La discusión, el intercambio, que nunca fue pelea, continuó por esos carriles. Más allá de que intuyo que nunca le convenció lo de la épica (y yo sigo pensando la importancia de la misma para cimentar las condiciones subjetivas) me permitió, al menos a mí, llegar a una síntesis posible. Es correcto, no alcanza con las causas sublimes. Éstas, para que sean verdaderamente tales, tienen que estar enmarcadas en una ética y además deben de perseguir la utopía que, como decía Galeano, nos ayude a caminar en tal sentido.
Con este resultado ya podría quedarme conforme de haber escrito aquella columna. Sin embargo, creo que hay una serie de otras cavilaciones que me nacen que también demuestran su validez. En primer lugar, creo que aún es posible entre compañeros de ruta, sin sentirse agresor o agredido, mantener discusiones profundas desde posiciones diferentes. Ésta, en definitiva, debería ser una práctica sana para el crecimiento ideológico y la consecuente acción que se corresponde.
También, que se reitera la existencia de compañeros que se cuestionan lo ético desde la base y que les asiste razón, pero que al mismo tiempo está denotando alguna falla o carencia al respecto, así como poner la puntería un poco más elevada. El horizonte al que nos deberíamos dirigir no está en la punta de nuestros propios zapatos. Además, se puede comprobar que hay una barra que no se conforma con la mediocridad de lo inmediato, y que sabe que hay discusiones que promueven construcciones de largo plazo.
Soy de los que creen en la consigna de que no hay teoría mejor que la que nace de la práctica misma, pero que a ésta también debe de llegarse mediante un mínimo marco ordenado y no esperando el milagro mágico del espontaneísmo. Tal vez se deberían promover más, y de forma ordenada, este tipo de discusiones.
En una sociedad que lee poco (a veces nada), no sé a cuánta gente se puede llegar por este medio. Pero con este tipo de resultado analizado, creo confirmar que seguiré tirando mis botellas al mar.