De otro lado está el gran mercado consumidor, principalmente determinado por grandes volúmenes poblacionales con cierto poder adquisitivo y que pagan el producto de forma cotidiana en dólares o euros, por lo que el factor cambiario no es una gran preocupación en el comercio de estos productos.
Para conectar el mundo de la producción con el mundo del consumo, en este como en cualquier negocio surge el comercio y la intermediación, la logística que determina lograr un flujo más menos estable de productos que aseguren una provisión constante hacia el mercado final.
Inicialmente, como es natural, las rutas comerciales directas estaban ligadas o por lo menos eran muy cercanas a las zonas de procesamiento, que a su vez estaban cerca de las zonas de cultivo. En ese tiempo, y con Estados Unidos como principal consumidor, las rutas se resolvían de forma casi lineal hacia Estados Unidos desde Bolivia, Perú y Colombia, que han sido desde los años ‘80 los principales productores de hoja de coca.
Inicialmente en Colombia se convertía la cocaína prensada en pequeñas bolsas de 10 gr. que enviaban por los aeropuertos del centro del país (Bogotá o Medellín) por medio de aquellos seres anónimos bautizados por la ilegalidad como “mulas”, que por diversos métodos lograban burlar los controles aeroportuarios y llegaban con uno o dos kilos a Estados Unidos bajo la promesa de un dinero relativamente fácil, ya que, logrando cinco o seis viajes, ganarían más de lo que podían ganarse en 10 o 15 años de trabajo tradicional.
Al mismo tiempo se fue desarrollando el transporte aéreo autónomo desde los laboratorios ubicados en las selvas del sureste o centro oeste colombiano, donde se construyeron pistas artesanales que podían recibir y despedir pequeñas aeronaves, como la mítica avioneta que hasta hace algunos años estuvo en la entrada de la Hacienda Nápoles en el centro oeste colombiano.
Debido a la persecución de las fuerzas policiales, pero principalmente a las alianzas de estas con otros traficantes, las rutas no podían ser muy largas ni las avionetas podían llevar demasiado producto para evitar grandes pérdidas en caso de ser interceptadas. Como parte de esa lógica, una de las escalas obligadas fue México, donde se establecieron alianzas con carteles locales que estaban comerciando su propio producto conseguido con mucha dificultad, por lo que el establecimiento de rutas provenientes de Colombia fortaleció de forma geométrica los alcances de estas organizaciones.
Casi de forma paralela, y luego de desarrollar todas las posibilidades de transporte aéreo, la evolución del comercio de cocaína inició con uno de sus proyectos más ambiciosos y fue lograr mover, principalmente por el Pacífico, embarcaciones de pequeño y mediano calado con varias toneladas de coca, e incluso llegaron a construir submarinos artesanales aumentando el riesgo de pérdida, pero también aumentando sensiblemente los volúmenes de producto transportado. Para estos casos México también fue una parada obligada, por lo que las organizaciones criminales locales no pararon de crecer.
Esa fue la dinámica comercial de la coca durante décadas, intentando trasladar cargamentos que iban desde unos pocos gramos hasta varias tonelada por una serie de rutas más menos establecidas desde el norte de Perú hasta el Pacífico norte en Colombia, con esporádicas rutas por el Caribe, siempre mucho más transitado y más vigilado.
El papel de la DEA
Desde su fundación en 1973, la razón de ser de esta entidad federal norteamericana ha sido combatir al narcotráfico que afecta a la población de los Estados Unidos, o al menos eso dice su misión institucional. Dicho combate se ha desarrollado principalmente de forma extraterritorial, ya que por casa el problema del consumo tiene otro tipo de tratamientos.
Para países como México, Colombia, Bolivia, o cualquier otro en Centroamérica, la presencia de la DEA llegó a ser parte del paisaje. Funcionarios de diversos niveles, reuniones, tratados y acuerdos con los gobiernos locales principalmente durante los años 90 fueron mostrados siempre ante las sociedades involucradas como prenda de garantía de un férreo combate al tráfico de droga.
A 51 años de su creación, con pocas entidades es posible hacer una evaluación tan certera y concluir que ha fracasado estrepitosamente. A finales de los años 70, la cantidad de hectáreas de coca sembradas con fines de producción de clorhidrato de cocaína en Sudamérica estaba alrededor de las 100.000. Hoy supera las 250.000 que equivalen a una producción superior a las 2.000 toneladas de cocaína por año. Esto sin contar con que durante los últimos 10 años el desarrollo de las drogas sintéticas se ha multiplicado de forma exponencial, e incluso el consumo de fentanilo se ha convertido en un factor que ha llegado al punto de disminuir la estadística de expectativa de vida en Estados Unidos, justo en el hogar de la DEA.
