¿A pesar de ser presidente? Sí, porque hay una imagen de historietas de los presidentes y su poder, lo que veremos más adelante. Las razones son las siguientes:
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Uno. Porque no tiene mayoría parlamentaria propia para hacer leyes.
La cantidad de votos propios, para conseguir mayorías parlamentarias simples (ni hablar las especiales), necesitará de los votos (como para la segunda vuelta presidencial) de las agrupaciones que responden a Macri y a Bullrich, que no los darán a graciosamente, a cambio de nada, sino que influirán en los mileístas, forzando cambios que moderen la radicalidad de las propuestas hechas por Milei en sus dos años de presencia pública mediática y en su campaña presidencial previa a la primera vuelta presidencial, muchos de los cuales no comparten.
Milei no podrá, entonces, hacer todo lo que dijo cuando no necesitaba de otros, que colaborarían pero influyendo en los contenidos de sus anuncios de políticas, impidiendo su maximización; permitiendo, desde ese entonces y a futuro, solamente algún ‘óptimo relativo’ (usemos vocabulario de economistas, refiriendo al famoso ‘óptimo de Pareto’), más o menos lejano a su prédica inicial, que fue, y no es menor, la que consolidó su imagen, que terminó siendo ganadora, pese a la suavización paulatina de su aguzado perfil inicial.
Mannheim sostuvo, hace ya 55 años, que la entrada al juego político de mercado, y al juego gubernamental, desradicaliza los ideales de todos los participantes, limando los perfiles no consensuables de los jugadores políticos. Y hay muchas de las altisonantes propuestas radicales de Milei que están lejos de ser consensuables por la mayoría del espectro político, aun dentro de sus votantes de segunda vuelta.
Los presidentes no mandan como los reyes ni los capos de mafia, ni como los autócratas, ni como los dioses del Olimpo, ni con la arbitraria discrecionalidad feroz con que Yavé actúa en la Biblia o la Torá, ni como sus brutales discípulos actuales en Palestina.
Dos. Porque no puede gobernar sólo por decretos, ni tiene todos los ministros de su cerno político.
Debido a este logro óptimo y no maximizador de sus propuestas, Milei, si persistiera en buscar máximos, debería gobernar por decretos, y descansando en la convergencia de los ministros ejecutivos, que tampoco son todos del cerno radical ideológico de Milei; por lo demás, si intentara esa ‘ejecutivización’ de la gobernabilidad y gobernanza, aumentaría aún más la presión en el Legislativo para mantener las influencias que moderarían sus propuestas. No, lector; Milei no podría ejecutivizar su gobierno a falta de Poder Legislativo de maximización de sus propuestas. Ese mero óptimo legislativo no podrá ser mejorado desde el Ejecutivo, sin riesgos de rupturas de la coalición de facto que decidió la segunda vuelta de la elección presidencial.
Recordemos que el ministro de Economía ya designado, Caputo, fue del equipo económico central de Macri; siendo un especialista en política económico-financiera, quizás Milei espera, desde Presidencia, dibujar la macroeconomía, aunque ya no podrá dolarizar la economía ni eliminar el Banco Central, como prometió durante su presencia mediática anterior a la elección, y aún durante esta. Ninguna de las dos medidas radicales sería aceptada por Macri ni por Bullrich. Y como no es presidente de historieta, ingenuamente infantil, ni Yavé o Zeus, no podrá cumplir con muchas de sus propuestas desde el Ejecutivo, como no lo podría tampoco desde el Legislativo.
Tres. Porque sus aliados electorales no comparten todas sus ideas, los precisó para ganar y los precisa para gobernar.
