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Columna destacada | Ho Chi Minh | luz | Ministerio de Relaciones Exteriores

Semblanza para irritar a una derecha ignorante

Ho Chi Minh y la gota que horada la piedra

Ho Chi Minh no necesita panegírico alguno para brillar con luz propia.

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Caras y Caretas Diario

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Hace unas semanas, cierta modorra mediática fue sacudida por una noticia inesperada. Una escultura había sido donada a nuestro país. El monumento era un regalo de la República Socialista de Vietnam a través de su embajada ubicada en Argentina. Se trata de un gran busto del legendario Ho Chi Minh.

El ofrecimiento fue bien recibido por el Ministerio de Relaciones Exteriores, que a inicios de noviembre estaba en pleno trabajo organizativo para recibir la visita oficial de la vicepresidenta vietnamita, Vo Thi Anh Xuan, programada para el pasado 27 al 29 de noviembre, pero que no se realizó. El canciller Mario Lubetkin envió una carta a la Junta Departamental de Montevideo a efectos de solicitar la aprobación de la instalación del monumento en la capital del país. Tanto la visita como el regalo eran parte de lo que cualquier Estado serio procesa cotidianamente en el marco de sus relaciones internacionales.

Sin embargo, en Uruguay, algunos diputados de la actual oposición, tanto blancos como colorados, aprovecharon para posar con algún minuto de fama o figurar en algún titular. Estos exponentes de la desesperación por escapar de la intrascendencia política cotidiana, emitieron insultos varios a la figura del líder revolucionario vietnamita. Es justo reconocer su esfuerzo y valorar su vertiginoso ascenso desde la nada hasta ese nivel de zócalo en términos de estatura intelectual a que nos tienen habituados.

Semblanza

Ho Chi Minh no necesita panegírico alguno para brillar con luz propia. Nacido en Hanoi el 19 de mayo de 1890, su familia le adjudicó el nombre de Nguyn Sinh Cung que, en un punto del largo camino plagado de las vicisitudes de su vida (dicen que en la clandestinidad tuvo algo más de 200 alias diferentes) lo cambió por el de Ho Chi Minh, que combina un nombre popular (Ho) con el agregado que significa voluntad que brilla, aunque también suele traducirse como el que ilumina.

Para ir a vuelo de pájaro, hay que decir que se educó junto a cuatro hermanos, el menor fallecido de niño, en una familia con un padre erudito en la filosofía de Confucio. Devenido su progenitor en magistrado imperial del régimen colonial francés en Indochina, aunque perdido en un pueblito de provincias, fue degradado de funciones por un supuesto castigo a un poderoso señor local que terminó con la muerte del terrateniente. Eso trastocó la situación familiar y los planes de futuro. Ho se educó primero con su padre y luego tomó clases con un maestro personal. Así supo dominar la escritura china a la par que mejoraba la escritura vietnamita coloquial. El padre le inculcó cierta rebelión nacionalista aunque lo matriculó en un colegio para que recibiera educación francesa. A los 18 años pudo percibir los clamores de libertad de la manifestación antiesclavitud del campesinado pobre en en la provincia de Hué, en mayo de 1908, lo que encendió en él la chispa de la rebeldía. Viajó hacia el sur de su país, consiguiendo por unos meses un puesto en una escuela, para luego seguir camino de Saigón.

El régimen colonial francés impedía salir del país a los vietnamitas pero Ho se las ingenió para conseguir un trabajo en un barco. Así llegó a Francia en 1911, desembarcando en el fermental puerto de Marsella. Como no le permitieron estudiar en la Escuela Administrativa Colonial, volvió a embarcarse. Conoció otros puertos franceses y luego viajó por muchos países hasta 1917. Entre 1919 y 1923 se fue involucrando en política y entró en contacto con nacionalistas indochinos, escribiendo artículos por la libertad del pueblo vietnamita firmados con el seudónimo Nguyn Ái Quc (Nguyn el Patriota).

Anclado en París profundizó su pensamiento político marxista por lo que se afilia al Partido Socialista y participa en el Congreso Fundacional del Partido Comunista de Francia en 1920, que más tarde creó una organización para los miembros de origen colonial que residían en Francia y, en abril de 1922, fundó la publicación Le Paria, editada por el propio Ho.

El Estado francés se negó a las solicitudes de libertad para el pueblo de Vietnam y Ho viajó a Moscú en 1923, donde participó en varios congresos de la Internacional Comunista. Más tarde se trasladó a China y trabajó como traductor y ayudante de un dirigente soviético encargado de las relaciones con el Partido Comunista Chino. Por encargo de la Komintern se integró en la Escuela Militar de Huangpu para enseñar a distintas organizaciones comunistas de Asia en el arte de la guerra revolucionaria. Cuando el coronel Chiang Kai-shek estableció la represión con una gran matanza de comunistas chinos, logró escapar al reino de Siam, actual Tailandia, donde se mantuvo en la clandestinidad, retornando a China para continuar con las actividades subversivas. Cayó preso en varias ocasiones, siendo torturado por impulsar huelgas, motines y levantamientos que eran duramente reprimidos. En 1927 fundó en Hong Kong el Partido Comunista de Vietnam.

