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Columna destacada |

Por: Andrés Berterreche

El fructífero regreso de la respuesta a una botella al mar

Siempre he dicho que escribir este tipo de columnas es como tirar un mensaje dentro de una botella al mar. Nunca se sabe si llegará a alguien; en caso de que suceda, si este alguien la leerá; si lo expresado en mi mensaje generará alguna reacción, positiva o negativa y, por último, si ese individuo me devolverá el mensaje con sus apreciaciones. Algunas veces pasa, no son muchas, pero tanto en el apoyo como en la crítica discrepante es lo mejor que me sucede.

Textos: Andrés Berterreche

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Recientemente escribí en estas páginas una columna que se titulaba “La necesidad de una épica”. La misma, para los que no la leyeron aún, trataba de lo importante del hecho épico para un militante de izquierda, lo difícil de encontrarlo cuando la política solo se viste de pragmatismo, y aún cómo no se reconoce cuando existe y se deja pasar como si fuera una situación rutinaria.

Un par de semanas después recibí un mensaje de un amigo, un compañero, uno de esos héroes silenciosos que la pasaron mal en los años de plomo. Tenía una visión crítica del artículo, en particular de la importancia de lo épico. Me pareció que no lo decía desde la ira sino desde la discrepancia lisa y llana. Preferimos entonces ambos juntarnos para charlarlo, evitando así la insalubre relación en las redes. La mejor excusa de una tan postergada juntada que lo urgente y la rutina venían dando largas.

La principal diferencia de mi interlocutor era que la épica como tal podía llevar a situaciones reñidas con la ética, e incluso que podían alejarnos de nuestro camino de consecución de los objetivos superiores. Y no se limitó a una declaración axiomática, sino que la acompañó con varios y sólidos ejemplos que por razones de espacio no voy a desarrollar aquí. Era un buen punto, aunque yo entiendo que ética y épica no necesariamente suelen ser contradictorios. Es que el compañero estaba mucho más preocupado por las posibles desviaciones éticas y la ausencia de sueños superiores, más allá de las aspiraciones y vanidades individuales.

La discusión, el intercambio, que nunca fue pelea, continuó por esos carriles. Más allá de que intuyo que nunca le convenció lo de la épica (y yo sigo pensando la importancia de la misma para cimentar las condiciones subjetivas) me permitió, al menos a mí, llegar a una síntesis posible. Es correcto, no alcanza con las causas sublimes. Éstas, para que sean verdaderamente tales, tienen que estar enmarcadas en una ética y además deben de perseguir la utopía que, como decía Galeano, nos ayude a caminar en tal sentido.

Con este resultado ya podría quedarme conforme de haber escrito aquella columna. Sin embargo, creo que hay una serie de otras cavilaciones que me nacen que también demuestran su validez. En primer lugar, creo que aún es posible entre compañeros de ruta, sin sentirse agresor o agredido, mantener discusiones profundas desde posiciones diferentes. Ésta, en definitiva, debería ser una práctica sana para el crecimiento ideológico y la consecuente acción que se corresponde.

También, que se reitera la existencia de compañeros que se cuestionan lo ético desde la base y que les asiste razón, pero que al mismo tiempo está denotando alguna falla o carencia al respecto, así como poner la puntería un poco más elevada. El horizonte al que nos deberíamos dirigir no está en la punta de nuestros propios zapatos. Además, se puede comprobar que hay una barra que no se conforma con la mediocridad de lo inmediato, y que sabe que hay discusiones que promueven construcciones de largo plazo.

Soy de los que creen en la consigna de que no hay teoría mejor que la que nace de la práctica misma, pero que a ésta también debe de llegarse mediante un mínimo marco ordenado y no esperando el milagro mágico del espontaneísmo. Tal vez se deberían promover más, y de forma ordenada, este tipo de discusiones.

En una sociedad que lee poco (a veces nada), no sé a cuánta gente se puede llegar por este medio. Pero con este tipo de resultado analizado, creo confirmar que seguiré tirando mis botellas al mar.

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