Ya quedó más o menos dicho, lector: en las historietas nadie cuestiona al mandamás; y el que osara hacerlo sería muerto o preso; Milei no podría hacer nada de eso porque no vive ni un metaverso de historieta ni en uno anacrónico bíblico (aunque ha confesado, temiblemente, que es religiosamente judío). Sus propuestas de ‘anarco-capitalismo’ o de ‘libertarianismo’, en línea con la economía política de Hayek, von Mises, Rothbard y otros, no es del agrado de sus aliados Macri y Bullrich, afines a variantes del capitalismo global más frecuentes. Ya moderaron a Milei para la segunda vuelta de balotaje y continuarán haciéndolo, al menos durante este inicio del período gubernamental.
Cuatro. Porque no posee burocracias designadas propias, sino adherentes a otros grandes grupos políticos antiguamente mayoritarios en el país.
Como político nuevo de proyección nacional, nunca ha designado burocracias administrativas institucionales, que, en países urbanizados de masas, son tan importantes como las cúpulas ejecutivas o legislativas. Los funcionarios administrativos de los organismos nacionales, sectoriales, provinciales y municipales tienen un enorme poder en la implementación de las decisiones legislativas y ejecutivas federales de nivel nacional. Ni un taxativo texto producto de decisiones legítimas, ni cúpulas administrativas afines a dichos textos, podrán impedir que su implementación burocrática tenga tangible incidencia en el destino final de las decisiones superordinadas y cupulares. Desde Weber sabemos que las burocracias son inevitables en la administración racional de las sociedades de masas, y que su peso no puede ser totalmente controlado en sociedades que no se vuelvan totalitarias y autoritarias. Entonces, la medida en que se cuente con ellas para la implementación de leyes o decretos es fundamental para la ventura concreta de cada decisión.
Y Milei no parece que pueda contar con burocracias en principio leales a la implementación deseada por los decisores cupulares.
Por ejemplo, cuando el Frente Amplio ganó la Intendencia de Montevideo después de décadas de gobierno colorado con participación blanca, la ejecución e implementación de las decisiones de los noveles gobernantes capitalinos se chocó con la desidia, negligencia, sabotaje, pérdidas, desfinanciamientos, desviaciones por parte de funcionarios más leales a los partidos que los designaron en el pasado que a sus actuales superordinados institucionales en el organigrama administrativo. Algo de eso también sucedió cuando accedieron al gobierno nacional. Para-administraciones fueron parcialmente utilizadas para controlar esas maniobras que las burocracias implementadoras hacían para perjudicar el mejor andamiento de las decisiones de las cúpulas ejecutivas y legislativas.
Pues bien, Milei tampoco gozará del favor administrativo de las burocracias colocadas por otras fracciones y partidos políticos. Y este será un límite y obstáculo más para que pueda efectivamente hacer lo que dijo haría.
Cinco. Porque los organismos internacionales tampoco las comparten plenamente.
Ya en su primera gestión ante el FMI por la deuda externa argentina, Milei pudo sentir que probablemente se alineen mejor con Macri y Bullrich que con él, mejores representantes del capitalismo global medio ‘middle-of-the-road’, ´mainstream’. En este mundo globalizado e internacionalizado burocráticamente, los organismos internacionales y los complejos transnacionales se imponen sobre un mundo Estados-Nación que se gestó a fines del siglo XIX, se desarrolló durante el XX, y ahora comienza a decaer a manos de los organismos internacionales, los complejos transnacionales y nuevos grupos interestatales de agregación de intereses y valores.
Así, entonces, vemos cómo Milei no podrá implementar sus ideales en grado suficiente (sea para colmar sus expectativas, sea para producir efectos apreciables) porque no tiene poder suficiente, ni legislativo, ni ejecutivo, ni en medio de su alianza política indispensable, ni en las burocracias públicas, ni en los organismos internacionales, en especial los económico-financieros. Porque es presidente, pero no de historieta ni de filme de James Bond.
Básicamente por estas cinco grandes razones no creo que pueda implementar el discurso con el que fraguó su triunfo electoral. Y eso estará preñado de consecuencias políticas. Pero casi nadie ve todas esas limitaciones para esperar algo del poder presidencial.
Seis. Porque la gente tiene una visión de historieta del poder presidencial.
