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China vs Taiwán (y Estados Unidos)

Un aniversario conflictivo

Por Daniel Barrios.

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La Gran Sala del Pueblo de Beijing desbordada por miles de dirigentes y funcionarios del Partido Comunista y del Estado. 10 banderas rojas con las fechas 1911-2021 separadas por un megarretrato de Sun Yat-sen, el padre de la patria y efímero primer presidente de la República de China en 1911.

Con esta escenografía reservada a las grandes ocasiones, China conmemoró el 9 de octubre el 110º aniversario de la Revolución de Xinhai (1911) o Levantamiento de Wuhan, que propició, meses después, el establecimiento de la República de China (la primera república de toda Asia) y destronó al “emperador niño” Alsin Gioro Puyi de la dinastía Qing.

La fecha es sin duda uno de los momentos más importantes de la historia china y también universal porque puso fin a más 2.000 años de dinastías y, muy especialmente, porque abrió el camino a la gesta revolucionaria que, 38 años después, desembocaría en la victoria del Partido Comunista de Mao Tse Tung y con ella el derrocamiento del gobierno Partido Nacionalista Chino (Kuomingtang, KMT) y la fundación de la República Popular el 1º de octubre de 1949.

Precisamente, tras su derrota y luego de una cruenta guerra civil, las fuerzas nacionalistas y su líder Chiang Kai-shek (que sucedió Sun Yat-sen) huyeron y se refugiaron en la isla de Taiwán, al otro lado del estrecho de Formosa, donde hoy continúa existiendo la República China en contraposición de la República Popular fundada por Mao.

China quedó efectivamente dividida en dos: Taiwán, con un gobierno aliado de Occidente, y el resto del país, gobernado por el Partido Comunista, que siempre reivindicó su soberanía sobre la isla y no ha dejado de considerarla parte inalienable de su territorio, y su voluntad de reintegrarla a la madre patria con la fórmula “un país, dos sistemas”, la misma que rige las relaciones entre Beijing y Hong Kong.

Las cosas cambiaron a partir de la década de 1970, cuando, primero Estados Unidos y luego todo Occidente, ante las presiones del gigante asiático, se resignaron a reconocer el gobierno comunista, quitando el reconocimiento a Taiwán y expulsándolo de organizaciones internacionales y de su asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que desde entonces es ocupado por la República Popular.

Actualmente Taiwán y sus casi 24 millones de habitantes gozan de independencia de facto, aunque todos los países del mundo -con la sola excepción de 15 estados- adhieren a la llamada «política de una sola China», y reconocen que China es una sola, que está gobernada por el Partido Comunista, y Taiwán es parte de ella.

“La tarea histórica de la completa unificación de la madre patria debe conseguirse, y desde luego que se conseguirá”, fue el mensaje central del presidente Xi Jinping en su discurso de celebración, transmitido en directo por todas las radios y televisiones nacionales.

Este aniversario, que Taiwán también celebra como su fiesta nacional, fue precedido de una escalada de tensiones entre ambos lados del estrecho, que se acercaron a la “línea roja” cuando los primeros cuatro días de octubre aviones caza, de detección de submarinos y vigilancia, y una cincuentena de bombarderos con capacidad nuclear del Ejército Popular de Liberación penetraron casi 150 veces en la zona de defensa aérea de la isla.

Para Taipéi se trató de un “abuso” y su ministro de Defensa, Chiu Kuo-cheng, alertó que Beijing estará en condiciones de invadir con éxito la isla para 2025, y aseguró que las relaciones entre China y Taiwán atravesaban el “peor momento” de los últimos 40 años.

Las incursiones aéreas fueron la respuesta de China a las recientes maniobras militares de las armadas estadounidense (dos portaaviones, el USS Ronald Reagan y el USS Carl Vinson), británica (portaaviones británico HMS Queen Elizabeth), el destructor de helicópteros japonés JS Ise, como también a las revelaciones de The Wall Streeet Journal (luego confirmadas por la administración Biden) que fuerzas de operaciones especiales y marines de Estados Unidos han estado entrenando en secreto a tropas de Taiwán durante al menos un año para prepararlas ante un conflicto bélico. También fue la reacción del gigante asiático al anuncio de la alianza de seguridad entre EEUU, Australia y Reino Unido, conocida como Aukus, que la República Popular calificó como la “OTAN de Asia”, cuyo objetivo sería contrarrestar su creciente influencia en la región.

A pesar de la intensificación de las actividades militares y el riesgo de que las constantes tensiones causen un incidente que pueda descontrolarse, China descarta, por ahora, una intervención armada para reintegrar la “provincia separatista” a la madre patria.

