Por Bernarda Tinetti y Martín Adorno
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El 27 de octubre de 2019 se celebraron las elecciones generales en Argentina. Según el recuento definitivo que realizó la Cámara Nacional Electoral (CNE), la fórmula integrada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner (Frente de Todos) se impuso en todo el país con 48,24% de los votos, por sobre la que conformaron Mauricio Macri y Miguel Ángel Pichetto (Juntos por el Cambio), que lograron 40,28% de los sufragios válidos. En cantidad votos, la CNE determinó que los Fernández obtuvieron 12.942.183 de votos frente a los 10.805.634 de la coalición macrista.
“Lo que posibilitó la unidad de todo el peronismo fue la decisión de Cristina Kirchner, que -indudablemente- condujo la estrategia política para ganarle a Macri. Sin esa decisión -sin la decisión de quien conduce el espacio más grande, el más importante y que tiene el mayor porcentaje de adhesión popular- no se hubiera conseguido el triunfo”, afirmó a Caras y Caretas la senadora de la provincia de Buenos Aires Teresa García.
En este sentido, el titular del PJ Nacional, José Luis Gioja, valoró en este medio la “grandeza” de la expresidenta, al ubicarse en segundo lugar y la tarea “trascendente” que realizó para garantizar el triunfo en las urnas.
Por su parte, Roberto Caballero -quien acaba de escribir Lo mejor del amor. Por qué funciona el kirchnerismo, del cual aún gotean algunas letras del libro, pues tiene apenas unos días- atiende el celular a Caras y Caretas y dice: “El kirchnerismo es un fenómeno político que transformó la sociedad argentina del siglo XXI y, tras los ataques, la presión judicial y la persecución mediática logran revertir esa ambición desmesurada de sus proscriptores y reinstalarse fuertemente en el escenario político, venciendo al neoliberalismo en las urnas. Esto no fue fácil, sino que es el resultado de una trabajosa unidad de carácter estratégico, que se empieza a gestar en abril de 2016, cuando Cristina Fernández es citada por primera vez por el juez Claudio Bonadío, su más tenaz y feroz perseguidor”, explica Caballero.
El neoliberalismo nunca ha sido justo con los pueblos
“El kirchnerismo detectó que el neoliberalismo en Argentina podía instalarse a partir del desgajamiento de los sectores populares. Ese divisionismo en distintas tajadas era funcional a un modelo que, si no se revertía, podía quedarse no solamente cuatro años, sino muchos más. La unidad debía darse alrededor de un programa antineoliberal, y se produce entonces una síntesis que tensiona y enfrenta al macrismo, y lo derrota con Alberto Fernández como presidente, en contraposición a las políticas de Macri. El sentido del voto es muy claro: ponerle un freno a la devaluación, inflación, desocupación, dolarización de los alimentos y las tarifas, subordinación a las estrategias del Departamento de Estado estadounidense para la región”, continúa Caballero.
Sabido es que nunca, en ningún país del planeta, el neoliberalismo ha sido justo con los pueblos. Sin embargo, la configuración de flagrancias autodestructivas requiere la edificación de connivencias en el tejido social, que poco tienen que ver con la democracia, a menos que esta sea de baja intensidad, o que contenga grietas por las cuales se filtren personajes profundamente antidemocráticos, como Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Lenín Moreno o Sebastián Piñera, y, con ellos, casi que cualquier emisario de las derechas más rancias, cipayas y recalcitrantes del cono sur. Si no, veamos un segundo lo que ocurre en Bolivia: un empresario del sector gasífero encabeza el golpe de Estado que derrocó a Evo Morales y lo obligó a exiliarse en México para resguardar su vida.
La manipulación de subjetividades se desenvuelve en diversos planos y el advenimiento de los nuevos espacios públicos, enunciatariamente verticales pero depositariamente transversales que suponen -por caso- las redes sociales, confabula una lucha de pareceres constante y cambiante por la cual se cuelan, se inoculan gran parte de las melodías autofagocitantes de la industria del odio y la desigualdad. Allí también se presentan soluciones mágicas a problemas complejos. Se frivoliza y desprestigia la política, única herramienta que tienen los pueblos para cambiar la realidad. “Los gobiernos liberales siempre tienen como objetivo la banalización de la política para instalar ese modelo económico liberal con un asiento en la cuestión cultural. Entonces dicen que los dirigentes políticos son todos ladrones, que la política es mala, es ineficiente, que llena de gente que no sirve para nada en el Estado”, expresó García.
En esas semiosis de opiniones, la trayectoria, robustez e integralidad de un candidato pasan al plano de la negociabilidad. Algunos llaman posverdad a aquello que se aproxima más a lo que se quisiera oír que a lo que se tenga para decir. En el caso del tándem entre las redes y los medios hegemónicos, las ventajas emergen como invisibles herramientas comunicacionales capaces de horadar la capilaridad de una idiosincrasia, invistiéndola de otra o invirtiéndola. El resultado es una lógica mecanizada de cuasi razonamiento que frecuentemente no es propia del portador, pero que habita a un determinado sujeto político y le genera su espacio de confort simbólico, del cual ya no se moverá.
