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Sociedad fondos | ahorristas | Estafa

Opinión

Fondos ganaderos: Ganadores y perdedores

Cuando estos cracks neoliberales de los fondos destruyen la confianza de los ahorristas nacionales de invertir en verdaderos proyectos productivos que al mismo tiempo puedan servir para el desarrollo nacional, perdemos todos.

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Convengamos que es difícil aportar análisis novedosos a un tema que ha sido tan trillado, en lo que se llama la mayor estafa registrada en nuestro país. Sin embargo, hay algunos temas que quedan soslayados ante la confrontación entre inversores bien intencionados (hay de los otros, aunque es un tema difícil de abordar) y aquellos que dirigían las diferentes propuestas. ¿Hubo, aparte de estos últimos, quienes se vieron favorecidos o perjudicados por esta propuesta fallida que supo ser un buque insignia del pensamiento más liberal dentro del sector agropecuario? Creemos que sí.

Partamos de la base de que estas propuestas podían convertirse en una excelente oportunidad para el lavado de capitales de origen ilegal. Todo proceso de lavado tiene un costo asociado que permite el blanqueo de capitales. Alguna búsqueda de información e intercambios con especialistas afirman que es posible que los que necesiten legalizar capitales de origen delictivo pueden estar dispuestos a pagar entre un 10 % y un 20 % de los montos para alcanzar este objetivo. Es cierto que no se pueden hacer afirmaciones contundentes al respecto en la medida de la opacidad de este mercado por su propio origen. Pero esta rentabilidad negativa permitiría explicar de dónde se podía sacar, sobre todo en el inicio fondos, para pagar rentabilidades que no existen en los negocios agropecuarios en general y ganaderos en particular que difícilmente puedan superar el 5 %. La ganancia de un proceso a pérdidas en cantidades absolutas está en que en realidad, hasta que no se los inserta en el sector legal, esos fondos valen 0 en la economía formal. Se puede decir entonces que hay un grupo que podía lograr su objetivo con estos procedimientos y tengo la suspicacia de que estos “inversionistas”, aún con su pérdida planificada, cobraron los capitales correspondientes. En términos de barrio, estos supercapitalistas de los fondos ganaderos saben que con esta barra no se jode.

Pero como esto, por lo menos a mi alcance, es imposible demostrarlo, este grupo de ganadores, del que se habla poco por razones obvias, queda en el marco de las conjeturas y suposiciones.

Se ha podido ver toda clase de reclamos, manifestaciones, investigaciones en prensa de aquellos inversionistas birlados en su confianza. No tanto de aquellos que vendían servicios (insumos, compra de ganado, pago de arrendamientos de la tierra, etc.) y en particular los dueños de la tierra que le arrendaban a estos fondos con supuestos fines productivos. Evidentemente en esas decenas de miles de hectáreas arrendadas estos estafadores contumaces en algunos casos honraban sus deudas, aunque también los hay de los que quedaron agarrados del pincel. Los que cobraron fueron entonces otro grupo de ganadores, siempre a costas de los perdedores conocidos. Máxime cuando hubo un aumento sostenido del precio de los arrendamientos de tierras para fines ganaderos. Solo como una muestra, entre el año 2008 y el 2022, hubo un aumento de más del doble del precio en estos contratos (de 42 a 86 U$S/ha/año). Este aumento de precio fue multicausal, pero debemos suponer que un aumento de la demanda por presión de nuevos contratos de arrendamiento fue parte involucrada en el mismo.

Pero resulta que este aumento del precio de los contratos, al afectar los precios promedio, tuvo como consecuencia que muchos ganaderos familiares arrendatarios se vieron obligados por la “mano invisible del mercado” a adecuar su propios valores de arrendamientos. Muchas veces estos valores absolutamente distorsionados estaban por fuera de las capacidades de rentabilidad de las unidades ganaderas, teniendo en muchos casos que dejar la tierra. Esto lo puedo afirmar porque fue una casuística permanente de nuevos aspirantes de tierra del Instituto Nacional de Colonización. He aquí un nuevo grupo de perdedores para los que no hubo prensa ni abogados, ni sesudos analistas que los tuvieran en cuenta, y solo podían esperar el poncho protector del Estado.

El Uruguay es un país con un relativo bajo nivel de inversión. Esto hace que los gobiernos hagan esfuerzos, a veces no del todo adecuados, en la búsqueda de la tan mentada Inversión Extranjera Directa. Siempre que esto se haga sin perder soberanía y con redistribución social de la riqueza generada, no parece ser controversial. Sin embargo, ¿qué pasa con la capacidad de ahorro e inversión interna, la que los propios uruguayos podrían hacer como palanca de dinamización de la economía y el desarrollo nacional? Alguien puede pensar que para esto no habría posibilidades, que los capitales nacionales no son significativos y cosas por el estilo. Pero si nos enteramos de que el dinero de nuestros connacionales en el exterior suman 62.000 millones de dólares, la cosa al menos nos tiene que hacer pensar. Y también que habría miles de millones de dólares ahorrados fuera del sistema financiero en el llamado, con nuestro típico humor, el Colchón Bank.

Por eso, cuando estos cracks neoliberales de los fondos destruyen la confianza de los ahorristas nacionales de invertir en verdaderos proyectos productivos que al mismo tiempo puedan servir para el desarrollo nacional, perdemos todos. Cuando se crean expectativas y luego se destruyen confianzas, después reconstruir formas de inversión para el desarrollo nacional vehiculizando el ahorro de nuestros compatriotas se vuelve muy difícil. De esta manera se está invocando a seguir sangrando con depósitos al exterior y capitales que no sirven para crear trabajo uruguayo. Todos, entonces, pasamos a ser perdedores.

Y solo a manera de reflexión, cuando escuchemos los cantos de sirena de la eficiencia del capitalismo salvaje, recordemos que existen otros ejemplos basados en sistemas para la inversión de pequeños ahorristas que han sido tremendamente exitosos, tanto organizados por el sector cooperativo como por el propio Estado, la antítesis de su dogma.

Por Andrés Berterreche

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