Si bien el parlamentario luego se disculpó en la red social X, es imposible enmendar el agravio verbal que profirió en sala, tomando en cuenta, además, que no es la primera vez que este individuo, que es un lumpen aunque sea un poderoso empresario agropecuario, incurre en conductas repudiables.
Esa expresión chabacana, impropia de un representante de la voluntad ciudadana, fue naturalmente originada por una alusión que tiene asidero, ya que Da Silva recomendó invertir en Conexión Ganadera, una organización para delinquir cuya cara visible, luego del fallecimiento de Gustavo Basso, era Pablo Carrasco, hoy imputado y preso por delitos de estafa y lavado de activos. La casualidad, que es en realidad causalidad, es que el acusado es un notorio adherente al Partido Nacional. Incluso, aunque resulte contradictorio, luego de que estalló este escándalo judicial, Da Silva admitió que había recomendado invertir en los negocios de esa empresa, aunque ésta no le merecía ninguna confianza.
Es insólito que la Fiscalía haya omitido citar a Da Silva como testigo o indagado, ante la presunción de que pudiera tener intereses en un negociado espurio que, con el tiempo, devino en estafa.
Sin embargo, en este caso el tema que analizaré no son las fechorías de Carrasco y su clan delictivo, sino las actitudes destempladas de Da Silva, que montó en cólera porque la compra dispuesta por el Instituto Nacional de Colonización seguramente malogró algunos de sus planes, ya que se trata de un empresario agropecuario que representa intereses económicos de capitales extranjeros, según lo revelado por el intendente de Florida, Carlos Enciso. El jerarca blanco, que valoró la compra de la estancia María Dolores, fue ácidamente criticado por el iracundo parlamentario. Es decir, Da Silva, quien tiene claramente intereses económicos que colidan con su tarea parlamentaria, riñe hasta con miembros de su propio partido.
Empero, más allá de eventuales consideraciones, que aunque sean colaterales son pertinentes, Sebastián Da Silva perpetra la contumacia de proferir insultos contra las personas que piensan diferente a él. Es obvio que, por falta de razones y de sólidos argumentos, opta por el agravio, porque su falta de educación y cultura le impide controlar su patológica incontinencia verbal.
Durante el período pasado, cuando su Partido Nacional encabezaba el gobierno de coalición que dejó una pesada herencia de endeudamiento y algunos negocios estatales no demasiados transparentes, como el de la compra de los arruinados aviones españoles y el de la adquisición de las lanchas patrulleras, todos, tanto el Frente Amplio como los uruguayos en general, debimos soportar y padecer sus permanentes insultos, agravios y exabruptos, porque este sujeto, aunque parezca insólito, tiene fueros e inmunidad parlamentaria. Es decir, está blindado. Si careciera de esos privilegios, seguramente hubiera sido denunciado penalmente por difamación, injuria y alguna otra figura delictiva que ha cometido con absoluta impunidad.
Durante la campaña electoral, Da Silva se aburrió de insultar a sus adversarios y de ridiculizar al por entonces candidato y actual presidente de la República, Yamandú Orsi. Además, contrató a una persona para que se disfrazara de Tribilín y compareciera en actos políticos con una remera con el nombre de Orsi. Sin embargo, nadie desde el Frente Amplio lo replicó con idéntico tono, porque eso equivalía a descender al nivel de cloaca en el cual suele interactuar el legislador nacionalista.
Incluso, este año, durante la campaña electoral hacia las elecciones departamentales de Montevideo, la emprendió contra el hoy intendente Mario Bergara, a quien calificó de agua Fanta. Asimismo, consideró que la eventual victoria del candidato coalicionista Martín Lema dependía de “las guampas de los montevideanos”, un agravio gratuito que como montevideano no estoy dispuesto a aceptar, a digerir ni a tolerar.
Naturalmente, en ambos casos, al inefable Da Silva le salió el tiro por la culata, porque sus dos agraviados emergieron airosos, ya que Yamandú Orsi ganó las elecciones presidenciales y Mario Bergara se desempeña hoy como intendente capitalino. Como cábala, si alguien quiere ser electo a un cargo ejecutivo, debería contratar a Da Silva para que lo insulte.
Parece inverosímil que la legislación uruguaya no tenga anticuerpos institucionales para combatir la patología del insulto y el agravio soez, ya que se requieren mayorías especiales para expulsar a un legislador de su banca, como sería menester en esta instancia.
Naturalmente, sorprende sobremanera que el Partido Nacional, desde la presidencia del Honorable Directorio, que de honorable no tiene nada, no lo llame al orden, porque, en este caso, el silencio supone una actitud de aquiescencia con las gruesas expresiones que suele proferir el senador blanco.
La política no es una riña de gallos ni una guerra. Es debate, intercambio de ideas y propuestas y la búsqueda de acuerdos, consensos y políticas de Estado, que, en lo posible, trasciendan a los propios gobiernos.
Con un lumpen como Sebastián Da Silva la convivencia política no es posible, porque el mero intercambio con este auténtico esperpento no hay otro adjetivo calificativo para definirlo es absolutamente contaminante.
Esta persona, que de señor no tiene nada, ante la falta de razones que avalen sus posiciones, insulta y agravia, porque se sabe impune por los privilegios inherentes a su investidura.
Ante la agresión verbal proferida por Da Silva contra su colega Viera aludiendo a su condición sexual, que incluyó elocuentes gestos obscenos, lo más lamentable fue la postura de las bancadas blanca y colorada de apoyo a este sujeto deleznable. Por más que haya pedido perdón al damnificado, lo cierto es que Da Silva es un reincidente con suerte.
Otrora, estas confrontaciones se dirimían mediante un duelo, como el que ocasionó, el 2 de abril de 1920, la muerte del abogado blanco Washington Beltrán, quien fue asesinado de un balazo por el caudillo colorado José Batlle y Ordóñez. Empero, ese episodio pertenece al Uruguay de la barbarie, del cual el patotero Da Silva parece ser un patético y prehistórico resabio.