproductivo. Si la situación no se revierte, explica el estudio, «aumentará el riesgo de enfermedades crónicas socialmente transmisibles que pondrán en jaque al sistema de seguridad social y sanitario en las próximas décadas, ya que sería dable esperar un aumento de los nacimientos en el sector más vulnerado por la crisis económica que se avizora».
El informe concluye alertando sobre un posible incremento en Uruguay de «el peso específico de la reproducción en los sectores más vulnerados, y que estos a su vez tengan más riesgo de padecer enfermedades crónicas, amplificando el impacto, más aún con la tendencia marcada al descenso de la natalidad general reportado antes».
Apelar a la “garra”
Mientras tanto, desde las diferentes redes solidarias que gestionan y sostienen las iniciativas populares se siguen preguntando dónde está el apoyo social que prometió el presidente Luis Lacalle Pou. «Va a haber una inversión adicional de 200 millones de pesos en apoyo a ollas, a comedores y a merenderos», dijo en conferencia de prensa.
El pasado martes se realizó una reunión entre la Coordinadora de Ollas Populares y el Ministerio de Desarrollo Social para dialogar sobre las necesidades de las ollas populares y del supuesto apoyo del Estado que todavía no se materializó. Al día siguiente, Caras y Caretas se comunicó con Paola Beltrán, integrante de la coordinadora, quien nos informó que la organización no se expresaría hasta concretar una reunión interna.
En este escenario de crisis sanitaria y económica, de hambre e incertidumbre, tuvieron lugar las desafortunadas declaraciones del ministro de Desarrollo Social, Pablo Bartol, quien habló sobre la situación económica que transita el país en el programa Polémica en el bar y apeló a «la garra» de las personas vulneradas en sus derechos como herramienta para salir de la crisis.
“Tengo 15 años de trabajo en Casavalle, con gente que tenía esos problemas (refiriéndose a la pobreza), y con actitud y el curso y el entrenamiento adecuado llegó muy lejos. Los pies en el barro o el frío en la noche no impiden que la gente tenga una garra enorme, ganas de aprender, y con eso, dándole el entrenamiento adecuado, la gente llega muy lejos”.
Estas expresiones no fueron bien recibidas por muchas organizaciones y colectivos sociales, que no tardaron en formular respuestas para el titular de Desarrollo que circularon en las redes sociales. «Ministro: de la pobreza se sale con un gobierno responsable que desarrolle políticas públicas. No se sale ni con garra, ni con entrenamiento ni con esperanza», expresó el colectivo Magnolia en su red social.
Por su parte, las colectivas Redes de Ollas al Sur, conformado por organizaciones que trabajan de forma conjunta en torno al apoyo alimenticio en ollas populares y merenderos de la zona sur de Montevideo, también se expresaron al respecto. «Las desafortunadas frases del ministro Bartol nos llevan directamente al viejo mantra neoliberal según el cual el pobre es pobre porque quiere».
En su mensaje, cuestionaron la idea de que «el que no llega es porque no se lo propone». «Las afirmaciones de Bartol no nos ofenden, ya que conocemos bien su ideología degradante y degradadora. Lo que nos ofende, a quienes damos la cara ante los resultados más violentos del sistema social que él festeja, es que en un país con recursos de sobra haya gente pasando hambre», agregaron.
Además, lamentaron «que el peso de la crisis se descargue sobre quienes trabajan y no sobre quienes llenan sus alforjas con la miseria desparramada».
«Comparar a quien nace con todo en la mano con quien tiene que sortear mil obstáculos para salir adelante es un esfuerzo retórico que vemos repetirse en la boca de nuestros gobernantes».