En el cierre del ciclo de conversatorios llamado "Emergencia cultural y transformación educativa", Fernanda Alanís y Claudio Invernizzi expusieron sobre “Artes, ciencias y humanidades en la educación. Reflexión y alternativas hacia una educación integral y transformadora”.
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Este ciclo de charlas, convocado por el equipo del consejero docente del Codicen, Julián Mazzoni, inició a fines de mayo con el objetivo de abordar la “tensión” entre la perspectiva pedagógico-epistemológica de la educación como acceso a la cultura universal y la educación como un aporte de competencias y saberes para desempeñarse en el mercado laboral.
Al inicio del evento, Mazzoni recordó que los conversatorios se realizaron con el objetivo de “hacer un análisis desde el punto de vista de lo que llamamos la emergencia cultural, y qué vinculación tiene con la transformación educativa”. “Nos parece que más allá de discutir, y del enfoque, tenemos que abordar las consecuencias que va a tener esta transformación y la concepción que nosotros pensamos que debe tener la educación pública”.
Cultura, educación y rol docente
La docente Fernanda Alanís, integrante del equipo de trabajo del consejero docente Julián Mazzoni, comenzó su oratoria a partir del concepto de cultura, sus diferentes acepciones y los diversos aspectos que la atraviesan, como la educación. Citando la teoría weberiana, se enfocó en la noción de que la cultura es para las personas lo que para una araña es su tela, una red que ella misma ha tejido y que a la vez la sostiene. “Creamos un entramado de significaciones en el que vivimos y que a su vez nos constituye. Tejemos nuestra propia identidad y la de nuestro pueblo, al tiempo que nos movemos en ese entramado. En el proceso de tejer esas significaciones es que se entromete la educación”.
En esta dinámica donde cultura y educación coexisten, prosiguió la referente, “la participación docente es ontológicamente inevitable”, ya que es “constitutiva del acto educativo”. En tal sentido, remarcó la importancia de reconocer la directa responsabilidad docente en las acciones educativas, así como en la transformación de la sociedad.
Alanís se refirió a la transformación educativa que está instrumentando la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), y a los cambios de contenidos que esta propone y que definió como “centrados en formas vacías de procesos reflexivos, de construcciones culturales propias y enlatados de aplicación universal”.
Aseguró que, al aplicar esta reforma, los y las docentes corren el riesgo de transformarse en “vogones”, es decir, “eficientísimos aplicadores de recetas, de contenidos y de formas educativas que alguien más, en un invisible movimiento de hilos, le señala”.
Para la docente, con los objetivos educativos de este tipo de transformaciones, “nos sometemos a la red del poder consumiendo y comunicando bajo sus propias reglas”, en un contexto donde “la circulación de la cultura no tiene cabida o, más precisamente, la cultura que se habilita es aquella que, uniformizada desde las estrategias de los medios financieros internacionales, solo sirve para impulsar el entusiasmo esquizoide de la autoexplotación emprendedora”.
Por otro lado, señaló que este tipo de transformaciones educativas “evitan todo espacio destinado a la generación cultural, mientras sobrecargan las dinámicas centradas en los vínculos socioafectivos, emocionales y las lógicas de competencias evaluadas en forma individual”. Además, agregó que se presentan ante las familias de estudiantes como generadoras de felicidad y consideró que “debería ser suficiente la opinión fundamentada del colectivo docente para convencer, al menos en forma mayoritaria, de que este tipo de transformación, al servicio del capital, es todo menos transformadora de felicidad”.
La actual desconfianza de la figura docente fue otro de los temas que problematizó Alanís. “No se cuestiona la dirección de un corte con el que un cirujano extirpa un apéndice inflamado, ni se explican los múltiples fundamentos detrás de esa decisión. Tampoco se cuestiona el porcentaje de materiales en la mezcla que el ingeniero civil elige para construir el puente, aun cuando después transitemos sobre él (...). La figura docente, en cambio, genera desconfianza. Desconfianza alimentada por los discursos de algunas autoridades que muchos medios de comunicación se encargan de reproducir acríticamente”.
