“Queremos reivindicar el término canario”, me dice apenas empieza la entrevista. “Gran parte de lo que somos tiene que ver con esa realidad metropolitana… convivimos entre la capital y la calle de tierra” .
Ese vaivén —ese híbrido que habita entre dos mundos— es el pulso secreto de su banda: un latido doble.
La identidad como música
La conversación se abre como un acorde. En una cuerda, la vida doméstica: el parral, las gallinas, la casa con huerta. En la otra, Montevideo como aspiración, como desafío cotidiano.
“Somos ciudades dormitorio… convivir en los dos lugares durante mucho tiempo” recuerda .
Ahí nace la primera metáfora de la banda: un sonido que es frontera y encuentro.
Sus influencias, lejos de esconderlo, lo revelan: Totem, Rada, Opa, Roos, Cardozo, Ubal. Un mapa emocional que huele a ensayo vecinal y a murga con amigos un jueves de verano.
“La mayoría de nosotros coincidimos en esas influencias… compartimos murga, es nuestro gran entrenamiento” dice Nacho .
En su música conviven el ritmo de barrio, la épica carnavalera y una sensibilidad social que no esquiva temas difíciles.
“Todas nuestras canciones tienen un porqué. Nos importan los desaparecidos, la migración, el narcotráfico así como referencias más personales" enumera, como quien abre un cuaderno íntimo .
Orgullosamente independientes
La banda se mueve sin apuro y sin permiso. “Somos orgullosamente independientes”, afirma con una lucidez que ilumina todo .
Ser auténticos —aunque eso abra o cierre puertas— es una decisión estética, política y emocional. Y también un gesto de respeto hacia el público.
“Hemos generado un vínculo… la gente vibra, acompaña, se conmueve” cuenta recordando los 25 o 30 mil asistentes de Suena Bien, que los escucharon como si fueran el acto principal .
Esa conexión se vuelve palpable cuando me narra la historia del adolescente que aprendió todas las canciones en una semana, de ensayo abierto a concierto en la plaza.
“Cantaba en primera fila… escucha el disco todos los días”, relata casi sorprendido .
Ahí está el verdadero premio: ser espejo donde otros descubren su camino.
Rumbo a la Zitarrosa: un nuevo salto
Y en esa construcción paciente y luminosa llega ahora el desafío que los impulsa un escalón más arriba:
El Gato de Ponce se presentará el 8 de noviembre en la Sala Zitarrosa, un escenario que es rito y consagración para la música uruguaya.
“Vamos a ser 14 o 15 músicos en escena… queremos volver a sorprender”, me dice Nacho con esa mezcla hermosa de vértigo y convicción que da crecer sin perder raíces .
El show será un mapa vibrante: murga, candombe, milonga, rock, canciones nuevas, homenajes, climas distintos y un coro que, más que acompañar, expande.
Una experiencia —más que un concierto— pensada como un viaje sensorial y emocional para quienes ya los siguen y para quienes los descubrirán allí, en esa noche que promete dejar marca.
El cancionero que mira a futuro
Cuando habla de lo que viene, Nacho sonríe con la certeza de quien ya vio crecer algo que antes solo existía en su imaginación.
“La idea es que esta sala sea un nuevo escalón para la banda”, afirma .
Pero lo que más desea, se nota, es compartir: ver qué le pasa a la gente con esas canciones que nacieron en silencio y ahora piden salir a escena.
Nacho Cáceres y su banda han construido su propio puente entre los mundos: el de la vereda tranquila y el de la rambla eléctrica, el de la murga que te golpea el pecho y la guitarra que te abre una ventana.
Son, como ellos mismos se definen, un híbrido.
Un espacio donde Canelones y lo urbano se abrazan sin explicaciones.
El 8 de noviembre, en la Zitarrosa, ese abrazo tendrá sonido, luces, coros y tambor.
Y el público —como siempre— pondrá el corazón.
Link a entradas aquí.