El combate extraterritorial del narcotráfico por parte del Gobierno de Washington, principalmente en manos de Comando Sur, ha tenido un vasto despliegue, principalmente en los años 90, cuando tuvo su punto más alto con la base norteamericana en Manta, Ecuador y siete bases de diversos tipos en territorio colombiano.
En todos los casos, el argumento para la instalación de las bases militares fue el combate al narcotráfico, monitorear y perseguir las rutas de los carteles colombianos que quedaron luego de la caída de Pablo Escobar y la captura de los hermanos Rodríguez Orejuela, con lo que se asumió el desmantelamiento de los carteles de Medellín y Cali.
Aunque el Gobierno de Rafael Correa a inicios del presente siglo levantó la base de Manta, las bases norteamericanas en Colombia continuaron funcionando, aunque fueron reguladas. Prácticamente todo ese país caribeño estaba cubierto por las bases militares, que en realidad destinaron todos sus esfuerzos a la lucha contrainsurgente.
Para justificar su presencia en Colombia, fue determinante asociar toda actividad guerrillera, principalmente de las FARC con el narcotráfico, lo que no fue difícil de lograr por medio de la generación de un agresivo relato que trascendió fronteras, y aún después de la firma de un acuerdo de paz con dicho grupo armado, se mantiene en el tiempo.
Pero la realidad en el terreno era otra y todos esos esfuerzos del SouthCom, que en Colombia se volcaron en el combate contrainsurgente, dejaron de lado el narcotráfico real que se fortalecía y encontraba fórmulas efectivas para evadir los controles evitando las grandes estructuras y variando las rutas, mientras que los carteles mexicanos ampliaron sus alcances y dejaron de limitarse a esperar a que el producto llegara a sus dominios y empezaron a extender su dominio hacia las zonas de cultivo en Colombia, principalmente luego de la reconfiguración del mapa de la guerra colombiana tras la salida de las FARC de los territorios como actor armado.
Aunque el destino final de la cocaína está al norte del trópico, el establecimiento de rutas de narcotráfico por el sur del continente es un fenómeno que lleva un tiempo en consolidación. En principio, el sur del continente estuvo en la mira del narco con el lavado de dinero como principal objetivo, siendo esa una punta del negocio que tiene sus propios desarrollos. Sin embargo, el volumen comercial de los puertos del sur en el Atlántico y el Pacífico llamó la atención del narco.
La primera manifestación de esta situación se dio cuando, en un lapso relativamente corto, las bandas criminales multiplicaron su capacidad de acción en Ecuador, que pasó de ser un país vinculado de forma marginal al negocio del narco, a convertirse en uno de los principales puntos de distribución sobre el Pacífico y con unos niveles de incautación solamente superados por Colombia, al tiempo que sus niveles de violencia se dispararon en lo que posiblemente se trate de una disputa interna entre organizaciones por el control de las rutas de distribución.
Por otra parte, no están claras todas las aristas de la consolidación del sur como punto de envío de grandes cantidades de cocaína hacia diferentes destinos, principalmente en Europa. Por un lado están los puertos sobre el Océano Pacífico, Puerto Montt, el puerto de Arica, Valparaíso, San Antonio o San Vicente en Chile hacen parte de una gran estructura portuaria de un país que moviliza el 93 % de su comercio exterior por vía marítima, y por el otro los puertos sobre el Atlántico, que deben ser analizados con mucho más cuidado.
Los volúmenes de incautaciones de droga en los puertos de Chile rara vez superaban una tonelada o máximo tonelada y media, lo que podía significar que no había rutas gruesas en Chile, o que estas habían logrado evadir todos los controles, lo que quedaría confirmado en primera instancia por el hecho de que las incautaciones que vinculan a ese país, se produjeron en Europa, como el cargamento de 1,7 toneladas que pasó por Chile y fue incautado en Rotterdam en 2023, lo que fue considerado un verdadero triunfo en la lucha contra el narcotráfico. Pero, en los albores del presente año, las autoridades bolivianas dieron un fuerte golpe al narco cuando incautaron casi nueve toneladas en la frontera marítima con Chile, convirtiéndose en el mayor cargamento incautado en la historia de Bolivia, y dando por tierra con la teoría de que en esa región no había grandes rutas de narcotráfico.
Lo que sí está claro es el papel que han tomado algunas zonas geográficas en la última etapa, principalmente Paraguay, que es el lugar desde donde se han logrado identificar varios envíos de droga incautada en Europa y que han salido por los puertos de Argentina o de Uruguay.