Por muchas razones conocidas desde la literatura en ciencias sociales. Permítanme agregar algunos modos menos trillados, pero crecientemente importantes para la conformación de una visión de historieta del poder presidencial. La visión más común sobre la discrecionalidad presidencial es típicamente de historieta, con la colaboración actual de las redes sociales.
En pocas palabras, una breve e ilustrativa respuesta, aunque insuficiente: la mayoría de la gente experimenta poderes simples encima suyo; poderes que parecen omnímodos (al menos para quien los contempla y sufre) y cuya oculta complejidad ignoran. Las historietas en general (que deben abusar de estereotipos para contactar rápidamente a sus audiencias con peripecias y personajes), y en especial el llamado ‘humor político’, refuerzan ese resultado. Todos los conflictos vehiculizados por los medios de comunicación de masas fortalecen ese equivocado estereotipo del poder presidencial.
Y todos los productos de ficción al respecto (escritos, orales, audiovisuales) confirman esa simplificación de la realidad que la reconstituye ficcionalmente; pero luego impone como neoreal esa ficcionalización engañosa pero vendedora. Cualquier proceso de polarización o radicalización se basa en la proliferación de estereotipos; y en la brevedad de los mensajes, lo que es exasperado por la ubicuidad de las fatídicas redes sociales y del funesto Twitter.
Entonces, la mayoritaria experiencia simple cotidiana del poder se suma a la banalizada representación mediática del poder para conformar esa visión-concepción simploria del poder, y del presidencial especialmente (los empresarios capitalistas no son como el Mr. Burns de los Simpson –tan parecido al ministro Javier García–) ¿Cuánto vendería un producto comunicacional que prometiera mostrar la compleja trama de ideas, hechos, influencias, dudas, hechos, cavilaciones, que llevaron a un poderoso a decidir una y no otra cosa? Muy poco si no hay melodrama, y mejor cruento; y facilongo, anestesiante como Zin TV.
En este punto, encuentro oportuno sugerir la siguiente ley sociopolítica, que opaca la engañosa imagen del poder, y del presidencial en particular.
Siete. Paradoja: a más poder decisorio, menos independencia de criterios.
Normalmente, la realidad del poder se comunica a través de la difusión de los signos de su poder; aunque no siempre esa exhibición del disfrute de los signos de poder signifique el disfrute real del mismo.
Quien llegue a determinado grado de disfrute del poder decisorio, habrá llegado a ese punto a través de una cadena de peajes pagos para seguir ascendiendo en ese camino; quien llegue a cualquier instancia de gran poder visible lo habrá construido mediante la pérdida de independencia decisoria y de autonomía de los criterios empleados para decidir cuando tenga que decidir y parezca omnímodo haciéndolo. Y el espectáculo de los signos del poder pretende ocultar esa realidad indeseable y tan poco vendible.
No se aflija, lector; si bien es cierto que usted no tiene el mismo poder decisorio formal que muchos personajes de la política, no le quepa duda, como consuelo eventual, que él es tanto o más dependiente que independiente, heterónomo que autónomo, en sus decisiones que usted (y no solo lo que la propia carrera, familia, amigos, vecinos, correligionarios, contribuyentes a campañas piden o esperan); grandes naciones, organismos internacionales, lobbies empresariales, digitan decisiones ocultas bajo el oropel formal de los signos del poder, que ocultan esa inconveniente heteronomía y dependencia de las decisiones de los más poderosos. Sepan que a esos derechos y privilegios se corresponden deberes y obligaciones (si no ‘mandados’ como dicen en el barrio); los poderosos pueden ser supermánicos fetiches, pero también denigrados chivos expiatorios; mejor sobornables pero también más extorsionables.
Ocho. Quizás también Milei puede perder puntos porque ha suavizado el discurso de ladridos agresivos y fuegos artificiales que conformó su exitoso personaje y le granjeó los más leales y hasta enfermizos partidarios.
