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Trump, elefante de bazar

Por Rafael Bayce.

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Pero, más allá de ello trataré, de explicarle las razones objetivas que justifiquen que esta columna lo califique de ‘elefante de bazar’ en el sentido tradicional de la expresión. Y sin perjuicio de que mucho de su modus operandi sea interesante y significativo para entender el mundo actual y el que se nos viene, inevitablemente.

Comencemos por lo más interesante y peligroso de Trump: sus modos de comunicación, casi revolucionarios, aunque con precedentes no tan enfáticos, pero que ya indicaban un norte: Obama, Macri, brexit, Bolsonaro.

 

Revolucionario modo de comunicación

Uno. Como todo ultrapopulista se expresa subjetiva e individualmente, directamente con el ciudadano, salteándose casi todas las instancias institucionales diseñadas para canalizar formalmente a un individuo y a una personalidad a través de un conjunto de roles y funciones que lo trascienden.

Trump trata, deliberadamente, como expresión de su personalidad y como táctica comunicacional, de saltearse o resignificar, demagógico y populista, todas esas instancias formalmente diseñadas para convertir a una persona concreta en una instancia histórica más de actualización encarnada institucionalmente de un haz de roles y funciones. Desarrollemos un poco esto.

En primer lugar, la comunicación por tuits es adecuada al imbécil e imbecilizante modo crecientemente usado de comunicación social y política con base en redes sociales, de las cuales los tuits son su paradigma: pocas palabras para que se comuniquen aquellos que saben poco de algo con todos los que tampoco saben de eso pero que quieren creerse que sí, habilitándose así sin esfuerzo para el intercambio social cotidiano con el mínimo posible para hacerlo; es el paraíso de los ignorantes con retórica pragmáticamente ajustada: el mundo que odiaba Platón y que motivó casi toda su producción de Diálogos.

Luego, la alcahuetería de los medios masivos de comunicación tradicional y la prensa convertirán a esa ignorancia, apenas disimulada en enfáticos rudimentos de razones y argumentos, en vox populi elevada a vox dei mediante un equivocado y primitivo uso de las nociones de soberanía popular, representación y participación.

Trump hizo buena parte de sus exitosas campañas electorales sobre la base de dos recursos comunicacionales conectados: los tuits y los discursos, articulados como un collar de mentiras cacareadas, afirmaciones excesivas, construcción de enemigos que dispensen de raciocinios y conocimientos para actuar.

En segundo lugar, no todo es negativo en esto; hay cosas realmente interesantes. Por ejemplo, en la era de la preferencia electoral por los outsiders al sistema político, el tuit y la prescindencia de las instancias institucionales -como Bolsonaro- fueron y son -quizás serán- buenas tácticas de comunicación política con un electorado propio que abjura de la institucionalidad, de las buenas maneras tradicionales, del lenguaje pulido, de los largos discursos y parrafadas; todo ello desconfiable de hipocresía, lejanía de la gente común y carrerismo político que enmascararían corrupción, clientelismo, nepotismo o excesivo involucramiento en compromisos supranacionales que podrían disminuir el beneficio nacional.

Vivimos una era de neonacionalismos consecuente a la ‘glocalización’ que siempre fue en realidad la cacareada ‘globalización’, y que inunda Europa también. Y Trump, que sabe y le han dicho que su electorado ama outsiders que se comuniquen corto, irreverente y coloquialmente, ni se va a hacer el sabio sustantivo que no es, ni el prolijo gobernante ni el poderoso respetuoso que nunca fue siquiera privadamente.

Si considera que hay que escribir que hay que salir de Siria, como le prometió a su electorado, inventará que ISIS ya fue vencido y pasará por encima del ministro de Defensa sin consultarlo; ya vendrán otros si a este no le gusta; ya cambiará de idea si es necesario; ya inventará otras mentiras que borren las anteriormente mentidas.

Fin de los conceptos tradicionales de verdad y realidad: las únicas verdades y realidades son las funcionales a los proyectos e intereses; némesis de la moralidad, si no de democracias institucionalmente articuladas.