Además, aseguró que las autoridades de la educación, alineadas con el oficialismo, “intentan restringir el ejercicio profesional docente a una serie de aplicaciones técnicas en el aula” y hacen “el incesante esfuerzo por hacer desaparecer todo rastro de las acciones colectivas reflexivas, complejizadoras, críticas y de construcción de identidad”.
Con respecto a una de las consignas principales de la nueva transformación educativa, la de “poner en el centro al estudiante”, la docente opinó que “se repite como un mantra mágico que puede exorcizar cualquier duda acerca de los fines y los objetivos reales”.
Y sumó: “obviar las diferencias culturales del punto de partida, en la dinámica docente-estudiante, solo desfavorece las posibilidades del estudiantado para hacerse de herramientas reales de transformación social y cultural, reduciendo sus posibilidades a aquellas opciones que por su propia pertenencia familiar o social le sean permitidas. Se olvida la responsabilidad del sistema educativo formal, especialmente para con las poblaciones estudiantiles más vulneradas y se mantiene sin mayores dificultades y por la vía de los hechos, un estatus quo inamovible”.
Para finalizar, enfatizó en la “fundamental importancia” de abordar la relación entre cultura y educación, ya que “el dominio de la cultura constituye el instrumento indispensable para la participación política de las masas”. De lo contrario, advirtió, “no pueden hacer valer sus intereses y quedan desarmados contra los dominadores, que se sirven exactamente de estos contenidos culturales para legitimar y consolidar su dominación”.
Utilitarismo y vaciamiento cultural
Invernizzi también comenzó la oratoria aproximándose al concepto de cultura, tarea que, según adelantó, podía no tener éxito debido a su carácter “inabarcable”. Luego de realizar un recorrido por las diferentes acepciones del término, planteó dos problemas que tienen a la cultura como protagonista: “La sensación de estar habitando un mundo desbordado de respuestas utilitarias, con lo que se ha perdido interés en las preguntas; y el vaciamiento cultural que ello representa”.
El escritor le atribuyó el estado de emergencia a la cultura antropológica “como madre de todas las otras culturas” y aseguró que “ha sido sistemáticamente postergada como consecuencia de otras emergencias”. En tal sentido, cuestionó la utilización de la palabra cultura “como ropaje de fiesta” y “ornamento infalible de cualquier recurso”, mientras que “sus imperiosas necesidades no tienen la atención que merece, ni por parte del Estado, pero tampoco de las comunidades”. “El traje que significa la cultura para una sociedad se ha debilitado. Comenzaron a gorronear valores, a desaparecer inquietudes colectivas, a fomentarse el individualismo. Y al final quedamos con todos nuestros avances científicos y tecnológicos siendo rehenes de nuestra propia ceguera. Y dejando que un GPS, formidable herramienta, por cierto, nos esté orientando hacia una ruta que lleva a ningún lado”.
Se preguntó por qué, cuando se debate sobre inseguridad, violencia en cualquiera de sus formas y, sobre todo, de educación, “no se comienza reflexionando acerca de la cultura como el núcleo duro de donde emergen las catástrofes más llamativas”, ya que, a su entender, “ese es el alien, el monstruo con el que la injusticia, los intereses mezquinos y la ignorancia fecundaron la sociedad, en medio de los vendavales neoliberales y de algunas o de muchas distracciones progresistas”.
Con respecto al caso de la última escuela vandalizada, que sucedió el mismo día del conversatorio, opinó que “mientras el tema cultura y su transversalidad disciplinaria no se atienda, no se obtendrán soluciones”, y que cualquier alternativa “será transitoria y concluirá canibalizada por la propia causa que se intenta combatir: el deterioro cultural”.
