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Columnas de opinión | Lacalle | coalición | izquierda

Análisis

Que le ven a Lacalle, pese a Astesiano (4)

Superada la pandemia, Lacalle diseñó una estrategia de hiperactividad que lo mostraba cercano y transparente.

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Un escritor polaco, Jerzy Kosinski, escribió en 1971 una interesante novela titulada Desde el jardín, que luego fue llevada al cine. Es una novela sobre el alcance de los medios en Estados Unidos en aquella época, sobre el poder y sobre la sociedad y sus hombres y mujeres. Habla, sin decirlo, de las sensibilidades existentes en esa sociedad y como, desde la simpleza, el protagonista de la novela, un jardinero, logra sintonizar con esas sensibilidades y emociones existentes en la sociedad estadounidense de esos años. Kosinski construyó un relato en donde Mr. Chance, el protagonista, alcanza enormes niveles de aceptación entre empresarios, políticos y medios de comunicación. Sus metáforas eran tan abiertas que sus audiencias interpretaban lo que deseaban. No era preciso; era elíptico, poético y, como tal, ese pobre jardinero, desde las metáforas del jardín, seducía a las audiencias. Mr. Chance -operado por inescrupulosos de la política- se mostraba como era y los demás simplemente lo vieron como deseaban que fuese. Por lo tanto, los mensajes políticos pueden ser directos, claros, sin dobles lecturas, o elípticos, imprecisos y es allí donde operan las fantasías de las audiencias: el candidato, entonces, reúne los votos racionales y también a quienes creen que ven en el protagonista sus propias fantasías y aspiraciones inconscientes; los representa, los interpreta. Veamos algo del presidente Lacalle que va desde lo explícito hasta los registros del inconsciente de algunas audiencias o electores.

Mano dura. La crisis del modelo de convivencia en Uruguay, de la mano del individualismo rampante y el narcotráfico, fue arrojando datos. Los mismos -desde hace por lo menos 25 años- aparecen en las encuestas de opinión pública. La inseguridad o la seguridad era y es un tema de enorme interés para la ciudadanía. Quizás el video con el tiro en el pecho del pizzero del bar de la Av. 8 de Octubre -difundido centenares de veces por los medios- fue el ejemplo más claro de la violencia impiadosa. Así las cosas, las pulsiones autoritarias en la sociedad fueron escalando; era una forma precisa, concreta y rápida -en la fantasía construida- de solucionar el flagelo. En ese marco, en las elecciones de 2014 la derecha propuso modificar las edades punibles de menores y en las de 2019 se propuso otra reforma en el mismo sentido, “Para vivir sin miedo”. Ambas fueron rechazadas, pero allí se vio que la mitad de la ciudadanía quería una solución casi mágica: mano dura. En esos comicios, Lacalle y Manini Ríos utilizaron un término primero lanzado por la derecha italiana con el mismo objetivo: “Se acabó el recreo”. Se estaba dando una respuesta a la demanda de la ciudadanía, mientras la izquierda tituteaba en sus políticas públicas sobre el tema. Una señal clara: “se acabó el recreo”, como diciendo que el Frente Amplio amparaba un “recreo” de la delincuencia y que había llegado la hora de parar al crimen organizado. La coalición gobernante sintonizó con esas legítimas preocupaciones de la ciudadanía. El “se acabó el recreo” tuvo, incluso, expresiones extremas que acompañaron ese espíritu: cadena perpetua, castrar a los violadores, etc. La mano dura que se ofrecía era un ademán demagógico y populista que permitió sintonizar con las demandas del mercado electoral. Se sabía que iban derecho al fracaso y por eso apostaron, en los primeros días de gobierno, a la comunicación: helicópteros volando sobre Montevideo y sirenas abiertas en las ciudades de unos patrulleros con el mensaje de “llegó la ley”. Eso duró un mes. El plan fracasó. La realidad los pasó por arriba. Pero igualmente habían sintonizado con parte de la población y esa gente vio en un helicóptero volando la solución que estaba esperando. Cuando la realidad es poderosa, no hay “volvieron las carteras” que la tape.

