No existe ninguna lucha social en la que baste con la mera proclamación de buenas intenciones. Ni siquiera alcanza con pertrechar las fuerzas propias en términos teóricos ni prácticos. La esencia de la política consiste en quién aísla a quién. La vieja división entre reformistas y revolucionarios en algunos países se expresó a través de un curioso simbolismo semántico: amplios versus estrechos. Esas fueron las denominaciones que, por ejemplo, en la Bulgaria de fines del siglo XIX, separaron a rajatabla a ambos grupos del campo popular de matriz socialista.
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Si bien aquella denominación quedó atrapada en los alineamientos dentro de la Segunda Internacional, es interesante comprender que aquella amplitud y aquella estrechez dejó una lucha de contrarios con la que otras generaciones pudieron hacer síntesis.


Amplitud y profundidad
La incorporación de las categorías de amplitud y profundidad pasaron a ser claves de la acción política transformadora. Y eso sirvió tanto para salir del gueto de clase y acumular fuerzas como para radicalizar la praxis revolucionaria.
Toda lucha se dirime en dos sentidos que deben ir juntos más allá de los lógicos desfasajes. Si amplitud y profundidad se vuelven vectores contradictorios, se debilita que el campo popular y las luchas concretas fracasen presas de una obsesión por abarcar mucho sin tensión alguna, o por estrechar demasiado hasta quedar aislados.
En los últimos 40 años el Frente Amplio se transformó en la primera fuerza política del país. A la salida de la dictadura mantuvo el 18 % que había obtenido en su bautismo electoral de 1971 y, de ahí en más, acumuló sin pausas hasta la eclosión popular de 2004.
Sobre todo ante luchas que trascendían los intereses del campo popular, la izquierda supo ampliar la base para aislar a un enemigo común. Un ejemplo es la transición a la democracia en medio de los últimos coletazos de la dictadura. Otro, la amplitud amalgamada en defensa de las empresas públicas mediante el plebiscito de 1992 en la que se logró sumar hasta al mismísimo Julio María Sanguinetti, que rompió la coalición que le había dado gobernabilidad al neoliberalismo depredador de Luis Alberto Lacalle aupado con wilsonistas tránsfugas. Lo mismo sucedió con respecto al plebiscito por Ancap o las luchas en defensa del agua, la amplitud estuvo alineada con la profundidad y, en términos de votos, se frenó la embestida conservadora.
Pero un ejemplo equivocado, por abandono de esa táctica y estrategia fue la estrechez con que se encaró la lucha contra la LUC, en la que, incluso, a pesar de todos los errores de las dirigencias, apenas se perdió por unos pocos miles de votos.
Porque es bueno recordar que a menos de una semana de que se lograra aquella epopeya de la juntada de 800 mil firmas, en vez de ampliar el arco de alianzas, se cayó en un sectarismo que pretendió colocar al FA en el centro cuando no había sido el gran protagonista. No hay que olvidar que en el diverso mapa del campo popular, el factor clave a partir de su inserción orgánica en el mundo del trabajo, el Pit-Cnt había sido el actor clave, aunque no el único, de aquella proeza.
Sin embargo, a escasos días de aquella patriada, el discurso de viejos líderes suplantó el protagonismo colectivo y puso en la agenda que Fernando Pereira, a todas luces un símbolo de ese movimiento, pasara a ser el presidente del FA. Si bien eso estaba ya instalado por el Congreso del Pit-Cnt, podría haberse quedado unos meses más. Es imposible negar que detrás de ese traslado hubo cálculos sectoriales de todo tipo: algunos temiendo un crecimiento de Pereira como posible candidato presidencial si salíamos victoriosos derrotando a la LUC, lo que peligrosamente podía competir con otras candidaturas ya en carrera. Otros, buscando más peso en la orgánica del movimiento sindical y ganando con tal enroque.
El embudo perfecto
A partir de allí, todo se estrechó. El Frente se apropió de una campaña que cercenó la amplitud sin siquiera abonar la profundidad y, por momentos, ni siquiera hubo una campaña unificada y coherente en lo comunicacional. A la vez, desde el gobierno, Lacalle Pou recogió el guante y en esos mismos días posteriores el enorme éxito de las firmas, juntó a toda la coalición y afirmó que la estrategia era encerrar la campaña contra la LUC en el mismo escenario del balotaje de 2019, para que la rigidez de la matriz partidaria condicionara el voto e impidiera que la izquierda ganara. Y así entramos por el embudo.
Y así fue. Perdimos por los mismos votos, cuando el alcance de la LUC permitía una mayor articulación de intereses en contra. El FA estrechó el conflicto y lo perdió. No tuvimos amplitud ni profundidad.
¿Y Newton?
Todos recordamos la leyenda de la manzana cayendo sobre la cabeza de Isaac Newton bajo el árbol. No pasa lo mismo con las leyes que supo deducir de sus estudios. La primera Ley de Newton se resume en la ecuación diferencial de “F = m a”, es decir: fuerza es igual a masa por aceleración.
La política no puede reducirse a la matemática, aunque mucho de esta perviva en toda acción. Bien dicen que la matemática está en todo y no estaría mal ensayar un juego de palabras transmutando, a conceptos políticos, los términos de sus leyes aplicados a la comprensión de las luchas sociales. Muchas palabras son las mismas más allá de sus acepciones.