“Conseguir la reunificación de la patria por medios pacíficos está en el interés general de la nación china, incluidos los compatriotas de Taiwán”, sostuvo Xi Jinping. De todas maneras el presidente se ocupó de advertir que “nadie debe subestimar la fuerte determinación […] del pueblo chino para defender la soberanía nacional y la integridad territorial”, advirtió Xi.

“El separatismo independentista de Taiwán es el mayor obstáculo para lograr la reunificación de la madre patria, y el mayor peligro oculto para lograr el rejuvenecimiento de la nación”, subrayó el mandatario.

Ese “rejuvenecimiento” es parte fundamental del Sueño Chino del presidente Xi Jinping de recuperar el protagonismo en el escenario mundial que tuvo históricamente y de convertir a su país en una sociedad socialista desarrollada y una superpotencia política, tecnológica, económica y militar para el año 2049, cuando se cumpla un siglo de la fundación de la República Popular.

No obstante, los observadores coinciden en que el discurso de Xi fue más moderado que los anteriores, particularmente el pronunciado el 1º de julio en ocasión de los 100 años de la fundación del Partido Comunista, cuando amenazó con «destruir por completo» cualquier intento de independencia de Taiwán.

La respuesta a las afirmaciones de Xi del gobierno de la ex Formosa llegó el día después, durante los festejos de su fiesta nacional.

“Nadie obligará a Taiwán a doblegarse ante la presión de China”, aseguró la presidenta Tsai Ing-wen, desde el escenario instalado frente al palacio presidencial de la capital, entre conciertos, actuaciones de gimnastas y atletas de taekwondo, desfiles de tanques y jets en el cielo.

“Deseamos una distensión en las relaciones, y no actuaremos de manera temeraria, pero que nadie crea que el pueblo taiwanés se doblegará ante la presión” de China, declaró Tsai, que aseguró que “continuaremos reforzando nuestra defensa nacional y demostrando nuestra determinación a defendernos para garantizar que nadie puede obligar a Taiwán a seguir el camino que China nos ha trazado”.

Las relaciones entre China y Taiwan se deterioraron abruptamente desde la asunción de Tsai en 2016, que Beijing considera una líder separatista y que siempre se ha negado explícitamente a reconocer el “Consenso de 1992” o “Consenso de una sola China”, esto es, que solo existe un Estado bajo el nombre de China. De todas maneras la líder del Partido Democrático Progresista en el poder se declara favorable a mantener el actual statu quo (al igual que la mayoría de los habitantes taiwaneses) entre los dos territorios y no ha dado ningún paso hacia una declaración de independencia que equivaldría a declarar la guerra a la República Popular.

Sin duda el tercero (o el primero) en discordia es Estados Unidos, que se ha dedicado, sin prisa pero sin pausas, a alimentar la tensión entre ambos territorios dado que la isla es clave en la estrategia del Indo-Pacífico y en la idea de contener a Beijing, presionándole en uno de sus intereses vitales e irrenunciables.

Para China la “cuestión Taiwán” no es solo un tema de orgullo nacional y dignidad nacional, la recuperación del último de los territorios usurpados por las potencias extranjeras durante el que los chinos recuerdan como “el siglo de la humillación”, sino también una cuestión de soberanía, seguridad e integridad territorial y una cuestión geopolítica, militar y comercial estratégica para el acceso de su flota al Pacífico.

Para Washington, Taiwán -al que Biden le ofrece un apoyo “sólido como una roca”- también representa la llave para controlar ese mismo océano y, por sobre todas las cosas, el epicentro de su política anti-China.

El Council on Foreign Relations ha incluido recientemente a Taiwán como uno de los escenarios más plausibles para un conflicto armado, mientras The Economist ha pasado a llamar al estrecho que la separa de China como “la zona más peligrosa del mundo”.

Tony Abbot, ex primer ministro de Australia, durante su visita a Taiwán para “poner fin al aislamiento internacional” de la isla aconsejó al gobierno de “prepararse para una guerra” con China.

Zhao Lijian, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de Beijing, calificó los dichos de Abbot de “inmorales, irresponsables y ridículos” y advirtió que «cuando se trata de cuestiones de fondo relativas a la soberanía nacional y la integridad territorial de China, como la cuestión de Taiwán, simplemente no hay lugar para la negociación. China dará la respuesta más severa a cualquiera que intente jugar con fuego», agregó.

No tengo dudas: las tensiones entre estos dos proyectos antagónicos, que tiene como protagonista a Taiwán, representan la más grave amenaza del siglo XXI.

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