Existe un cuasi-prejuicio, de intelectual barato, ignorante de la historia política, en el sentido que lo que paga electoralmente son la moderación y el centro, en especial cuando puede haber balotaje, donde cuenta tanto tener pro, como no tener contras. Debe ser la teoría detrás de la ‘orsificación’ electoral del FA. Sin embargo, la construcción de un ‘centro’ como alternativa a una polarización solo puede llegar a funcionar como alternativa de largo plazo; la gente, a corto y mediano plazos, es gregaria y simploria; en general buscará sumarse a mayorías o a minorías suculentas, que la hagan flotar en algún cómodo océano parauterino, y agregarse a trincheras erizadas, que no buscan terceros excluidos ni mediaciones que suturen grietas.
Cuando una población como la argentina, país con potencial de gran ‘potencia’ –que lo fue hace 100 años, destruido por un siglo de malos gobiernos del más diverso signo político-ideológico–, se encuentra con la agudización de un deterioro añejado, al que contribuyó todo el espectro de un peronismo o neoperonismos ‘catch-all’, radicalismo, militarismo, derecha variada, etc., esa gente lo que quiere y necesita es drenar veneno, exorcizar emociones y sentimientos negativos, identificarse con alguien que consiga evacuar esos tóxicos acumulados.
Pero no solo funciona esa identificación candidato-gente; también hay una proyección de la gente, ya como cuerpo electoral, en el candidato-fetiche; y hay, además, una necesidad de chivos expiatorios que simplifiquen procesos de deterioro sufridos en su encarnación en algo o alguien tangible y fácil.
Todas estas cosas (identificación, proyección, exorcismo, fetiche, chivo expiatorio) las lograrán los vituperios a: ‘la casta política’, ‘el Estado explotador’, ‘la izquierda kirchnerista’, ‘las soluciones socialistas fracasadas e inviables’; y, además, conceptos ejemplarmente vagos que cada uno llenará con los contenidos que desee, asumiendo, voluntaristamente y sin fundamento, que el candidato proporcionará esas mismas ‘libertad’ y ‘cambio’ a la medida de cada uno; como cuando los futbolistas se encomiendan, todos a la vez y para resultados antagonistas, al mismo dios protector, que tendrá menudo lío para satisfacerlos a todos esos tiernos y desinteresados fieles creyentes opuestos. ¿Libertades-de o libertades-para? ¿Y cuáles? Pará, no me la compliques, déjame gritar por cualquier cosa. ¿Y de dónde sacaste que ‘cambiar’ será para bien, y no inocuo o para peor? Todo esto ya es demasiado para un votante medio. Que es un ‘jodido’ que quiere sublimar su malestar, frustración y agresividad; solo sondeos electorales, periodista metidos a analistas y centro-moderados obsesivos creen en la racionalidad del voto.
En ese panorama mucho más emocional que racional, de más epítetos que conceptos, Milei resultó catarsis emocional, y fetiche redentor frente a chivos expiatorios fáciles y oportunos. Así se fue construyendo, en un vaivén personaje-audiencias, el exitoso personaje agresivo y puteador, pero que además recitaba posibles remedios –que nadie entendía, pero en los que querían creer– para poder vomitar veneno vicariamente, para identificarse y proyectar, para aceptar un fetiche redentor, y chivos expiatorios fáciles de insultar y a quienes atribuir la causalidad de todos los males.
Un centro moderado puede tener futuro si hay tiempo y recursos como para construir un tercero excluido, una alternativa a los polos; y siempre que la polarización no se radicalice, la grieta no se profundice y las trincheras no se engrosen; porque, si eso pasa, la imparable gregariedad social no le hará lugar a nada que no salte la grieta y no se guarezca en las trincheras; una tercera posición, intermedia, serena, pensante, no puede existir con futuro en un mundo en que lo más fundamentado que se lee son tuits, y lo más visto no es escrito ni racional, o es como Zin Tv. ¿Cuánto obtuvo Ciro Gomes en Brasil, como tercero en discordia, frente a Lula y Bolsonaro en las dos elecciones que ganó una cada uno de ellos?