A fines de la década de 1930, el régimen colonial francés fue arrasado por la invasión militar de Japón, en plena y brutal expansión del sol naciente por varios territorios asiáticos. Liberado de la cárcel por tropas aliadas en 1940, ya en la Segunda Guerra Mundial, fundó el Frente para la Liberación de Vietnam junto al mítico general Giap, que dirigió la resistencia al invasor japonés, al que lograron derrotar en 1945. En esos años es que adopta definitivamente el nombre Ho Chi Minh.

Pero cuando los guerrilleros vietnamitas aún luchaban contra los japoneses en el norte del país, los franceses dieron otro zarpazo, ocuparon la mayoría del territorio y restablecieron el régimen colonial. Expulsados los japoneses, los gerrilleron del vietcong organizaron la insurrección contra las tropas francesas y Ho declaró la Independencia tras tomar Hanoi el 2 de setiembre de 1945, creando la República Democrática de Vietnam. Pero en 1946 Francia rearmó a sus tropas y desató una nueva guerra que se prolongó durante nueve años. El 23 de noviembre de 1946, los franceses bombardearon Haiphong con más de 6000 víctimas mortales. El pueblo reaccionó el 19 de diciembre con una insurrección en Hanói.

Tus muchachos barren minas de Hai Phong

Las tropas de Francia fueron perdiendo ciudad tras ciudad hasta que tuvieron que pedir el apoyo de los Estados Unidos, que tampoco sirvió de nada. Tras la legendaria batalla de Dien Bien Phú (el 7 de mayo de 1954), los franceses fueron vencidos y Ho Chi Minh fue proclamado presidente.

El nuevo país realizó varias reformas democráticas radicales y estableció un plan de elecciones que iban siendo ganadas por los comunistas dirigidos por Ho Chi Minh, hasta que en el sur se produjo el golpe de Estado de Jean-Baptiste Ngo Dinh Diem, con el apoyo de la CIA. Entronizado por los norteamericanos, rechazó las elecciones e hizo preparativos bélicos configurando un ejército para intentar detener la fuerte influencia comunista en el sudeste asiático en favor de los planes de la Guerra Fría diseñados en Washington. Dicen que el mismo Dwight "Ike" Eisenhower, a la sazón presidente de Estados Unidos, creía que el 80 % de los vietnamitas habrían votado por el popular tío Ho.

En 1965, tropas de EEUU invadieron Vietnam en apoyo del gobierno títere del sur. La llamada Guerra de Vietnam terminó en 1975 con la derrota de las fuerzas militares yankis. Henry Kissinger tuvo que doblar el brazo y firmar la paz cuando Nixon ya había caído por Watergate. Habían pasado cinco años de la muerte de Ho Chi Minh, a la edad de 79 años, cuando las fuerzas de Vietnam del Norte reconquistaron el sur de su país, expulsando nuevamente al invasor imperial de turno. Más de 1,3 millones de personas murieron en uno de los más cruentos despliegues militares de la historia. El Complejo Industrial Militar tuvo que recibir cientos de miles de féretros con soldados norteamericanos enviados como carne de cañón pero hizo buenos negocios, para euforia de Wall Street y los mercaderes de la guerra.

Ho Chi Minh también fue escritor, periodista, poeta y políglota. En su largo exilio por tantos países llegó a hablar y escribir en francés, inglés, ruso, cantonés y mandarín. Sin embargo, nunca perdió su fuerte acento vietnamita de su lugar de nacimiento en la provincia central de Nghé An.

Presto a elegir qué resaltar de su legado inmenso como revolucionario, optó por un elogio de la persistencia de la lucha como esa gota humilde que horada la piedra. Aquel hombre de talla pequeña, de cuerpo menudo y ojos mansos, sin embargo, alcanzó una estatura de gigante transformándose paso a paso en el líder de un pueblo que supo enfrentar y vencer a todos los imperios que osaron sojuzgarle. Ho Chi Minh es, en ese sentido, un revolucionario anticolonial que perfeccionó la capacidad de conjugar en amplitud a todas las fuerzas unificadas en favor de la profundidad de la lucha en cada momento. Y lo hizo con esa paciencia del espíritu que brilla y la perseverancia de quien ilumina. Y por cierto, también vale rescatar su humildad. Durante muchos años vivió en una pequeña casa, pese a los ofrecimientos del Gobierno que dirigía para trasladarse a un domicilio mejor. Digo, para quienes creen haber inventado lo del presidente más pobre del mundo.

