En la portada del libro, Franco esboza una "sonrisa que es saludo a la vida, desprecio a la adversidad, aroma de optimismo, rúbrica de victoria". Un gesto que "resplandece" en el campo de batalla, porque sabía "vencer y sonreír", escribía Manuel Machado, mientras que otro poeta, Eduardo Marquina, aludía al "humanismo de la viril sonrisa".
Su hagiógrafo no les iba a la zaga y —como carecía del carisma del Duce y el Führer, cuyas dotes de oratoria contrastaban con los discursos planos de un Caudillo de voz atiplada— insistía en la curvatura de su boca: "Que conoce toda España, la liberada y la roja. Que ha trascendido al mundo, y es universal como la mirada acerada y fiera de Mussolini o el ceño de Hitler".
La fortuna de Franco
Una sonrisa "espontánea y amable" cuyo reverso fue el encarnizamiento rebelde durante la guerra civil y la represión franquista. Y que también escondería, lejos de la imagen proyectada por la propaganda, el enriquecimiento de Franco y de las élites del régimen, hasta el punto de que Ángel Viñas sostiene que la fortuna del dictador ascendía en 1940 a unos 34 millones de pesetas, el equivalente a unos 388 millones de euros.
Es más, en La forja de un historiador (Crítica), el historiador redondea al alza esa cifra, hasta los 400 millones de euros, usando los coeficientes de conversión del economista José Ángel Sánchez Asiaín. "Naturalmente, el comportamiento financiero de Franco en aquella época fundacional era comparable, aunque a escala mucho más modesta, al de su secreto modelo: un tal Adolf Hitler", apunta Ángel Viñas.
Entre los orígenes de su fortuna figuran los 7,5 millones de pesetas que se embolsó con la venta de 800 toneladas de café donadas en 1939 por el dictador brasileño Getúlio Vargas al pueblo español. Otros diez procedían de suscripciones populares —en realidad, obligatorias— y de donativos "de ricos, gente de orden agradecida por haber salvado a España", señala Julián Casanova en Franco (Crítica).
En su reciente biografía, el historiador aragonés detalla el esquema de corrupción del régimen y del propio Generalísimo, cuyo salario en la posguerra era de 70.000 pesetas al año, casi el doble con complementos. "La austeridad de Franco no resultaba tan fácil de asumir a medida que con regalos y compras ventajosas se añadieron al pazo de Meirás [pagado a escote por sus queridos paisanos] otras fincas y propiedades", escribe Julián Casanova. Entre ellas, la casa Cornide de A Coruña o las fincas de Canto del Pico y Valdefuentes, en Madrid.
En paralelo, su corte perfilaba un retrato espartano del dictador. "Es un hombre sencillo, habituado a usar las mismas prendas por viejas y deterioradas que estén", contaba su sastre, Emilio Núñez. "Pagaba personalmente hasta su ropa interior", aseguraba su hermana Pilar, "quien a la sombra del Caudillo se enriqueció con pingües negocios inmobiliarios", apunta el autor de Franco.
También sacó tajada el clan de los Villaverde en "una era naciente de rapiña y corrupción a lo grande". La unión entre ambas dinastías se selló en 1950 con la boda de Carmen, la hija del Generalísimo, y Cristóbal Martínez-Bordiú, una "persona ligera en extremo" con una "conducta frívola y falta de consideración a sus suegros y a todos", según Pacón y el padre Bulart, primo y capellán privado de Franco, respectivamente.
"El yerno juerguista"
"El marqués de Villaverde y familia amasaron en poco tiempo una fortuna con varias empresas de negocios, especulación inmobiliaria, intereses bancarios y licencias de importación-exportación", escribe Julián Casanova, quien recuerda que el "yerno juerguista" no era bien visto por el general Muñoz Grandes: "No ha tenido suerte con la boda de su hija. Yo no sé lo que pasa allí, pero antes eran de una absoluta austeridad y esa era una de las mejores cualidades que tenían; hoy eso ha desaparecido de un modo alarmante", le confesó a Pacón.
Cardiólogo y cirujano, Cristóbal Martínez-Bordiú formó parte durante el franquismo de más de treinta consejos de administración de diversas empresas y cobró al mismo tiempo varios sueldos por las plazas médicas que ocupaba. Paul Preston, en Un pueblo traicionado (Debate), subraya que "la corrupción de la familia Franco aumentó de forma significativa cuando su hija Carmen, Nenuca, se casó con un playboy menor de la sociedad jiennense".
"Martínez Bordiú trocó la vieja moto en la que iba a ver a su novia por una serie de Chryslers y Packards descapotables y pronto fue conocido por los madrileños como el marqués de Vayavida", escribe el historiador británico, quien deja claro que aprovechó el matrimonio para promover sus negocios. Mientras, "Franco no tenía interés alguno en investigar la corrupción, dada su implicación en tal red clientelar y en la medida en que le aseguraba la lealtad de la élite".