Hay un malcriado patrón gruñón, bipolar y autocrático, ídolo de los autoritarios que no pueden trascender el imperio doméstico. Decía Le Bon, ya en 1900: “Las muchedumbres respetan dócilmente la fuerza y son mediocremente impresionadas por la bondad, que, para ellas, es una forma de debilidad… el héroe amado por las multitudes será siempre de la estructura de un César: su penacho les seduce, su autoridad les impone, su sable les da miedo”.

Los discursos como acumulación de tuits, la secundariedad de la verdad, la realidad y la eticidad a los resultados inmediatos o mediatos, la impunidad relativa de la mentira frenéticamente difundida y ubicua, son correlativos y coetáneos de las redes sociales y de los tuits como medio paradigmático de comunicación en ese mundo amoral creciente.

Así ganó también Bolsonaro, y así seguirán ganando todos los que hagan bien lo que hay que hacer hoy para tener éxito en medio de la ignorancia empoderada, la imbecilidad frívola y la subordinación de la verdad, la realidad y la moralidad. Ni Plutarco ni las vidas ejemplares medievales importan ni moldean. No importan mucho, pero tampoco hay que herirlas de modo fácilmente discernible: se hace, pero no se dice, ni hay que regalarse, reza la ética lumpen hegemónica.

 

Populismo antojadizo de malcriado poderoso

A un poderoso populista se le perdona mucho; y más en este contexto pro-outsiders, convergente con héroes post-Carlyle; tantos personajes de la literatura del realismo mágico latinoamericano pueden documentarlo estéticamente, y Le Bon lo vocifera.

El gobierno de un outsider político que fue exitoso empresario sólo puede ser el de un malcriado autócrata que ignora institucionalidad, formalidades y maneras, pero que tampoco come vidrio y puede recular de modo hasta ignominioso si, en aras de mantener promesas electorales y de mantener su estilo outsider, es convencido de que un eslogan electoral no tiene por qué ser confirmado en el gobierno porque podría ser un desastre, como lo sería una retirada masiva y total de las tropas de Siria. Intenta mantener su perfil electoral de outsider y sus promesas de tal, pero retractándose y haciéndoles entender a los suyos por qué no se mantuvo en sus cabales. En eso es muy inteligente e inescrupuloso, porque no sólo se retracta y traiciona perfil, promesas y electorado cautivo, sino que lo vuelve aceptable por los mismos traicionados.

Comunicacionalmente es muy hábil y sabe lo que hace, aunque pueda no saber mucho de nada de lo que habla; y no importa, porque su audiencia principal tampoco invertirá en saber de nada. Aprendió de su outsider líder: lo que importa es el bolazo performativo con poder y empoderado por las redes y los medios de comunicación, que son casi la única realidad, verdad y eticidad.

Pero no gobierna por tuits y discursos tuiteros solamente. Esa es la cáscara comunicacional aparente, la que construye su legitimidad y mantiene su vínculo electoral.

Toda la ‘cocina’ política es minimizada como corresponde a un perfil de outsider votado por tal y votable aun por ello a futuro. A ese estereotipo que finge que no hay cocina institucional contribuye su performatividad que marca agenda, agenda comunicacional e iniciativa temática, en parte por su importante carácter -ahora sí útil- de presidente de Estados Unidos, al que se le debe atención y cierta deferencia frente a cualquier burrada o grosería inaceptable a otros, por lo que es y quién es; no sea que a su burocracia se le ocurra implementarlas. Iniciativa, simpleza, grosería y pragmática son las cualidades a las que puede acceder y mediante las cuales construye comunicacionalmente, sin olvidar que lo puede hacer así en parte porque es el presidente de Estados Unidos.

En fin, un outsider que finge ignorar formalidades institucionales, pero que las sustituye por formalidades comunicacionales, que no expone contenidos informados y ricos, pero que los sustituye por simplezas emocionalmente involucrantes, autor de agendas comunicacionales y temáticas públicas. Ignorante de las verdades, realidades y moralidades clásicas, deconstruye un personaje, roles y funciones tradicionales para construir en su lugar un outsider empoderado por la vox populi, y empoderante de esa vox populi como vox dei, a través de un exú, ángel enviado, encarnación diabólica digna de ser exorcizada; pero los exorcistas son sus aliados neopentecostales. ¿Serán así a futuro los presidentes? ¡Vade retro! ¡Fora, Satanás!

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