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Columna destacada | Da Silva | boomerang | Conexión Ganadera

Boomerang

Los golpes de Da Silva que se vuelven en su contra

A Da Silva se le puede atorar el disparo y salirle el tiro por la culata. O para decirlo en términos de un boomerang, que le vuelva y lo desnuque políticamente.

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El boomerang es un arma muy antigua. Aunque distintas variantes fueron utilizadas por diversos pueblos en todos los continentes, la cultura moderna suele atribuir su orígen a los aborígenes australianos. Se utilizaba para cazar, pero también servía para el entrenamiento y hasta como entretenimiento, ya que puede retornar al punto del lanzamiento. Esto es posible por su perfil aerodinámico pero exige una gran habilidad técnica del lanzador. Un mal ejecutante jamás logra hacerlo volver a sus manos.

Lo curioso es que solo puede retornar si no golpea a otro objeto. O sea que, como arma, solo es efectiva si impacta en la presa pero, aun fallando, también lo es si retorna para efectuar un nuevo intento. Esto implica que, si alguien no sabe utilizarlo, no solo no dará en el blanco elegido ni lo recibirá nuevamente o, peor aún, su arma le puede sorprender con un golpe propio. A Da Silva ya le sucedió lo primero y lo segundo, y es posible que le ocurra la tercera opción.

El arsenal de Da Silva

El actual dirigente de la Lista 40 no tuvo ningún protagonismo destacable hasta que el Partido Nacional se encaramó en el gobierno sin aumentar su caudal de votos en el 2019. Hasta ese momento, Sebastián da Silva era casi un desconocido para la enorme mayoría de votantes blancos. Fue en la legislatura pasada que dejó de ser un suplente consuetudinario en el Parlamento para aterrizar en la banca del Senado gracias a la migración de Javier García hacia el Ministerio de Defensa.

Desde su banca hizo dupla con Graciela Bianchi, compitiendo por quién lanzaba más insultos y disparates. Desapercibido en aportes sustanciales para el trabajo parlamentario en comisiones y deslucido en el hemiciclo a la hora de los plenarios de la Cámara Alta, su estrategia siempre fue la del comentario mediático y polarizado al estilo de Twitter, con alusiones ofensivas de corto alcance.

Sin embargo, eso lo posicionó como una de las figuras emergentes de esa suerte de barrabrava devenida en patota en redes sociales pero con sintonía de climas partidarios que apuestan por la provocación y que aún no asumen la derrota. Su estilo no hay que medirlo por el rechazo que genera en la izquierda sino por cómo representa el discurso duro de la derecha. Esto le redunda en cierto prestigio interno que busca consolidar para reforzar su puesto. Ese trabajo sucio y desprolijo marca perfil y se diferencia de toda postura acuerdista que tienda puentes. Al contrario, los dinamita en función de escorar al PN hacia la derecha y afianzar intereses personales en un nicho estrecho que, sin embargo, le permite desplegar una carrera política apetecible, en paralelo a sus variopintos negocios rurales.

Para decirlo en términos de su deporte, el rugby, Da Silva no es un estratega constructor de pacientes jugadas y avances palmo a palmo sobre el terreno. Mucho menos ser capaz de una carrera veloz para un try volador hacia la in-goal del equipo rival. Tampoco es un cultor del patadón que pase la ovalada por entre los palos y sobre el travesaño porque exige sutileza biomecánica concatenada. Por el contrario, su trabajito es la fuerza bruta resoplando y agachando la cabeza para ir al choque en un scrum o, con suerte, para algún tackle con el sueño de derribar a un contrincante. No le pidan más.

Sin embargo, sus ataques toscos, a lo sumo con un humor de mostrador o de corral de feria ganadera, parecen estocadas de facón pero son puñaladas arteras, a menudo por la espalda. Cuchillería inexperta como la de esos gauchos de cotillón que viven frente al golf pero se visten de poncho y bombacha de campo plisada, con botas de cuero y cinto cimarrón haciendo juego, para lucirse una o dos veces al año en efemérides de batallas en las que la carne de cañón del paisanaje dejó la vida para defender los privilegios de quienes agrandaban sus campos.

Interpelación fallida

Tras las más de doce horas de interpelación, la mayoría de los medios de comunicación se dedicó a propagar insultos y chisporroteos para instalar su resumen acotado, ocultando cualquier argumento serio esgrimido en sala. Ese modus operandi de la antipolítica expone su relato parcial y fragmentado para que no se hable de las profundas implicancias productivas o de las familias de colonos dando vuelta la tierra.

La idea de esos medios es pivotear constantemente en los dichos de Da Silva para que ningún tema adquiera profundidad y se esclarezcan intereses, tanto a favor de los más genuinos por el afincamiento de familias en el campo, como tampoco lo que desnude el freno en el acceso de los pobres a la tierra.

Por eso se diluye el primario interés de un privado capaz de desembolsar 32 millones de dólares en función de un negocio rentable para su bolsillo. Si lo hace un privado será motivo de idolatría o, cuando menos, de viveza criolla. En cambio, si lo hace el Estado por la misma plata, pero beneficiando a decenas de familias y al crecimiento de la lechería nacional con mayor producción y mejor distribución de la riqueza, lo que era bueno y rayano en la perfección capitalista pasa a ser un defecto estatal camino de la ruina del socialismo interventor y minifundista.

