Texto: Darío León Mendiondo
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El 3 de enero, en una columna escrita para El País, el director de Artes Escénicas del Ministerio de Educación y Cultura, Álvaro Ahunchain, se refiere a una crónica de El Observador del pasado 28 de diciembre, a propósito del libro que escribí recientemente y que se titula Cómo ganar la batalla mediática. El dilema de la izquierda.
En su diatriba, Ahunchain comete una serie de errores de apreciación e incurre en inexactitudes respecto al alcance de mis dichos. Llamativamente, sin siquiera haber leído el libro, da opiniones sobre su contenido. Este estilo de afrontar la polémica se repite en el editorial de El País del 10 de enero, donde se hacen afirmaciones preconceptuosas y se abunda en generalidades.
Es un vicio bastante arraigado entre los distintos “opinólogos” que habitan en la política uruguaya, discutir sobre titulares de prensa y no sobre el fondo del asunto, un método que precariza el debate e inevitablemente conduce a conclusiones incorrectas.
He planteado una reflexión teórica para la izquierda, que es el lugar donde pertenezco y me convoca, pero salieron otros –presurosos– a polemizar. Bienvenidos, es la idea, y aunque las redes sociales no son un ámbito idóneo para abordar esta discusión con la profundidad y el rigor que se requiere, acepto que es un espacio en el que se disputa sentido. De cualquier manera, en el ejercicio pleno de mi libertad, me reservo el derecho de discutir o no de acuerdo al tono en el que se plantee el intercambio.
Porque no es el propósito controvertir opiniones sobre la interpretación antojadiza de un titular. Hay algunos que son especialistas en abordar los asuntos públicos en la superficie, una irresponsabilidad absoluta cuando se trata de referencias políticas que forman opinión en la ciudadanía.
Las acusaciones del señor Ahunchain se complementan con algunas afirmaciones del ministro de Educación y Cultura, del ministro de Trabajo y Seguridad Social, del director de los Medios Públicos y de algún senador. En ese sentido, debo señalar con especial énfasis que tengo un profundo respeto por el periodismo en nuestro país. De hecho, tengo muy buenos vínculos con periodistas de distintos signos políticos.
Pero eso no obsta a la constatación de una realidad que rompe los ojos. El mercado de los medios de comunicación es un mercado oligopólico y altamente concentrado donde el ejercicio de la labor periodística es un desafío constante para las y los trabajadores. En consecuencia, el ministro Da Silveira debería preocuparse más por este asunto que por mis dichos, sobre todo después que se conoció el informe de Reporteros Sin Fronteras en relación a la libertad de prensa, en el que Uruguay cayó estrepitosamente al puesto 52, al borde de los países en “situación problemática”. De todos modos, usted, ministro, más que nadie por la función que desempeña, si va a opinar sobre el contenido de un libro debería leerlo al menos. Puede buscar en internet, que hay varios sitios para descargarlo.
He dicho que en un gobierno de izquierda los medios públicos deben competir eficientemente con los medios privados. El ministro Mieres caracterizó mis declaraciones como un “clásico ejemplo de pensamiento autoritario”. A esa afirmación falaz le respondo que la construcción de una sociedad de la información más democrática y plural requiere inevitablemente de la intervención del Estado para garantizar igualdad de oportunidades en el acceso a los contenidos y los análisis desde múltiples miradas. Eso está bastante lejos de ser autoritario. En todo caso, que todo siga como está es abonar a la hegemonía que hoy prevalece.
Y hablando de la intervención del Estado, me pregunto cuál sería la adjetivación correcta para encuadrar la política del MTSS, que en los Consejos de Salarios votó con las patronales en el 90 % de los casos en los que no se llegó a un acuerdo, en contra de la posición de los trabajadores. Cada uno se ubica donde quiere y se disfraza de lo que le parece, pero los hechos son los que determinan el lugar que se ocupa y para dónde acumula.
Volviendo al tema mediático, he manifestado que “TV Ciudad está en la dirección correcta” y eso despertó algunas sensibilidades. Francamente estoy convencido de que es así. Basta con mirar la grilla de su programación, ver los diferentes enfoques, estilos de comunicación y compararla con la grilla de los canales privados, inundadas de programas extranjeros que pocos valores aportan a la formación de personas con pensamiento crítico, para ver las enormes diferencias que existen en materia de construcción de sentido, de jerarquización de valores y expresiones culturales, relevancia de la producción nacional y características de accesibilidad e inclusividad.
Debo aclarar también que nunca planteé que el gobierno intervenga por decreto ni que el Estado actúe de facto utilizando los medios públicos como instrumentos de propaganda del partido. Eso es fruto de una fantasía inventada para bastardear la discusión, que no está dicho en ningún lado y mucho menos escrito en el libro al que insólitamente se hace referencia sin haber leído una página.
No tengo ninguna duda que los medios públicos deben competir con los medios privados y deben abandonar el paradigma de la mal llamada neutralidad. ¿Cómo se baja eso a la práctica concreta y se aplica en la construcción de una sociedad de la información más plural y democrática? Pues a través de marcos normativos y regulaciones que necesitarán mayorías parlamentarias y voluntad política para llevarse adelante.
Porque lo que subyace en toda esta discusión es la derogación parcial o total de la Ley 19.307 de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley de Medios) que el Frente Amplio impulsó durante sus gobiernos y debió profundizar en su aplicación. Hoy los defensores de la neutralidad han “tomado partido” para favorecer la concentración del poder, la extranjerización y la discrecionalidad. Y tienen el coraje de hablar de neutralidad. La hipocresía humana no tiene límites.
Entonces aparece el senador Da Silva sosteniendo en forma irracional que estamos proponiendo que la televisión pública sea un “medio militante”. Un disparate mayúsculo. Una interpretación antojadiza que revela una actitud reaccionaria, fruto del temor a que las cosas vuelvan a cambiar.
Porque hay que separar la rigurosidad periodística, la que se basa en la verdad, de la mal llamada neutralidad. Una cosa es la neutralidad para juzgar un hecho y otra la imparcialidad al momento de informar sobre un suceso o acontecimiento.
A la hora de decir la verdad se debe ser imparcial, le duela a quien le duela. No es eso lo que estamos discutiendo señores Ahunchain, ministro Mieres, ministro Da Silveira y senador Da Silva.
En síntesis, parece que hemos logrado que se discuta sobre el rol y la importancia de los medios en nuestra sociedad. Eso ya me llena de satisfacción así esté equivocado, porque es una discusión que muchos esquivan por conveniencia, pero es necesario transparentarla.
Para finalizar, resulta oportuno recordar el triste episodio protagonizado por el director de los Medios Públicos, el señor Sotelo, quien cometió el exabrupto de tildar de “ladrón” a Lula cuando fue elegido presidente, lo que pudo costarnos un lío diplomático en la región. El propio Lula luego demostraría su grandeza cuando se reunió con Lacalle y le propuso un vínculo “sin rencores”.
Pero en esa oportunidad, los mismos que hoy defienden a capa y espada esa mal llamada neutralidad, no fueron neutrales; minimizaron el hecho y lo tildaron de “un error” porque valió más sostener a un “correligionario” al frente de los medios públicos que hacer valer los principios que con tanta vehemencia hoy dicen defender.
¡Vaya contradicción!
Lo cierto es que nadie es neutral, no hay asepsia en el manejo de la información. La política está presente en nuestras vidas constantemente porque somos animales políticos, vivimos en sociedades organizadas políticamente y participamos e incidimos en mayor o menor medida con nuestras acciones y opiniones.
A menos que Aristóteles estuviera equivocado…