Ho Chi Minh tampoco era perfecto, por si alguien lo necesita como hombre de mármol o de acero. Tal vez sería de bambú, con esa fuerza estructural propia de una frágil y sólida firmeza, también poética. Curiosamente, había dejado muy en claro que al morir deseaba ser incinerado declarando que tal método de sepultura "es el más higiénico, y ahorra espacio para la agricultura". A pesar de sus deseos, Ho Chi Minh fue embalsamado por orden de los camaradas de su Gobierno. Su cuerpo se exhibe en un mausoleo en Hanoi, similar al que tienen o tuvieron otros líderes, sin comprender que semejante fetichismo en nada hace honor a la dialéctica maravillosa de que "todo lo sólido se disuelve en el aire", a la que tanto amó.

El arquero Ho Chi Minh

Yo era el único uruguayo en Sofía, Bulgaria, sin contar al embajador de aquel momento y su familia, a quien por entonces ni conocía. Entre 1986 y 1987 estudiaba en el Instituto Jorge Dimitrov de Estudios Sindicales de la Federación Sindical Mundial (FSM). Como había que aprovechar el otoño antes que llegara la nieve, que en aquel año se adelantó para fines de noviembre, yo solía cruzar el parque que rodeaba el instituto hasta un espacio de tierra arcillosa con dimensiones un poco más grandes que una cancha de fútbol de salón, rodeada de esas plantas que por estos lares llamamos transparentes.

Para mi frustración nadie más jugaba al fútbol en el Instituto. La mayoría de mis compañeros, una centena de dirigentes sindicales de diversas partes del mundo que me duplicaban en edad (yo tenía 21) no eran siquiera aficionados al fobal. Y el que lo era no sabía jugar y era flor de patadura.

En el grupo latinoamericano no había ninguno capaz siquiera de pararla y los cubanos y nicas solo jugaban al béisbol. La treintena de los más diversos países árabes no tenían ni idea y hasta los tres grupos de africanos (de países de habla francesa, inglesa y portuguesa) tampoco tenían la costumbre de correr un balón.

Yo no tenía más remedio que agarrar una pelota de cuero que me había procurado, atravesar el parque y quedarme jugando solo, dominando la pelota o pateando a un arco improvisado y vacío.

Un día en que andaba correteando tras la pelota mientras pronunciaba nombres de jugadores famosos y relataba la jugada de un partido final que decidía el campeonato, descubrí que tenía un espectador detrás de los transparentes.

Nos quedamos mirando en silencio y el tipo salió de atrás de las plantas. Era chiquito y menudo con una cara sonriente en la que brillaban unos ojos entrecerrados pero vivaces. Resultó ser el integrante más joven de la delegación de República de Vietnam que había llegado ese día.

Tras los saludos de rigor, dada la dificultad idiomática, nos entendíamos por gestos o palabras en mi francés de "Je parle français au lycée" en el Dámaso. Después, con alguna traductora pasábamos algo al búlgaro y de ahí, con otra traductora, al español cuando nos veíamos en los recreos o en actividades comunes. En las tardecitas jugábamos una suerte de rechace o un cabeza. El no sabía jugar muy bien pero era fantástico como arquero. Un gato entre la leña con una agilidad sorprendente y una seguridad para atrapar el balón en el aire.

Así que lo empecé a llevar, atravesando toda la ciudad de Sofía en tranvía, hasta las canchas en la ciudad universitaria, donde los fines de semana me metía en los partidos entre búlgaros o solo de estudiantes extranjeros.

Como no había uruguayos ni tampoco vietnamitas que tuvieran equipos, ambos éramos dos parias sin cuadro que nos elegían de otras nacionalidades como refuerzos. Como él era un arquero excepcional y yo un nueve goleador con ductibilidad técnica para incluso volantear de diez creativo, en pocas semanas nos hicimos famosos y todos querían sumarnos a sus equipos.

Cuando él la agarraba en el aire yo le gritaba un fuerte "Ho Chi Minh" que resonaba por toda la cancha para iniciar el contragolpe. El tipo ya tenía dominada la técnica de sacar de volea, pero no con una parábola hacia arriba sino girando la pierna casi horizontal, para lanzar un misil a baja altura y dirigido a las espaldas de los lentos back centrales. Me aburrí de hacer goles de atropellada con pelota en movimiento para agarrarla de sobrepique y fusilar a los goleros.

Aquel Ho Chi Minh fue el mejor arquero con el que jugué en mi vida. Era casi quince años mayor que yo pero estaba en esa madurez que da el arco. Luego de los tres meses que duró la visita de aquella delegación vietnamita, lo extrañé cuando la primavera derritió la nieve y volví a trotar tras una pelota. Nunca más lo vi ni supe de él y, ahora que pienso, tenía algo de aquella paciencia del tío Ho. Por eso a veces se reía cuando yo sufría las derrotas como uruguayo y él sonreía con picardía, como diciendo "el domingo, ganamos".

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