Conexión Ganadera

Da Silva insulta o amenaza cada vez que le recuerdan su participación en la difusión de Conexión Ganadera mediante su respaldo al negocio con más espalda, como le gustaba decir a la hora de elogiar y recomendar la inversión que resultó ser la mayor estafa de la historia del país. Sus improperios tienen el objetivo de querer tapar el sol con un dedo. Lo que no puede negar son los videos que lo muestran pronunciando el mantra que Pablo Carrasco repetía y dejó a miles con las ruedas, o algo peor, para arriba.

Lo otro que no puede negar Da Silva es que la Lista 40 de Javier García (con él colgado como suplente) tuvo su irresistible ascenso dentro del Partido Nacional justo cuando Conexión Ganadera aparecía como el mejor negocio del campo y la promesa de engordar ahorros. Y tampoco puede negar que Pablo Carrasco dependía, mucho más cuando solo le quedaba el esquema Ponzi para seguir bicicleteando en el aire, del apoyo en las dos patas conexas de su estafa: el lobby mediático que le aseguró publicidad directa a clientes pequeños y medianos, y el lobby político partidario que le acercaba a los tienen la sartén por el mango. Esa yunta tiraba pareja y, se sabe, entre bueyes no hay cornadas.

Es más, si el vertiginoso ascenso partidario de la Lista 40 avanzó a la par de los millones de dólares que captaba, lo que resta por mencionar es que la mayoría de esos millones se evaporó hacia el exterior escondida en vaya a saber qué paraísos fiscales o bajo qué testaferros, al uso de los malla oro uruguayos que patrioticamente sacan sus ganancias fuera del país.

La publicidad mediática, con sus constantes y sonantes, debe haber quedado registrada en las facturas correspondientes. Lo que no se sabe, aunque todo el mundo lo sospecha, es cuánto se destinó a regar el lobby partidario al que Pablo Carrasco bendecía con la lista blanca y amarilla flameando en una mano, mientras la otra repartía folletos de inversiones. Tal vez por eso Da Silva reacciona con insultos y hace como el tero, que grita lejos del nido.

Que la tortilla se vuelva

La semana pasada, Agustín Juncal Pérez publicó un excelente artículo en el semanario Brecha titulado "Entre otras estancias", en el que analiza la compra de María Dolores mirando el espejo de la historia. Allí cuenta el caso de la estancia Guaviyú, de 30.000 hectáreas, que el Estado compró en 1942, cuando no existía el Instituto Nacional de Colonización y el fomento rural estaba a cargo del Banco Hipotecario del Uruguay. Narra el autor que el BHU realizó la compra directa de semejante estancia en el departamento de Paysandú y, al rato nomás, se desataron las fuerzas de la reacción conservadora. A tal punto que fue el mismísimo presidente, Alfredo Baldomir, después de su "golpe bueno", quien objetó que "la adquisición era ilegal y que la ubicación del campo, el precio y la moneda de transacción, entre otros factores, eran inconvenientes". ¿Les suena? Si no, pueden escuchar o leer las versiones taquigráficas con los dichos, no solo de Da, Silva sino también de Bordaberry y los demás de la legión del trancar y trancar.

Pues bien, la historia siguió. Con el objetivo de frenar la compra apartaron por supremo decreto presidencial a todo el directorio del BHU, "además de mandatar la creación de una comisión investigadora", faltaba más, así como la intervención del banco. Lo curioso fue que el nuevo directorio, cuenta Juncal Pérez, meses después terminó reafirmando la compra. Y no solo eso. Tan solo diez años después se reivindicó tanto que se homenajeó al presidente echado del BHU y se le dio su nombre a la colonia, con argumentos como "que el precio de la hectárea había hecho de la compra de Guaviyú una excelente inversión estatal; que la colonia había producido un notorio incremento poblacional, incluidos colonos y sus familias, y que su desarrollo había resultado en un notable avance productivo que dinamizó la zona con la expansión agrícola, frutícola y forestal".

Volviendo a la actualidad, aunque para algunos medios solo existieron las bombas de humo o los peditos de vieja de Da Silva y correligionarios o coaligados de las bancadas que lo sostienen, la interpelación tuvo argumentos de sobra. Claro que los mismos que dicen que no los hubo, cuando un jerarca les da una clase de lechería, no ven la vaca pero lloran.

Porque la estancia María Dolores bien puede mirarse en el espejo de Guaviyú si los planes funcionan en los próximos años. No será fácil, pero el Frente Amplio (y no solo un sector) podrá hacer campaña con los mismos argumentos que una y otra vez nos vienen de la historia, no para repetirla, sino para honrarla y multiplicarla. Eso sí, nadie paga facturas en política si alguien no se las cobra. El FA deberá estar a la altura de las circunstancias y de las familias de la colonia que estarán echando los bofes, cinchando de sol a sol.

Porque la historia es más porfiada "que gallo comiendo tripa, y cuando el trabuco se engripa lo mismo sigue cargado", como enseñaba don José Alonso y Trelles, más conocido como el Viejo Pancho. Por eso a Da Silva se le puede atorar el disparo y salirle el tiro por la culata. O para decirlo en términos de un boomerang, que le vuelva y lo desnuque políticamente. Que así sea.

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