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Columna destacada | Yamandú Orsi | Exégesis | Exorcismos

Hermenéutica presidencial y exégetas del discurso

Exorcismos

El Frente Amplio quedó marcado por aquella frase que repetía Líber Seregni de "pensar lo que se dice, decir lo que se piensa y hacer lo que se dice", como una matriz ética que concatenaba la dinámica de la fuerza política. Claro que "fácil, fácil no es", como decía una canción, pero el deber de procurar la mayor armonía entre esas fases siempre es un imperativo categórico.

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Los posibles desfasajes en ese discurrir afectan aspectos importantes. Primero, no solo por la exigencia de pensar antes de hablar sino por lo que refiere a las necesidades de elaboración teórica sobre las acciones a implementar en todos los niveles. Segundo, por alinear la verbalización con el pensamiento elaborado para establecer su correlación correspondiente. Y tercero, por ajustar la práctica concreta para que no quede divorciada de lo pensado y, de ese modo, entre el dicho y el hecho no haya mucho trecho.

Nuestro presidente Yamandú Orsi instaló sus desajustes propios entre pensamiento y discurso en el primer plano de la agenda política del país. Primero, lo hizo mediante confusiones a partir de sus declaraciones, que exigían una o varias explicaciones posteriores, tanto por sí mismo como por parte de sus colaboradores más cercanos. Luego, volvió a instalar el tema al referirse a la situación en su discurso del martes pasado en la conferencia que brindó en el Hotel Radisson como parte de las charlas organizadas por la Asociación de Dirigentes de Marketing.

Semejante explicitación se transformó en un anclaje comunicacional que volvió a distorsionar los ejes de su propio discurso cuando, precisamente, en esa ocasión su alocución leída tuvo un contenido sólido, bien estructurado y con datos relevantes sobre cómo se recibió el gobierno y cuáles han sido las prioridades y ejes de acción en estos primeros nueve meses de gobierno. O sea, cuando logró exponer un discurso contundente, él mismo descentró los temas de los que eligió hablar.

Un segundo error consistió en el título elegido, pues ese "No es un desastre, tampoco el paraíso" le quitó contundencia a toda la enumeración detallada que esgrimió sobre los malos y turbios manejos financieros del gobierno de Lacalle Pou, incluyendo la mentira sobre el déficit fiscal real y los ocultamientos durante la transición. Ese título innecesario y contraproducente le quitó trascendencia a todo lo que ha venido explicando su Gobierno. A tal punto que una de sus conclusiones fue "no se puede construir futuro sobre diagnósticos falsos". No era cualquier discurso, sino uno importante en un momento clave para fijar datos y relatos. Sin embargo, lo que sobresalió y se tragó todo lo demás fue sobre sus tropiezos y sus porrazos.

Exégesis

Se le denomina exégesis al estudio sistemático de un texto sagrado. En la Iglesia católica se utiliza para discernir el significado original que un autor quiso dar en su momento, con el agregado, nada sencillo, de sortear las complejidades idiomáticas y sus traicioneras traducciones, así como el hecho de que las canonizadas como palabras sagradas muchas veces tuvieron origen en un relato oral que recién mucho tiempo después pasó a ser un texto escrito. Por su parte, la hermenéutica bíblica se diferencia de la exégesis porque busca determinar la aplicación del significado original en la actualidad. A esto se agrega la eiségesis, que consiste en introducirle ideas al texto original, lo que, traducido a la práctica más ramplona, viene siendo el que sale a bajar línea sobre lo que se dijo o se quiso decir.

El problema para la izquierda uruguaya no es si Orsi dice lo que piensa, sino si piensa lo que dice. Y no por poner en duda que piense lo que verbaliza, en el sentido lógico de realizar tal operación mental, sino para dilucidar si lo que expresa es realmente su pensamiento, si esas palabras respetan sus ideas y lo representan.

Porque el problema no es que hable poco o mucho, eso siempre depende de cómo se mida o con quién se compare. Y como la nostalgia es una persistente rémora frenteamplista, los convidados de piedra son el "profundo y prolongado silencio" (PPS) tan idolatrado de Tabaré Vázquez, o el verborrágico "Como te digo una cosa, te digo la otra", del inefable José "Pepe" Mujica, cuando tiraba quince gatos arriba de la mesa, un día sí y otro también.

