El gobierno de Jair Bolsonaro (Brasil) es el principal responsable de la crisis humanitaria en las comunidades indígenas en la Amazonia, que ha sido denunciada gráficamente esta semana en una serie de imágenes duras de cientos de niños desnutridos del pueblo yanomami.
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La invasión de la enorme reserva yanomami por miles de mineros ilegales de oro y diamantes –conocidos como garimpeiros– fue incentivada directamente desde la presidencia de Bolsonaro, como parte de una ofensiva contra las áreas indígenas, protegidas por la Constitución brasileña, que se extienden por casi una tercera parte de la Amazonia.
Los llamados garimpeiros han deforestado y han cometido graves agresiones contra sus habitantes, incluyendo violaciones y asesinatos. El uso de mercurio para separar el oro de la roca ha afectado gravemente a la pesca, principal fuente de subsistencia para muchos de los 30.000 yanomami, así como otros cientos de miles de indígenas en la Amazonia. Y todo ello mientras el Gobierno hacía la vista gorda.
Pero hay otros responsables de la crisis humanitaria de los yanomami, según sostienen organizaciones no gubernamentales consultadas en Brasil: el mercado mundial de oro y las grandes marcas de lujo, empresas como LVMH o Rolex, que ingresan miles de millones de dólares por la venta de joyería y relojes hechos con oro de posible procedencia ilegal.
“Más de la mitad del oro que se exporta desde Brasil tiene trazas de ilegalidad”, asegura Larissa Rodrigues, investigadora del Instituto Escolhas, en Sao Paulo. “La mayor parte se refina en Europa así que es muy probable que haya sangre indígena en la joyería de lujo que se compra allí”, concluye.
Pese a los intentos de limpiar la imagen del negocio multimillonario, ninguna de las marcas de consumo ostentoso ha dado pruebas convincentes de haber eliminado el llamado “oro de sangre” de sus cadenas de suministro.
Marcas como Rolex y Swatch –con sede en Zúrich– así como Tiffany y Bulgari –ambas filiales de LVMH– no dan información sobre los orígenes del oro que compran.
“Rolex y Swatch se niegan tajantemente a hablar de las fuentes de su oro”, explica Mark Pieth, de la Universidad de Basilea, en su libro Gold laundering, the dirty secrets. “Rolex no da información sobre sus materias primas y en un par de investigaciones no ha proporcionado contexto alguno sobre su cadena de suministro de oro”, coincide Amazon Watch.
Tiffany solo proporciona datos sobre el 16% del oro que utiliza. Bulgari insiste en que su oro viene de dos minas que cumplen con los requisitos del Consejo de Joyería Responsable. Pero la oenegé Human Rights Watch ha denunciado graves fallos en las auditorías de este consejo y advierte de que no es una garantía de que no se hayan cometido violaciones de derechos humanos en la obtención del oro.
Las refinerías de oro en Suiza ya utilizan un proceso químico para averiguar el país de origen del oro. Pero esto no es suficiente para saber si es oro de sangre o no, advierte Pieth. Aunque se ha elaborado una estrategia de marketing bajo el lema “Joyería sostenible”, no se ha diseñado un método de identificación del oro equivalente al proceso Kimberly, que se adoptó en el mercado de diamantes tras el escándalo de financiación de conflictos armados en Sierra Leona.
El nuevo Gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva ha abierto investigaciones sobre ministros y funcionarios de la Administración de Bolsonaro, acusados de negligencia o incluso de genocidio. Así mismo, “se va a acabar con la presunción de buena fe respecto a la información sobre los orígenes del oro proporcionada por los vendedores”, dijo el nuevo ministro de Justicia, Flávio Dino. “La ley actual permite que el oro ilegal, por arte de magia, se transforme en oro legal”.
Pero con una demanda de oro en permanente expansión y precios próximos a los récords históricos, los incentivos para delinquir son difíciles de resistir. Como ocurre en el negocio de la droga, la desigualdad extrema, que lleva a una situación de hambre a 30 millones de brasileños, empuja a muchas personas a convertirse en garimpeiros.
En el otro extremo del abismo, las ventas de joyas y relojes de LVMH –cuyo fundador Bernard Arnault ya ha rebasado a Elon Musk y a Bill Gates en la liga de los más ricos, con un patrimonio de 190.000 millones de dólares– subieron el 167% en 2021, según un informe de Amazon Watch/Profundo. Gracias al prodigioso poder adquisitivo de una nueva clase consumidora de superricos, las ventas de productos de lujo –incluyendo la joyería de oro– equivalieron a 1,4 billones de euros en 2022, más que el PIB español.
“Puede que vayamos hacia una recesión, pero hay un grupo de personas que no pueden parar de gastar… los ricos”, resume Rana Foroohar en el Financial Times. El gasto en bienes de lujo creció el 20% en 2022, más que ningún otro segmento del mercado. Todo esto crea una demanda insaciable de oro, legal o ilegal
La impunidad ha sido total hasta la fecha. No solo en la Amazonia, donde Bolsonaro ha animado a los garimpeiros a penetrar en las áreas protegidas. En Europa también. En 2021, la policía federal brasileña denunció, en una operación llamada ‘Terra Desolata’, que una refinería de la empresa Chimet, en Abruzos, Italia, procesaba gran parte del oro extraído de una mina ilegal dentro de la reserva indígena de los kayapó, en Ourilandia do Norte, en el estado amazónico de Pará. Pese a ello, no se ha tomado ninguna medida contra la empresa italiana.
Los kayapó, según el cacique Patkore Kayapó, consultado telefónicamente esta semana, ya no pueden pescar en el río Fresco debido a la contaminación. Algunos indígenas ya deambulan con carros de compra, a veces con tocado de plumas, y cuerpos pintados, por los supermercados de descuento de Ourilandia do Norte aunque los precios son prohibitivos. Más al norte, en la tierra yanomami, las fuerzas aéreas han empezado a distribuir latas de sardinas para compensar la ausencia de pescado de río.
Mientras, en el mundo de los ricos, los que más joyería consumen son jóvenes multimillonarios de las generaciones X, Y, e incluso Alpha, según la consultora Bain & Company. En este sector “dominan las compras como ropa y joyería y se empieza a comprar a partir de los 15 años”.
En vista del panorama, puede ser lógico plantear que hay otros responsables indirectos de la tragedia de los yanomami: las celebridades de la era del “bling-bling” –atuendo ostentoso– que publicitan la joyería de lujo a la vez que se declaran defensores de la protección de la Amazonia y sus habitantes.
Angelina Jolie, Beyoncé y Shakira, por ejemplo, todas identificadas con campañas de defensa de los derechos humanos, han promocionado joyas de la marca brasileña de lujo HStern, la multinacional joyera con sede en Río de Janeiro.
Según fuentes de la policía federal brasileña citadas en una investigación de Repórter Brasil, HStern se ha visto involucrada en el tráfico de oro extraído ilegalmente del territorio yanomami.
Por Andy Robinson (vía Ctxt)