La política en Francia parece haberse convertido en un experimento de resistencia institucional. Ayer, el primer ministro François Bayrou presentó su renuncia luego de perder una moción de confianza que él mismo había solicitado para enfrentar la creciente deuda del país. Duró nueve meses, pero no es récord, en los últimos 20 meses ya pasaron cuatro primeros ministros por Matignon, en una sucesión que empieza a parecer una parodia de estabilidad.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Bayrou había apostado a medidas drásticas de austeridad, congelar las prestaciones sociales y eliminar dos feriados nacionales. Pero su plan naufragó rápidamente en el Parlamento, donde una coalición improbable —Marine Le Pen y la extrema derecha, más las izquierdas radicales— unió fuerzas para bloquearlo. Le Pen, fiel a su libreto, propuso otra receta, recortar gastos en inmigración.
¿Qué dice Macron?
El presidente Emmanuel Macron anunció que aceptará la dimisión de Bayrou y que “en los próximos días” designará a un nuevo primer ministro. El problema es que cualquier candidato centrista de su círculo difícilmente logre un mejor destino, el país está políticamente fracturado y la oposición, tanto a izquierda como a derecha, no pierde oportunidad de dinamitar al gobierno.
Mientras tanto, mañana habrá protestas masivas en las calles de París contra la austeridad y contra el propio Macron, lo que promete aumentar la sensación de crisis permanente.
“Hay un dicho que dice que la definición de locura es repetir lo mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente”, reflexionó Roger Cohen, jefe de la oficina en París. Y Francia parece decidida a comprobarlo.
La conclusión es inquietante, lo que antes era excepcional —la caída de un gobierno— hoy es apenas rutina. Francia, tierra de revoluciones, se ha vuelto ingobernable bajo la lógica de los extremos. Sin tradición de coaliciones como Alemania o Italia, la política francesa parece atrapada en un callejón sin salida, donde cada primer ministro es apenas el protagonista efímero de una tragicomedia nacional.