El mayor problema con Orsi radica en que, a veces, lo que dice expone un pensamiento con carencias, no ya de comunicación, sino ideológicas y políticas. El riesgo mayor no está en lo que dice sino en si eso es lo que piensa. Porque tales o cuales dichos se podrán aclarar con más o menos esfuerzo, aunque no sea un método muy recomendable, pero una forma de pensar y un pensamiento convencido, si es confuso, probablemente sea erróneo o derive en equivocaciones. Y ahí ya no es un problema de comunicación personal, ni siquiera presidencial, sino un problema que afecta al Estado, al país y toda su gente, porque no solo generará palabras o discursos, sino acciones.

Dejando de lado todos los demás buenos y contundentes contenidos expuestos en el reciente discurso en ADM, nuestro presidente se refirió en dos pasajes a las características de su comunicación personal en relación con el discurso presidencial que él representa en cualquier ámbito y momento, dada su investidura full time.

El peligro de lo auténtico

Existe la creencia de que ser auténtico es un valor por sí mismo, algo positivo porque alguien se expresa tal cual es. Esta concepción es simplista y hasta superficial si olvida que un asesino, por poner un ejemplo extremo, en función de la autenticidad plena entre sus deseos, sus dichos y sus acciones, acaso pueda ser valorado por semejante autenticidad.

A nivel de toda la sociedad, los capitalistas más osados que tienen una posición dominante como clase en la formación económico-social, suelen basar la construcción de un orden material y simbólico que legitima su statu quo en esa autenticidad. Sucede porque permean de tal manera a la sociedad que influyen en el comportamiento de las personas para que ignoren la posibilidad de cambiar o sean afines a la conservación de los privilegios de unos pocos. Sin ir más lejos, el debate actual respecto del impuesto del 1 % al 1 % de los más ricos pone, un día sí y otro también, a más de un jerarca repitiendo tales lógicas.

Otra exigencia de lo que sería una buena autenticidad es que requiere de aquel precepto filosófico que exigía conocerse a uno mismo. A lo que habría que agregarle una praxis concreta en función de ese conocimiento, y no acciones enajenadas de tal ser y sentir, para decirlo también con ese autoelogio de Orsi en función del decir lo que se siente como si fuera garantía de algo bueno.

Porque otra invocación recurrente sobre la relación entre pensamiento y discurso también suele caer en una contraposición entre palabras llanas para el pueblo, por un lado, en contra de la ideología que es vista como exceso o carga. Vaya si no se trata de que el discurso esté repleto de categorías y nociones teóricas si acaso solo son una pose para quedar bien citando a los clásicos. Pero cuidado si esa noción pone en evidencia una reacción contra el saber y el conocimiento, no solo académico, no solo ideologizado, sino simplemente por ser un discurso político que se expresa sin miedo a espantar. Desvalorizar la ideología es una actitud muy ideológica. Y no solo lo hace la nueva derecha más ultra ahora revestida de una radicalidad extrema como pose contracultural, también la reproduce una parte de la izquierda que termina despolitizando por miedo a politizar.

Vale recordar que un gobierno que hace bien pero dice mal se hace zancadillas todo el tiempo. Y eso tiene costos. Solo de palabra, no funciona (ahí está la verborragia discursiva de Lacalle Pou y su derrota); pero solo de hechos, de actos sin relatos, tampoco.

Exorcismos y otros demonios

Según los manuales más divertidos o terroríficos de la Iglesia católica, el exorcismo es una práctica religiosa o espiritual que consiste en conjurar y expulsar demonios, espíritus malignos o entidades de una persona o lugar creído poseído.

Exorcizar estos exorcismos no es tarea fácil, pero no se resuelve solo en términos comunicacionales, donde se hacen esfuerzos loables todos los días en todos los niveles de gobierno. No se trata de extirpar alguna parte poseída del cuerpo o la mente del presidente, sino de poner en juego mecanismos de análisis, debate y reflexión permanente sobre todas las esferas de actuación. Pensar, decir y actuar asumiendo viejos y nuevos desafíos comunicacionales, sin visiones obtusas y animándose a probar auscultando ensayo y error en pro de los aciertos. Nada de cabecitas con la verdad revelada o la certeza escrita en letra sagrada e intocable. Al contrario, mucho espíritu crítico y compromiso con lo verdaderamente auténtico: aprender de nuestros errores, disminuir nuestras carencias y animarnos a innovar.

Siempre se pensó que pensar con cabeza propia era un mérito imprescindible para elaborar un pensamiento de izquierda. Lo malo es que algunos solo piensan con su cabeza. Si algo nos enseña la historia es la importancia del pensamiento en conjunto y de la constante duda y revisión de lo pensado, lo dicho y lo hecho. Lo otro es sacralizar una idolatría a la creación individual que, por más brillante y lúcida que pueda ser, se quedará corta si se impone sobre la construcción colectiva.

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