Han hablado de la libertad responsable después de haber firmado la sentencia. Si usted sufre, tiene fiebre, no puede respirar, muere, la responsabilidad es suya. Si no puede hacer otra cosa que experimentar la vida a través de la pantalla, la responsabilidad es suya. Si lo que escribe, pinta, canta, actúa, esculpe no sale de sus cuatro paredes, la responsabilidad es suya. Si no paga las cuentas, la responsabilidad es suya. Si afuera todo se viene abajo, los CTI colapsan, los negocios, las fábricas y los teatros se cierran, los sueldos ya no se cobran, la responsabilidad también es suya. El Estado está eximido, sólo opera como el dispositivo que vigila, mide, advierte y amenaza: usted es un factor que genera peligro y conspira contra la estadística, que ahora es el lenguaje del desastre, por lo tanto, habrá que reprimirlo.
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Ahora, usted es uno de los miles, millones, de extras que fueron incluidos en el rodaje del próximo éxito teleserial posapocalíptico. Su trabajo es voluntario, libre, responsable. El éxito está asegurado. La historia incluye a un virus descontrolado, empresas farmacéuticas todopoderosas, gobiernos que leen estadísticas de contagios y muertes, hospitales y cementerios saturados, fronteras cerradas, ofertas de dispositivos electrónicos con pantallas increíbles, familias encerradas -si sale, la responsabilidad es suya-.
Pero no es así. Usted no fue seleccionado para integrar el reparto de una ficción televisiva. No. Usted está aquí, en Montevideo. Y está en plena pandemia. Esto, dicen, es la realidad. Todo es igual: virus, gobierno, laboratorios, enfermedades, muertes, falta de trabajo.
En este cuadro pandémico, en la noche del domingo 18 de abril se publica en redes sociales una foto y, días después, circuló la explicación: “Esto surge desde la angustia de no poder producir lo que querés hacer, lo que sabés hacer, lo que disfrutás (…) Estamos sin trabajo. Nos quedamos sin dinero y con la angustia de no poder producir”. La foto es una recreación del icónico oleo sobre tela “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires” (c. 1871), del artista uruguayo Juan Manuel Blanes (1830-1901). El fotógrafo, Alejandro Persichetti. Los protagonistas, los actores que integran el colectivo Primer Ensayo.
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A esta primera publicación del proyecto fotográfico y actoral Uruguay, ensayo de una pandemia, que tiene como motor a Persichetti, le siguieron las versiones de otras pinturas icónicas, como “Los comedores de patatas” (1885), del pintor holandés Vincent Van Gogh, o “Los fusilamientos del 3 de mayo” (1814) del español Francisco de Goya.
Los registros de las redes sociales como Instagram, explotaron con cada una de las publicaciones. Era previsible. Las fotos narran con luz un drama que tuerce la linealidad del tiempo. La obra de gran formato que pintó Blanes le daba rostros y dolor los estragos que provocó la fiebre amarilla en Buenos Aires, en las últimas décadas del siglo XIX. La foto que Persichetti realizó junto a Primer Ensayo resignifica aquella escena, la carga de sentidos políticos contemporáneos y la relocaliza. Los gestos, los objetos, la luz, la temperatura del color, el ángulo del encuadre, los planos que se superponen, componen las huellas de una crisis sanitaria provocada por el covid-19, que inmediatamente se convirtió en crisis social, económica, política, y que expuso las debilidades humanas, el sufrimiento y la peor cara del poder.
En cada foto que se va sumando al proyecto, explicó Persichetti, se mantienen los personajes y la situación de las pinturas originales. La intervención está en lo técnico, en el uso de los recursos de la cámara fotográfica, en el trabajo actoral, para que opere en la relocalización y resignificación de la escena. “Desde mi lado les doy una cuestión onírica, una luminosidad más teatral. Que se note que no es una foto de prensa” destacó.
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Este proyecto fotográfico y actoral fue concebido por Persichetti, quien tiene una larga y destacada trayectoria como fotógrafo de artes escénicas, a partir del estado crítico que vive el campo cultural en Uruguay. Con salas y teatros cerrados, la falta de oportunidades laborales y de apoyos gubernamentales, han confinado a los artistas, técnicos y gestores a condiciones de supervivencia desastrosas. “Estamos sin trabajo. Nos quedamos sin dinero y con la angustia de no poder producir”, dijo el fotógrafo en una entrevista con la agencia AFP.
Ante esta situación -siguió Persichetti-, la alternativa no era resignarse. Había que denunciar, generar ruido, movilizarse con las herramientas del arte. “La idea de hacer la foto (la recreación de la obra de Blanes) me nació a mí como fotógrafo al tener bronca con este gobierno ausente y que construye imágenes que no son reales. Por otro lado, porque no tengo más actores para fotografiar en escena, que es lo que me gusta hacer, me tuve que reciclar en sacarle fotos a los actores para presentar sus books para castings de películas. Y buscando a estos actores amigos, que son del grupo Implosivo, que integran el colectivo artístico Primer Ensayo, que ya han hecho varias performances para mostrar su indignación ante el parate de la cultura en nuestro país, nos juntamos y les conté mi idea y se sumaron”, declaró a La República.
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Suele pensarse que la fotografía documental es el medio ideal para el registro de ese estado de cosas que se le confiere el estatus de ‘real’, y que el enfoque artístico de esta disciplina se restringe a la fruición formal, estética. La oposición, sin embargo, es falsa. La función estética y la documental se cruzan, se funden, y pueden dar vida a obras de gran potencia simbólica. Y en esos casos, lo real y lo imaginado rompen límites para provocar tanto planteos críticos como la fascinación plástica.
En el caso del proyecto que llevan adelante Persichetti y el colectivo Primer Ensayo, el objetivo es explorar esa productiva zona fronteriza a través de un trabajo de traducción. Los puntos de partida son obras pictóricas emblemáticas, reconocibles tanto por especialistas como por el observador corriente, que son intervenidas con otras miradas e interpeladas por otro contexto histórico. De ese trabajo emerge una obra que denuncia el hartazgo, la impotencia y la bronca ante una política gubernamental que sólo anuncia números, que aleja al Estado de la sociedad y se embandera con el nefasto discurso de la libertad responsable.