Por otro lado, planteó el vínculo intrínseco entre cultura y civilización, pero salvando sus diferencias conceptuales. “La civilización, sin blindaje cultural, se desvanece (…) vivimos en un mundo de abundantes migraciones que aceleraron los procesos de mezclas culturales, de hábitos, de costumbres y, en consecuencia, de producción creativa. Y el resultado ha sido maravilloso. La cultura siempre fue un animal en movimiento”.
Para Invernizzi “es fundamental” que las comunidades tengan una reacción “permeable” ante la cultura, así como es fundamental que el Estado “la estimule, la ordene y atesore”. En tal sentido, abogó por “una política que deje las puertas abiertas para la cultura que llega, al mismo tiempo que proteja los rasgos identitarios (…) para que el mundo no corra el riesgo de ser un solo templo, un solo paisaje, una sola aula. Hacer que la cultura no termine por equivaler a la civilización, ya que ambas cosas son diferentes. Cultura no es civilización, sino que es la garantía de su viabilidad, el sostén moral que la contextualiza y le da sentido a la civilización”. “Un mundo sin diversidad, consumido por una civilización, sería lo más parecido a un fútbol sin arcos, un océano sin olas o una torta frita sin grasa”, sentenció.
Otro de los temas que puso sobre la mesa fue el de la revolución tecnológica aplicada a la información y a la comunicación, con sus implicancias positivas y negativas. “Vivimos una era que estimula descaradamente el pensamiento confortable, domesticado. Y los avances científicos y tecnológicos que ha tenido la humanidad parecen disimular esa realidad, como si ellos fueran la coronación de un estado superior de nuestra especie y no apenas herramientas para su desarrollo. La revolución científica tecnológica cometió una profunda transformación que expresa en gran medida el talento para el bien que tenemos los seres humanos, pero al mismo tiempo da la impresión de estar arriándonos hacía un pastoreo infame, hacia la liviandad intelectual y hacia la ausencia crítica profunda”.
Cuestionó la “falta de preguntas” y la “displicencia intelectual” de la actualidad, donde se busca información inmediata “que no depara conciencia crítica ni sabiduría”. Citando el estribillo de una canción de Bob Dylan, de sesenta años atrás, recordó que las respuestas estaban en el viento, mientras en los tiempos que corren “están en cualquier teléfono inteligente, Ipad o computadora”, situación que, a su entender, “entraña un peligro de quietud mental no suficientemente discutido”. “Las respuestas que encontramos en los dispositivos electrónicos son las que necesitamos en nuestra cotidianeidad, las funcionales, mientras que las otras, las trascendentes, siguen estando en el viento”.
También se refirió a los cambios en las asignaturas a partir de la reforma educativa y opinó que “da la impresión de dejarse arrastrar por esa violenta corriente que ya nos condujo a un estado de emergencia y que promete más”. "El utilitarismo es la peor de las opciones a mediano y largo plazo en una sociedad que necesita sí o sí formularse desafíos cognitivos capaces de amortiguar la máquina irreflexiva y perezosa de la actualidad”.
A pesar del persistente vaciamiento cultural que describió el publicista, reconoció que actualmente “vivimos en un mundo mejor, más desarrollado tecnológicamente y con formidables soluciones”, pero que eso “no significa que el mundo sea mejor, más justo y más humano”, ya que “el corazón de la civilización, que es la cultura en su sentido más amplio, fue y es desprotegido”. “Cuando las curiosidades de fondo comienzan a apagarse, la inquietud acerca del destino de la humanidad se adormece, las preguntas comienzan a industrializarse y las respuestas son cada vez más frágiles, se termina orientando la educación hacia una zona utilitaria y funcional”.
La exposición de Invernizzi arribó a la idea de que “la educación es otra víctima del gran desconcierto cultural al que nuestra sociedad está sometida” y dejó una pregunta de deberes: “¿Cómo hacer para que la cultura deje de ser un concepto ornamental, una vestimenta de fiesta o una palabra que enriquezca apenas los discursos?”.