Nada racional, ni riesgoso de soledad relativa, tiene chance en este mundo irreversiblemente imbecilizado comunicacionalmente. Y Milei, exitoso fetiche exorcista, apuntador de chivos expiatorios fáciles y oportunos, cedió a la tentación de los obsesivos del centro moderado como alternativa racional. Y ese nuevo Milei descafeinado, light, diet, sin gluten, azúcares, sal, grasas saturadas ni triglicéridos hubiera perdido con Massa si la organización Macri y los votos Bullrich no hubieran ayudado al ahora desteñido personaje.
Nueve. ¿Cómo será evaluado un gobierno de esos?
Uno de los más terribles problemas que la visión cotidiana no especializada del mundo presenta es el de la atribución causal: o sea, el proponer causas desde efectos o consecuencias de algo; o viceversa, el pronóstico de efectos y consecuencias desde una acción. Esto es especialmente grave porque el mundo tiene una gran complejidad causal y la gente no puede tener los conceptos necesarios como para hacer atribuciones e inferencias causales adecuadas al estudio y planificación de la mayoría de los asuntos. De esto surge, irremediablemente, una opinión pública muy simplificada, pero que se cree sabía desde sus escuálida formación e información, cosa empeorada por la alcahuetería populista demagógica del vox populi vox dei, y de una soberanía equivocadamente empoderadora de esa misma frágil opinión pública. Ya están lejanos los días de una gran contribución teórica de la izquierda: la de la alienación y la falsa conciencia, conformadoras de ‘ideología’; ahora todo se volvió cooptación por el liberalismo: consultemos al pueblo, vox dei.
Aplicando rápidamente esto al caso Milei: ¿cómo será evaluada la gestión de la presidencia Milei, ya que no podrá hacer mucho de lo que prometió hacer?, ¿el padrón de juicio será lo que hizo o lo que prometió, en un momento u otro?, ¿se le reclamará que no dolarizó y que no eliminó el Banco Central?, ¿qué se creerá la gente que hizo o no hizo, por su responsabilidad o la de otro?
Porque ese conjunto de minimizadores de sus máximos vociferados, que ya vimos, ya ha actuado, y seguirán actuando, dejándole tomar las decisiones por las cuales él mismo arriesgará, y no aquellas que implicarán riesgo para sus aliados. Por ejemplo, el ‘ajuste fiscal’, aunque seguramente evaluado como necesario por sus aliados, éstos lo dejan correr como cosa de Milei; porque empeorará el cotidiano inmediato de mucha gente que ahora cuestionará el sentimental fetiche electoral Milei, lo que será aprovechado por oposición, oportunistas y sindicatos para socavar casi desde el pique el proyecto Milei. Que todavía tiene las cartas de la herencia maldita que recibió y de la necesidad de sufrir un poco más, pero esta vez para mejorar para siempre. Pero ya se han ajustado el cinturón 100 años; ¿aceptarán este nuevo ataque a sus cotidianos sin atacar al fetiche, que sus rivales intentarán convertir en chivo expiatorio lo antes posible? Y sus aliados, ¿no aprovecharán esta coyuntura para doblegarlo como no pudieron en instancias anteriores, y tuvieron que apoyarlo, en medio de ese ‘todos contra Massa’?
Milei, ya presidente, ¿cederá a la tentación de intelectual economista que confía en la racionalidad de su propuesta? ¿Jubilará al personaje emocional que lo catapultó a la presidencia? Si los moderados centristas se lo recomiendan, que recuerde que perdió su ventaja contra Massa por oír esos cantos de sirenas. El parámetro, ¿será el Milei de los últimos años hasta la primera vuelta?, ¿o el de la segunda vuelta?, ¿o el del presidente ahogado por una realidad que lo maniata lejos ya de la ficción de cuento de hadas de su exitoso personaje, fuera de las utopías y los insultos, con la penosa realidad a cuestas?