Sobre el origen de la coca antes de su llegada a Paraguay hay poca información disponible, salvo que llega desde Bolivia en avionetas pequeñas. Ahora, valga recordar que en este momento la producción de coca se distribuye en 65 % de Colombia, 20 % Perú y 15 % Bolivia aproximadamente. Aunque se habla de alguna producción en Paraguay o Brasil, hasta el momento parece ser muy marginal para la demanda del mercado, por lo que la inmensa mayoría de la coca que sale por los puertos suramericanos debe ser trasladada desde alguno de estos tres países.
Una vez acopiada en Paraguay se distribuye hacia los principales puertos sobre el Atlántico, los principales destinos están hacia los puertos de Brasil, que además de tener el principal puerto de salida de coca por el Atlántico, es la sede de una de las organizaciones más grandes que controla el tráfico en esta parte del continente: el Primer Comando de la Capital.
Hay otra parte de la coca que viaja aún más hacia el sur y llega a los puertos de Argentina y Uruguay. En el caso de Argentina, con el gobierno de Alberto Fernández se había logrado establecer una serie de mecanismos que dieron duros golpes a las estructuras de tráfico de cocaína desde puertos argentinos, ejemplo de ello son las enormes incautaciones ocurridas en Europa durante los últimos años, que incluyen el cargamento de 23 toneladas incautado en Hamburgo y Amberes en 2021, nueve toneladas incautadas en 2002 que salieron del puerto de Buenos Aires o las 10 toneladas incautadas también en Hamburgo y que hicieron tránsito en Montevideo en 2023.
Sobre todo lo anterior, hasta ahora están empezando a dibujarse ciertas certezas. Una de ellas es el papel fundamental que ha tomado la hidrovía Paraguay–Paraná que inicia en Puerto Cáceres, Bolivia, y desemboca en el Río de la Plata, teniendo como puertos finales los de Buenos Aires, La Plata y Montevideo. Este es uno de los sistemas navegables más largos del mundo y recorre 3.442 km. que, sin embargo, no tiene condiciones uniformes durante todo su recorrido, por lo que los barcos que atraviesan el Atlántico pueden llegar solo hasta cierto punto, lo que obliga a descargar, almacenar y volver a cargar cargamentos con frecuencia.
¿Cómo andamos por casa?
En medio de toda esta reconfiguración de las rutas del narco, el papel de Uruguay ha sido cuando menos importante, ya que tiene una posición estratégica y unas condiciones privilegiadas. Por un lado tiene una enorme frontera seca con Brasil, que es casi imposible controlar en su totalidad, además de tener poca infraestructura para controlar el espacio aéreo en la mayoría de su territorio. Y remata con un puerto enorme con salida directa al mundo entero y que mueve miles de contenedores al día, donde los mecanismos de control al acceso, tránsito y almacenamiento de cargamentos de grandes volúmenes es poco tecnificado y basado en un sistema de revisiones aleatorias.
En otras palabras, las condiciones en Uruguay son óptimas para movilizar y exportar grandes cargamentos de droga, sin contar con el aumento de la circulación interna, cuyo análisis debe hacerse en un capítulo aparte.
El tránsito y acopio de cocaína en un lugar trae aparejada una serie de fenómenos que ya se han visto en otros lugares y están empezando a dar unas primeras pinceladas en tierras orientales. Cosas como el aumento exponencial de empresas dedicadas al lavado por medio de la construcción de bienes raíces, la inversión en diferentes sectores que usen transacciones en efectivo, y el aumento de compra y venta de bienes gama media también en efectivo, pueden ser signo de que hay un sector de la población en el país que ha encontrado un nicho de crecimiento económico dentro del engranaje del narcotráfico a gran escala.
Después de la consolidación del poder económico viene la búsqueda del poder político, más que por un tema de vocación pública, por una necesidad de cubrir diferentes ámbitos en la defensa de los intereses “del negocio”, intentando la promulgación de normas que flexibilicen controles a nombre de la libertad de empresa y la atracción del capital y la inversión extranjera, porque al final dinero es dinero y la mejor forma de blanquear el capital producto del narcotráfico es mezclándolo con el capital en grandes cantidades producto de cualquier otra actividad, hasta que, con el tiempo, ya no sea posible distinguir dónde terminan los intereses del pujante empresariado local y dónde empiezan las conveniencias de los negocios ilícitos, con el narcotráfico y la venta de armas como principales representantes.
Lo cierto es que los grandes volúmenes de droga que parecen moverse por nuestros puertos sugieren que hay estructuras criminales verdaderamente grandes detrás, de las que personajes como Sebastián Marset serían solamente una pieza de mediano valor. Aún hacen falta muchas cosas por saberse.