Educación. Al igual que con la seguridad/inseguridad, la educación estuvo en agenda en el debate público. Hubo una construcción vigorosa de que el Frente Amplio no había hecho nada y que estaba gobernado, en esa materia, por los sindicatos de la educación. Los números de las distintas evaluaciones internacionales más inoperancia comunicacional de los distintos gobiernos de la izquierda dejaron el camino limpio para la construcción de un relato critico hacia los gestores del FA en materia educacional. En ese marco, desde antes de las elecciones de 2019, se fue construyendo un clima desde una ONG para elaborar un diagnóstico y una batería de acciones terapéuticas. Eduy21 fue un ariete que perforaba a la izquierda y que, en los hechos, permitió ocultar el enorme crecimiento en la inversión en infraestructuras educativas y los cambios que efectivamente y con éxito se llevaron adelante. No se pudo contra el embate crítico. Fundamentalmente por el poder de las élites conservadoras, la incapacidad comunicacional y por acciones miopes de los sindicatos de la enseñanza. El combo era perfecto. Las élites de derecha vieron que la mesa estaba servida y articularon su discurso acerca de una reforma educativa. Y así llegó el plan de “transformación educativa” que se lleva adelante desde el Codicen. El mismo -complejo y con dificultades- está acompañado de acciones punitivas contra los sindicatos. Entonces, la propuesta del gobierno tiene dos vectores eficientes: 1) llevamos adelante los cambios “que la gente reclama” y 2) cuestionamos -hasta penalmente- a los sindicatos, a quienes imputamos todos los males del universo educativo. Nuevamente, desde lo comunicacional, se sintoniza con buena parte del electorado.

LAS JUBILACIONES. El diagnóstico era claro: hay que reformar el sistema porque se está volviendo insostenible. Hay acuerdo entre todos los partidos políticos. Pero ¿qué reforma? “No vamos a tocar la edad de jubilación”, dijo un Lacalle candidato. Hablaba del tema, pero no tocaba la edad. Se comprometía a la reforma, pero no se metía en líos. Eso fue en la campaña electoral. Sintonía total con las audiencias. Llegado al gobierno, la realidad lo pasó por arriba, como con otros temas. Avanza en la reforma jubilatoria, aumentando la edad de retiro y sin tocar el agujero sin fondo de la caja militar, a la que obscenamente se le destinan 500 millones de dólares por año. Habrá reforma de la seguridad social, arrincona al Frente Amplio que no la apoya y Lacalle se erige como el candidato que cumple. ¿De qué manera cumple? Eso es otra historia. Hacia su electorado, cumplió.

La hiperactividad. El presidente Lacalle observó que el país venía de tres gobiernos de izquierda con presidentes mayores de 70 años. Eligió eso para ser otra cosa. Comunicacionalmente entendió que debía fijar una frontera visible, constatable con los presidentes viejos de la izquierda. Todo un mensaje. Superada la pandemia, Lacalle diseñó una estrategia de hiperactividad que lo mostraba cercano y transparente. Se hace selfies con sus adherentes, atiende amistosamente a la prensa, un día está en Rocha y al día siguiente en Artigas. Su actitud vigorosa contiene, incluso, ademanes hasta adolescentes: surfea, come panchos en La Pasiva acompañado de una cerveza, va a ver a Boston River y se come un chorizo, desciende de un helicóptero en una cancha de rugby, usa gorrito con visera, sale de vacaciones con sus hijos, va a un cumpleaños de 15 en el interior, se muestra pícaro y conversador. Todo esto acompañado de un cierto relato -por orden de su asesor en comunicación- de utilizar la palabra “récord” e “histórico” ante la difusión de cifras en distintas actividades. La realidad ha mostrado que ha sido una operación y que en la mayoría de los casos en donde se han citado ambas palabras, no hubo “récord” ni datos “históricos”.

Pero lo más importante: esa hiperactividad les recuerda a los votantes de la coalición multicolor que él le ganó al Frente Amplio. Y eso tiene un enorme valor histórico. ¿Cómo no ser leal a un tipo que le ganó a los comunistas y tupamaros?

Final. Iván Redondo es un experto español en comunicación política. Hasta hace poco estuvo orientando la comunicación del presidente español, Pedro Sánchez. Redondo ha dicho: “Entender las victorias culturales para entender las victorias políticas”. O sea: el desafío es hurgar en los fenómenos humanos, saber y conocer y no utilizar los caminos cortos de la descalificación barata que degrada a quien la expresa y no conduce a nada.

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