Otra vez se discute sobre la laicidad y sobre el discutible respeto a la misma que actos administrativos determinados supondrían, en estos días, la invitación por parte de la dirección del hospital Vilardebó a la reapertura de su capilla católica reformada con asistencia de la máxima jerarquía católica en Uruguay.
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Las discusiones respecto a la laicidad y a su grado de respeto ante hechos y dichos concretos están basadas en dos problemas: a, el contenido de ‘laicidad’ es polisémico, sin unanimidad internacional ni nacional; b, ha sido político-ideológicamente usado en diferentes arenas de debate, con diferentes propósitos.
Fuentes y vertientes de la lucha sobre la laicidad
Si hubiera que optar por un conjunto de contenidos que el concepto de ‘laicidad’ hubiera encarnado, al menos en su transcurso político-cultural en Uruguay, el texto que más se aproximaría a una síntesis de partida podría ser el del presidente Tabaré Vázquez en su presentación ante la Masonería uruguaya en 2005: antidogmatismo, antitotalitarismo, antimonopolios formativos. Porque esos son los asuntos de fondo que han sido puestos sobre el tapete desde mediados del siglo XIX hasta hoy, con reclamos desde las tiendas más variadas y en las circunstancias más diversas.
Podríamos distinguir fuentes vertientes en el desarrollo ideológico de la ‘cuestión laica’ en Uruguay.
Uno, una etapa pre-crítica, cuando la laicidad aun no era conocida, sostenida ni blandida como arma. Uruguay era, hasta comienzos del siglo XIX, un país católico, desde que el catolicismo, en especial el ferreño español del Renacimiento y la Unidad Nacional de entonces, fue importado e impuesto. Pese a nuestra excesiva autoimagen laica y no dogmática, Uruguay contiene un fuerte tinte católico, heredero de esa historia, que se plasma en nuestra primera Constitución independiente de 1830, que decía “La religión del Estado es la católica romana”. Este texto es relativamente conservador en épocas en que ya la Ilustración (en especial la francesa) había tocado tierras americanas y rioplatenses. El supremo héroe patrio había dicho, en 1813, que “la libertad de cultos debe ser promovida en toda su extensión imaginable”. Pero, así como fue derrotado militarmente, Artigas fue borrado ideológicamente en todas las innovaciones que impuso como gobernante, entre ellas la programada defensa a ultranza de la libertad religiosa, en artículos tomados por él de las constituciones estaduales norteamericanas pre-nacionales del último cuarto del siglo XVIII (i.e. Massachussets). La identificación estatal uruguaya como religiosa y católica no solo precede a la independiente debido a la conquista, sino que perdura hasta la Constitución de 1917, vigente desde 1919. Su art. 5º, que conceptualiza laicidad de modo tan imperfecto, dura, a su vez, hasta hoy, desgraciadamente sobreviviente a todas las reformas constitucionales posteriores.
De modo que, desde sus orígenes conquistados, pasando por la Constitución independiente primera, hasta (al menos institucionalmente) 1919, Uruguay es católico. Y es un telón de fondo duradero, aunque cuestionado y debilitado luego, y en buena parte con base en la promoción de una laicidad inicialmente anticlerical y coyunturalmente anticatólica.
Dos. Sin embargo, desde mediados de ese siglo XIX hasta esa Constitución de 1917-19, se producen 4 tipos de escaramuzas opuestas respecto del catolicismo y la religiosidad, que terminan debilitando la religiosidad y la catolicidad uruguayas, aunque no borrándola.
A, por un lado, desde aproximadamente 1850 hasta 1917, hay un conjunto de medidas de secularización y desmonopolización religiosa de instancias públicas que debilitan la presencia pública de la catolicidad en aras de la desdogmatización progresista: cementerios, crucifijos, feriados laborales, nomenclátor de poblaciones y calles, son desmontadas o renominadas en desmedro de la religiosidad católica hegemónica y en pro del iluminismo racionalista de la Ilustración.
B, por otro, hay una lucha interna en el catolicismo global, que se refleja en Uruguay como conflicto entre un catolicismo más ecuménico y progresista, liberal, y un catolicismo radical, anti-modernista, deudor de Pío IX, que aspira a recuperar la hegemonía cuasi-integrista, hasta contraria a la separación de la Iglesia y del Estado, que databa de 1830 y que había sobrevivido hasta principios del siglo XX. Esta dicotomía intracatólica determinará importantes avatares en los modos de oposición -a o de uso- de la laicidad por parte de la Iglesia Católica.
