En Uruguay, el término se mantuvo sin grandes cuestionamientos, protegido por un nacionalismo que se definió como “blanco y europeo”, desconociendo las raíces indígenas y afro.
Racismo estructural
Duffau detalló que la llegada europea implicó exterminios masivos, tanto por la violencia directa como por la introducción de enfermedades desconocidas que diezmaron a las poblaciones originarias. A ello se sumó la implantación de un sistema esclavista que marcó las estructuras económicas y sociales del continente durante siglos. En el Río de la Plata, Montevideo fue un puerto fundamental del tráfico esclavista. Miles de africanos fueron vendidos y explotados en el territorio uruguayo.
Nuestro país suele pensarse como una nación sin racismo. La frase “aquí no hay negros ni indios” fue durante décadas parte del relato identitario. Sin embargo, las ciencias sociales demuestran lo contrario, las comunidades indígenas y la población afrodescendiente, existieron y fueron determinantes en la formación del país. Duffau advirtió que aquí se enfrenta un racismo estructural profundo, visible en las desigualdades laborales, educativas y territoriales. El miedo a lo diferente, dice, está naturalizado en los hábitos culturales y en la percepción social.
“Deberíamos utilizar esta efeméride para articular políticas públicas que atenúen los efectos del racismo estructural”, propone.
El racismo uruguayo no suele expresarse en forma explícita, sino en la omisión sistemática. La invisibilización indígena y la negación de la afrodescendencia constituyen una forma de violencia simbólica que alimenta la exclusión. En este sentido, el historiador insiste en el papel estratégico de la educación y los medios de comunicación. Ambos deben romper con los preconceptos heredados... que Colón “descubrió” un continente vacío, que la civilización llegó con los barcos, que la belleza y la divinidad son blancas. Cuestionar esas narrativas es esencial para desmontar la lógica del racismo estructural. La escuela uruguaya comenzó tímidamente ese proceso, incorporando en los últimos años contenidos sobre pueblos originarios y afrodescendencia. Pero los medios aún reproducen una estética eurocéntrica en la publicidad, la televisión o las redes, la blanquitud sigue siendo sinónimo de éxito, pureza o modernidad.
Duffau propone resignificar el 12 de octubre y que se convierta en un día pedagógico, una fecha para reflexionar sobre la historia colonial y sus persistencias actuales. No se trata de conmemorar la conquista, sino de comprender sus consecuencias. Hay que entender que aunque las independencias americanas ocurrieron hace más de dos siglos, el colonialismo no desapareció, mutó en formas culturales, económicas y simbólicas. El “colonialismo interno” se expresa en los barrios segregados, en la sobre-representación de afrodescendientes en las cárceles, en las oportunidades laborales desiguales. También en el lenguaje cotidiano y en la mirada que define lo que es “normal”.
Duffau subraya que esta herencia atraviesa a todo el continente. Pero el caso uruguayo resulta singular por la discreta intensidad del debate público. Mientras en países como Bolivia, México o Colombia las discusiones anticoloniales forman parte del discurso político, en Uruguay persiste una especie de indiferencia educada que posterga el tema. “Deberíamos abandonar la idea del Día de la Raza, no tengo ninguna duda de eso”, afirmó Duffau, pero el principal desafío es transformar el sentido de la conmemoración. Resignificar el 12 de octubre implicaría reconocer que la identidad nacional no es homogénea, que está hecha de mezclas, resistencias y encuentros forzados. Significaría también admitir que la historia oficial necesita una revisión profunda.