Esto es no solo instalar en la opinión un tema o una fake news como impronta de la agenda comunicacional, sino generar el entorno propicio para que esas discursividades discurran sin inconvenientes. Así, corrupción, inseguridad, desgaste, hijos extramatrimoniales, perpetuidad en el poder o abuso de prestigio conculcado se vuelven inconvenientes insostenibles o muy difíciles de revertir para el estigmatizado.
Para ir al grano con un ejemplo: hace unos días, Jair Bolsonaro lanzó distintas fakes en Twitter respecto de empresas que se iban desde Argentina a Brasil, y que de inmediato debió borrar por falaces.
Las campañas que han proliferado contra Cristina Kirchner, Rafael Correa o Lula da Silva, son pruebas de lo que venimos sosteniendo. Y en el caso del expresidente de Brasil, con el agravante de haber permanecido preso durante 580 días. Ahora se agrega el golpe de Estado en Bolivia, cuya oposición interna y externa no encontró manera de convencer a la población en contra de Evo Morales, no pudo con los tanques mediáticos y volvió a sacar los tanques a la calle. A las calles de Bolivia, y por eso, de Latinoamérica, la gran nación que nos contiene.
“El gobierno de cambiemos ha sido una fenomenal impostura, con un gran uso, no solamente del blindaje mediático provisto por las grandes corporaciones periodísticas o los medios de comunicación concentrada, sino hasta por el abuso de todas las plataformas de redes sociales, y valiéndose de diversas fakes, instalando grande mentiras que tergiversaran la realidad, colonizando los ejes del debate. El kirchnerismo deja de ser un oponente o un adversario para convertirse en una asociación ilícita”, analiza Caballero.
Estas escenas ficticias, agraciadas con la locuacidad de “criterio”, y enunciadas con vehemencia de veracidad, son como espejismos para los cuales primero ha habido que trazar lazos narrativos con el verosímil. Se trata de un contrato tácito, similar al que se tiene con un género y una textualidad dada, por ejemplo, películas de ciencia ficción. Dentro de determinadas condiciones de previsibilidad narrativa, quien entra al cine sabe qué va a ver; si habrá elefantes voladores o robots que se transforman en dulces y leales mascotas -en una de ciencia ficción-, o una voz en off con planos formales y una ponderación mayor por la veracidad que por el verosímil -en un documental-.
A un futbolero no le importó si hubo o no mano intencional dentro del área; le importó si el árbitro cobró o no esa mano, perjudicando a su equipo, independientemente de cualquier postulado de objetividad que pudiera defender la medida adoptada por el juez. Ergo, elegir enojarse, no acaba siendo una decisión racional, sino emocional.
Los grandes medios y las grandes redes tienen dueños. Los dueños son corporativos de corporaciones. Las corporaciones tienen intereses. Los intereses tienen socios. Los socios necesitan de esos medios y esas redes, para “orientar” a una población determinada, la población no tiene nada, salvo las manifestaciones callejeras, las organizaciones sociales, los partidos políticos y los sindicatos. Más, a la luz de los acontecimientos de lo que se están suscitando precisamente en Ecuador, Chile, Brasil y Argentina, donde la teoría del derrame está dando sus frutos: el empobrecimiento, el hastío y a reacción de las grandes mayorías de la población.
“La herencia que deja el gobierno de Mauricio Macri, con altos niveles de deuda y un ajuste brutal deja de muestra que fue un gobierno de mediocres para favorecer a unos poquitos, y ahora llega a la Argentina el gobierno de los mejores, para todos los argentinos”, afirma Gioja.
En la devastada Argentina de Macri, ese conglomerado que lo pudo, se llamó unidad. Y una vez más es el peronismo el que enfrenta el desafío de reconstruir aquel desvencijamiento institucional y social, de un inmenso país lleno de alimentos, y hambre.
“Muchos preparaban las calas para el kirchnerismo y, sin embargo, nace el Frente de Todos, y Cristina no solo no está presa, sino que además es elegida vicepresidenta y de forma contundente”, remarca Caballero.
Neoliberalismo, nunca más
Las últimas cifras que difundió en octubre el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (Indec) dan cuenta de que hay más de 16 millones de pobres en el país, de los cuales 3,4 millones están en una situación de indigencia. La comparación frente al primer semestre del año pasado arroja una suba del índice de pobreza de 8,1 puntos porcentuales, equivalentes a casi 4 millones de personas.