C, de modo más sutil, sin embargo, hay una pervivencia deseada de la religiosidad y en especial de la católica, la llamada ‘idea volteriana’ de la religión, que afirmaba la utilidad de la normatividad y fe religiosas para afirmar la moralidad, obediencia y orden de capas sociales especialmente temidas en el cotidiano: la ‘levantisca’ (sic) juventud urbana y la barbarie rural. Ambas, fuentes de caos que la normatividad y fe religiosas podían servir para morigerar. En medio de los combates a la simbología católica, se fomenta, de modo aparentemente paradojal, la creación del Arzobispado de Montevideo, como centro emisor de moralidad, orden y obediencia, sin importar las creencias trascendentes fundantes de esas actitudes, en las que no se creía y que se combatían por oscurantistas e irracionales.
D, la invención, tipos y usos de la laicidad también están enmarcados por la introducción a Uruguay del positivismo racionalista antirreligioso (Comte), y de la identificación de la civilización con la ciencia y de la barbarie con la religión (Sarmiento).
En cuanto al positivismo, el que se adopta por aquí es el de Auguste Comte, francés, que se afirmaba en la ‘ley de los tres estados’ de Condorcet, donde el estado ‘positivo’ sobrepasa al ‘religioso’, oscurantista y sin racionalidad suficiente. Mucho más sutil es el mal llamado ‘positivismo’ de Herbert Spencer, muy mal conocido y aplicado en Uruguay, que acepta, con maravilloso pionerismo, la convivencia de la religión y la ciencia; pero eso no se sabe de él. Entonces, el anticlerical jacobinismo ilustrado del positivismo comtiano será el que nutre y funda lo que de anticlerical y civilizadora tiene la lucha por la laicidad.
Pero podemos también aproximarnos al tema desde alguna cronología de la lucha política que usa ese tan poco elucidado concepto de laicidad como antidogmatismo, antitotalitarismo, antimonopolios formativos.
Etapas en la lucha política en torno a la laicidad
Primera. Todo el contenido de la Modernidad Ilustrada se concentra en la lucha de la razón contra sus adversarios (como la fe), representando las religiones el más claro rival de la ciencia y de la razón en su marcha progresiva hacia la verdad, sin tomarla desde dogmatismos impuestos sino conquistada como empresa colectiva dialógica. El anticlericalismo es la primera manifestación politizante de la Modernidad ilustrada racionalista; y se manifiesta tanto como corriente interna del liberalismo (i.e. Comte) como de crítica radical al capitalismo (Feuerbach, Marx).
Segunda. En Uruguay, a impulsos de corrientes coyunturalmente argentinas de principios de los 40, hay un posicionamiento laico que enfrenta, más que a las religiones, a los totalitarismos de derecha (fascismo, nazismo, falangismo), puede ser consultado Araúcho al respecto.
Tercera. A principios de los 70 (vide Ritter al respecto) la laicidad cuestiona, también, ya no las religiones sino corrientes ideológicas; pero no solo los totalitarismos de derecha sino también los de izquierda.
Cuarta. El proceso cívico-militar cuestiona ahora a los totalitarismos de izquierda, que, coincidentemente, son los focos de las denuncias por violaciones del laicismo en Uruguay. Así como el proceso cívico-militar intervino el sistema educativo porque sería el formador de los ‘subversivos’ ideológicos, semilla de los ‘sediciosos’ en la práctica política del fin de los 60 y principios de los 70, así también las derechas desde la recuperación de la democracia insisten en que hay una cooptación gramsciana de la sociedad civil y de la cultura política por parte de las izquierdas (antojadiza creencia huérfana de evidencia), que debe ser eliminada, justamente para proteger libertades atacadas por dogmatismos lavadores de cerebro. Es notable cómo las derechas y globalismos proponen los espionajes digitales, las legislaciones restrictivas y las denuncias de dogmatismos como modo de evitarlos; así, las legislaciones antiterroristas serían libertarias, la bomba atómica pacifista y las persecuciones sindicales protectoras de las libertades políticas y gremiales. Las denuncias de los abusos son para cometerlos y las restricciones son protectoras de las garantías y libertades.
