Una biografía hecha de búsqueda
Cantante, guitarrista, compositor, arreglador, productor y docente, Lucio Mantel nació en Buenos Aires y no recuerda haber tomado la decisión de ser músico: simplemente lo fue. “Nunca tuve dudas vocacionales”, cuenta. Desde niño pasó horas con la guitarra, luego con el piano, y más tarde entendió que su camino estaría siempre ligado a la canción.
Su discografía da cuenta de una obra en constante movimiento: Nictógrafo (2008), Miniatura (2010), Unas horas (2013), Confín (2015), Todas las formas de estar (2019) y Los Ancestros (2024).
Seis discos donde conviven el rock de origen, la canción popular, el folclore latinoamericano y una sensibilidad contemporánea difícil de encasillar.
“Estamos hechos de lo que escuchamos, de lo que leemos, de lo que vemos”, afirma, y agrega algo clave para entender su recorrido: “Los compositores tenemos mucho menos control sobre nuestra obra de lo que creemos”.
La canción, entonces, no es un acto de dominio sino de entrega.
La música hecha territorio y región
A lo largo de esos seis discos, Mantel fue tejiendo una obra que dialoga con múltiples orillas. Argentina y Uruguay aparecen como un mismo cauce sensible, pero también México, Perú y otros puntos de Latinoamérica. No como un gesto cosmético, sino como una forma de entender la música como región viva.
“Hay algo del contexto que nos conduce a componer la música que hacemos”, explica. Lo que se respira en un lugar termina filtrándose - inevitablemente - en la melodía.
Los Ancestros: duelo, luz y pregunta
En Los Ancestros, su disco más reciente, esa escucha se vuelve todavía más honda. El álbum nace en un cruce vital: el duelo por la muerte de su padre y una pregunta que lo atraviesa todo. “¿En qué se parece este presente al futuro que imaginaban nuestros antepasados?”, se pregunta Mantel. No como consigna nostálgica, sino como inquietud abierta, casi filosófica.
Las canciones del disco funcionan como un hilo invisible que une pasado, presente y porvenir. “Nunca antes sentí que un disco girara tan claramente alrededor de una misma idea”, confiesa. Algunas canciones quedaron afuera, no por falta de belleza, sino porque no dialogaban con ese núcleo conceptual.
La luminosidad inesperada
Lejos de hundirse en la oscuridad, Los Ancestros sorprende por su luz. “Es el disco más luminoso que hice”, dice Mantel, y desmonta un lugar común:
“El duelo no es solo tristeza. A mí me volvió más sensible a la belleza”.
La luz que entra por una ventana, una escena mínima en la calle, un gesto cotidiano: todo puede convertirse en canción cuando la sensibilidad se afina.
Ese proceso, cuenta, fue incluso feliz. “Fue un disco muy feliz de hacer”, dice, porque la música también puede ser una forma de elaborar el luto con dulzura, sin solemnidad, como un homenaje que no necesita grandilocuencia.
En tiempos de culto a la personalidad y sobreexposición, Mantel toma una posición clara.
“No me interesa construir una imagen más importante que las canciones”, afirma. Para él, la melodía, la letra, el arreglo y los silencios dicen más que cualquier discurso externo.
“La composición se completa cuando alguien la escucha”, sostiene, entendiendo la música como un acto de co-creación.
También reconoce la dificultad del presente: una época de fragmentación, de exceso de estímulos, donde “nunca fue tan difícil tener una lectura lúcida del tiempo que estamos viviendo”. En ese contexto, la canción aparece como un espacio de pausa, de reflexión.
Aprender, jugar, componer
Esa ética se extiende a su rol como docente y coordinador del taller La Cancionería, que sostiene desde 2011.
“Ser artista es disponerse a aprender”, dice.
Aprender de los alumnos, de los pares, de los procesos. Y también jugar. “Si uno cree que ya se la sabe todas, es muy difícil que aparezca algo interesante”.
Los procesos creativos, aclara, no son solo goce. También hay incertidumbre, ansiedad, sufrimiento. Pero advierte: “No hay que atentar contra la posibilidad de descubrir algo”.
El regreso a Montevideo: orillas en diálogo
Después de varios años sin presentarse en Montevideo, su regreso se da en clave de encuentro.
El sábado 20 de diciembre a las 20:30 horas, Lucio Mantel volverá a tocar en Sociedad Urbana Villa Dolores, en una fecha compartida junto a Franny Glass y María Viola. Tres maneras de componer, tres sensibilidades puestas en diálogo en una misma noche.
Para Mantel, Uruguay es siempre un territorio inspirador. “Son dos orillas de un mismo río”, dice sobre la relación entre Buenos Aires y Montevideo, y reconoce una afinidad espiritual que atraviesa generaciones y canciones.
Canciones que siguen viviendo
Tal vez por eso sus canciones no pertenecen a un tiempo fijo. Cambian, crecen, se resignifican. “Las canciones son distintas con los años”, dice Mantel. Como quienes las escuchan. Como quienes las escriben. En esa imposibilidad de escuchar por primera vez lo que uno mismo creó, hay un acto de fe: confiar en que la obra, aun incompleta, ya dice algo verdadero.
Lucio Mantel no ofrece respuestas cerradas. Ofrece preguntas que cantan. Y en un presente fragmentado, confuso, saturado de ruido, esa puede ser una de las formas más honestas —y necesarias— de la belleza.
Como ya mencionamos, la cita es el 20 de diciembre en Sociedad Urbana Villa Dolores y pueden adquirir las entradas en este link.