No fue su único apodo. Mariano Sánchez Soler relata en La familia Franco S.A. (Roca Editorial) que en 1954 la prensa de Buenos Aires lo involucró "en un negocio poco claro de importación de motos Vespa", gracias al que habría ganado treinta millones de pesetas como supuesto mediador para obtener las licencias de importación. "En la España del incipiente consumo, la sátira popular cambió incluso el título nobiliario del doctor, a quien muchos denominaban el marqués de Vespaverde", escribe el periodista.
La operación, según él, "alcanzó de lleno al entorno íntimo de Franco", incluido el ministro de Comercio, "famoso por su alegría en la concesión de licencias a sus amigos". En cuanto a Cristóbal, "algunos madrileños agudos añadieron que VESPA eran las siglas de Villaverde Entra Sin Pagar Aduana", rememora Paul Preston. Su figura rebosa de anécdotas y merece un artículo aparte. Así, en 1968, fue el primer cirujano español que realizó un trasplante de corazón, pero el paciente murió horas después.
Màrius Carol, en Historias de la canallesca (Libros de Vanguardia), describe la operación como "una verdadera chapuza". Sin embargo, "el mejor médico de España, que según el ingenio popular mató más en La Paz que su suegro en la guerra, tuvo la desfachatez de afirmar que desde el punto de vista médico, el resultado podía ser considerado un éxito y sobre el paciente —o quizás habría que calificarlo de víctima— se limitó a decir que era un caso perdido". Carol entrevistaría diez años después a la "humilde" familia de la donante, "que explicó las presiones que habían recibido y las promesas incumplidas de las autoridades".
Corrupción en el franquismo
"Franco había permitido siempre la corrupción y el tráfico de influencias entre sus familiares, amigos y colaboradores. No aparecían noticias de sobornos o corruptelas en las altas instancias de poder y se cultivaba la imagen de un régimen estable, fuerte, con un Caudillo austero y sacrificado. Su autoridad, la ley y el orden no estaban en disputa. Pero en el verano de 1969 todo fue diferente", porque estalló el caso Matesa, apunta Julián Casanova, quien describe en su libro cómo el dictador y su familia "usaron el patrimonio nacional como propiedad privada".
También se aprovechó su círculo político y militar, porque "Franco, como Hitler y otros dictadores, sabía que la corrupción a escala masiva garantizaba la lealtad y fidelidad personal". Por eso dejó que se enriqueciesen, ya que las adhesiones estaban garantizadas "mientras los asuntos del bolsillo, los favores, las prebendas y privilegios dieran buenos frutos". La corrupción, así, "proliferaba en todos los ámbitos del régimen", asegura el autor de la última biografía sobre el dictador.
Incluso en su alcoba de El Pardo, donde Carmen Polo, su esposa, "dio rienda suelta a su pasión por las antigüedades y la joyería" tras la llegada de los Villaverde. "La tacañería y la codicia de la Señora eran legendarias", relata Paul Preston en Un pueblo traicionado. "Se ha afirmado que las joyerías de Madrid y Barcelona crearon consorcios de seguros no oficiales para indemnizarse después de las visitas. En A Coruña y Oviedo, los joyeros y anticuarios solían bajar la persiana cuando se enteraban de que estaba en la ciudad".
Pocos comerciantes se atrevían a enviar el recibo a la Casa Civil de El Pardo. "Pese a la tan cacareada probidad y austeridad de la familia Franco, dichas facturas —de artículos destinados a la colección particular de Carmen Polo— se pagaban con fondos del Estado", precisa el historiador británico, quien estima que Franco recibió 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros) en regalos. "Este cálculo probablemente no incluye el valor de los cientos de medallas de oro conmemorativas que entregaron al dictador poblaciones y entidades de toda España y que doña Carmen mandó fundir para producir lingotes".
Al general Muñoz Grandes "le parecía mal que la señora del Caudillo llevase tanto lujo de alhajas", mientras que el dictador transmitía a la población que la política no debía ser entendida como poder, sino como un servicio realizado con sencillez y humildad. Sin embargo, "Franco murió rico, con una fortuna millonaria, enriqueció a sus familiares, a quienes permitió un desenfrenado saqueo, y concedió un gratificante retiro a los cientos de colaboradores que ya habían disfrutado en el poder de sinecuras y grandes beneficios", señala Casanova.
El historiador insiste en que la imagen que proyectaba su corte, en cambio, era la de "buen cristiano, austero, humilde, a quien no le deslumbraban los títulos ni la riqueza". Es decir, la de un servidor a Dios y a la patria. "Era normal que alguien que tenía una misión tan elevada, una figura casi divina, mereciera regalos, prebendas, privilegios, fincas. Todo resultaba natural, obsequios por sus grandes logros, que habían comenzado ya en años de guerra y extrema violencia", escribe Casanova sobre Franco, quien, andando el tiempo, se referiría a Cristóbal Martínez-Bordiú como "ese señor que se ha casado con Nenuca".
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Henrique Mariño. Redactor de Culturas y Memoria en 'Público'. Antes pasó por 'El Correo Gallego', Cadena COPE, Agencia EFE, 'La Voz de Galicia', 'El Mundo', 'Spain Gourmetour' y 'ADN.es'. También ha colaborado, entre otras publicaciones, con las revistas 'MAN', 'Números Rojos', 'DT', 'Táboa Redonda' y 'Luzes'.