En la Grecia antigua se pensaba que todo en la naturaleza volvía al estado de reposo y que esa era la naturaleza de todas las cosas en movimiento. Más tarde, los eruditos creían que el motor era el ímpetu por lo que al lanzar un proyectil, había que saturarlo de una cantidad finita de ímpetus que le darían al objeto su movimiento. Cuando sus ímpetus se consumían, el objeto caía a tierra. Tras el Renacimiento todo empezó a cambiar con aportes de varios científicos pero, sobre todo, cuando a la cinemática de Galileo, que describía la parábola de un cuerpo en movimiento, Newton le agregó la explicación de su dinámica.
Si hablamos de fuerza, masa y aceleración del movimiento, tanto podemos estar en un laboratorio de física como en una reunión de la primera internacional. Fuerza y aceleración son vectores con direcciones determinadas y en la ecuación de Newton deben ir en la misma dirección. Si esto lo traducimos en función de los objetivos de un movimiento político, podremos decir que tal alineamiento en la dirección del destino buscado ayuda a su concreción. Al contrario, con fuerzas que marchan en direcciones distintas, es difícil que cualquier objetivo se alcance. Es de perogrullo pero es.
A la vez, se deberá recordar que la aceleración no es la rapidez con que algo cambia de posición, sino que es la rapidez con que varía la rapidez de algo. Y es aquí donde Newton determina que la fuerza gravitacional ejerce una fuerza independientemente de la dirección con que esa masa se mueva. En política habrá fuerzas propias del sistema social imperante y las que ejerce la clase dominante en el poder, que actuarán para que la masa dominada caiga y quede en posición de reposo. Una cosa es que suceda en el intento. Otra cosa es que no se intente porque está escrito que así sucederá.
Sobre esa primera ley, Newton escribió que "todo cuerpo continúa en su estado de reposo o de movimiento uniforme y rectilíneo, a menos que sea impelido a cambiar dicho estado por fuerzas ejercidas sobre él". Bien dicen que la inercia era una idea que Newton heredó de Galileo. Una vez que un cuerpo está en movimiento, continúa naturalmente en línea recta a no ser que reciba la influencia de alguna fuerza y la segunda Ley de Newton explica cómo una fuerza cambia el movimiento de un objeto, y ese cambio en el movimiento es proporcional a la fuerza aplicada.
El momento del movimiento
Y es que Newton introdujo la idea de momentum en la velocidad de un cuerpo multiplicada por su masa. La segunda ley dice que la fuerza aplicada es igual al ritmo de cambio del momento y la aceleración es el cambio de ritmo de la velocidad. Esto nos lleva a que todo movimiento político que se precie de alcanzar sus objetivos se deberá poner en movimiento y que la velocidad de los cambios dependerá de las fuerzas que despliegue para vencer las que se ejercerán en su contra. Sin eso todo seguirá igual.
Porque la tercera ley nos dice que a cada acción se opone siempre una reacción igual. O sea que las acciones mutuas entre dos cuerpos son siempre iguales y dirigidas en sentidos contrarios. Esto implica que no solo actúan sino que interactúan. Vaya explicación simple y poética para describir la lucha de clases, aunque jamás se deba reducirla a una cuestión natural y, mucho menos, predestinada. No hay destino manifiesto en la política.
El dilema radica en que no hay certezas y la matemática, más que presa de las leyes tradicionales de la física, en la política bien pueden estar más cerca de las de la física cuántica, con sus principios de incertidumbre implícitos.
El riesgo mayor radica en que la fuerza partidaria se divorcie de la fuerza social que es su masa, bajo la creencia de que las carencias en la amplitud impiden su victoria. Semejante actitud demuestra que el FA cree ser la síntesis independientemente de cuál sea su movimiento real o, incluso, su reposo. Es una actitud soberbia más allá de la lucidez con que describa la probable trayectoria de un impulso que por las fuerzas en juego caerá por su propio peso. Así se define una posición en función de la derrota prevista. Es tan probable que se junten las firmas casi tanto como que se pierda en la votación nacional. Pero eso no está escrito en piedra ni hay ley universal que lo imponga.
Desde la fuerza social, a la vez, bien se puede rechazar tal ecuación partidocéntrica, pero también se deberá reconocer que ningún movimiento llega al destino propuesto por simple aceleración propia. También que no basta con creer que se está en la dirección correcta sino que la parábola de su trayectoria dependerá de cuánta masa real y de qué suma de fuerzas y aceleración sea capaz de poner en movimiento.
El Dr. David L. Goodstein, en su clase de 1985 en el California Institute of Technology (de quien tomé algunas de estas frases sobre las leyes de Newton gracias a su audiovisual en internet), enseñaba que "antes de que Newton escribiera la ecuación el mundo estaba lleno de confusión, pero, a partir de que la escribió, el mundo se hizo comprensible y previsible. Sea lo que sea esta ecuación no es algo sin sentido. La única manera de entender de qué trata es utilizándola". Igual que el plebiscito.
La negativa de algunos sectores del FA a impulsar el plebiscito se basa en que tal movimiento incruste este dilema en plena campaña electoral por la presidencia, e impida la suma de votos para retomar el gobierno.
Desde quienes están a favor se piensa que el movimiento popular se autoconstruye y que la disputa no solo se dirime por la conquista de un gobierno, sino que los cambios se construyen y no pueden quedar resignados a la buena voluntad de quien lidera. Los tres gobiernos del FA lo demuestran.
Los primeros no pueden asegurar su capacidad de ser la síntesis política imponiendo su lógica a todas las luchas, de la misma forma que los segundos no pueden garantizar su capacidad para profundizar los cambios buscados. De cómo se diriman las acciones en año próximo, dependerá la suerte de la izquierda en la coyuntura electoral, a la vez que se reafirmará la capacidad estratégica, o no, del movimiento popular mucho más a largo plazo.