Esta historia tiene 3.500 años y transcurrió en Egipto. Una reina (o faraona), de nombre Hatshepsut, empleó distintas estrategias para obtener el poder y perpetuarse. Los libros hablan de tres fuertes acciones de Hatshepsut: declara al pueblo egipcio que su verdadero padre no es Tutmosis I, sino el propio dios Amón, designa y premia decenas de funcionarios que colaboraron con ella en la gestión e interviene los muros de las construcciones egipcias con nuevas imágenes, como por ejemplo una reina con barba postiza y todos los elementos de un rey varón.
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No le fue mal. Fue una reina-faraón de la dinastía XVIII de Egipto. Quinta gobernante de dicha dinastía, reinó de 1513-1490 a.C., o sea que estuvo 23 años en el poder.
Su asunción como reina estuvo rodeada de debilidades. Por eso decidió intervenir con “propaganda política” para legitimarse ante el pueblo egipcio y así convalidarse.
En todos los edificios y obras (tanto escultóricas como relieves y pinturas) en los que aparece, Hatshepsut es representada de forma masculina, ya que la figura del faraón solo podía ser desempeñada por un hombre; las mujeres tenían otro tipo de funciones y papeles dentro del gobierno, como el de esposa real y gran esposa del dios. Ante tal situación, tanto para legitimarse como para ser aceptada a pesar de ser mujer, decide representarse de forma masculina. Esa “propaganda”, aún hoy, 3.500 años después, se puede observar en Egipto.
También mandó hacer relieves y pinturas con el dedo índice del dios Amón casi tocando el abdomen de la reina. ¿Qué quería decir? Que era descendiente directa de ese dios, ocultando que era hija Tutmosis I. Así se legitimó –una descendencia divina– ante el pueblo egipcio. Esas pinturas, con 3.500 años de historia, guardadas debajo de la arena del desierto durante miles de años, aún se pueden observar. Propaganda política que permanece en el tiempo. Una mentira elevada al rango de verdad.
La creación de la ilusión
En escenarios de fuertes incertidumbres y crisis, la demagogia, la mentira y las operaciones truculentas encuentran campo fértil. La necesidad de creer es mayor que la de dudar.
En la mayoría de los países de América Latina –inestabilidades políticas, débil sistema de partidos, fraccionalismo partidario– las últimas campañas políticas han mostrado signos preocupantes en materia de propaganda y marketing político. La falta de escrúpulos de asesores y de políticos ha permitido la instalación de una lógica comunicacional en donde la mentira, la demagogia y la violencia verbal –a veces traducida en violencia física– adquieren un tono dominante. El combo de crisis económica, dominación del narcotráfico, partidos fragmentados y de escasez de liderazgos políticos vigorosos, conforman un panorama que aparece con signos de debilitamiento de las democracias liberales representativas. Los sondeos de Latinobarómetro –ya mencionados en esta columna– muestran ese paisaje en donde crecen las opciones autoritarias y demagógicas.
Frente al desorden, orden; frente a las incertidumbres, orden. Se trata de creer en algo o en alguien. Y aquel que puede articular un discurso ilusionante –con demagogia o no, con una expresión violenta o no– recibirá la mirada expectante de un elector jaqueado por la vida. Milei es un caso claro (promesa de una Argentina de primer mundo casi alcanzada por un agitado paso de magia).
El antivirus
Como ya se ha observado, la mentira en política no es nueva y su análisis tampoco. Guy Durandin es uno de los expertos que la ha analizado con detalle desde hace mucho tiempo. Profesor del Instituto Francés de Prensa y de las Ciencias de la Información, adscrito a la Universidad París II y profesor honorario de Psicología Social de la Universidad de París V René Descartes, sus trabajos en materia de desinformación y propaganda se han convertido en una referencia en Europa.
Para este autor, la mentira es una manipulación de signos (no de fuerzas) que pretende siempre situar al destinatario en inferioridad con respecto a quien miente. “La ventaja de la mentira en relación con el ataque directo está en que, por hipótesis, el interlocutor no sabe que se le está atacando. El asunto adquiere actualmente singular trascendencia porque, hoy en día, la organización de la propaganda y la publicidad se halla en manos de profesionales, y cuando éstos recurren a la mentira vuelcan en ello toda su competencia”, dice un analista de la obra de Durandin. Un ejemplo del profesional de la mentira es Jaime Durán Barba, el ecuatoriano asesor de Mauricio Macri. Sin escrúpulos y leyendo las preocupaciones de la ciudadanía, Durán Barba instrumentaliza la perversión del relato con un solo objetivo: ganar. (“El arte de ganar”, Durán Barba y Santiago Nieto. En la portada del libro hay una pista: “Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas”).
La intoxicación informativa –hoy facilitada por las redes sociales y las operaciones como las de Donald Trump y Cambridge Analytica– se transforma en un arma terrible que orada la democracia.
Durandin se plantea la necesidad de conocer algo más que la credibilidad; esto es, el grado de veracidad o de falsedad de la misma. ¿Cómo entender el empleo de la falsedad o de las parcialidades como respuesta a las demandas de información basadas en un derecho democrático? Para Durandin, el pasado siglo fue el de la manipulación y del engaño como expresión estratégica de las diferentes manifestaciones del poder. También, el de una tácita connivencia del poder y los medios. Este siglo anda en lo mismo, como en la época de Hatshepsut.
Durandin busca con sus reflexiones una finalidad profiláctica, lo que constituye una invitación a la resistencia crítica frente al engaño cotidiano.
NOTA: La mentira –si logra ser exitosa– atenta contra la democracia, porque aquel elector que confió en ese dato (luego mentiroso) se sentirá traicionado y su decepción puede derivar en desconfianza hacia el sistema político todo.