Según la consultora Ecolatina, la inflación, que Macri planteaba como un tema fácil de resolver, antes de asumir, acumula alrededor del 250% en los cuatro años que duró su mandato. Bien cabe acá la frase “los precios van por el ascensor y los salarios por la escalera”, ya que subieron 50 puntos menos que la inflación. La gestión a cargo del actual presidente tiene una máquina andando, la de emitir deuda y generar desocupados.
Macri dolarizó combustibles y tarifas y abrió las exportaciones con lo que provocó el cierre incesante de pymes e industrias importantes -incluidas las alimenticias- que no pueden afrontar los costos que también se vieron afectados por la estrepitosa caída del consumo interno, en el cual el rubro Alimentos acrecienta los números rojos. “#Macri: Íbamos a ser el supermercado del mundo, pero cerramos fábricas de alimentos. Unilever despide a 120 personas en La Rioja y Arcor despide 42 empleados en San Luis. El #industricidio se profundizó en el interior”, publicó en su cuenta de Twitter la exministra de Industria de la Nación Débora Giorgi, hace una semana.
Por su parte, otra cuestión básica que describe la grave realidad de crisis social que transita el país la relató el especialista en políticas sociales Daniel Arroyo en distintos medios de comunicación cuando afirmó que “tenemos el consumo de leche más bajo de los últimos 29 años. Es vergonzoso, no puede pasar. Si baja el consumo de leche quiere decir que estamos muy mal, y baja todo el tiempo”.
En este contexto, la expresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner, en reiteradas oportunidades, enfatizó: “El neoliberalismo nunca más en nuestro país”.
Con todo así, el retorno casi de inmediato del kirchnerismo es el retorno de la política en Argentina, como titula Le Monde Diplomatique. Y es una respuesta casi instintiva de una sociedad mal acostumbrada a ciclos de piedras y piedras en el camino del desarrollo. Piedras que son siempre las mismas, desde que el neoliberalismo se constituye como tal, aunque muy lejos se encuentre de hacerse cargo. Así se lo dijo Alberto Fernández en la cara a Macri, en uno de los debates televisados de los candidatos.
Unidad estratégica y esperanza popular
En Argentina, a diferencia de lo que ocurre hoy en otros países de la región donde se aplican recetas neoliberales, se pudo canalizar por la vía institucional el descontento social. “El triunfo del peronismo frenó el proceso cultural de naturalización del carácter negativo de la política, para colocarla en un lugar central de la toma de decisiones para transformar la realidad”, reflexiona García y agrega que la historia del peronismo es esa: “Ha venido a la vida social y política de este país a modificarla en favor de la justicia social”.
La senadora sostiene que a diferencia de lo que opinan muchos analistas sobre el “acto de generosidad” de Cristina Kirchner al haberse colocado como vicepresidenta, lo que hizo la exmandataria fue una maniobra “inteligente y estratégica entendiendo que la única forma de ganarle a Macri era con la unidad” y para eso el presidente tenía que ser Alberto Fernández. “Durante muchos años la división del peronismo y la cogobernabilidad de algunos sectores del peronismo, como ocurrió en 2015 cuando asumieron en la Cámara de Diputados de la Nación, facilitó que esta división hiciera monolítico al partido de Macri tanto en la nación como en la provincia de Buenos Aires”.
A la unidad no se llegó por un capricho de los dirigentes, sino por una “demanda generalizada de la sociedad de que el actual gobierno no continuara”, opina García y subraya: “Cristina tuvo una mirada estratégica, inteligente, de alta política para alcanzar ese objetivo que reclamaba la sociedad y así evitó la continuidad de las políticas de ajuste y asfixia social en Argentina”.
En este sentido, Gioja opinó que la situación crítica de la Argentina y “el saqueó que se estaba produciendo a nuestro pueblo”, junto con las decisiones estratégicas que tomó Cristina Fernández, llevaron a la construcción de la unidad que antes estaba atravesada por la receta del “divide y reinarás” que aplicaba Cambiemos.
Por último, García remarcó que la unidad “va mucho más allá de lo electoral y va a ser sostén de la gobernabilidad en una situación de crisis grave como la que se encuentra el país. Por eso para este momento, es necesario, como plantean tanto Alberto Fernández como el gobernador electo de la provincia de Buenas Aires, Axel Kicillof, que se construya un acuerdo social amplio con sectores de la vida social, política, empresarial y sindical, que abarca más que solo el peronismo”.
Frente a la desolación del hambre y la desocupación, las persianas que cierran, las máquinas que se apagan y las familias durmiendo en la calle, en Argentina, resurge la esperanza de la mano de un proyecto político perseguido, desacreditado y vituperado desde antaño por las hegemonías de la derecha más recalcitrante, porque -saben- vuelve y viene a incluir y generar trabajo y disputar poder al poder real. Es la esperanza de un pueblo la que parió la victoria luego de padecer la crueldad de sus verdugos.