Mientras escribo, representantes de los 21 países miembros del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) están aterrizando en Lima para participar en la cumbre anual número 31, desde su creación en 1989 con el objetivo fundacional de promover la cooperación económica y el crecimiento en la región más dinámica y diversa del mundo que abarca economías desarrolladas como emergentes.
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APEC es hoy uno de los principales cónclaves de la economía mundial que explica más del 60 % del PIB global y casi la mitad del comercio internacional y representa un tercio de la población mundial.
Serán 16 los jefes de Estado o de gobierno —entre ellos, Xi Jinping y Joe Biden— los huéspedes de la presidenta Dina Boluarte que, bajo el lema “Empoderar, incluir, crecer”, discutirán durante una semana temas que van desde el crecimiento inclusivo que asegure un desarrollo económico que beneficie a toda la población, el empoderamiento mediante educación y herramientas digitales y hasta la sostenibilidad que impulse un crecimiento resiliente y respetuoso con el medio ambiente.
La presencia de Xi Jinping
Sin embargo, uno de los puntos más altos y significativos de la cita limeña no tendrá lugar en el Centro de Convenciones que alojará las sesiones plenarias, sino en la sede de la Presidencia peruana.
Será ese edificio de estilo neobarroco a orillas del río Rímac, también conocido como la Casa de Pizarro, desde donde Dina Boluarte y su homólogo chino y principal socio estratégico y comercial asistirán, en forma virtual, a la inauguración oficial del megapuerto multipropósito de Chancay, que seguramente cambiará el mapa logístico portuario del continente.
El nuevo puerto, de casi 1.000 hectáreas de extensión, está ubicado en la costa central del Perú (80 kilómetros al norte de Lima) y América del Sur, un lugar estratégico por su ubicación geográfica y conectividad y su construcción supuso una inversión de 3.600 millones de dólares, de los cuales el 60 % han sido aportados por la empresa estatal Cosco (China Ocean Shipping Company), uno de los mayores conglomerados navieros del mundo, y el 40 % por capitales peruanos de Volcan Compañía Minera.
La excepcional profundidad de 18 metros, similar a los puertos de California en EE.UU, permitirá la operación de los buques de mayor capacidad de carga del mundo.
Su ubicación rebajará el tiempo de ruta entre Shanghái y Chancay entre 8 a 10 días y la incorporación de tecnologías de punta chinas le permitirán funcionar en forma autónoma las 24 horas, con energías limpias y una productividad de 50 contenedores por hora muy superior al estándar internacional de 30.
A partir de ahora, Chancay se posiciona como un hub portuario y logístico de extraordinaria importancia para la región, con las menores tarifas de flete y costos logísticos que beneficiará a países vecinos como Chile, Colombia, Ecuador y también Brasil que, sin tener costa sobre el Pacífico, utilizará esa terminal por estar más próxima a sus puertos atlánticos. Otro tanto harán países de la costa occidental del océano Pacifico como Japón y Corea del Sur, que utilizarán la nueva “autopista marítima” que abarcará los hemisferios oriental y occidental, norte y sur.
Esto hace presagiar a los especialistas que Chancay será el “Puerto de Singapur en América Latina”, que inyectará una nueva vitalidad al desarrollo económico y comercial a ambos lados del Pacífico.
Las autoridades peruanas esperan que el puerto genere un beneficio económico anual de 4.500 millones de dólares, equivalente al 1,8 % del PIB del país, y miles de puestos de trabajo directos e indirectos.
Para China, el puerto es la mayor obra en infraestructura y logística en que ha invertido en América Latina en los últimos años y su significado va mucho más allá de la importancia para su economía y el fortalecimiento de su intercambio comercial con la región.
Para la República Popular, este proyecto es el ícono, la joya de la corona de la Nueva Ruta de la Seda en Sudamérica, la “iniciativa estrella” de desarrollo de conectividad e infraestructura terrestre y marítima entre China, la región Asia-Pacífico y el resto del mundo, y que proyectan a Beijing como una potencia global en el marco de la idea matriz china de trabajar con otros países para construir “un futuro de progreso compartido para la humanidad”.
Son 22 los países de América Latina que han adherido al megaproyecto chino y hoy la región es el segundo mayor receptor de inversión directa china y el mayor socio comercial de Sudamérica, que multiplicó por 40 el intercambio comercial desde el comienzo del milenio, pasando de 12.000 millones al récord histórico de 480.000 millones de dólares en 2023, según cifras de la Administración de Aduanas de la República Popular China.
El fantasma de Trump
China ingresó a APEC en 1991 y desde entonces intensificó las relaciones en el área Asia-Pacífico, que se vieron favorecidas por los planteamientos “America First” y “Make America Great Again” de Donald Trump, que alejaron a Washington de los esquemas de cooperación regional.
En uno de sus primeros actos apenas asumida la primera presidencia en enero 2017, Trump firmó una orden ejecutiva para retirar a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés). Un ambicioso tratado que buscaba dar forma al mayor bloque económico del mundo y la gran herramienta promovida por su antecesor, Barack Obama, para su Estrategia para Asia oriental (Pivot to Asia), el cambio más significativo en la política exterior de los Estados Unidos del siglo XXI.
“Lo que acabamos de hacer es una gran cosa para los trabajadores estadounidenses", el TPP era "un desastre potencial para el país”, dijo Trump al firmar la decisión ejecutiva.
Hoy la historia vuelve a repetirse, ahora como farsa, diría Marx en su 18 Brumario de Luis Bonaparte.
Como ocurrió en la cumbre de APEC 2016, también en Lima, la nueva victoria de Trump en las elecciones del 5 de noviembre vuelve a proyectar una sombra de proteccionismo y aislacionismo sobre un Foro que promueve integración comercial y cuyo logro más destacado ha sido la rebaja sustancial del arancel promedio entre los países miembros, que pasó de 16,9 % en 1989 a un 5,3 % actualmente en vigor. Muy por el contrario, el presidente electo de Estados Unidos adelantó que planea hacer de los aranceles aduaneros la piedra angular de su política económica y, como lo hiciera con el TPP de Obama, anunció durante su campaña electoral que “mataría” el Marco Económico Indopacífico para la Prosperidad, una iniciativa económica lanzada por Biden en mayo de 2022 para ayudar a integrar las economías de la región y permitir que Estados Unidos contrarreste a China.
Los expertos coinciden en que la remozada de la doctrina “Estados Unidos primero” de Trump hipoteca la capacidad de Biden —en su primer viaje presidencial a Sudamérica— de reforzar el perfil de Estados Unidos en la región dejando a China y a su líder, Xi Jinping, para que se lleven el protagonismo en el otrora patio trasero de Estados Unidos.
“Esta no es la forma en que Estados Unidos esperaba participar en la cumbre”, dijo a ABC News Margaret Myers, directora del programa China y América Latina del Diálogo Interamericano, con sede en Washington. “Todas las miradas estarán puestas en el puerto, en lo que Xi diga al respecto y en cómo articule las relaciones en el Pacífico”.
Las miradas, pero con otros ojos, ya las puso el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, quien, de visita la semana pasada a la sede del Comando Sur en Florida, alertó sobre “uso militar del puerto” y acusó a China de “estar trabajando para explotar la inseguridad en nuestro hemisferio” y estar aprovechando la necesidad de inversión en las Américas para avanzar en su “agenda maligna”.
Chancay y Shanghái se pronuncian casi igual pero se leen: Sudamérica y China.