Durkheim como autor clave pero ignorado
El francés Émile Durkheim, una vez más, nos resulta un autor clave para entender cómo llega la laicidad a Uruguay y cómo se implementa a través al menos del sistema educativo.
En su último libro, La educación moral, de 1917, uno de sus capítulos, ‘La moral laica’, desarrolla en profundidad perfecta qué es la laicidad y por qué debe desarrollarse en el mundo de ese entonces. Emanuel Kant, a fines del siglo XVIII, ya abogaba por el diseño de cosmopolitismos que pudieran superar los nacionalismos y corrientes ideológicas que los alimentaran de modo adversario. Durkheim pensaba que, en la medida que las moralidades nacionales estaban básicamente ancladas en normatividades religiosas reveladas e irreductibles, ningún orden cosmopolita supranacional podría sustentarse en ninguno de los órdenes nacionales actuales ni tampoco de las variedades religiosas que los inspiraban; tanto supranacional como intranacionalmente, deberían crearse, artesanalmente, ‘morales laicas’ que se tejieran desde un Estado o centro de poder que las abarcara, que las trascendiera, pero que les dejara un lugar privadamente, no públicamente porque ofenderían a los otros ingredientes.
Durkheim implementa su propuesta en la organización del sistema educativo, que en Uruguay se articula exactamente como lo propuso Durkheim en Francia. Debería haber una educación pública estatal, laica, pero que respetara instancias privadas de cultivo de religiones, etnias o creencias componentes de esa laicidad resultante. Decía que excepcionales instituciones privadas en medio de la laicidad pública debían ser ‘habilitadas’ (así se llaman los liceos que en Uruguay desarrollan formaciones privadas sumadas a las formaciones mínimas públicas laicas obligatorias, recordemos) para formar en lo suyo desde esa laicidad pública rectora, que se sobrepone, pero sin negarlas, laicamente, a las creencias privadas cultivables en privado pero no aceptables como para aspirar a la hegemonía pública, que podría ser parcial y conflictiva con ese impulso.
Entonces, las más profundas reflexiones sobre laicidad, posteriores a las kantianas (donde no aparece el término) están en Durkheim, especialmente en el capítulo ‘La moral laica’, de La educación moral.
Breves apuntes sobre el último avatar de la laicidad en el Vilardebó
Como nunca ninguna formulación del principio de laicidad ha tenido fineza conceptual como para elucidarlo de modo inequívoco, el matusalénico art. 5 de la Constitución de 1917, vigente desde 1919, es polisémico cuando afirma que el Estado no debe ‘sostener’ religión alguna. ¿Qué es ‘sostener’? ¿Cuándo se sostiene y cuándo no? ¿La reforma y reinauguración de una capilla católica en un hospital público es sostener religiosidad católica violadora de la laicidad? ¿En qué influye que la capilla no haya sido reconocida como del dominio de la Iglesia Católica porque era parte de instituciones estatales, que debían ser laicas, según el mismo art. 5?
¿Qué prerrogativas e interdicciones tienen jerarcas estatales laicos al gestionar símbolos de creencias privadas, dentro de ellas?
Creemos que: a, hubo falta de sensibilidad en la invitación frente a una idea radical de laicidad que está en el liberalismo del Partido Colorado, vía positivismo comtiano, quizás Vázquez y Vega, y Pasquet; y al choque con la masonería anticlerical radical; b, quizás haya reacción exagerada de Pasquet y la masonería uruguaya frente a un hecho indudablemente menor, pero que sabuesos cazadores pueden tomar como principio de violación católica de la laicidad; c, hay que definir con más rigor ‘laicidad’, teniendo en cuenta sus etapas anticlerical, antidogmática y antitotalitaria, y sus usos posteriores; porque aunque no hay definición indebatible ni que impida usos arbitrarios, una mejor y más actualizada noción de ‘laicidad’ puede prevenir choques innecesarios y a veces anticuados. Aunque el equilibrio a través la polémica también puede ser valorable, no siempre la ausencia de conflictividad o consenso consumado protege mejor la paz y equilibrio sociales que polémicas públicas que confrontan argumentativamente; en época de prensas crecientemente cooptadas y de redes sociales simplistas y enardecidas, una polémica como estas no debe ser rehuida en aras del equilibrio y de la paz; quizá los promuevan más que dañarlos.